¿Qué precio tiene poner las yemas de los dedos cerca del punto exacto en el que Leonardo Da Vinci tuvo apoyadas las suyas? Recorrer el trazo de la pluma con la mirada, buscando el ritmo que la mano zurda de Da Vinci siguió en su recorrido de derecha a izquierda. Ese papel. Ese mismo papel que él estuvo mirando, que tocó y manejó antes de que tuviera una sola letra incrustada en la superficie. Leonardo, ¿es que no podías hacer algo normal? ¿No pudiste dejarnos una señal que nos permitiese reconocer en ti a alguien de nuestra misma especie? Extraño consuelo convencerse de que esa escritura en espejo era solo una decisión práctica, un modo de imitar la experiencia de un diestro, tirando de la pluma y no empujándola, un método que evitaba la condena del zurdo a pasar el dorso de la mano por las letras recién trazadas, con la tinta aún fresca.
El mazo se estrella contra la peana de madera y se oye el «Sold» enfundado en un gallo. La emoción se ha colado en la voz del comisario de la subasta de Christie’s. No todos los días se ofrecen treinta millones ochocientos mil dólares para llevarse las setenta y dos páginas del Códice Hammer de Da Vinci. ¿Dónde te lo llevas? ¿Quién eres? ¿Sabes que Da Vinci escribió esas letras, trazó esos dibujos en los años en que pintaba La Mona Lisa? ¿Que quizás te lleves también, impregnada en las páginas, esencia de trementina con trazas de óleo del que Da Vinci usó en La Gioconda, cuando su cerebro ávido de cambiar constantemente de estímulo dejaba los pinceles y se ponía a escribir sobre esas hojas teorías sobre los fósiles encontrados en las montañas, a dibujar diseños para submarinos, a desarrollar hipótesis sobre la razón de que el cielo sea azul o sobre la luminosidad de la Luna? Claro que lo sabes. Estamos en 1994 y acabas de convertir esas páginas en el manuscrito más caro de la historia.
Bill Gates, el hombre que se forró con un código cerrado de software, que trajo por la calle de la amargura a las autoridades de competencia metiendo a capón el Explorer o el Media Player en el paquete Windows que alimentaba las tripas de los ordenadores de todo el mundo, pagó treinta millones ochocientos mil dólares por el Códice Hammer, escaneó sus páginas y las compartió como salvapantallas y fondos de escritorio para Windows para que las disfrutase la humanidad.
«Cuanto más aprendes, mejor es la estructura de tu cerebro para asumir nuevos conocimientos», dijo Gates el día que hizo público que él era el comprador del Códice y que lo había adquirido por el mismo motivo que acumula trabajos de física, matemáticas o ciencias naturales. No es solo eso, Gates, y lo sabes. Esto no va de entender la relatividad, o no solo, porque no va solo de conocimiento. Va de lo mismo que se siente al ponerse la chaqueta de cuero de Einstein, la que lleva puesta en tantas fotografías, y saber que lo se cuela por la nariz es parte del humo que pasó por sus pulmones de fumador compulsivo, que sigue pegado aún al cuero.
Esa pasión por tocar, ese fetichismo es el combustible de una engrasada máquina de compraventa, las subastas de libros y manuscritos, que tienen su versión más sofisticada en las grandes casas: Sotheby’s y Christie’s. La de libros y manuscritos es una sección de las cincuenta en las que trabajan estas grandes casas de subastas, que incluyen vinos, joyas y relojes, pinturas y casas, pero no una más. La subasta de libros fue la actividad con la que comenzó la andadura de Sotheby’s en el año 1744. No en vano su fundador, Samuel Baker, era librero. Hoy el departamento de libros es el rincón nerd del negocio donde, a diferencia de lo que ocurre con los artículos de otras secciones, la mayoría de las veces se puja no como inversión, sino por el deseo real y casi exclusivo de poseer algo de gran valor, de cuidarlo y conservarlo, y en ocasiones de compartirlo con el resto del mundo exponiéndolo o prestándolo para su exposición.
Muchas cosas han cambiado desde los primeros tiempos de las subastas, aunque el mazo siga marcando el precio de venta y el comisario siga gritando «Sold». «En aquellos tiempos de Sotheby’s y durante mucho tiempo, los compradores eran fundamentalmente libreros. El catálogo no tenía ilustraciones y las descripciones eran muy escuetas», explica David Goldthorpe, máximo responsable del Departamento de Libros y Manuscritos de Sotheby’s. «Ahora tenemos coleccionistas, museos, también libreros, y los catálogos buscan provocar en sí mismos una buena experiencia al potencial comprador. Imágenes, descripciones más largas…» son la evolución al marketing, que lo impregna todo en nuestros días, de una práctica muy antigua.
Las pujas ya no se tienen que hacer presencialmente o encargando a alguien que acuda a la subasta si se celebra en la otra punta del mundo. Ahora se puja también por internet, además de por teléfono.
No traiga su libro viejo
Lo que se mantiene es que esto va del placer de poder viajar en el tiempo a través de un objeto. Va de tocar el Aurora Australis de Ernest Shackleton, escrito e impreso durante una de sus expediciones a la Antártida. De tener entre las manos las mismas cubiertas hechas con la madera de las cajas del té que fueron apurando los expedicionarios británicos durante la larga noche antártica. De leer la evolución de los pensamientos de Shackleton en los días más duros a través de la tinta que mantenían al calor de las velas para que no se congelase antes de quedar agarrada al papel.
Un libro que cumplía todos los requisitos que exigía el vendedor de libros Franklin Brooke-Hitching para que una obra pasase a formar parte de su biblioteca personal. Una colección cultivada durante cuarenta y seis años, que llegó a reunir mil cuatrocientos libros, todos ellos dedicados a los viajes de expedicionarios británicos, incluidos Charles Darwin, Francis Drake y David Livingstone, a los que se unieron otros objetos como el primer mapa de Australia o las ropas que trajo consigo de Haití el Capitán Cook. Brooke-Hitching exigía que un libro, para merecer un lugar en su colección, no solo estuviese dedicado a un explorador británico y que el viaje fuera un descubrimiento, lo que vetó los libros de viajes por Europa, también que se hubiera conservado como nuevo. A «God’s copy», según sus propias palabras. Con una postura férrea en esas condiciones logró ir haciéndose con obras con siglos de vida en un estado de conservación admirable.
Y un día va y decide vender su tesoro. En 2014, a sus setenta y dos años, Brooke-Hitching decidió sacar a subasta su preciada colección en lugar de dejarla a sus hijos en herencia o legarla a un museo (de los que no se fiaba). Hasta que fue expuesta en Sotheby’s antes de la subasta, solo había sido vista por media docena de personas. Su extensión hizo que fuese necesario dividir la venta en cuatro subastas.
La colección de Brooke-Hitching se vendió por un total de 9,2 millones de libras, más del doble del máximo estimado inicialmente. Atrajo a compradores de todo el mundo, muchos de ellos nuevos coleccionistas. Venían atraídos no solo por las obras en sí y su capacidad de hacer viajar a lugares y épocas remotas, también por llevarse un pedazo de la pasión de un hombre que había estado atesorándolas durante casi medio siglo y las había devuelto a la vida una y otra vez al leerlas. «Después de la subasta, estaba muy feliz», asegura Goldthorpe. «Había disfrutado durante toda su vida coleccionando esos libros y disfrutó el proceso de venderlos. Yo creo que pensó que había llegado el momento de racionalizar todo. Estaba habituado a vender libros, era su trabajo, así que quizás no fue algo tan abrupto para él. Yo creo que disfrutó mirando los catálogos en los que recogimos su obra, disfrutó todo el proceso. Tomó una decisión y fue a por ella».
La subasta solo es el final de un largo camino que dura un mínimo de dos meses y un máximo de seis desde que se inicia hasta el momento en que «despejamos la sala, colocamos las sillas, preparamos los puestos de teléfono para las pujas a distancia y empieza a llegar el público. Cualquiera puede venir y presenciar la subasta. El número de personas suele estar entre veinte y cuarenta. De ellos, alrededor de la mitad suelen ser vendedores y la otra mitad, individuos particulares que o bien pretenden vender sus propios libros y quieren ver cómo funciona o bien son coleccionista privados que quieren comprarlos», cuenta Thomas Venning, máximo responsable de Libros y Manuscritos de Christie’s.
«Para ser seleccionado para una subasta, un libro tiene que ser raro, de interés y estar en buenas condiciones», explica David Goldthorpe. Por el mismo motivo que Brooke-Hitching no dejaba entrar en su colección cualquier libro de viajes, ni Christie’s ni Sotheby’s admiten cualquier obra en sus subastas. De hecho, es «bastante habitual» que se rechace un libro, que no se llegue ni a dar una estimación de su valor y se recomiende otro tipo de fórmula para su venta.
Esto no va de vender libros viejos. Goldthorpe pone un ejemplo. «Es habitual que evaluemos biblias familiares, pero una biblia de los siglos xviii o xix no tiene realmente valor. Hay demasiadas. Sin embargo, hay tan pocos ejemplares de la Biblia impresos en el siglo xv que despiertan un gran interés». Hay otros en sentido contrario, es decir, relativamente nuevos teniendo en cuenta el poco tiempo transcurrido desde su creación y que han demostrado ser un éxito en una subasta. Como lo fueron las 368 750 libras que se pagaron por una de las ediciones manuscritas de Harry Potter, con cubierta de lujo y dibujos a mano, que J. K. Rowling entregó a sus mejores amigos. Sotheby’s alcanzó ese precio en concreto con el ejemplar que la creadora del niño mago le regaló a su editor, con la dedicatoria en la que le agradece haber creído en ella.
Letras símbolo
Las leyes de la oferta y la demanda juegan un papel fundamental en el precio, pero también la simbología detrás de una obra. Cuando se mezclan ambas cosas, las cifras se disparan. Fue lo que ocurrió con una de las diecisiete copias de la Carta Magna que firmó en 1215 el villano perfecto, el rey John Lackland, Juan sin Tierra, hermano de Ricardo Corazón de León. Aquel rey violador y torturador, asesino y tirano, aquel soberano que con sus campañas de recaudación para sostener sus guerras contribuyó a que la necesidad de esperanza crease el personaje de Robin Hood, aquel hombre taimado que quiso ocupar el trono mientras su hermano estaba preso y luego, ya como rey, demostró su incapacidad para mantener los territorios que había heredado fue precisamente quien firmó el nacimiento de la democracia moderna, tan acorralado llegó a verse.
La Carta Magna es el primer documento formal que reflejó que el monarca está sometido al imperio de la ley tanto como su pueblo y que los derechos de los individuos deben ser respetados por encima de los deseos del soberano. Mucha sangre se secó en los campos antes de que se abriese esa puerta a las libertades y los derechos individuales. David Rubenstein, el fundador del Grupo financiero Carlyle, el último comprador de una de las copias de la Carta Magna, subastada en las dependencias de Sotheby’s en Nueva York el 18 de diciembre de 2007 y adjudicada por 21,3 millones de dólares, recordaba con angustia el camino hacia la subasta, cuando se dio cuenta de que estaba a punto de perdérsela. Llegó pocos minutos antes de que diera comienzo. La Carta Magna es un símbolo. No solo fue firmada por cada rey después de Juan sin Tierra. Hay párrafos enteros que han inspirado artículos de la Constitución de Estados Unidos. Cuando le preguntaron cuánto habría llegado a ofrecer de seguir la puja más allá del precio con el que se bajó el mazo, Rubenstein dijo: «No creo que le puedas poner precio a la libertad».
Rubenstein no corrió riesgos para hacerse cinco años después con una de las únicas once copias que han sobrevivido al paso del tiempo de la primera edición del Libro de salmos de la Bahía, el primer libro impreso en América (1640), un manifiesto obra de los padres del puritanismo que traduce al inglés los salmos hebreos y está considerado un icono de la fundación de los Estados Unidos. Lo compró por 14,2 millones de dólares, también en una subasta celebrada en Sotheby’s en Nueva York. El magnate se encontraba en Australia y eligió pujar por teléfono.
Aves de América
El precio pagado por el el Libro de Salmos rompió el récord marcado unos años antes en la subasta de una de las copias de la obra Aves de América, de John James Audubon, vendida en Londres por Sotheby’s por 7,3 millones de libras al mediador londinense Michael Tollemache, que participó en la subasta de forma presencial.
Es este el ejemplo de una obra localizada mucho antes de que su dueño se decida a aceptar la mediación y sacarla a subasta, y un ejemplo de en qué consiste buena parte del trabajo de los expertos en libros y manuscritos de las casas de subastas. Rastrear en busca de las piezas más especiales y permanecer en torno al propietario, ganarse su confianza, para que, en un momento dado, en caso de querer deshacerse de la obra, opte por la subasta. En ese afán, reconoce Thomas Venning, se cruzan a menudo los caminos de los expertos de ambas casas de subastas. «Una competencia intensa» porque gran parte del negocio se basa en las relaciones a largo plazo con los propietarios de obras de alto valor.
Aves de América formaba parte de la colección de libros y dibujos de lord Hesketh, fallecido en 1955. Sotheby’s lo tenía localizado hacía mucho tiempo. Su millar de ilustraciones hechas a mano, que representan quinientas especies diferentes de ave, sobre sus gigantescas páginas (conocidas como folios del doble elefante precisamente por su tamaño) necesitaron doce años de trabajo del autor. El trabajo de Audubon es citado hasta en tres ocasiones por Charles Darwin en El origen de las especies. Su importancia eclipsó otras obras vendidas en aquella subasta que sacó al mercado parte de la biblioteca privada de lord Hesketh, como la edición de coleccionista de las obras de Shakespeare reunidas en First Folio.
Cuando se pregunta a David Goldthorpe por la obra que sueña un día subastar, responde que ya ha cumplido su sueño. Fue Aves de América, el libro de Audubon. «Es la obra más especial que he vendido jamás. Formaba parte de una conocida colección privada que decidieron poner a la venta a través de una subasta. Aunque había otros libros muy importantes en esa misma colección, ese libro fue el más valioso jamás vendido en el mundo entonces. Fue muy emocionante. Había varios potenciales compradores pujando y así se alcanzó un precio récord. Es la subasta más emocionante en la que he trabajado».
Su homólogo en Christie’s identifica también rápidamente su momento más especial. Fue la subasta en 2016 del manuscrito de la obra Preludio, fuga y allegro en mi bemol mayor de Johann Sebastian Bach, una de las pocas obras manuscritas del compositor que se estima permanecen en manos privadas, fruto de la dispersión del trabajo que provocó la venta de manuscritos de Bach por parte de uno de sus hijos, asfixiado por las deudas. «Hubo una batalla entre dos ofertantes. La puja empezó en 1,5 millones de libras y se vendió por 2,5 millones. Fue fascinante observar cuánto ansiaban los participantes ganar la puja. La última oferta la hizo un coleccionista privado chino, quien, al preguntarle si aceptaba el siguiente tramo de precio, contestó: Why not?».
Darwin es otro de los nombres cuyas obras son el alma de una subasta. Entre las más famosas está la copia de El origen de las especies con sus correcciones manuscritas a lápiz, subastada por Christie’s a finales del año pasado y vendida por un precio de 788 750 libras. Están escritas sobre las páginas sueltas de la tercera edición en inglés de la obra, y fueron enviadas para su traducción e inclusión en la segunda edición en alemán y luego incorporadas a la cuarta edición en inglés.
Por si le han dado ganas de participar
En las subastas de Nueva York, Londres, París, Suiza y Hong Kong, Sotheby’s se lleva una comisión del 25 % de lo que paga el comprador si el precio es de 300 000 dólares o menos, 20 % si está por encima de esa cantidad y por debajo o alcanza los tres millones de dólares, y 12,9 % si supera los tres millones. En Milán las comisiones alcanzan el 30,5 % si el precio es inferior o igual a 180 000 euros, 24,4 % entre esa cifra y dos millones, y 15,74 % si superan esa cantidad. En Pekín, la comisión a pagar por el comprador es del 18 % independientemente del precio de adquisición.
También se cobra al vendedor una comisión que varía según el caso y que incluye los gastos de marketing, seguros, transporte, etc.
Para participar en la puja hay que registrarse al menos veinticuatro horas antes de la subasta.
Me pregunto qué necesidad podría tener el editor de Rowling de subastar el libro que ella le regaló…