La guerra en Yugoslavia se produjo por tensiones políticas y problemas institucionales que se prolongaron durante décadas. Esta inestabilidad, en la fase prebélica, se vio reflejada en los campos de fútbol, no al revés. En este sentido, el acontecimiento más citado fue la famosa patada de Boban a un policía en el Maksimir de Zagreb durante un partido entre el Dinamo y el Estrella Roja. Esto ocurrió el 13 de mayo de 1990. Meses más tarde, 26 de septiembre de 1990, tuvo lugar un suceso todavía más grave en Poljud, el estadio del Hajduk Split, que jugaba contra el Partizan de Belgrado.
El partido había comenzado a las seis de la tarde. En el campo se citaron grandes jugadores. Entre ellos, un joven Pedja Mijatovic —después campeón de Europa con el Real Madrid—; su compañero Josip Visnjic, que pasó por Mérida, Rayo y Hércules, o Goran Bogdanovic, de Mallorca y Espanyol. Por el Hajduk estaban, por ejemplo, Goran Vucevic, que fue fichado por el FC Barcelona sin mucho éxito; Igor Stimac, que pasó por el Cádiz y por la Premier; Robert Jarni, de Juventus, Betis, Real Madrid y Las Palmas, y el gran Alen Boksic, de Olympieque de Marsella —donde también se proclamó campeón de Europa—, Lazio y Juventus. Todos saldrían a partir de la 91-92 a clubes de las grandes ligas.
Pero ese día iba a ser gran cita de Milan Djurdjevic. Conocido por los aficionados del Partizan como «Kempes» por su parecido físico, en España llegó a jugar unos partidos en el Mallorca en segunda, y las últimas noticias que hubo de él eran porque le habían detenido en Salónica a los cuarenta y cinco años por formar parte de un grupo criminal dedicado a la extorsión. Aquella noche, Djurdjevic marcó los dos goles del partido, uno en la primera parte y otro en la segunda para subir 0-2 al marcador. Todas las crónicas hablan de que hubo una superioridad aplastante del Partizan. La Torcida, los ultras del Hajduk, estaban furiosos. Había veinte mil personas en el estadio.
En las gradas estaba también un sociólogo, Drazen Lalic, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de Zagreb, que en 1993 publicó el libro Torcida: pogled iznutra donde hablaba del fenómeno hooligan desde dentro, se había ganado la confianza de algunos de ellos para investigar el movimiento. El partido se tuvo que parar un par de veces por el humo de las bengalas, pero el relato de lo que ocurrió a partir del doblete de Djurdjevic lo escribió como sigue este cronista.
A mediados de la segunda parte, grupos de la Torcida lanzaron cuatro bengalas. Empezaron a cantar «Te amo Hajduk». En ese momento, marcó «Kempes». «Podía esperarse dado el rendimiento extremadamente pobre del Hajduk», opinó. De repente, se hizo el silencio, solo roto por gritos desde un fondo: «Vamos al campo». La sospecha del profesor fue que no se trataba de un acto espontáneo. Los primeros que saltaron al terreno de juego lo hicieron enseguida, «como si hubieran recibido órdenes». No eran más de una docena. El sociólogo escuchó a alguien a su lado decir «son de Rogoznica», un pueblo a una hora de Split. A esa avanzadilla le siguió un centenar de aficionados. La policía, señaló, no intentó detenerlos. De los jugadores, el que más corrió fue precisamente Djurdjevic, que es el que más cerca estaba de los ultras, pero todos, árbitro y jugadores del Partizan, salieron lanzados hacia al vestuario. Grupos de aficionados se fueron a por el árbitro. «Me pregunto por qué, si ha pitado correctamente», pensó el investigador. Estaban pasando cosas raras.
Lo anormal era normal en esas fechas, eran días extraños. Desde enero, los discursos nacionalistas estaban inflamados en toda la federación. La Liga de los Comunistas que gobernaba el país no fue capaz de celebrar su XIV Congreso, las delegaciones eslovena y croata, seguidas de la macedonia y bosnia, lo abandonaron. Nunca más se reanudó y la política yugoslava quedó a merced del nacionalismo de todos y a la vez.
En Yugoslavia, concretamente en Croacia, durante los años comunistas, nunca se había hablado demasiado del verano del 41 oficialmente. Había llegado a ser un tabú con el fin de preservar la paz y mirar hacia el futuro sin tropezar una y otra vez con el pasado. Sin embargo, los nuevos líderes habían llegado para romper el silencio. Se empezaron a desenterrar fosas, a recordar el genocidio que sufrieron los serbios, ortodoxos, por parte de los ustachas, fascistas croatas y católicos, durante la Segunda Guerra Mundial, y su intención de expulsar a un tercio de los serbios de Croacia, asesinar a otro tercio y convertir al catolicismo al otro tercio que quedase. Ahora, proclamaban los serbios de 1990, las fuerzas independentistas croatas querían hacer lo mismo. Tudjman, el líder de la derecha croata, había estado preso por sostener que ese genocidio no había sido para tanto. Una vez libre, desde 1989 había fundado un partido, el HDZ, que defendía que Croacia era católica y en Croacia solo había una nación.
Entre los serbios de Croacia apareció un líder moderado, Jovan Raskovic, que representaba los intereses de los serbios de acuerdo al derecho de autodeterminación. No estaba en contra de que Croacia tuviese su propio Estado, pero pedían una autonomía en las zonas que habitaban ellos para, entre otras reivindicaciones, tener sus propios programas educativos, a la vez que pedían ser una nación constituyente del nuevo Estado, tal y como explicaron Laura Silber y Alan Little en su libro The Death of Yugoslavia.
Sin embargo, en el primer borrador de constitución para la Croacia independiente de Tudjman, no aparecía referencia alguna a los serbios, ni siquiera como minoría nacional. Esto ocurrió en junio, en agosto un semanario publicó la transcripción de una conversación entre Raskovic y Tudjman en la que el primero decía que los serbios estaban locos y que él rechazaba a Milosevic. La exclusiva minó la reputación del político serbio entre los suyos. Tudjman pensó que desacreditándolo se había quitado de en medio las reivindicaciones serbias en el nuevo Estado croata, pero lo que hizo fue lo contrario, las puso todas en manos de los radicales, que estaban asistidos desde Belgrado.
El clima de suspicacias interétnicas iba más allá de la historia. Tudjman estaba despidiendo a todos los policías serbios y sustituyéndolos por croatas. La transición al capitalismo también exigía despidos masivos, las autoridades croatas prometían que no habría distinciones por nacionalidad, pero los serbios no les creían. El 19 de agosto se celebró un referéndum para establecer una autonomía serbia, Zagreb lo declaró ilegal. El ministro del Interior croata envío tres columnas de vehículos con fuerzas de seguridad, pero la policía serbia había distribuido armas entre su gente. También volaron tres helicópteros desde Zagreb con más policía, pero esta vez fueron aviones del Ejército Federal Yugoslavo (JNA) los que les interceptaron y amenazaron con derribarlos si no daban la vuelta. La región se llenó de barricadas serbias cortando las carreteras. El 27, el Parlamento croata calificó de «levantamiento armado» el referéndum sobre la autonomía serbia en la región de la Krajina. Tres semanas después de todos estos sucesos, se disputaría el partido entre el Hajduk Split y el Partizan.
En las fotos, se ve que las gradas estaban llenas de banderas de Croacia con el escudo ajedrezado que comenzaba con un cuadrado blanco, como el de los años cuarenta. Desde diciembre del 90, el oficial sería como hasta hoy, comenzando por un cuadrado rojo. Se ve también alguna pancarta, como la de «Torcida Pula» con una cruz céltica. Un tipo de simbología ilegal en la Yugoslavia socialista. Un ejemplo paradigmático es el del periodista esloveno Igor Vidmar, que fue detenido en Ljubljana en 1983 por llevar una chapa de Nazi punks fuck off con una esvástica tachada y que se lo llevaron preso porque, fuera como fuese, lo que llevaba era una esvástica.
La suerte, publicó en el 25 aniversario de los incidentes el diario croata Dnevno, fue que no acudieron seguidores serbios del Partizan al encuentro. Esta vez el choque entre ultras podría haber sido mortal. Cuando los aficionados saltaron al campo estuvieron a punto de atrapar al árbitro, pero el masajista del Hajduk se interpuso para llevarlo junto a los demás jugadores a encerrarse en los vestuarios. La narración de Lalic seguía así: «Todos a mi alrededor están cantando «Liga croata» en trance». Por las pistas de atletismo seguían entrando aficionados en el terreno de juego, ahora con bengalas encendidas.
El locutor que estaba retransmitiendo el partido pensó que era un enfado por el rendimiento del equipo: «Me parece que han entrado los aficionados al campo, los entrenadores y jugadores huyen hacia dentro, se han ido a los vestuarios temiendo que ocurra algo grave, los de Torcida, que estaban tirando bengalas, cuando se han quedado sin ellas, insatisfechos con cómo ha jugado el Hajduk, han entrado…».
Los propios jugadores del Hajduk salieron para intentar que cesase la invasión del campo y el partido pudiera reanudarse, pero en ese momento ya era ciencia ficción. En el estadio se coreaba la canción de Oliver Dragojevic «A sad adio» («Ahora, adiós»). La policía y las fuerzas especiales se limitaron a colocarse en la entrada del túnel de vestuarios y las oficinas del club donde estaban escondidos los jugadores.
El locutor estaba descorazonado: «Como pueden ver ustedes mismos, después de veinte minutos de la segunda parte se ha interrumpido el partido con el salto al campo de los aficionados, el partido no ha terminado, la pregunta es si seguirá».
Al grito de «Fuera gitanos», ya había mil personas en el césped. Los cánticos seguían, O, Hrvatska, nezavisna država, (Oh, Croacia, Estado independiente) y U boj za narod svoj («A la batalla por tu pueblo») hasta que llegó la consigna definitiva. «Quitad la bandera». La mayoría del estadio se puso a aplaudir. Un grupo de personas de las que habían saltado al césped se acercó a toda velocidad hasta el fondo sur, donde ondeaba la bandera de Yugoslavia presidiendo el estadio. La arriaron, la prendieron fuego y la volvieron a subir. La cámara enfocó la escena. La bandera de la SFRJ ardía en lo alto del mástil.
La retransmisión pasó a valorar los hechos: «Como pueden ver ustedes mismos, han quemado la bandera de Yugoslavia. Han insultado a todos jugadores que han venido hasta aquí a jugar un partido de fútbol, a un evento deportivo. Lo han estropeado todo con un comportamiento antideportivo, salvaje. No tienen cultura, no tienen educación, este comportamiento es tan poco deportivo que de ninguna manera se puede tolerar, no ayuda ni a su club, ni al deporte, ni a la sociedad en general».
Vídeo completo de los altercados y la quema de la bandera.
El plano fijo de la bandera ardiendo siguió por unos segundos. Diez años antes, en este mismo estadio, el 4 de mayo de 1980, se interrumpió un Hajduk-Estrella Roja para anunciar por megafonía la muerte de Tito. Se puede ver en las imágenes cómo algunos jugadores y el árbitro se pusieron a llorar. Lo llamativo es que el público arrancó a cantar «Druže Tito mi ti se kunemo». Un poema, lema de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, que decía «Camarada Tito, te lo juramos, de tu camino no nos desviaremos». Digamos jocosamente que la «torcida» fue de ciento ochenta grados.
Mientras la bandera ardía esa tarde de 1990, el fondo volvió a cantar «A sad adio». Por la pista de atletismo, otro grupo corría con un retrato de Franjo Tudjman., había ganado las elecciones cuatro meses antes. El hecho más insólito es que, ha publicado el Slobodna Dalmacija, el Partizan hizo tan buen partido que ese mismo público llegó a aplaudirle en algunas jugadas minutos antes de todo este lío.
Al final, apareció con un megáfono Onesin Cvitan, exalcalde de Split, rogando a la gente que volviera a sus asientos para que se reanudase el partido. No lo hizo, se dio la victoria al Partizan por 0-3. Los días siguientes la prensa tachó a los ultras de «drogadictos» y «alcoholizados». Seis meses después, estalló la guerra. Los rebeldes serbios asesinaron y desplazaron a miles de personas en la Krajina. Casualmente, en los primeros compases del conflicto, Cvitan dirigía a la Defensa Territorial croata desde el cargo de ministro del Interior. Los equipos croatas ya no volvieron a disputar la liga yugoslava. Ese fue el último campeonato. Sus máximos goleadores: Pancev (32), Suker (22), Boban (16) y Mijatovic (14), con quien hablamos sobre este partido y aquellos días negros en una extensa entrevista en la Jot Down nº 29.
Las fotos del artículo son imágenes de aquel día, cortesía de http://www.torcida.hr/
Por fin un artículo que dice que los estadios reflejaban la tensión de la sociedad y no que en los estadios empezó la guerra… Quién se haya creído que la guerra empezó en el fútbol debería revisar la manera en la que entiende la sociedad en su conjunto.
Hay un detalle de contexto que el artículo no recoge (pero lo da a entender) que es fundamental para entender lo sorprendente de estos hechos: Yugoslavia, internamente, era un país tremendamente seguro. Los servicios secretos tenían el país bastante controlado y eso se puede ver en como nunca fueron necesarios los despliegues policiales en los estadios que empezaban a ser habituales en otros estados europeos o que fueron lo normal en los 90 por todas las ex-repúblicas. Yugoslavia, de hecho, no tenía un problema de hooliganismo. Que empezasen a ocurrir hechos como este son una muestra de que las estructuras de seguridad interna (bastante descentralizadas) no daban más de sí: de hecho, cuesta creer que no hubiese un beneplácito (por acción u omisión) de las fuerzas de seguridad radicadas en Croacia en todo este desmadre.
El vídeo también es clarificador: el comentarista principal es croata y no muestra ni un ápice de simpatía por lo que ocurre en el campo. Es importante, como detalle, porque muestra que el proceso de desintegración fue mucho más orquestrado de lo que la gente pueda querer creer a día de hoy. El cambio mental que se produjo en los 80 fue grande – pero nada en comparación con lo que se produjo en apenas 3 o 4 años de conflicto.
Se agradece que se escriban artículos informados, como este, sobre la ex Yugoslavia que presenten sucesos que, o bien pasaron por debajo del radar (la patada de Boban es más icónica, pero el impacto de la quema de la bandera fue infinitamente más importante) o bien no recibieron en los medios hispanohablantes el beneplácito de los popes yugooficiales de la academia española, bien porque lo desconocían (Veiga, por ejemplo, no habla serbio y llega hasta donde llega que es poco más allá de la orilla de Danubio) o bien porque no tenía relevancia en su momento en el contexto español (que es el filtro con el que todo se pondera).
Estoy bastante de acuerdo con lo que dices. Dos años antes, en 1989, se disputó el Eurobasket en Zagreb y no pasó absolutamente nada, total apoyo al equipo yugoslavo, que se ve en el podio cantando orgullosos el himno nacional. Meses después, también en Zagreb se disputó el partido decisivo clasificatorio para Italia-90 entre Yugoslavia y Escocia con el estadio Maksimir lleno y pletórico apoyando a los yugoslavos. Como indica el artículo, la cosa cambia en 1990, justo después de la caida del Muro de Berlin (noviembre de 1989). También se pudo comprobar el cambio en el partido amistoso jugado entre Yugoslavia y Holanda en el Maksimir unos días antes del inicio del Mundial-90, donde el público asistente se dedicó a abuchear al equipo yugoslavo. El contraste es bestial, el mismo estadio en el transcurso de unos meses nos muestra el cambio radical de la afición croata.
Y Bosnia tardó aún más en cambiar. Cuando Yugoslavia elimina a España en Italia-90, con dos goles de Stojkovic, Sarajevo se echó a la calle para celebrar el triunfo. En aquel momento era inimaginable que la guerra estallara en Bosnia, sin embargo, menos de dos años después comenzó el infierno.
Se puede decir, en términos generales, que el separatismo no era un problema importante en Yugoslavia durante la década de los 80. En Europa apenas si nos dimos cuenta de lo que pasaba en Yugoslavia, por un lado por la velocidad de los acontecimientos en el Europa del Este y, por otro, por el conflicto de la Guerra del Golfo que estalló en agosto de 1990 y que focalizó el interés de la prensa mundial. Cuando nos dimos cuenta, Yugoslavia comenzaba a arder.
Artículo muy interesante, se nota que el autor le gusta el tema y tiene suficiente conocimiento de él. Eso sí, he pasos por la siguitente frase y me he quedado totalmente ojiplático: «Los rebeldes serbios asesinaron y desplazaron a miles de personas en la Krajina». Me gustaría creer que es una simplificación por falta de espacio que de otra cosa, porque además tenía al autor por alguien para nada con un partidismo tan claro en este tema.
Los conflictos en Krajina no eslavona no comienzan porque un grupo de rebeldes serbios asesinos borrachos de rakija deciden liarse a fusilazos con todo lo que parezca croata, como muchas veces parece ser que fue según a quién se lea. La población serbia en Krajina superaba a inicios del ´91, antes del alzamiento de la República Krajina, en la mayor parte del territorio el 50%,
con zonas superando el 90%.
Es de suponer que esos serbios se esperaran un reconocimiento de su cultura, lenguaje y religión en la costitución croata aprobada en julio del ´90 por el govierno de Tudjman, ese hombre que ha pasado a los ojos de occidente como un héroe de la patria croata y no como el enfermo genocida que realmente fue, al igual que sus homólogos serbios o bosniacos, gente capaz de poner a su poblacion a los piesde los caballos por sus ansias nacionalistas no merecen mejor calificativo.
Estas ambiciones, son igualemnte lícitas que las de sus vecinos croatas o bosniacos con respecto a Yugoslavia, que no se nos olvide. Al verse estas ambiciones básicamente ridiculizadas con esta nueva constitución y ante la creciente presión étnica, son ciudadanos de a pie, los que comienzan la revuelta en la zona. Poco después serian armados por Martic y Babic, sí . Poco después recibirían ayuda de la VRS de Mladic por el puro interés que a éste le podría traer en su conflicto en Srpska
también. Al igual que del lado croata cogieron las riendas carniceros como Gotovina.
Si uno se atiende a los números «oficiales» del conflicto, uno puede ver los aproxidamente 200 muertos militares del lado croata por los aprox. 600 del lado serbio, en gran parte a la pobre organización y armamento de las filas de Martic y Babic.
Del lado civil en el lado croata apenas unas 40 muertes en la parte inicial del conflicto por las 200-1200 de lado serbio según quién las cuente. Cifras a años luz de las miles descritas en esa frase, y desde luego, no solo perpretados por el lado serbio.
Anotar que es bajo número de vícitimas croatas se pueda deber en parte a la expulsión de gran parte de ellos durante el ´91 y ´92, entorno a los aprox. 90 000 croatas (cifras, repito,que sólo incluyen a las poblaciones en Lika, Kordun, Banja y Dalmacia)
Por otro lado, están los 200 000 serbios desplazados a finales del conflicto, en condiciones rozando la inmundicia y con occidente mirando hacia otro lado. La mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial en Europa, la que diversos expertos y observadores de la época calificaron como la mayor limpieza étnica de las Guerras de los Balcanes, y fíjate si no se perpretaron atrocidades en ese tiempo.
Cierto que fue Martic que dió la orden de evacuar la Krajina, sí, como también es cierto que sin no la hubiera dado no estaríamos ahora hablando ahora de una crisis de refugiados, sino de una Srbrenica elevado al cubo. Por tanto, esta argumentación, a la vez tan manida por el lado croata, que les exhime de tal limpieza por este hecho, me parece tan vergonzoso como justificar la barbarie de Srbrenica atendiendo a anteriores agresiones bosniacas, como también uno se puede dar el gusto casi 40 años después.
Creo que la anulación de derechos de la población serbia en el nuevo estado croata que se perfilaba y que comentas está recogida en el texto y señalada como una de las causas de las movilizaciones, posiblemente la fundamental.
Al fin un comentario con la verdad
En lo que va de la Historia, no hubo nacionalismos que no fuera absorbido por los más violentos.
Echad un vistazo en Youtube a un reportaje sobre el Hadjuk-Dinamo de 1990, es un cocktail de todo:
Pintada de céltica en un banco de Split, hinchas del dinamo paseando por Zagreb, descontrol en la entrada y control dentro del estadio, pancarta del HDZ entre los fans de Zagreb, y BANDERAS YUGOSLAVAS (2) EN LA GRADA DE LA TORCIDA.
Me empieza a dar la sensación, que lo ocurrido en Yugoslavia fue de arriba (dirigentes) a abajo (pueblo) y no viceversa, hablo de las fricciones nacionalistas.
Es un muy buen artículo, muy bien redactado. Más allá de lo discutibles que puedan ser las versiones de los «bandos» en conflicto (asunto que compete a la historiografía seria), y además de que concuerdo con el comentario anterior de Diego sobre la dirección principal de los sucesos (de arriba a abajo), yo añadiría, ya que me parece muy elocuente lo que sale entre los segundos 7 y 8 del vídeo, que la otra gran dirección que encendió y alentó viejas rencillas nacionalistas en la zona (como sucedió históricamente en los Balcanes, salvo en la guerra partisana de los años 40 del siglo XX, donde por primera vez tomaron el mando desde el interior) es de fuera hacia dentro.
Me refiero, evidentemente, a la más que llamativa y significativa banderita de las barras y estrellas que ondea un señor en el antedicho metraje (segundos 7-8: ¿que pintaba, precisamente allí?, ¿símbolo de libertad e independencia para un diminuto país de apenas 4 millones de habitantes hoy día? ejem, ejem…); más allá de que sea un hecho anecdótico, creo que, en realidad, contiene un significado mucho mayor y relevante de los intereses que apretaban detrás de un conflicto que desmembró uno de los 10 países más grandes de Europa en su momento (al menos en número de población y, por tanto, en potencial; por no mencionar el ejemplo que suponía su «independencia» de las 2 grandes potencias en aquel momento, algo poco agradable). Solo faltaba un trapito de la RFA para cerrar el círculo…
Naturalmente, no se puede negar que sentimiento nacional y religioso existía en las diversas Repúblicas, pero no es casual que fuera al calor de acontecimientos como crisis económica interna producto de la inutilidad de las élites dominantes, contexto sociopolítico mundial («perestroikas», caída del Muro -qué casualidad, uno se reunificaba y otro explotaba en pedazos literalmente-, recuperación de la crisis económica del 87…) e intereses externos que se reencendieran viejos fuegos con la gasolina de la mentira y la manipulación, aderezado, como siempre, con el barniz del nacionalismo racial.
El fútbol, como siempre, solo es un canal y una expresión de los conflictos sociales; en lo único que discrepo con el autor es en que esas «tensiones» se prolongaran «durante décadas». Si se quiere señalar que durante siglos fue una zona políticamente conflictiva, es cierto, pero ya no sería durante décadas, sino durante siglos. Lo que hubo en las décadas precedentes no fueron «tensiones» de ese tipo, de hecho es al contrario, esas tensiones se amainaron.
Se puede discutir sobre cómo se hizo para amainarlas y si es o no lícito, pero que esas tensiones, mientras el bienestar material de la población aumentó indiscutiblemente, no estaban vivas (a lo sumo, eran reductos mínimos en todas las repúblicas), sino que se reencendieron adrede para ocultar otras cuestiones (como las que apunté y otras muchas), me parece un hecho poco o nada discutible por lo evidente que resulta.
Del mismo modo que las ideas paneslavistas vinieron/nacieron/brotaron desde dentro de la zona balcánica en el siglo XIX; es más, entre sus representantes más insignes y relevantes figuran croatas (a quienes se acusa, en muchas ocasiones como «culpables», así en general, de separaciones y conflictos), como croata era el dirigente que «amainó» esas tensiones en la mitad del siglo XX. Esto lo digo porque se suele señalar a menudo que la zona es «ingobernable» debido al «mosaico cultural, nacional y religioso» y bla, bla, bla, dando a entender que como mejor están es separados como si fuera una verdad política e histórica eterna e inmutable cuando no es sino una gran mentira. Separados son, y se ve hoy día claramente, más allá de las muertes y destrucción con que se llevó a cabo su separación en los 90, pequeñas marionetas sin ninguna influencia, al contrario, bien manipulables.
Ay, esos trapitos que ondean…
Pingback: Pedja Mijatovic: «El gol de la Séptima me pareció fácil, pero al verlo en TV dije: 'Madre mía ¿cómo he metido eso?'» - Jot Down Sport
Pingback: Dubravka Ugrešić. Una escritora europea (del Este) - Jot Down Cultural Magazine