Sociedad

Por qué la ficción no puede triunfar en las redes sociales

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Foto: Andrew Guan / Unsplash.

El profesor y filósofo Marshall McLuhan decía que los medios de comunicación son una prolongación de nuestros sentidos. La radio una extensión del oído, la televisión de la vista, las teclas de un ordenador de nuestros dedos. Cuando McLuhan lanzó esta teoría, que se estudia en las clases de periodismo y comunicación como la Biblia, era 1964 y aún quedaban unos años para que internet lo invadiese todo y acelerase la globalización.

Si el canadiense no hubiera muerto el 31 de diciembre de 1980, quizá habría reelaborado su teoría para introducir la era digital en la ecuación. A diferencia del resto de medios de comunicación, internet es mucho más volátil. Si escuchas una emisora de radio online ¿eso es radio o es internet? Esta era una pregunta recurrente hace cinco años en mis clases de teoría de la comunicación. Internet sería para McLuhan una prolongación de nuestro cerebro y las redes sociales de nosotros mismos o, puede, que de nuestro alter ego.

Como todos ya sabemos, la democratización del wifi ha hecho que los cimientos de los medios de comunicación tiemblen. De la nada han perdido influencia, sepultados bajo una montaña gigante de blogs y canales de YouTube. Aunque han tardado, hoy en día los vídeos o canales promovidos por grandes productoras pueden competir con influencers o youtubers. Un ejemplo es el despliegue en redes sociales que realizó la productora de Operación Triunfo en su edición de 2017.

Somos multiplataforma y esto significa que los contenidos pueden diversificarse. Ya no se ve todo en tu programa de televisión favorito, sino que, además, tienes contenido extra o relacionado en las diferentes redes sociales. Es lo que se conoce con el término narrativa transmedia, para hacer referencia al contenido que se desarrolla en múltiples plataformas. Es decir, si antes veías una hora que duraba el programa, ahora ves una hora de programa, otra de vídeos extra y otra hora más para cotillear el Instagram de los concursantes.

Lo transmedia ha invadido todo. Los youtubers, de nuevo, son un gran ejemplo de esto. Cuando en 2012 comenzaron a ganar dinero de verdad haciendo vídeos fueron el foco de atención. Acabaron yendo a cadenas de televisión a hablar de esta nueva profesión que tanta inquina suscitaba en los medios tradicionales, acabaron publicando libros en grandes editoriales, haciendo música y hasta series de televisión.

Pero por mucho que algunos se hayan empeñado en que las redes sociales sean parte del futuro de la ficción, parece que nadie encuentra la forma de hacerlo bien como para que se convierta en un formato fuertemente asentado y con tirón. Y cuando digo nadie me refiero tanto a la vieja escuela (medios tradicionales) como a la nueva (internet y redes sociales).

Es cierto que ha habido webseries con éxito relativo como Malviviendo (2008), La niña repelente (2009), Cálico Electrónico (2004) o Qué vida más triste (2008). Si hay algo que todas tienen en común es que se desarrollaron durante la primera década de los 2000, quizá un momento más propicio para este tipo de contenido y justo antes de que apareciese Instagram en 2010 y volviera loco a todo hijo de vecino con sus fotos impostadas.

¿Por qué no fue suficiente el camino que abrieron estas series? ¿Por qué otras series estrenadas en internet como Paquita Salas o Looser, de Soy una pringada, sí han tenido más éxito y respaldo de grandes compañías, como Netflix en el primer caso? La respuesta es muy sencilla. En YouTube se rige el libre mercado, se sube contenido y tú eliges si quieres verlo o no. Flooxer, donde se estrenaron estas dos últimas, pertenece a una suerte de oligopolio, ya que es una plataforma que se integra en el organigrama de Atresmedia, que tiene más empaque y más medios que cuatro chavales grabando los capítulos de una serie en su habitación. Esto sumado a la necesidad imperiosa de los medios de conectar con el público más joven, que ya apenas ve la televisión tradicional, ha hecho que las grandes cadenas hayan acudido a youtubers como Soy una pringada para hacer contenido y conseguir así más audiencia joven.

Todos sabemos que el modelo de Netflix o HBO se basa en internet y funciona. ¿Qué es lo que falla realmente en el caso concreto de las redes sociales?

Lo primero es que se han intentado desarrollar formatos de ficción en las redes sociales y la autoficción es mucho más protagonista cuando se trata de Twitter, Instagram o YouTube. Absolutamente todos los perfiles de todas las personas de todas las redes sociales pueden considerarse autoficción: nos basamos en nuestras vidas para narrar una historia, que resulta ser una parte muy sesgada (y, en ocasiones, falsa) de nuestra realidad. Pero todos nos sentimos cómodos con esto, es como una especie de regla implícita que se asume al subir la primera foto o publicar la primera línea online.

Manuel Bartual fue uno de los primeros en España en contar una historia de autoficción en Twitter. La historia de que había encontrado a su doble en el hotel donde pasaba las vacaciones se hizo viral y le valió para, ya en 2018, desarrollar RedMonkey, esta vez de pura ficción, también en Twitter. No solo Bartual y Modesto García crearon la historia, sino que contó con la colaboración de Samsung y consiguió crear un hilo interactivo con cuatrocientos cincuenta millones de impresiones y con un despliegue de medios que dejó a todos los tuiteros boquiabiertos.

Aunque fuese toda una hazaña, ¿qué queda hoy de esto? Tuvo mucha repercusión en su momento, quizá a Bartual y Modesto les sirva para embarcarse en otros proyectos, pero no para crear una serie de éxito y con continuidad en Twitter.

El Rubius, uno de los influencers más importantes de todo el mundo, anunció que hacía una serie de televisión a partir de sus cómics. Genial, un youtuber haciendo una serie, fantástico, pero… un momento, ¿por qué en lugar de emitir la serie en su canal de YouTube, que tiene una audiencia avalada por más de treinta millones de personas, la serie la produce y la emite Movistar?

Habría quedado muy redondo que la serie de El Rubius fuera parte de su mundo y contribuyera a que se desarrollasen nuevos formatos en las redes sociales, pero nadie quiere arriesgarse en internet y El Rubius, con sus treinta y cinco millones de suscriptores, sigue siendo más pequeño que una empresa del calibre y la difusión de Movistar.

He aquí el segundo problema: internet es volátil y efímero. Hoy está y mañana ¿quién sabe? Nadie quiere apostar de verdad y, si lo hacen, es para sacarlo de las «cloacas» de internet y llevarlo a los medios convencionales donde, previsiblemente, va a llegar al público adulto (bueno para el influencer) y va a atraer a la cadena a público joven (bueno para la cadena).

En Instagram también se han intentado hacer series. El Corte Inglés creó la serie Pipol in da house, pero era más una estrategia de marketing para atraer a potenciales clientes jóvenes que un producto creado simplemente con el ánimo de hacer ficción. Entre finales del año pasado y principios de este, la productora Plano a Pplano apostó por su serie La pasionaria millennial, para ser estrenada íntegramente en Instagram, con capítulos de tan solo un minuto de duración. Llegaron a tener dieciséis mil seguidores, algo que no está mal, pero que no es nada si se compara con los más de quinientos mil seguidores de María Herrejón, influencer y una de las protagonistas de la serie junto con Belinda Washington. Eso sí, cada capítulo fue reproducido entre ciento cincuenta mil y tresciental mil veces. No son malas cifras y, de hecho, se va a hacer una nueva temporada, pero ¿significa esto un triunfo real? ¿Por qué las series en las redes sociales no llegan a la repercusión de la televisión generalista o de las plataformas como Netflix y HBO?

Quizá simplemente no se haya encontrado el formato propicio. Aunque, por otra parte, parece que la gente, en general, no está interesada en ver ficción pura en estos entornos.

Si algo tienen de genuino las redes sociales es que muestran la vida cotidiana de las personas, con más o menos grado de verdad. Por este motivo el usuario medio no va a las redes sociales en busca de historias porque para eso ya están los libros, la música, Netflix o HBO. Va a Instagram a desestresarse, a ver cómo otros viven sus vidas y a validar su forma de vivir o detestarla más aún al compararse con los demás. Instagram no es más que un escaparate, por lo que encontrar algo que requiere de más esfuerzo mental y de un seguimiento durante semanas o meses para verlo desde el móvil no está bajo demanda.

Vivimos rodeados de fakenews y mentiras socialmente aceptadas en las redes sociales, lo último que quieren los consumidores de ficción es no saber qué es lo que están viendo. Por eso, el yotuber, Goorgo recibió un aluvión de críticas cuando reconoció que la historia que había contado en su canal, sobre cómo atrapó en Rumanía al tío que le había robado su iPhone, había estado totalmente orquestada porque quería llevar algo diferente a la plataforma.

En las redes sociales los usuarios buscan costumbrismo y verdad, aunque sea una verdad sesgada y más cercana a la mentira, pero verdad al fin y al cabo, y, a día de hoy, no parece que se haya encontrado una forma propicia de llevar la ficción pura a las redes sociales.

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4 Comments

  1. Interesante reflexión ??

  2. Da para pensar esas conclusiones inquietantes de Marshal McLuhan. A una primera lectura pareciera que terminaremos dentro de un gran sistema “cognitivo neuro electrónico” interconectado. ¿Y por qué la ficción no podría triunfar en las redes sociales? A mi me parece que ya ha triunfado, solo que, como bien lo aclara la autora, internet es volátil y efímero: como la forma con la cual nos llega la información, una especie de ficción debido al hecho de que alguien la narra y en espera de la volatilidad y lo efímero que no falla jamás. Volátil y efímero, como nuestra condición de Humanidad vista desde una escala cósmica. Gracias por la lectura.

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