Dudo que exista mucha gente que desconozca quién fue Leonardo da Vinci. Ha protagonizado bestsellers y canciones, aparece cada dos por tres en las conversaciones y es un arquetipo en sí mismo. Sin embargo, pregúntese cuántos cuadros suyos seríamos capaces de señalar porque nos suena haberlos visto asociados a su nombre. Para la mayoría de las personas que han oído hablar de da Vinci, la cuenta de cuadros reconocibles se elevaría a dos: Mona Lisa y La última cena. Y paremos de contar. Salvo que añadamos también algún dibujo como el del Hombre de Vitruvio.
Supongo que algún científico habrá estudiado estos asuntos, pero la memoria colectiva no parece tener espacio para una gran cantidad de imágenes. De entre las decenas de miles de cuadros, monumentos, paisajes, películas y rostros célebres que podrían merecer que la raza humana conserve un recuerdo compartido (y digo recuerdo en sentido literal, que se lo enseñen a usted y, sin mirar en Google, sepa usted qué es eso), nuestra memoria de colmena ha seleccionado unos cientos, quizá algunos miles. Otros miles y miles de iconos que la mente colectiva no consigue conservar como recuerdos frescos quedan para las enciclopedias (léase Google), para los expertos en determinadas materias y para los integrantes de determinados ámbitos geográficos y culturales. Lo dicho: la gente, salvo que sea experta en arte, conoce dos o tres obras de Leonardo. Quizá no hace falta más; el nombre evoca cosas en casi cualquier individuo, cosa que no sucede si nombramos a Ateneo de Náucratis o a Arcangelo Corelli. A ojos de la mente colectiva, Leonardo ni siquiera es un pintor, es un concepto. O más bien el receptáculo de diversos conceptos, del mismo modo que Einstein no es solamente un físico, Hitchcock no es solamente un director de cine o Elvis Presley no es solamente un cantante.
Dado que el imaginario colectivo no tiene megabytes para albergar muchas imágenes, son contadas las personas que hayan conseguido introducir al menos una de sus obras visuales en él. Robert Freeman lo consiguió con varias fotografías que hizo de los Beatles. En especial cuatro que terminaron siendo portada de cuatro de los primeros álbumes del cuarteto de Liverpool. Algunas otras instantáneas de Freeman también son legendarias, aunque solo conocidas para quienes se manejan en ciertos ámbitos. Por ejemplo, no hay un solo aficionado al jazz que, salvo que sea invidente, no conozca la fotografía de John Coltrane tocando la flauta. Pero no todo el mundo sabe quién es Coltrane o sabría reconocer su rostro.
Los Beatles, sin embargo, son los Beatles. Te guste o no te guste la música rock, los Beatles son una institución o, como decía mi padre, a quien ni siquiera le interesaba escucharlos: «En el futuro serán considerados la música clásica del siglo XX». Los Beatles y Mozart tenían la rara capacidad de crear melodías tan memorables —dignas de, y, para colmo, fáciles de recordar— que ambos entes, el austriaco y los británicos, terminaron compitiendo por dominar el mercado de los tonos para teléfonos móviles cuando aquellos tonos todavía estaban compuestos por una sucesión de pitidos robóticos. Los Beatles, además, estuvieron acompañados de otras «melodías» inolvidables: las visuales. Siempre supieron rodearse de talentos que convirtieron en algo especial el material visual relacionado con su música, desde los cortes de pelo (recordemos que a estos chicos les gustaba peinar tupé) hasta las películas (las estampas de Yellow Submarine siguen siendo todo un viaje), pasando por las portadas de los discos.
Las cuatro portadas fotografiadas por Freeman (With the Beatles, Beatles for Sale, Help! y Rubber Soul) son, junto a la del Abbey Road (y quizá la de Please Please Me, pero esta era más célebre entonces que hoy), las más icónicas de entre los álbumes del grupo. Si no es usted un fan de la banda, ahora mismo quizá no recuerde esas cinco portadas más allá del cruce de peatones de Abbey Road. Pero están ahí, en su memoria. Como la torre Eiffel, o Homer Simpson, o Marilyn Monroe con la falda revoloteando con la salida de aire del metro. Ha tenido que vivir dentro de una cueva para no reconocerlas. Quizá no sepa el título de ni un solo disco de los Beatles, pero verá cualquiera de esas cuatro portadas de Robert Freeman y no solo sabrá al instante quiénes son esos cuatro jovenzuelos aunque les pixelen los rostros, sino que dirá: «Ah, sí. He visto esas portadas». Amén de otros retratos de miembros del grupo, Robert Freeman se ha ganado la inmortalidad precisamente porque esas cuatro portadas son tan sencillas como memorables.
Lo curioso es que hizo aquellas fotos muy alegremente. No había una gran parafernalia ni planificación detrás de aquellas fotos, aunque muchos otros fotógrafos de la época (y no digamos aficionados) llegaron a creer que aquellas portadas fueron el resultado de estudiadísimas sesiones de horas y horas de estudio. De hecho, a los propios Beatles les asombró la sencillez de aquellas sesiones cuando empezaron a recordarlas con el paso de los años. Por ejemplo, tomemos la portada del With the Beatles; ya saben, los cuatro Beatles con una mitad de la cara iluminada y la otra mitad en penumbra, imagen que sería imitada decenas de veces por otros muchos grupos de aquella década. Pues bien, Freeman ni siquiera se molestó en usar un estudio o el equivalente en forma de cuartucho cubierto con sábanas. Se limitó a colocar a los fabulosos chicos de Liverpool en el pasillo de un hotel donde se alojaban. Estuvieron menos de una hora posando, mientras Freeman agotaba sus rollos de película. El famoso y mil veces copiado contraste de luz no tenía más secreto que una ventana al fondo del pasillo. Aquel dominio del claroscuro, que Freeman había cultivado con sus numerosos retratos de músicos de jazz, había sido el motivo por el que lo habían contratado.
Para la crepuscular portada del Beatles for Sale, Freeman tampoco se complicó la vida. Acostumbrado a fotografiar conciertos de jazz, tenía un particular instinto para la oportunidad. En aquella ocasión, se limitó a citar a los cuatro Beatles en un parque de Londres. Ni siquiera les dio indicaciones previas ni les pidió que se vistiesen de alguna manera en particular y, recordemos, eran fotos para la portada de un álbum. Tal como llegaron, los retrató. De entre todos los disparos, consiguió una imagen en la que los cuatro Beatles tenían una expresión completamente neutra, como si estuviesen esperando un tren. Resultó ser perfecta. La portada del Rubber Soul nació de manera incluso más casual: por accidente. Freeman les hizo varias fotos en el jardín de la casa de John Lennon. De nuevo, ninguna preparación particular. Después se las proyectó sobre un cartón para que se hicieran una idea del contenido antes de revelarlas en papel fotográfico. En un momento dado, el cartón cedió y se dobló, produciendo un efecto de perspectiva en la imagen proyectada y haciendo que las caras de los Beatles pareciesen más alargadas. Los cuatro músicos lanzaron exclamaciones porque el disco se iba a llamar precisamente «alma de caucho» y sus imágenes estiradas encajaban de maravilla. Le preguntaron a Freeman si podía imitar ese efecto en una foto impresa y él lo hizo.
Fue idea de Freeman el que los Beatles apareciesen en la portada de Help! usando un lenguaje gestual que emplean los marineros para comunicarse, en el que cada posición de los brazos equivale a una letra diferente. Como los Beatles eran cuatro, podrían mostrar las posiciones de las letras H-E-L-P. A ellos les encantó la ocurrencia. Sin embargo, las posiciones que correspondían a esas cuatro letras no gustaron a Freeman. No tenía manera de conseguir un equilibrio visual con ellas y, disgustado por la composición, hizo que los cuatro músicos adoptaran otras poses con independencia de si las cuatro letras significaban algo o no. Cuando por fin Freeman estuvo satisfecho con la manera en que las cuatro poses armonizaban entre sí, el resultado fue que los Beatles ya no decían H-E-L-P, sino N-U-J-V, que por descontado no significaba absolutamente nada. Pero, como es lógico, al público no le importó, porque las posiciones de la portada eran extrañamente llamativas y de cualquier manera todo el mundo pensó que los Beatles estaban pidiendo ayuda con sus gestos. Todo el mundo salvo, supongo, los marinos, quienes sin duda se preguntaban qué demonios significaba aquello de «NUJV» (los Beatles, claro, todavía no habían entrado de lleno en su etapa críptica y la gente aún no se había acostumbrado a que llenaran los discos de mensajes extraños).
Cuatro sesiones de fotos breves, simples y sin gran complicación que bastaron para crear una iconografía inmortal.
Luego ya si eso hablamos de la foto del Sgt. Peppers…
mmm… luego ya si eso leemos el título del artículo
«Las cuatro portadas fotografiadas por Freeman (With the Beatles, Beatles for Sale, Help! y Rubber Soul) son, junto a la del Abbey Road (y quizá la de Please Please Me, pero esta era más célebre entonces que hoy), las más icónicas de entre los álbumes del grupo»
Luego ya, si eso, leemos el artículo entero.
Según mi criterio, icónicas, tres por este orden: Sgt. Peppers, Abbey Road y el blanco. Sin pretender desmerecer a Robert Freeman ni al autor del artículo y sin mayor cualificación para establecer el baremo que mi percepción.
A quién quieres más? a papi o a mami? Qué portada te gusta más? Sgt Peppers o Abbey Road? Es la pregunta imposible.
Haciendo hincapié en lo que decía su padre, de adolescente enfervorizado sentencié que no habría nada mejor que los Beatles, y esta convicción fue levemente sacudida por Credence, y hasta un cierto punto casi sepultada por Queen. Creo que moriré tranquilo sabiendo que el rock se agotó con ellos. Por cierto, la portada de Bohemian Raphsody no tiene cierta similitud con los cuatro rostros de los Beatles? Gracias por la divulgación.
Madre de Dios generoso !!! : el rock se acabó con Creedence y Queen ? O es Vd. un cachondo, o se ha comido un tripi o ha escuchado Vd. poquísima música. Sin acritud se lo digo, claro está.
Holy shit…