Vivimos en tiempos en los que cualquier cosa que se le pase por la cabeza a una persona en Misuri puede ser leída o vista y escuchada a los pocos segundos en Pakistán. Lejos quedó la época en la que alguien no tenía con quién compartir su alma sensible. Cuando alguien especial crecía rodeado de orangutanes, o viceversa, y sufría en soledad, no le quedaba más remedio que buscar agujeros oscuros donde encontrar algo que se saliera de la pauta. Así tuvieron auge los fanzines, realizados en casa por cualquier hijo de vecino con una grapadora, y apareció algo muy genérico pero que puede englobarse como cómic underground.
A través de viñetas, cafres de todo el orbe sacaban lo que tenían dentro y no tenía cabida ni en los gustos convencionales, ni en la industria cultural comercial ni en ninguna parte. Haber, hubo de todo, pero concretamente en Estados Unidos una colección de firmas totémicas marcó a generaciones antes de que apareciera internet. Ahora, es duro decirlo, pero las mismas risas o similares se pueden alcanzar leyendo a personajes en redes sociales contar su vida sin ánimo de lucro ni artístico. Parecido no es lo mismo, pero antes de que todo el mundo pudiese decir lo que quisiera y que todo el mundo pudiera verlo con pasmosa facilidad, estos nombres nos dieron la vida. De algún modo, acoplando el dicho, se podría decir: lector de cómics que vienes al mundo, uno de los autores underground ha de helarte el corazón. ¿Cuál dejó una huella más profunda? Voten a su favorito o añadan en los comentarios a quien consideren oportuno.
(La caja de voto se encuentra al final del artículo)
Robert Crumb
Considerado padre y señor de la etiqueta. Lo mejor que se puede decir de él es que en la actualidad sus obras serían más controvertidas que cuando pertenecían al underground. Fundamentalmente, por sus problemas con las mujeres. No es figurado; en un sentido literal, así se titulaba uno de los tomos de sus obras completas editados en España. Sin embargo, el gran valor que tuvo su línea fue no creerse nunca lo cool. Ponía en duda todo el discurso de los jóvenes de su tiempo y sus movimientos chispeantes. Con mayor o menor acierto, lo importante es que era incómodo. Solo la cercanía de la muerte, en sus propias palabras, le privó de seguir quejándose por todo y criticando a todo el mundo. Cuando empezó a verla cerca, dejó de darle importancia. Para el recuerdo, su portada para Janis Joplin.
Gilbert Shelton
Tan cerca y tan lejos, Gilbert Shelton, otro de los padres del cómic underground, se pasó varias décadas dibujando las aventuras de un grupo de hippies a los que Crumb hubiera corrido a gorrazos: los Freak Brothers. El valor que tenían estas historietas en la época en la que la televisión tenía dos cadenas y en determinados puntos de la meseta TVE2 era en blanco y negro, era su llamada al hedonismo y la irresponsabilidad. Sus protagonistas eran adorables en tanto en cuanto eran una panda de vagos y solo tenían un objetivo, colocarse, aunque a veces no era tan fácil como parecía. De ahí surgían historietas extensas y disparatadas, como películas de los hermanos Marx, que explicaban de manera detallada cómo no ser una persona de provecho. Para el recuerdo, su portada de Grateful Dead. Sería digno mencionar en este epígrafe, aunque no se incluya en la encuesta por canadiense, a Rand Holmes. Él también tenía una línea similar a los Freak Brothers, como demostró en su magna obra La cocaína de Hitler, que tuvo el mérito de ser dibujada en una isla, en una comuna, sin electricidad y siendo su venta la única posibilidad que tenían el autor y los hippies que le rodeaban de conseguir alimentos y gasolina.
Harvey Pekar
Ahora se desprecia el programa-concurso Gran Hermano o no se tiene generalmente buen concepto de quien retransmite absolutamente toda su vida por redes sociales; pues bien, dichas prácticas, en su día, fueron una obra de arte. Ayudado por dibujantes diversos, Harvey Pekar se convirtió en un cronista de su propia existencia, que no era precisamente espectacular. Trabajaba en los archivos de un hospital, coleccionaba discos de forma compulsiva hasta ser consciente él mismo de que la afición solo se debía a su ego hipertrofiado, tenía problemas con las mujeres hasta que encontró su media naranja y le ponía de los nervios todo lo que le rodeaba. De ser un vecino simpático o molesto, según lo que le impaciente a uno la compañía en el ascensor, en viñetas era una delicia leerle. Sumergirse en los pensamientos de una persona ordinaria con una vida corriente.
Richard Corben
Quizá el más «artista» de todos los citados, sus dibujos alcanzaban un nivel y una precisión absolutamente extraordinaria. Sus obras eran evasión pura, llevaba a los personajes a viajes interdimensionales donde planteaba lo imposible. Eran mundos donde convivía la fantasía, lo gore y el erotismo con un sentido del humor corrosivo. Los expertos sostienen que en sus universos particulares derribaba tantos tabúes cómo podría hacerlo Crumb al criticar la sociedad de su tiempo, aunque Corben lo que hiciera fuese llevar la ficción lúdica a terrenos desconocidos. Para el recuerdo, su portada de Meat Loaf.
Charles Burns
Criticada la sociedad desde todos los puntos de vista y llevada la fantasía a terrenos inhóspitos con un sentido del humor gamberro y poco complaciente, a la generación de Charles Burns le tocó dar nuevas vueltas de tuerca. En su caso, la obra magna Agujero negro, pero también en sus cuentos anteriores, a la cultura popular y los géneros que se conocen como pulp les pasaba la Thermomix para obtener unas papillas eméticas. De púgiles de lucha libre mexicana metidos a detectives propios del cine negro de los años cuarenta a pulsiones y romances adolescentes envueltos en misteriosas enfermedades venéreas nunca vistas. Pocos autores han convertido patologías inventadas en un personaje recurrente de sus historias. Como se decía en su día, nadie querría estar en la mente de este autor. Para el recuerdo, su portada de Iggy Pop.
Peter Bagge
En la línea Crumb de no comprar los irresistibles frutos de la alegre y chispeante juventud, Peter Bagge arremetió contra la de los noventa, que era la suya. En estos años, lo joven vino en cofre de mejor negocio de todos los tiempos. Las cosas que les gustaban a los veinteañeros eran alternativas y mainstream a la vez. Todavía hay quien sufre las secuelas mentales de esta contradicción muchos años después. Bagge no tragó y la que pudo ser llamada «generación grunge» se comió una obra con formato y dimensiones de La comedia humana de Honore Balzac titulada con el sugerente nombre de Odio, que puso al descubierto todas sus contradicciones y las de la existencia humana en general.
Daniel Clowes
Con especial atención a las personas que no encajan, sus personajes siempre han visto la sociedad desde la distancia. Sin embargo, con su gran clásico, Como un guante de seda forjado en hierro, lo que se apreciaba en perspectiva era lo consciente. Una generación de sus lectores está marcada por los deseos afectivos e incluso sexuales que despertaba una patata que se llamaba Tina. Ese fue el mérito que tenían en aquellos días estos dibujantes, vaya usted a vender una historia de ese calado a un inversor. Ni siquiera Lynch, que era la panacea del surrealismo en los noventa, podía venir con esas ocurrencias. Son expresiones artísticas que ni mucho menos pertenecen al pasado o a un tiempo que nunca volverá, pero sí que lo son la manera en la que se forjaron estos artistas. Clowes, por ejemplo, vivió de niño con sus abuelos sin poder comunicarse con nadie de su edad, solo se relacionaba con los cómics. Así dominó su lenguaje e imaginario como un maestro, pero para dar salida a los productos de una mente que se había dislocado de la realidad.
No me aparece ninguna caja de voto, ¿sólo me pasa a mi? (emoticono de rascarse la cabeza). En todo caso, mi voto iba para Robert Crumb, nunca ha habido ni habrá nadie como él, desde sus inocentes cómics sesenteros hasta su locura enfermiza machista, misógina, criminal y escatológica de los setenta para luego pasar a dibujar cromos de acordeonistas como si tal cosa. Por no mencionar esa pasión por las mujeres de complexiones enormes; sin duda un personaje digno de analizar, surgido de una familia completamente disfuncional y enferma mental (literalmente) y eso que él, es el «normal» (si alguien no ha visto su documental, que no pierda un segundo en localizarlo).
Sin embargo, de toda la lista, a quién más cariño le tengo es a Harvey Pekar y su «American Splendor». Y nuevamente, su mejor versión dibujada, es, cómo no, la de Crumb, la que mejor representa la personalidad amargada, cínica y sarcástica del propio Pekar. Su film autobiográfico es otra maravilla que recomiendo a todo el que no haya visto. Harvey Pekar y su esposa Joyce hacen apariciones durante la película en el set de rodaje comentando lo que el espectador va viendo hasta el momento a cargo de los actores que hacen de ellos dos en el film, unos enormes Paul Giamatti y Hope Davis que interpretan a Harvey y Joyce respectivamente. Siempre me encantó esa página de «American Splendor» (el cómic) donde Pekar cuenta como un día descubre que existen varias personas más llamadas Harvey Pekar y encima vivían en su pueblo o cerca y se pregunta como puede ser que un nombre tan poco común, no solo lo posean otras personas sino que encima todas vivan cerca de él. La reflexión que hace sobre cómo serán tanto físicamente como sus vidas, e incluso cómo sintió la muerte de uno de ellos sin haberle conocido jamás (se enteró porque algunos amigos pensaban que era él el finado), es sencillamente magistral (en la película representan esa reflexión como si fuese una especie de ensoñación de Harvey pero no tiene ni punto de comparación con verlo en viñetas). Comprendo, Álvaro, la comparación que haces con los tiempos actuales de redes sociales y telebasura pero no lo comparto para nada, esto es otra cosa, esto es auténtico arte. Aunque estuviese contando su vida, nunca entró en el terreno de la chabacanería, eran los relatos de su día a día con Joyce, sus compañeros de trabajo (magníficamente interpretados en la película y que también salen al final de la misma), situaciones absurdas, sus manías y fobias pero también sus momentos de alegría, que los tuvo aunque no lo pareciese. Muy grande Pekar, cómo lamenté su inesperada muerte. «American Splendor» (cómic y película), siempre tienen reservado un hueco en mi agenda al menos una vez al año.
Richard Corben se los come a todos con patatas, pero lo de underground… no sé yo. Es un grandísimo autor de terror y fantasía, pero eso, en el cómic, no es underground.
De los demás, supongo que por influencia Robert Crumb, y por estilo Daniel Clowes. Me quedo más con este último, pero sin que su obra, por fría, me despierte excesivo interés.
GRANDES todos.He votado por Crumb porque me encanta su irreverencia(hoy día no podría existir alguien igual)y su «me paso por los bajos los políticamente correctos».Coincido también en que el maestro Corben no pinta mucho en esta categoría.
Crumb, por supuesto, y detrás Peter Bagge. Corben no lo catalogaría como «Underground», casi lo mismo opino de Clowes.