Es evidente que no todas las historias pueden ser contadas igual, y también es lógico pensar que a veces existen razones para justificar que no todas las historias sean contadas. Pero a la hora de enfrentarse a los hechos, de poner sobre la mesa los acontecimientos sucedidos o de dar forma a las ficciones imaginadas, ¿quién decide las historias que contamos?
La escritora Elvira Sastre, autora de obras como el poema Aquella orilla nuestra o la novela Días sin ti, y la periodista Alejandra Andrade, reportera en Callejeros y directora galardonada con un Ondas por el programa Fuera de cobertura, se reúnen en nuestro plató para investigar los mecanismos que nos impulsan a contar las historias que contamos. Procedentes de terrenos profesionales totalmente distintos, especializadas en el arte de desenterrar relatos y enfrentadas para responder a una misma cuestión.
Andrade nos habla del yugo del prime time audiovisual y las audiencias, de cómo su labor de reportera se ve condicionada por cadenas de televisión que en ocasiones consideran que sus propuestas tocan temas demasiado crudos para un espectador que, supuestamente, enciende la pantalla para entretenerse con productos precocinados. Y también de cómo las historias que ella y su equipo persiguen implican ciertos riesgos debido a su forma de entender el periodismo. «En las cárceles íbamos de la mano de los malos, porque son los que mejor te protegen», apunta al recordar sus desventuras rodando el programa Encarcelados. Sastre explica que, en su caso, a la hora de escribir ella es la única responsable de sus letras, y que las editoriales con las que ha trabajado nunca han tomado el timón de su obra o le han impuesto límite alguno. La escritora también habla de cómo, durante la adolescencia, nació en ella el impulso por contar historias. De cómo los versos de Gustavo Adolfo Bécquer y Benjamín Prado funcionaron como un detonante que la llevaría a convertir el escribir en una necesidad casi fisiológica.
El resto de la conversación transita entre las aventuras personales que acarrean ambas profesionales: relatos de cárceles repletas de presas rabiosas por arrancar los pendientes de los visitantes, problemáticos regalos de sustancias ilegales durante las firmas de libros en países extranjeros, la condena que suponen las audiencias en la televisión y la pasión que transmiten los lectores, los temas incómodos que nadie se atreve a tocar, las dificultades y las exigencias autoimpuestas («Siento que tengo la necesidad de demostrar todo el rato que merezco estar donde estoy. Es una constante, y eso es por ser mujer y por ser joven», confiesa Sastre), de cómo algunas palabras merecen ser compartidas sin importar el nombre del autor, del bombardeo actual de fake news y la posibilidad de evitarlo, de documentales que dan auténtico miedo pero son capaces de cambiarte la vida o de encontrar poesía en el trabajo informativo de un periodista.
Una conversación. Dos mujeres. Una cuestión sobre la mesa. Cuarenta y cinco minutos sin cortes ni censura. Muchísimas historias.