A los varones de mi generación, cuando éramos niños, nos impusieron desde la industria audiovisual un modelo claro de conducta: Rambo III. Musculado, pero sentimental; taciturno, pero con el chiste definitivo en el momento crítico, y capaz de resolver cualquier problema a hostias. Este rol que se nos vendía como ideal, tanto en la ficción como en los cómics y los muñequitos, causó estragos. Vimos que nuestros amigos se convertían en deportistas horteras a edades demasiado tempranas, en sujetos convencidos de que otro les había mirado mal en un lugar de ocio y gente que grita jaleándose a sí misma cuando juega con la videoconsola.
Ajenos a este dolor, el viejo truco de colocar estratégicamente un personaje para identificarse con él en una ficción, sin embargo, sigue realizándose impunemente. No importa la calidad de la propuesta, se conoce que es demasiado tentador. Así ha ocurrido al menos en The Deuce, la gran última mejor serie de todos los tiempos, factoría HBO con David Simon nada menos. Una producción que merece todas las medallitas de calidad, pero que ha vuelto a hacerlo, no ha podido prescindir de poner un Rambo III.
Lo que ha cambiado es que nos encontramos en el siglo XXI y solo es lícito desfacer entuertos a hostias si uno va en pijama de superhéroe. Entre humanos, ahora son otras las cualidades positivas que anhela poseer el triste espectador que no es nadie, pero que le haría ilusión ir por la vida siendo la polla. En The Deuce, el nuevo Rambo III es Abby, el personaje interpretado por Margarita Levieva. Su peripecia no es la de un secundario en esta serie, al final los focos apuntan solo a su personaje, la última escena es para Abby y supone un claro mensaje para los que quieren ser como ella.
¿Y cómo es ella? Es de Connecticut, un lugar que no mola, y se muda a Nueva York, un sitio que sí mola. Se supone que tiene que ir a la universidad, pero pasa de todo y va por libre. Porque es rebelde, nadie le dice lo que tiene que hacer. Acaba de camarera en un bar que frecuentan proxenetas y prostitutas drogodependientes, pero lo lleva guay. Porque no tiene prejuicios. Entretanto, se pone a contratar actuaciones en el garito porque se ha dado cuenta de lo mucho que mola el glam y la new wave. Porque está a la última.
En ese ambiente no tarda en desaprobar lo que ve cada día. Porque está concienciada. Ayuda a esas prostitutas enfermas y abandonadas, las lleva al médico, se preocupa por sus estudios interrumpidos. Porque es solidaria. Se mete en movimientos en contra de la explotación de mujeres. Porque es activista. Sin embargo, da un paso atrás cuando sus compañeras tratan de prohibir el porno, lo que iría contra la Primera Enmienda. Porque no es una loka radikal.
Es pareja del personaje más atractivo y heroico de la serie. Porque es una chica diez. Pero llegado el momento inicia un romance con otra mujer. Porque es bisexual y tiene relaciones abiertas. No es una mujer cualquiera su novia, se dedica al arte de vanguardia, pero lejos del de las galerías pijas, street art underground. Porque huele lo que mola de verdad por instinto. No vamos a mencionar cómo viste, un espectáculo cada modelo que se pone, ni de cómo llena la pantalla. Porque es ultramegaguapa.
Me he pasado tres temporadas, desde 2017, deseando capítulo a capítulo que Abby contraiga la gonorrea, pero no ha habido suerte. A ella no le pasan esas cosas. Eso lo sufren las personas imperfectas que la rodean. A ella el destino lo que le reserva, que es esa última escena del último capítulo, es, después de hacer un descenso a los infiernos a codearse con el lumpen, salir por donde ha entrado y ni más ni menos que triunfar en la vida.
Eso es lo que quiere el espectador medio. Estéticamente, romperlo. En cuanto a música y tendencias, pues lo más tope de lo tope de lo guay siempre y cuando no pueda tacharse de mainstream ni tampoco de demasiado elitista. El lumpen, las minorías raciales en la marginalidad, etc… pues codearse con ellos y que te quieran, pero no como a una más, sino como a una heroína que les salva y les ayuda. Todo ello, eso sí, sin mancharse, sin acabar como ellos, saliéndose por la tangente y trincando un puestazo en un curro cuando decide sentar cabeza.
De seguir la serie la habríamos visto reciclar, restaurar muebles de la basura. Descubrir la primera la música electrónica y meter un DJ los viernes en el tugurio. Habría fundado la startup más exitosa de Manhattan basada en la app definitiva, pero no para forrarse, sino para ayudar a oprimidos cualesquiera. Tendría sutiles tatuajes y lucharía contra la gentrificación de su barrio desde su pisazo, que ya lo hemos visto y ahora mismo debe costar algunos millones de dólares, tantos como seguidores tendría en un Instagram sencillo, pero original, sin postureo, solo para compartir ideas útiles sobre alimentación y hogar.
Un vistazo a la biografía de la actriz demuestra que su vida es mucho más interesante que la de su personaje. Levieva nació en la URSS, llegó a Estados Unidos solo con once años. No tenían papeles, eran ilegales. Su madre, soltera, había sido profesora de Matemáticas y Estadística en la Universidad de Leningrado, pero en los States trabajaba envasando alimentos. Un juez decretó la expulsión de toda la familia, pero lograron quedarse tras meses de juicios pidiendo asilo por el antisemitismo que habían sufrido en Rusia.
De la Unión Soviética, Levieva solo recuerda la disciplina que le inculcaron. Fue gimnasta. También que desde muy niña podía ir a entrenar sola, algo imposible en su tierra de acogida. La adiestraron para buscar la perfección. De hecho, en Estados Unidos siguió ganando competiciones de gimnasia, pero no pudo representar al país por haber entrado en él ilegalmente. En aquel momento, cuando pudo hasta ir a unos Juegos Olímpicos, seguía pleiteando para conseguir la ciudadanía. Sin embargo, de alguna manera, toda esa tenacidad le sirvió para luego graduarse en Economía en la Universidad de Nueva York. Se sentía obligada a obtener un título que le garantizase un buen trabajo por el esfuerzo que había hecho su madre para sacarla de Rusia.
No obstante, aunque cambiase la gimnasia por un trabajo en el sector de la moda y la música clásica por los Wu-Tang Clan, la rectitud soviética seguía dentro de ella. «Entrenamos los siete días de la semana. Fui al campamento de gimnasia todos los veranos. Entrenaba a veces antes de la escuela, a veces después de la escuela; Básicamente no tenía vida. Pero desde muy temprana edad aprendí a trabajar muy duro», manifestó. Es más, fue por la educación y la cultura que recibió en Leningrado por lo que decidió después ser actriz: «En el momento en que vi a Maya Plisetskaya bailar el Cisne negro en el escenario del teatro Mariinsky en San Petersburgo, en Rusia, supe que quería estar allí, actuando y contando historias, como ella. Yo tenía cinco años».
En su equipo de gimnasia soviético había castigos físicos si cometía un error, pero ella declara que no se considera una víctima de todo aquello. Al revés, la disciplina férrea le ayudó luego en la vida, como ha quedado señalado, sobre todo para ser actriz. Con el sentido de esas declaraciones, Levieva ya se descubre como una persona mucho más humana que Abby. Los castigos físicos a críos son execrables, sostener que tienen alguna utilidad igual, pero es humano decirlo ¡porque es contradictorio! Por este motivo Abby a quien más se parece es a Rambo III.
Inicialmente, las pruebas que le hizo David Simon fueron para que encarnase a Candy, el papel que borda Maggie Gyllenhaal, pero tras descartarla le dieron el de Abby. Ella misma no puede definir mejor a su personaje cuando le han preguntado por él: «Le interesa la música, el arte y ayudar a las personas», dijo en una entrevista. «El personaje de Abby es tan inteligente, es tan sabia, por encima de alguien de su edad». Un personaje como el suyo, tan guapa y tan perfecta, en esos ambientes estaba pidiendo a gritos heroína intravenosa. Convertirse en una más de las que van a su bar, no en la monjita que las ayuda. Mentir, robar, degradarse, echarse a perder, pero Simon ha hincado la rodilla en el suelo y le ha dado al espectador un salvavidas para que atraviese toda esa marginalidad y salga de ahí sin mancharse y encantado de haberse conocido. Shame on you, David. Gonorrea es lo que hacía falta. Gonorrea para la gente perfecta.
Totalmente de acuerdo. Le he cogido «paquete» a la serie por ese personaje.
Es difícil imaginar una descripción más sesgada, y falta de argumentos comprensibles. Dice que el personaje viene de un lugar no interesante a uno más interesante, que pasa por una época difícil y luego tiene éxito y además que es guapa, todo con un tono despectivo. Luego cuenta la vida de la actriz y es exactamente lo mismo aunque ahora es guapa sin tono despectivo. No hay quien lo entienda. En efecto, el personaje es positivo, es algo que cualquier escritor sabe que es necesario, como contraste y como testigo lúcido, cuando vas a contar algo terrible. No otra cosa es Lisa en la serie de los Simpson aunque también se lleve sus revolcones en la serie por cursi y bienintencionada. el éxito final no sé hasta que punto no se puede interpretar de una forma pesimista: los que pueden terminan salvándose e integrándose en el sistema y sus buenas intenciones no han servido de mucho.
Totalmente de acuerdo con Fernando Labaig. Una sinopsis o comentario más simplista y alejado de la modernidad no se podría haber hecho. Bueno sí, utilizando insultos machistas de mal gusto y no los eufemismos que el autor ha utilizado.
No hagan caso señores y señoras, the Deuce no es esto.
Bueno, pues a mí me habría gustado un análisis de cómo cambia la música, la droga, el boom inmobiliario y el rollo policial. También de la prostitución y el porno, sobre este tema: Candy también da bastante tirria con su faceta visionaria y pretenciosa, que se cree de la nouvelle vague.
Al final, todo el ambiente me recuerda a una discoteca de pueblo cualquiera con música mala, gente vestida de manera cutre, farlopa mala en cantidades ingentes y todos fumando (Bisonte).
Me too! Y me disgustaba tenerla manía como si fuera efecto de envidiar a la tia guay, pero con este artículo me he dado cuenta de que es porque el personaje no está ahí, no es que no se pille una gonorrea, esque no se pilla ni una moña!
Me too! Y me disgustaba tenerla manía como si fuera efecto de envidiar a la tia guay, pero con este artículo me he dado cuenta de que es porque el personaje no está ahí, no es que no se pille una gonorrea, esque no se pilla ni una moña! En cambio Candy me parece un personaje supercompact, a mi la serie me ha gustado
Cogí la serie con ganas pero no pude ni acabar la primera temporada. Me pareció un ful de estambul. Franco es quizás el principal problema, me parece un actor pésimo para un registro mínimamente dramático. Los dos personajes femeninos principales, aunque bien interpretados, no termino de creérmelos. Opino que para resaltar valores feministas o de empoderamiento de la mujer (que no sé si es el objetivo realmente) se puede hacer bastante mejor, ahí está el cuento de la criada mismamente, aunque esa serie también tenga sus defectillos, opino.
No sabía nada de su vida y ahora entiendo su atractivo. Ese que solo tienen las personas que han sufrido pero que no rinden. Sobre todo en la primera temporada con su melena llamaba la atención. Me parece una buena serie que por culpa de las insinuaciones de abuso, detrás de las cámaras, a terminado estrepitosamente mal. Una pena.
Claro, eso os pasa por ver series rarunas. Mirad series cojonudas como The valking deat, con esos impresionantes diágolos y que sale un rey de verdad, como dios manda, con rasatas (trenzas) hasta el ombligo aunque ya sin trige porque se lo mataron los malasombras.
Genial artículo. A contracorriente.
Eso sí, te van a llamar machista, facha, misógino solo por atreverte a decir lo evidente: que Abby es un personaje plano, previsible, que acaba jodiendo una serie que prometía en su primera temporada.