Sociedad

El gobierno de los idiotas

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Imagen: Twentieth Century Fox / Ternion.

En mayo de 2016, el periodista Joel Stein publicó en su columna de la revista Time un breve extracto de la conversación que había mantenido con Mike Judge, productor de cine, guionista y director de la película de 2006 Idiocracy. «Yo no soy un profeta —declaraba Judge al ser preguntado por la aparente proximidad del futuro distópico que se plantea en la cinta—. Me equivoqué en cuatrocientos noventa años». Stein cerraba la mención describiendo el asombro que le producía al cineasta el hecho de que, en apenas diez años desde su estreno, «el mundo se haya vuelto tan inquietantemente similar al representado en la película».

La idea de la que parte Idiocracy es más interesante que su desarrollo argumental, el cual, como no podría ser de otra manera, es bastante simple: un tipo normal y corriente es elegido para participar en un experimento de criogenización, algo sale mal y, en lugar de despertar un año más tarde, lo hace cinco siglos después. La premisa, sin embargo, es que durante ese periodo de tiempo la población mundial ha sufrido un proceso de involución intelectual debido al estancamiento de los mecanismos de selección natural.

Los avances médicos, farmacéuticos y tecnológicos, unidos a la inexistencia de un depredador natural, han provocado que no sean solo los individuos mejor adaptados los que sobreviven —en un porcentaje mayoritario—, sino todos por igual. El problema es que los seres humanos más inteligentes se toman muy en serio su descendencia, reproduciéndose en menor número, mientras que los individuos menos capacitados tienen hijos alegremente y cada vez en mayor cantidad. Debido a que en el mundo actual no es necesario ser especialmente hábil para alimentarse o reproducirse, estos siguen transmitiendo sus variables genéticas a las siguientes generaciones, provocando un considerable descenso del cociente intelectual medio. Desde el punto de vista de la biología evolutiva no es una propuesta demasiado rigurosa, pero da el pego.

La consecuencia principal —y en torno a la cual gira toda la película— es que el protagonista, nacido a finales del siglo XX, pasa de ser un tipo del montón a convertirse en el hombre más listo del mundo. Por una regla de tres tan básica como la que explica que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Tal es la diferencia con el resto de seres humanos que, en apenas unos días, es nombrado ministro del Interior y, poco después, presidente del Gobierno de los Estados Unidos. Y todo por haber encontrado la solución al grave problema de sequía que asolaba el país: regar los cultivos con agua y no con refrescos.

Puede parecer exagerado, pero ese es el nivel de las aptitudes deductivas de los seres humanos que se describe en Idiocracy. De acuerdo con la lógica interna de la película, que a nadie se le haya ocurrido probar a regar con agua no resulta inverosímil. Debemos tener en cuenta que, nada más despertar en el año 2505, el protagonista es llevado a juicio y, justo en el momento en que se declara inocente ante el juez, su propio abogado se levanta y lo increpa enérgicamente: «¡Pues eso no es lo que dice el otro abogado!», le grita. Creo que la escena sintetiza a la perfección el escenario que se plantea en la película. Como decía antes, ese es el nivel.

Lo realmente llamativo, no obstante, es que la película propone la hipótesis de un futuro antiutópico en el que todo el mundo es idiota, pero, al detenernos a analizar los supuestos que plantea, comprobamos que gran parte de ellos ya comienzan a darse en la actualidad. Mike Judge le comentaba a Joel Stein que se había equivocado en cuatrocientos noventa años porque algunas de sus predicciones para dentro de cinco siglos, por muy ridículas y caricaturescas que parezcan, habían comenzado a cumplirse tan solo una década después de ser formuladas. Lo que nos lleva a pensar que, en algunos aspectos, tal vez no vivamos en un mundo «inquietantemente similar al representado en la película», sino exactamente en el mismo. Quizá ya estemos viviendo en Idiocracy.

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Imagen: Twentieth Century Fox / Ternion.

Las semejanzas son aterradoras. A Mike Judge se le ocurrió la idea central de la película en el año 2001, mientras contemplaba a un grupo de adultos que se enfrentaban por una posición en la cola de un parque de atracciones delante de sus hijos. Por aquel entonces, y durante el proceso de guionización y rodaje, terminado en 2005, Donald Trump no era más que un magnate grotesco con un imperio levantado sobre la especulación que vivía en una torre bautizada con su propio nombre. Como Biff Tannen en Regreso al futuro II. La posibilidad de que llegase a ocupar el despacho oval de la Casa Blanca ni siquiera era contemplada por los analistas más agoreros. Cuánto menos por Mike Judge. Sin embargo, el presidente de los Estados Unidos que el director y guionista prevé para 2505 en Idiocracy, llamado Dwayne Elizondo Mountain Dew Herbert Camacho, es un populista radical al que no le importa sacar una metralleta durante un mitin para motivar a sus votantes, que inunda sus discursos de ofensas y groserías y que aprovecha sus actos electorales para hacer publicidad de artículos comerciales que llevan su nombre. ¿Les recuerda a alguien?

Quién podría haber imaginado que, en tan solo once años desde el estreno de la película, el tal Camacho sería el presidente de los Estados Unidos. Con otro nombre y la piel de color naranja, pero Camacho, al fin y al cabo. Un tipo peligroso y narcisista que, además de ser estrella del porno, se dedica profesionalmente al wrestling. Lo cual constituye otra asombrosa coincidencia, ya que Donald Trump fue el propietario del show de wrestling Raw, participó en la «batalla de los billonarios» contra Vince McMahon y forma parte del WWE Hall of Fame. Un currículum que nos parece esperpéntico para uno de los líderes políticos más importantes del mundo hasta que recordamos que hace apenas unos años el gobernador de California era el mismísimo Terminator.

Pero los vaticinios que Mike Judge realizó hace una década y media sobre cómo sería el mundo dentro de medio millar de años no se limitan a la figura del presidente de Estados Unidos. El planeta en el siglo XXVI es un lugar atiborrado de publicidad. En todas las pantallas, en todos los monitores, en los dispositivos personales, en las calles, en cualquier rincón de cada casa. El consumismo es un engendro insaciable, al borde del colapso arterial, que lo sigue engullendo todo a medida que crece de forma desproporcionada. Todo se construye alrededor del mercado y la mercadotecnia. Las grandes marcas son las dueñas del ocio y una de sus principales consecuencias es el acaparamiento comercial de sectores relacionados con las necesidades básicas del ser humano, como la alimentación. La comida se vende en tamaño super size. La bebida es un derivado más del azúcar. La nutrición se ha vuelto rápida, precocinada, industrial y ultraprocesada. Los desperdicios se acumulan en las afueras de las ciudades por toneladas. Los diferentes formatos de entretenimiento eligen lo morboso y lo primitivo. El lenguaje es una combinación elemental de abreviaturas, onomatopeyas y expresiones vulgares. La cultura ha desaparecido, la política se ha visto reducida a la simple demagogia y la inteligencia ha retrocedido. Es decir, no ha hecho falta esperar cuatrocientos noventa años más. Idiocracy es, más o menos, lo que ya está sucediendo hoy.

Y su premisa, a fin de cuentas, no es del todo disparatada. En junio de 2018, la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences publicaba un estudio elaborado por investigadores del Centro de Investigación Económica Ragnar Frisch de Noruega en el que se explicaba que, desde el año 1975, la inteligencia de los jóvenes había comenzado a descender alrededor de siete puntos por cada generación. Es decir, una inversión furibunda del efecto Flynn. O explicado de otra manera: nos estamos volviendo cada vez más tontos. Y aunque los autores del estudio coinciden en que no se debe tanto a la propagación de genes menos favorables como a factores relacionados con el entorno, lo cierto es que ese aletargamiento intelectual, en caso de ser cierto, se está produciendo mucho más velozmente de lo que preveía Idiocracy en 2006. Basta con ver a la gente pegándose a las puertas de los estadios por un partido de fútbol o al populismo más rancio pastoreando hasta el precipicio a un pueblo que se deja pastorear para estar convencidos de ello.

Resulta extraño pensar en el porvenir a estas alturas de la película. Mientras escribo este artículo, mi hija de dos años ha cogido mi teléfono, que está conectado al televisor del salón, y a base de pulsar en todos los botones y en todas las luces que ha visto encendidas ha terminado descargándose en la tele un programa para aprender a hacer yoga. Al mismo tiempo, he escuchado cómo la aspiradora se encendía en otra habitación y se ponía a funcionar. Tengo abierta una pestaña en el navegador para encargar comida a domicilio dentro de un rato y, mientras el pedido llega, realizaré una videollamada para que la niña pueda ver un rato hoy a su abuela. Televisores que se controlan con el teléfono, aspiradoras que funcionan solas, videollamadas… En el fondo, tal vez no sea tan descabellado pensar que ya estamos viviendo en el futuro. Puede que los coches no vuelen, las zapatillas no se ajusten automáticamente al tamaño del pie y la basura no funcione como combustible, pero quizá sea eso lo único que explique cómo es posible que Biff Tannen haya llegado a presidente.

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3 Comments

  1. Alberto

    El estudio mencionado hacia el final del artículo no era concluyente. Obviamente, da igual, porque ya se ha convertido en un mito urbano y sirve para apoyar el artículo así que debe ser cieto ¿no?

    • Ildefonso

      Yo creo que de algún modo los llamados «idiotas» han sido siempre mayoria, lo malo es el poder que esos idiotas sustentan.

  2. Camino a Gaia

    Hemos inventado máquinas que trabajan por nosotros. También hemos inventado máquinas que piensan por nosotros. Pero quizá la cuestión fundamental sea que a aquellos que detentan el poder económico no les interesa que pensemos por nosotros mismos. Da igual lo avanzado que sea un cerebro, si la información que procesa está corrupta el resultado no puede ser bueno. Y los medios de comunicación general se han convertido en la máquina del fango.

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