Arte y Letras Literatura

La incómoda literatura de posguerra de Agustín Gómez Arcos

Agustín Gómez Arcos en París. Fotografía: Editorial Cabaret Voltaire (CC BY-SA 3.0).

Autor de posguerra

Una escena descrita en María República (1976) podría resumir la obra de Agustín Gómez Arcos (Ennix, 1933 – París, 1998) y la literatura de posguerra más incómoda y deliberadamente escondida por el régimen (y los regímenes que vendrían después). En ella, una prostituta de corta edad y llamada María República, en honor a la época liberal y de apertura internacional que se vivió de 1931 a 1939, en el breve espacio que ocupó la Segunda República española, es violada, reiteradamente, a cambio de sustento sobre la bandera tricolor por parte de los tenientes y coroneles del bando nacional que pasan sus noches de borrachera y victoria en el prostíbulo en que la joven trabaja. «A joderse a la República» proclaman, y es este sentimiento de apaleamiento a los vencidos, de rencor y sed de sangre, el que plaga una bibliografía sorprendente, llena de amargura, pero también de humor, de esperpentos y dolor. La obra de un autor que no solo no fue profeta en su tierra, como se dice de los grandes, si no que durante muchos años ha compartido el mismo destino que los desaparecidos durante el franquismo: escondido en la cuneta, donde no moleste. 

Y, ya que hablamos de ejemplos, quizás la negación del Premio Nacional Lope de Vega en 1962 nos sirva también para comprender los motivos que le llevan a exiliarse. Gómez Arcos, de familia republicana, es un dramaturgo que desarrolla su labor durante la dictadura franquista y es, a todas luces, un personaje incómodo. Sus obras tocan ciertos resortes que la censura no pasa por alto, y de su total producción de casi una docena de obras, solo tres se verían estrenadas, y con importantes recortes. Quizás este golpe, el de declarar desierto el importante premio que le fue concedido por Diálogos de la herejía, junto con el que se repetiría en 1966 cuando finalmente se le reconociera este galardón por Queridos míos es preciso contaros ciertas cosas, pero se prohíbe su puesta en escena, conforman la síntesis de la idea del exilio. La España de Franco no quiere un autor polémico, por lo que este emigra a Francia a mediados de la década de los sesenta, tras un breve coqueteo con Londres.

Dice su amigo Antonio Duque Moros en el prólogo de la reciente edición de Un pájaro quemado vivo (Un oiseau brûlé vif)  por parte de la editorial Cabaret Voltaire: «Para nosotros, Londres fue descubrir el mundo. Todos los muros de contención de la España franquista se derrumbaron al llegar allí para mostrarnos lo que era la libertad, una sensación desconocida que podía respirarse en la propia calle». Una vez asentado en París, Gómez Arcos logra ver estrenadas algunas de sus piezas teatrales en el mismo café teatro en que sirve copas. Los espectadores no sospechan, entonces, que el autor de las obras que comenzaron a ganarse la popularidad estaban escritas por el mismo camarero que les atendía. El salto a la literatura, pues, parece inevitable. Su primera novela, escrita directamente en francés, es El cordero carnívoro, editada en 1975, y que rápidamente le granjea el favor de la crítica y el público. La carrera literaria de este autor en el cercano país galo sería muy diferente a la que acostumbrara en su España natal. Más de una docena de novelas publicadas le valdrían importantes reconocimientos como el finalista del Premio Goncourt, el Prix Thyde Monnier, el Prix Roland Dorgelès y la condecoración de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. Un autor español que, gracias a la dictadura, acabaría convertido en uno de los mejores autores franceses. 

Sus palabras hablan por él

Quien busque encontrará en la obra narrativa de Agustín Gómez Arcos una obsesión por las heridas sin cicatrizar de la guerra civil. Muchas de las historias perladas de derrota y sometimiento que inundan sus páginas y asfixian a sus personajes son reales: tristes anécdotas que un joven Agustín escuchaba de boca de sus padres y vecinos, condenado al seno de una familia del bando perdedor y atravesando una posguerra y dictadura que ennegreció y envenenó el país durante cuarenta años. María República, El cordero carnívoro, Ana no… las obras de Arcos versan sobre la triste vida tras la guerra civil, el llanto silencioso de una población no solo vencida, sino humillada y sometida. Quizás la amargura, como señalaba anteriormente, sea un tema recurrente en la obra narrativa del autor, pero igual de cierto es que huye de una descripción pormenorizada y, quizás, teatralizada de la miseria de la posguerra.

En la obra de Arcos, el protagonismo lo toman personajes silenciosos, como la madre que en Ana no niega su propio apellido tras perder a su marido y sus hijos en la guerra y emprende un viaje a pie hasta la cárcel «en el norte» para abrazar al único hijo que le queda vivo, preso, y encontrar así la paz necesaria para morir. O como María República, protagonista de la novela del mismo nombre, que narra desde su futuro en un convento la vida de prostituta y madre forzada de su hermano tras perder a sus padres, fusilados. Sin embargo, lo que pudieran haberse convertido en narraciones macabras, nauseabundas y famélicas, son aquí profundas voces llenas de acidez, de rencor, de cabreo. Y es que quizás sea la parte que menos se conoce sobre la posguerra, pero los vencidos no profesan siempre la tristeza propia de la derrota, pues a veces los vapores de la lucha no se apagan con la facilidad con que el régimen hubiera querido. En la lectura de sus novelas, y especialmente la recientemente reeditada Un pájaro quemado vivo (Un oiseau brûlé vif), una especie de humor esperpéntico hace su aparición y colma sus historias de una rabia imposible de ignorar. La misma rabia, si se me permite, que destilan ciertos versos de la conocida Hijos de la ira (Dámaso Alonso, 1944) que eludió la censura. Quizás porque el censor de turno no entendía nada del lenguaje poético. 

Agustín Gómez Arcos fue un autor de ideas claras (políticas y literarias). En su juventud compuso y publicó dos poemarios, uno de los cuales dedicó a su maestra e impulsora en el ámbito literario, Celia Viñas. Un género que no volvería a cultivar hasta su exilio a París (aunque brevemente). Tras su paso por el teatro y la propuesta de escribir una novela directamente en francés, dejaría de lado también este género para centrarse en la narrativa. La poesía de Arcos resulta erótica y visceral (semejante a sus novelas). Habla del amor prohibido, de la negación, de la privacidad y del sexo como acto del lenguaje. Quizás una búsqueda de su propia identidad, una homosexualidad que mantuvo en el ámbito privado y que le ocasionó no pocas disputas. 

Entre su obra en narrativa destaca, además, un sentir adelantado a su tiempo en forma y géneros. La enmilagrada nos narra la historia de una matriarca de familia, Soledad Cuervo, que dirige su pueblo con puño de hierro. Un discurso feminista en que todos los personajes son mujeres y cuenta Arcos la relación de este pequeño pueblo en una España misógina, represiva y castigada por la guerra. La figura maternal y derrotada de Ana Paucha en Ana no que pone de relieve el papel de la mujer en la guerra civil y posguerra, el valor de quienes se encuentran abandonados y sometidos por el sistema, pero también el enfrentamiento entre la mujer y su sociedad. Un discurso que se adelantó varias décadas a los temas que hoy día nos parecen rompedores. 

Claro que todo esto no sería posible sin una labor de traducción a la altura de las circunstancias. Agustín Gómez Arcos comienza a escribir narrativa en francés en torno a 1974. Un año después publicaría El cordero carnívoro. Muy pocas veces volvería a trabajar sobre borradores en castellano. Adoración Elvira Rodríguez, experta en la obra de Arcos, traduce una obra cuyo lenguaje aúna la lírica y la violencia, los dobles sentidos y la pulsión narradora de quien inventa, casi, su propio lenguaje para transmitir un misticismo propia de la España surrealista. Una labor de traducción que pasa por el conocimiento del autor, de su obra, pero también de su metodología de trabajo. Una labor de recuperación y estudio editorial de la que Miguel Lázaro, editor, sabe ya mucho. 

Una labor de recuperación 

Agustín Gómez Arcos es uno de los autores españoles más importantes y con más proyección extranjera de los años setenta y ochenta, pero no fue reconocido en nuestro país. De hecho, señala su actual editor en castellano, Miguel Lázaro, ni siquiera era conocido aquí. El año pasado el parlamento andaluz aprobó por unanimidad una comisión para difundir la obra del autor, aunque en este momento el asunto se encuentra parado por la burocracia, siempre tan ajena a los asuntos culturales. «Una novela como El niño pan», nos cuenta Miguel Lázaro, «que narra la guerra desde el punto de vista infantil, desde el lenguaje de los estudiantes, sería una lectura perfecta para escuelas. Pero ya ni siquiera leen Los girasoles ciegos, qué se puede esperar…».

«Gómez Arcos escribía a mano, llenaba varios cuadernos de espiral y los enviaba a la editorial para que fueran mecanografiados y corregidos» sigue el editor. «En el caso de María República hubo que trabajar con versiones prematuras del manuscrito y también con la obra editada en Francia. Una locura». Cabaret Voltaire, una editorial independiente afincada en Madrid (en el mismo edificio en que, en el siglo XVI, se encontraba el Estudio Público de Humanidades de la Villa de Madrid, al que asistía como alumno Miguel de Cervantes) es la encargada de recuperar a este autor en nuestra lengua. Tan solo unas pocas ediciones anteriores, una de ellas traducida por el propio Gómez Arcos en los años ochenta, habían visto la luz en nuestro país. Ahora, descatalogadas. «Me hablaron de este autor por casualidad durante un viaje a París. Yo tampoco sabía quién era. La labor de recuperación de su obra fue un poco complicada al principio, sobre todo por las reticencias de la familia.» Las traducciones de Gómez Arcos se cuentan en inglés y español, entre otros, y sus obras se estudian en liceos franceses. Se cuenta que el presidente de la república, François Mitterrand, mandaba un coche con el ejemplar recién aparecido en librerías hasta su casa para que se lo firmara. 

«En Arcos hay rabia, hay odio, hay rencor» dice su editor, «pero también hay humor, hay esperpento. Es muy especial. En la editorial le debemos mucho a Adoración Elvira Rodríguez, su traductora, sin ella no sé qué haríamos. Estamos trabajando en otro libro suyo pero cada uno nos lleva un par de años de edición. En el caso de las obras teatrales es más complicado, por tema de derechos, pero seguiremos trabajando en recuperar a este autor».

Según la editorial, Gómez Arcos es cada día más conocido y algunos de sus libros han llegado a vender varias ediciones. Ha encontrado en lectores jóvenes una aceptación que el propio autor no esperaba en España. En Francia, en 2016, se estrenó la ópera de  François Paris Maria Republica, basada en la novela del autor. En España seguimos debatiendo si sus libros entran, o no, a formar parte de las lecturas recomendadas en institutos. Mientras tanto, desde un edificio culturalmente histórico de la capital, una modesta editorial sigue recuperando del olvido a uno de los autores de posguerra más importantes que hemos tenido. 

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Un comentario

  1. Muy buena divulgación.

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