Como a Rosario le pegaron un tiro a quemarropa mientras le daban un beso, confundió el dolor del amor con el de la muerte. Pero salió de dudas cuando
despegó los labios y vio la pistola.
Rosario Tijeras, Jorge Ramos Franco, 1999.
Las fronteras siempre han sido territorios inestables, evanescentes y, por ello, fuente inagotable de conflictos entre las instancias implicadas en las lindes. Los litigios son consuetudinarios entre los vecinos. Toda frontera es un campo minado y, con el paso del tiempo, un lugar que abonan los cadáveres de los caídos en la batalla. Nada que ver con la tranquila vida de los márgenes, esos espacios ajenos a la importancia de las cosas.
Una frontera muy problemática es la que intenta separar la realidad de la ficción, donde conviven en una turbulenta paz los blancos con los negros y con mestizos varios.
Pero ¿qué vamos a decir de nuevo sobre la necesidad de la novela para interpretar la realidad o sobre que la ficción sea una variedad de la micción? En esta frontera la batalla será tan longeva como lo sea el ser humano.
Pero hay otra raya aún más virulenta y conflictuada: la que separa la vida de la muerte, la que separa el todo de la nada y la que, cuando hablamos de eutanasia, puede transformar un bel morir en un homicidio. Así, bajo la apariencia inocente, esotérica y extravagante que sugieren las llamadas Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), los médium y otros demiurgos del más allá se esconde una pelea a navaja entre militantes religiosos, agnósticos y ateos.
La separación entre la vida y la muerte, las vivencias de personas que dicen haber muerto y resucitado, las dudas acerca de la existencia del espíritu y de su composición o la esencia de la conciencia humana son problemas tan complejos y de tanta relevancia en nuestra vida social que solo deberían ser objeto de abordajes trazados por el método científico. Pero, como es sabido, todo acontecimiento capaz de generar una revolución emocional en el ser humano se transforma rápidamente en objeto de deseo de las disciplinas que viven de conseguir que el espectador sienta que vive sobre una bomba de relojería. El cine y la literatura y, con frecuencia, los medios de comunicación explotan con fervor el yacimiento de las incertidumbres que separan la vida y la muerte, con la ayuda puntual de algún científico, caso de Carl Gustav Jung. Los médium de Woody Allen son inquilinos estables en sus películas, aunque siempre desde la comedia y para ridiculizar a estos charlatanes seudocientíficos. Tendríamos que remontarnos a las tragedias griegas para dar cuenta de la evolución de estos temas desde la literatura, pero, ya en la modernidad, tal vez el filósofo y ensayista Swedenborg (tan citado por Borges) y el novelista Charles Dickens se encuentren entre los más conspicuos espiritistas. La lista de creadores interesados en interrogarse por el más allá desde el aquí y ahora es interminable.
Pero ha sido la película Más allá de la vida (Hereafter), dirigida por el genial Clint Eastwood en el año 2010, el acontecimiento cultural que ha devuelto el debate sobre si hay vida después de la muerte, sobre lo sobrenatural, al primer plano de la actualidad. Posteriormente, en el año 2012, el neurocirujano Eben Alexander publicó su libro La prueba del cielo, donde relata sus experiencias vividas tras una semana en coma. Su trabajo mereció la portada de la revista Newsweek junto a un titular ahíto de gloria: «Heaven is real». Película y libro son reflejo de que la posibilidad de que haya vida después de la muerte es un debate frecuente en la sociedad estadounidense: el profesor de Filosofía John M. Fischer recibió más de cinco millones de dólares de la Universidad de Riverside para estudiar dichas experiencias perimortem en profundidad y Sam Parnia, intensivista de la Universidad de Cornell, dirige desde 2008 el Proyecto Resurrección y la Horizon Research Foundation, dedicada a los mismos temas aunque con la intención de demostrar la falta de interés de las ECM.
Por la grandeza de su autor y por el impacto causado habitualmente por sus obras me interesa sobremanera la película de Clint Eastwood. He revisado casi todas las entrevistas que el exalcalde de Carmel concedió con motivo del rodaje de Hereafter y no encuentro una explicación para que esta cinta figure en su filmografía. No hay un interés previo ni posterior de Eastwood por estos temas y el que sufriese un accidente de avión con veintiún años parece un argumento escaso para justificar su implicación en un asunto tan morboso. Un proyecto que le llegó, vía Spielberg, a partir de un guion del oscarizado Peter Morgan, quien tampoco es capaz de concretar en las entrevistas que concedió razones solventes que justifiquen un guion tan respetuoso con el esoterismo y los universos paralelos: Morgan dice que lo escribió porque le impresionó mucho la muerte de un amigo y que le fascinó un libro de una periodista que quería contactar en el mas allá con una hermana que falleció muy joven. Cierto que Más allá de la vida no es una película que haga un proselitismo explícito de la experiencia religiosa, pero sí que desprende un intenso aroma a que nuestra muerte no será el final de nuestra existencia. Blanco y en botella. Hereafter es un trabajo muy extraño de Eastwood, genial creador de personajes fríos, inhóspitos, marcados por destinos insalubres pero nunca apegados al misal.
La Experiencia Cercana a la Muerte (ECM) es una expresión creada en 1975 por el psiquiatra Raymond Moody Jr. en su libro Vida después de la vida, que fue un éxito de ventas y lanzó al estrellato a su autor. Por ECM, Moody entendía toda la serie de experiencias psíquicas experimentadas (y no solo vistas) durante estados alterados de la conciencia. En general, las personas que experimentan estos fenómenos han perdido la conciencia, no responden a estímulos, pero no tienen por qué estar en un peligro de muerte inminente. La duración del fenómeno no se relaciona con la intensidad de la experiencia ni con la riqueza de las percepciones. Es un fenómeno netamente subjetivo, explica Davide Vaccarin, investigador médico italiano en su libro Visione premorte, NDE (2011). Actualmente no hay ningún método de investigación ni morfológico ni funcional que nos permita demostrar la existencia de una ECM. Estamos, pues, ante un fenómeno del que solo tenemos noticias por las palabras de la persona que lo experimenta, pero que es irreproducible de cara a estudios experimentales controlados. En relación con el contexto, las ECM suceden en un 10 %-12 % de sujetos que han experimentado una pérdida de conciencia por un paro cardíaco, un politraumatismo, una hemorragia o cualquier tipo de shock. Se ha estudiado sobre todo en personas con un paro cardíaco, pero son los traumatismos craneales los accidentes más vinculados. Las ECM pueden presentarse en cualquier tipo de persona, independientemente de factores individuales, culturales o religiosos. Sigue sin haber una explicación plausible y unánimemente aceptada para explicar las ECM, pero casi todos los investigadores coinciden en señalar dichas experiencias como resultado del sufrimiento neuronal a causa de la falta de oxígeno y la descarga de endorfinas consecutiva a la situación de estrés que supone para una persona intuir que su vida se acaba.
Los fenómenos que Moody aglutinó bajo el concepto de ECM y que han sido confirmados por investigaciones posteriores incluyen: la conciencia de estar muerto, sensaciones placenteras, experiencia de contemplar el propio cuerpo desde fuera, un viaje por un túnel con una luz blanca al fondo, aparición de paisajes «celestiales» y coloreados, encuentro con seres queridos fallecidos, sensación de hacer un balance vital y de estar en una frontera que, si se cruza, significará que todo habrá acabado. Como vemos, gran parte de estas vivencias aparecen también ligadas con frecuencia al consumo de ciertas drogas psicotrópicas y en trastornos disociativos, vulgarmente llamados «disociaciones histéricas».
Ya vemos lo mucho que da de sí la frontera entre la vida y la muerte. El concepto de «muerte cierta» incluye: el cese de la función respiratoria (apnea en auscultación o en electromiograma), el cese de la función circulatoria (con electrocardiograma plano después de cuarenta minutos de reanimación cardiopulmonar) y fallo del sistema nervioso (electroencefalograma plano). Es un concepto ciertamente cerrado, acotado. Contra este concepto clásico de «muerte» trabaja con fervor desde hace muchos años el cardiólogo holandés Pim van Lommel, autor de un estudio sobre el tema publicado en el año 2001 en la prestigiosa revista médica The Lancet. Van Lommel, autor del libro Conciencia después de la vida (2012), no se atreve a decir que hay vida después de la muerte, sino que hay «una conciencia» (llámalo energía…) que no desaparece cuando lo hacen las funciones cerebrales. Para este médico, que tantas reanimaciones cardiopulmonares ha visto, la muerte no sería nada más que «un cambio de conciencia». Van Lommel, que no es creyente, postula un inmanentismo metafísico para cuya explicación recurre a la física cuántica. La hipótesis de Van Lommel no busca como la mayoría de defensores de las ECM sostener la existencia del «alma humana» con lo que ello comporta en religiosos réditos. Los estudios de Van Lommel, al sugerir que hay conciencia más allá de la muerte, intentan frenar las solicitudes de eutanasia o de suicidio asistido.
Un servidor, que conoce a varias personas que han tenido alguna de estas experiencias cercanas a la muerte, no puede dejar de contemplar este debate con un gran escepticismo y una profunda tristeza. Todas estas personas que me han contado sus experiencias coinciden en ello. Todos piensan que sufrieron una alucinación producto del sufrimiento por el que su cerebro pasó durante unos segundos de sus vidas. Nada más.
Para añadir unas gotas de maldad risueña al asunto cabe recordar, según cuenta Pepe Rodríguez en su libro Morir es nada (2002), que el propio Dr. Raymond Moody, creador del concepto de Experiencias Cercanas a la Muerte en 1975 con su Vida después de la vida, del que se vendieron más de quince millones de ejemplares, renegó en 1997 de dicho libro y lo declaró nulo y vacío. En dicho año, Moody se autoeditó un nuevo libro titulado The Last Laugh (Quien ríe el último…), donde reúne todos los escritos que sus editores no le dejaron publicar durante veinte años para no acabar con la gallina de los huevos de oro que había sido su Life After Life. En una entrevista para la revista española Más Allá en 1997, Moody fue contundente: no hay ninguna prueba científica de que haya vida después de la vida. Y comenzaron a aparecer datos en contra de las ECM, como los relatos falsificados de muchos «videntes», la inclusión de experiencias de niños de ¡cinco años! o el hecho de que ningún ciego hubiese comunicado nunca una ECM. El final esperado para un vendedor de crecepelos que, recientemente y ante la caída de ventas, ha vuelto a proclamar por todo el mundo que el otro barrio existe.
No niego que en algunos estudiosos hay un interés sano en mostrar la causa fisiopatológica por la que se producen estos fenómenos. Pero tras la mayoría de los casos hay fines espurios, bien en forma de organizaciones religiosas que buscan captar incautos atemorizados, o bien como movimientos para cuestionar la eutanasia y los suicidios asistidos. Todo ello sin olvidar los importantísimos beneficios económicos que comportan los alrededores de la muerte.
Cierto que en nuestro devenir hay preguntas muy importantes sin respuesta. Y que allí donde la ciencia no alcanza a dar luz hay que convivir con todo tipo de teorías. Algunas de ellas tienen francamente difícil demostrar su utilidad, pero tampoco la ciencia es capaz de demostrar su inutilidad. Y aquí surge la oportunidad de aprovechar las zonas ciegas para sembrar tantos miedos como deseos se pretendan, que en ambos pilares se basa el gran negocio que se mueve en torno a la muerte.
Y es en este punto donde los medios de comunicación suelen dedicarse con su desconocimiento o su silencio a estimular las angustias vitales más básicas. Y a llenar de angustia la elaboración de una experiencia tan traumática como la muerte. Espero que las pinceladas previas sean suficientes para demostrar la absurdidad que se esconde tras todo este circo de las Experiencias Cercanas a la Muerte. No es de recibo hacer el Tancredo ante el tremendo impacto social que provocan truculencias del tipo del Más allá de la vida de Clint Eastwood o el Vida después de la vida del truhán Moody, porque entre ambos han convencido a millones de personas de que existe la vida después de la muerte. Tal vez la ficción no deba ser confrontada con la realidad sino con la ética.
Si fuéramos más humildes antropológicamente y aceptáramos que no somos tan especiales por el solo hecho de poseer una conciencia tridimensional, sería mucho más fácil convivir con la muerte. Se aparece y desaparece como lo harán los múltiples universos que nos rodean, asunto que, confieso, me llena de inquietud: intuir (por ahora) que la dinámica con la cual lo hacen es eterna, sin necesidad de una razón, de un principio ya que la eternidad del proceso lo excluye me presenta, además del desasosiego, el hecho de que nada o nadie tiene necesidad de nosotros. Si algo quedará de nosotros serán los elementos primordiales, que libres del espacio y del tiempo intrínsecos necesarios para crear esa imagen tridimensional de nuestra conciencia continuarán a ser eso, elementos primordiales, que podrán reunirse para formar otra conciencia de cualquier orden, pero jamás será la de su predecesor puesto que las experiencias serán distintas. Creo que nos llevaremos un gran chasco cuando nos demuestren que ese espacio tridimensional en el cual estamos inmersos que es nuestra conciencia, y que algunos tienen el don (o el castigo) de reducir a lenguaje (filósofos, científicos, artistas), no es más que eso, un volumen, especialmente visivo, parte infinitesimal del universo en ebullición al que damos razón y metas para el mero hecho de continuar a interrelacionarnos y existir como lo hacían los primeros organismos, con unas imprevisibles neuronas que nos gastan infinidad de sutiles bromas con sus conexiones: dentro de sus innumerables combinaciones, como en todo caos, también hay lugar para lo imposible, para lo fantástico, para las artes y las ciencias sobre todo.
Qué seré yo mañana, vaya a saber,
lo que me deja inquieto es lo que hice,
mal o bien.
Mal porque para nada sirvió,
y bien…, ¡diablos!, ahora que lo pienso
exactamente por las mismas razones.
En fin, negocios ontológicos que el Tiempo
ignora y por eso no tiene un Reparto
Reclamos para las cosas que extraviamos.
¡Cuánto desasosiego!, ¡cuántas contradicciones!
Por suerte que nos quedan las emociones
que del mal y el bien son infalibles censores.
Excelente lectura. Gracias.
Correcciones y uno de los tantos comentarios irónicos sobre el tema, de personajes de la Historia. Asimismo, como ha escrito el autor, estos comentarios entran a formar parte de ese «… convivir con todo tipo de teorías»
“Ma chi sano di mente puó chiedere questo cazzo di vita eterna!» (Pero quien en sus cabales puede pedir esta j… vida eterna!)
Nikita Kruschov, en el film “Morto Stalin se ne fa un altro” en respuesta a una artista que se salvó por un pelo de la venganza del dictador.
Qué será de mí mañana no tengo la menor idea,
pero la inmortalidad no me parece aconsejable,
por el aburrimiento, digo, inevitable,
además, no me gustan los funerales
y mucho menos andar al mío.
Lo que me deja inquieto es lo que hice,
mal o bien,
mal porque para nada sirvió,
y bien…, ¡diablos!, ahora que lo pienso
exactamente por iguales motivos.
En fin, negocios ontológicos que el Tiempo
ignora, y por eso no tiene un Reparto Reclamos
para las cosas que extraviamos.
¡Cuánto desasosiego! ¡Cuántas contradicciones!
Por suerte que nos quedan las emociones
Que del mal y del bien son infalibles censores.
Dice en el texto: «Y comenzaron a aparecer datos en contra de las ECM, como los relatos falsificados de muchos «videntes», la inclusión de experiencias de niños de ¡cinco años! o el hecho de que ningún ciego hubiese comunicado nunca una ECM.»
SÍ se han comprobado experiencias de ECMs en CIEGOS. Aquí un documental: ver a partir del minuto 46:00, la experiencia de Vicky Noratuk, ciega de nacimiento y sin impresiones visuales, ni en sus sueños.Tras un accidente de coche, salió se su cuerpo, y visualizó todo lo que le sucedió. El mismo Raymond Moody las corroboró. Pero para creerlo hay que dejar un margen a la magia, y no pretender un reduccionismo, en el que ya se verá quién tiene razón. Nadie tiene que enseñarte a no creer en algo; es infinitamente mejor dejar puertas abiertas!
https://www.documaniatv.com/ciencia-y-tecnologia/estuve-muerto-documentos-tv-video_808590bea.html
Del programa Documentos TV, dirigido y presentado por Pedro Erquicia. Reportaje: «Estuve muerto». 6 agosto 2008
Belén , ya se explicó que eso no es cierto, es pseudociencia. No seas tan dura de entendederas.