En 2018, Woody Allen llevaba treinta y cinco años sin faltar a su cita anual con las carteleras de todo el mundo, cuando Amazon decidió cancelar el estreno de su última película, A Rainy Day in New York, en medio de una nueva polémica por el resurgimiento de antiguas acusaciones de abusos sexuales por parte de su hija. Tras un año de litigios e incertidumbre, la película se ha estrenado por fin en algunos países europeos, entre ellos España, y afortunadamente la ausencia de Woody Allen en nuestras pantallas ha durado solo un año, y no volverá a repetirse en 2020, pues Woody ya ha rodado su próxima película en San Sebastián.
A Rainy Day in New York es una comedia romántica típicamente alleniana, que junta a un reparto plagado de estrellas de varias generaciones durante un fin de semana lluvioso en Manhattan.
Gatsby (Timothee Chamelet) es un universitario pijo que decide ir a pasar un fin de semana en Nueva York con su novia, una ingenua ex reina de la belleza de Arizona (Elle Fanning), aprovechando que ella va a entrevistar a un reputado director de cine. Cuando ella se ve arrastrada hacia el extravagante círculo social del director, que incluye a su amigo guionista (Jude Law) y a un actor/sex symbol (Diego Luna), los planes del fin de semana romántico se van a pique y Gatsby se encuentra paseando solo por la lluviosa ciudad, tratando de evitar a su familia, hasta que se topa con Shannon (Selena Gomez), la hermana de una exnovia. En resumen, como decíamos, un triángulo amoroso típicamente alleniano, en el que un protagonista que es la versión más Holden Caulfield del personaje arquetípico de Woody Allen se debate entre una rubia y una morena, con ninguna de las cuales un tipo como él tendría opciones si esto no fuera una película.
Se trata de un film deliciosamente anacrónico, absurdamente contemporáneo. Una obra fuera de tiempo, donde los personajes suenan más como cuarentones de los años setenta que como veinteañeros de la generación Z. Pero hay que reconocerle el mérito al coraje de Woody Allen, que se enfrenta sin pudor a retratar a estos jóvenes a los que les saca sesenta años. Aunque en realidad, Allen nunca muestra aquí voluntad de retratista, o si lo hace, es más la de un impresionista, ya que pinta personajes que no parecen salir sino de su propia cabeza; personajes que solo existen en la imaginación de este genio bajito. Lejos de restarle un ápice de encanto a la película, esto contribuye a que la vivamos como una fábula fuera de tiempo, habitada por unos actores brillantes que elevan considerablemente los arquetipos que interpretan. Un reparto estelar en el que destacan especialmente Selena Gomez (que brilla con una intensidad especial), Jude Law (quizá por pura profesionalidad, quizá por puro talento) y Cherry Jones (cuyo monólogo sincerándose con su hijo es acaso el mejor momento de toda la película).
Y si esta nueva fábula de Woody Allen recuerda a un cuadro impresionista también es por la magnífica fotografía del maestro Storaro, que continúa los experimentos con la saturación y los tintes que ya ensayó en Café Society y Wonder Wheel. Ese tratamiento romántico de la luz, que se hace muy evidente en algunas escenas (por ejemplo cuando Gatsby toca el piano en el apartamento de Shannon) recuerda quizás a algunos musicales de los cincuenta, como la fabulosa Gigi de Minelli. Storaro emplea aquí masivamente las ópticas de gran angular, facilitando esa fluidez en la puesta en escena que suele gustarle a Woody Allen. A este respecto, es impresionante lo bien que le quedan a Diego Luna las lentes angulares en primer plano, como si su cara fuese inmune a las deformaciones que estas ópticas suelen causar en los rostros.
Como siempre con Woody Allen, la música juega un papel importante en la película, y genera dos momentos especialmente brillantes: el primero es cuando Gatbsy, caminando por la calle cabizbajo tras recibir malas noticias, dice que necesita una balada de Irving Berlin, y la película le responde cuando empieza inmediatamente a sonar esa música de forma extradiegética. El segundo es una escena que Fernando Trueba describe como un momento de toque Lubitsch: tras una apuesta arriesgada jugando al póquer, se produce una elipsis que nos lleva a Gatsby entrando en casa con música melancólica acorde con su actitud, pero cuando llega al salón, de repente comienza a vaciarse los bolsillos y vemos, en un plano detalle de la mesa, cómo va depositando fajos y fajos de billetes que acaba de ganar.
El esperado final feliz es para mí el momento cumbre de una película llena de grandes momentos. Se trata del final más eminentemente alleniano posible, porque es a la vez un homenaje al mejor final de toda su filmografía, el de Manhattan (copiado de Chaplin, y ya citado en Mignight in Paris) y una refutación del mismo: si aquel era un final abierto en forma de plano-contraplano de la pareja enamorada mirándose a los ojos, aquí los amantes cierran el interrogante con un beso apasionado que no admite interrupciones, y que allen filma por tanto en un largo plano sin cortes.
La última vez que Allen me sorprendió para muy bien fue en la imprevisible ‘Irrational’ man, estrenada en 2015 y protagonizada por el tan en boga Joaquin Phoenix-Joker.
Antes, lo hizo con ‘Midnight in Paris’. Entremedias, más de lo mismo. Sin que esto sea algo necesariamente negativo.
Junto a Tarantino, Fincher, Scorsese, Nolan, los Coen, Iñárritu y Chazelle, Woody Allen es un director para el que ni me planteo no ir al cine a ver su nuevo estreno (y, a ser posible, con la menor información previa al respecto). La diferencia aquí está en el modo en que afronto un estreno de Allen: me muevo más por solidaridad que por expectativa.
Como bien dice el artículo, este hombre tiene un universo propio con diálogos y personajes que quizás en algún tiempo y esquina del Upper East side se acercaron a la realidad, pero que poco o nada tienen ya que ver con el mundo en 2019. Yo voy a ver una película de Allen siempre con la predisposición de irme a vivir entre sus escenas durante las dos próximas horas. Es un mundo en el que me siento muy a gusto. Si ya, encima, la película consigue sorprenderme o entusiasmarme, la vida reformula su sentido.
Es maravilloso imaginar que sea posible una vida como la que protagonizan los personajes de Allen en sus películas.
No me gustó la ultima película de Woody Allen. De los últimos años me ha gustado Blue Jasmine y Match Point, está menos. Las comedias de Woddy Allen ya no me hacen gracia porque se repiten una y otra vez los chistes, diálogos, gestos de los actores, casi siempre sobreactuados. Es como las películas de Almodóvar, en la que los actores hacen de él y cansa. Mucho. Lo comparo con ese grupo o cantante que lleva más de 10 años haciendo el mismo disco o canción, como Bruce Springsteen, por ejemplo. Es tan solo mi opinión