Un luchador de circo
El 13 de marzo de 1926, en Brooklyn, Nueva York, nacía un fornido varón llamado Leonardo Passaforo, heredero de los genes de una de tantas familias italoamericanas asentadas en la tierra de las oportunidades. Un chaval que no tardaría en descubrir que su constitución física era en realidad un don para ganarse el pan. A los veintisiete años, aquellos dos metros y más de cien kilos de muchacho parlanchín de la costa este se alistaron para probar suerte en el mundo del wrestling profesional en el circuito local de Nueva Jersey. Camuflado bajo el alias Zebra Kid, Passaforo descubrió que lo de repartir hostias para entretener al público no se le daba nada mal, y en cuestión de semanas ya se había hecho con el título de la competición New Jersey Tag Team en la que participó junto a otro luchador de apodo fantástico, Golden Terror.
Durante la década de los cincuenta, el italoamericano se llevó a casa otro par de títulos de wrestling, el cinturón del NWA Central States Heavyweight Championship y el de una NWA Texas Tag Team Championship donde repartió galletas junto al guerrero canadiense Gene Kiniski. Entre torneo y torneo, Passaforo aprovechó para sacarse unos dólares extra trabajando en aquel territorio laboral donde encajaba estupendamente alguien con pinta de poder deslomar a un oso: el oficio de portero de nightclubs y similares locales de ética dudosa. A la hora de subirse a los rings, el neoyorquino de nombre extranjero optó por guerrear disfrazado bajo diferentes seudónimos: Len Crosby, Chief Chewacki, Len Montana o Lenny Montana. Los dos últimos eran un homenaje a Bull Montana, un italiano que emigró a Estados Unidos siendo niño y se construyó una buena carrera como luchador de wrestling, especialista y actor de cine. A Leonardo Passaforo le parecía tan rotundo aquel apellido como para adoptarlo a la larga, y acabar dándose a conocer en la vida diaria como Lenny Montana.
En su transitar por el mundo de la lucha profesional, Montana no tardó es descubrir el gran secreto del wrestling norteamericano: que los combates estaban amañados de antemano. Por aquella época, finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, la mayor parte del público todavía no era consciente de ello y los fans de la lucha vivían con bastante pasión las desventuras de sus wrestlers favoritos creyendo que eran reales. «Se sospechaba algo, porque siempre existió un halo de misterio en torno a la lucha, y nadie estaba completamente seguro de que todo fuese real», explicaba Eddie Sharkey, un luchador y entrenador que descubrió los trapos sucios del mundillo gracias a Montana, «Si estabas dentro podías hablar de ello con tus colegas luchadores pero con nadie más, porque de hacerlo estabas muerto, completamente acabado. No se lo podías decir ni a tu propia madre, y si por tu culpa alguien comenzaba a sospechar, te despedirían de golpe. Las cosas se hacían así».
En la actualidad, cualquier persona normal que se asome un par de segundos a algún programa de la WWE no tardará en descubrir que todo lo que ocurre sobre la lona es una payasada teatral evidente. Pero en aquellos años la audiencia era mucho más crédula, y los circuitos «profesionales» de estas yoyas apostaban por un estilo realista, favoreciendo que la ilusión funcionase mejor en ciertas localidades del interior del país. Los luchadores incluso se convertían en pequeñas estrellas que, dentro del llamado Carnival Circuit, realizaban giras por los pueblecitos. Exhibiciones donde se enfrentaban entre ellos en luchas más o menos serias, retaban a los paletos borrachos del lugar o se dejaban llevar por los números más circenses: el propio Eddie Sharkey mentado más arriba, que conoció a Montana en aquellas giras, contaba que durante un tiempo su show se basó en pelearse contra un mono babuino para disfrute del público: «Se llamaba Congo the Ape. Ese pequeño hijo de puta era muy rápido y tenía las uñas afiladas. Me arañó un par de veces, y el promotor siempre me chillaba “¡No te tumbes sobre el mono!”. Le importaba una mierda yo, lo que quería era que no le hiciera daño a su babuino».
Durante los primeros sesenta, Montana se ganó la vida en aquellos circuitos locales y continuó presentándose a competiciones para llenar su estantería con más títulos, presuntamente amañados pero oficiales, junto a compañeros de equipos con nombres tan coloridos como Gipsy Joe, Hard Boiled Haggerty o Tarzan Tyler. Por el camino se rompió algunos huesos, porque aquello estaría amañado pero no dejaba de ser peligroso, y acabó convertido en una figura potente de la lucha cuyos eventos, donde se partía la cara con otros wrestlers famosos como Eddie Graham, colgaban el letrero de localidades agotadas con facilidad. Pero el hombre comenzó a aburrirse de las peleas y a barajar la posibilidad de encaminar su carrera hacia otras alternativas laborales. Por una parte, Montana ansiaba colarse en el mundo del cine y, de manera paralela a sus combates, tenía contratado a un agente en busca de algún papel interesante como actor para el wrestler, algo con lo que poder infiltrarse en Hollywood. Por otro lado, el mundo del crimen organizado le había echado el ojo a aquel mostrenco porque parecía tener la madera adecuada para construir un buen matón. Lo que el Montana todavía no sabía es que ambas faenas, la artística y la mafiosa, acabarían enredándose entre ellas.
Una familia
Tradicionalmente, cinco agrupaciones italoamericanas han dominado el crimen organizado de la Cosa Nostra en Nueva York: la familia Bonanno, la familia Colombo, la familia Gambino, la familia Genovese y la familia Luchese. Lenny Montana, el luchador que quería convertirse en estrella de cine, fue fichado por los Colombo a finales de los años sesenta para ejercer como esbirro según los intereses de la mafia. El hombre resultó ser especialmente útil sirviendo como matón con el que arreglar asuntos turbios, y su creatividad a la hora de prender fuego a negocios y locales le convirtió en una especie de McGyver incendiario: el propio Montana explicaba que para hacer arder un establecimiento solía atar tampones, untados en keroseno y en llamas, a las colas de ratones antes de soltarlos a corretear por el lugar. Y también que otra de sus técnicas se basaba en colocar una vela encendida frente a un reloj de cuco para que, a la hora señalada, el pajarito mecánico derribase la vela sobre alguna pila de objetos potencialmente inflamables.
Sus actividades durante aquellos años acabaron siendo recompensadas con una temporada durmiendo entre barrotes en la prisión de la isla Rikers. Tras cumplir la condena, la familia de los Colombo le agradeció su fidelidad ofreciéndole un nuevo empleo como guardaespaldas de ciertos miembros importantes de la estirpe mafiosa.
Un padrino
La película El padrino tuvo una gestación realmente complicada, una que provocó el enfrentamiento de dos fuerzas monstruosas: los productores de Hollywood y los intereses de la mafia. La cinta estaba basada en un inesperado best-seller firmado por un italoamericano regordete llamado Mario Puzo. Un libro que fue parido a la desesperada por un Puzo que necesitaba vender el manuscrito para saldar sus deudas de juego y cuyo contenido se cocinó, irónicamente, entre las mesas de apuestas a las que acudió el escritor para sonsacar información a los miembros del entramado mafioso.
En un principio, en Paramount Pictures no tenían mucho interés por la película porque el cine sobre gánsteres acostumbraba a pegársela en taquilla. Pero uno de los ejecutivos del estudio, Robert Evans, creía haber dado con la solución: contratar a un equipo de auténticos italoamericanos para encargarse del film, gente que hiciesen un film tan auténtico como para que el público pudiese «oler los espagueti». Se colocó a Al Ruddy (que no era italiano) como productor y al italoamericano Francis Ford Coppola, un realizador poco conocido y sin pasta que en principio rechazó la oferta, al mando de la dirección. La cosa pintaba bien, con Puzo y Coppola escribiendo el guion y entendiéndose con facilidad: «Puzo era un hombre maravilloso», explicaba Coppola, «Cuando yo incluía una línea en el guion explicando cómo se preparaba la salsa, escribía “Primero hay que dorar el ajo”. Y Puzo lo tachaba y escribía encima un “Primero fríes el ajo, los gánsteres no doran”».
Los problemas para la producción comenzaron cuando la nafia se enteró de que la película estaba en marcha y, más concretamente, cuando la Italian-American Civil Rights League (Liga Italoamericana por los Derechos Civiles) convirtió al futuro film en el principal objetivo de sus boicots. Aquella liga, que inicialmente había nacido bajo el nombre Liga Antidifamación Italoamericana, era una organización que proclamaba defender el buen nombre de los italianoamericanos y erradicar todos los estereotipos peyorativos. Una meta que parecía muy loable, hasta que uno se fijaba bien y todo comenzaba a chirriar de golpe: aquella liga había sido fundada por Joseph «Joe» Colombo, el jefe de la familia Colombo, para putear a ese FBI que perseguía y le apretaba los huevos al crimen organizado. Mientras otros capos preferían mantenerse al margen, a Colombo le iba la marcha: su liga recaudaba miles de dólares, pretendía eliminar la palabra «mafia» del país («¿Mafia? ¿Eso qué es? No existe la mafia ¿soy el jefe de una familia? Sí, mi esposa mis cuatro hijos y mi hija, esa es mi familia» explicaría a la prensa) y entre los simpatizantes del movimiento se encontraban estrellas como Frank Sinatra.
La Italian-American Civil Rights League la tomó con los responsables de El padrino y aquellos comenzaron a temer por sus vidas. Sabiéndose observado, el productor Al Ruddy adquirió la costumbre de cambiarse el vehículo habitualmente con su asistenta, Bettye McCartt. Hasta que una noche la mujer se encontró el coche de Ruddy, a quien se lo había intercambiado por la tarde, tiroteado en el exterior de su propia casa, tras escuchar aterrada varios disparos junto a su familia. Algún desconocido había tenido el detalle de dejar sobre el carro agujereado una nota (dirigida al productor, no a McCartt) sugiriendo que El padrino no siguiese adelante con su rodaje.
Cuando el casting ya estaba ensamblado, Robert Evans recibió una llamada del mismísimo Joe Colombo que decía así: «Esto es un consejo. No queremos partirte tu preciosa cara o hacerle daño a tu recién nacido. Vete de la puta ciudad, no ruedes una película sobre la familia». Como la cosa se estaba yendo de madre, Ruddy acordó reunirse con Colombo personalmente para tratar de llegar a un acuerdo. Tras un encuentro muy tenso, el productor logró convencer a Colombo de que la película no pretendía degradar a la comunidad italoamericana y ambos hicieron un trato: el capo y los suyos permitirían que la película se filmase si las palabras «mafia» y «Cosa Nostra» no aparecían por la pantalla, supervisando tanto el guion como el rodaje y efectuando cambios en ellos en caso de considerarlo necesario. Ruddy se comprometería también a contratar a miembros de la pandilla mafiosa como parte del equipo técnico o a modo de consejeros y aceptó donar los beneficios del día estreno a la Italian-American Civil Rights League de Colombo como gesto de buen rollito (algo que finalmente no llegó a ocurrir). El acuerdo se selló estrechando las manos. «Prefiero llegar a un pacto con un mafioso que cierra el trato estrechándote la mano, a hacerlo con uno de esos abogados de Hollywood que al minuto de firmar un contrato contigo ya están pensando en cómo joderte», matizaba el productor.
Colombo organizó una rueda de prensa sobre la alianza entre la Italian-American Civil Rights League y los productores e invitó a Ruddy a participar en ella, algo que al productor le pareció buena idea en un principio. «A la mañana siguiente una foto mía, participando en una rueda de prensa junto a varias figuras del crimen organizado, estaba en la portada de The New York Times», recordaba el pobre hombre. El dueño de la Paramount, Charlie Bluhdorn, se enteró del trato con los mafiosos leyendo el The New York Times y, cabreadísimo, mandó a tomar por el culo la producción y a Ruddy en particular. Pero Evans logró hacerlo recular en aquella decisión al convencerle de que la alianza con Colombo y su liga sería beneficiosa para la película. Tras el acuerdo con la mafia que no quería que nadie pronunciase la palabra «mafia», todas las amenazas contra los responsables de El padrino cesaron por completo.
Un rodaje
Llegar a un trato con Joe Colombo animó bastante el ambiente que reinaba en el rodaje. De repente, el set estaba salpicado de miembros de la mafia currando en la producción, gánsteres que se asomaban por el lugar para ver cómo iba la cosa, actores que aseguraban tener conexiones con el crimen organizado para conseguir un papel y capos peligrosos que se presentaban en la caravana de Marlon Brando para decirle cuánto le admiraban e invitarle a comer pasta. «Éramos una gran familia feliz. A todos nosotros nos caían bien estos personajes de los bajos fondos y, obviamente, los bajos fondos adoraban a Hollywood», contaba Ruddy.
Un día, un poderoso miembro de la familia Colombo apareció por el rodaje flanqueado por dos enormes guardaespaldas. Uno de aquellos armarios era Lenny Montana, y su aspecto y dimensiones no tardaron demasiado en llamar la atención del productor y del director. Coppola y Rudy andaban buscando a alguien para interpretar el papel de Luca Brasi, un despiadado sicario de Don Corleone (Brando) en la trama, porque al actor que tenían inicialmente contratado le dio por morirse. Y aquel gorila italoamericano con pinta de luchador de wrestling se les antojaba ideal para cubrir la vacante. Montana se hizo con el papel, pero no se deshizo de sus nervios y cuando le tocó recitar su frase ante Brando, a quien admiraba como actor, lo hizo de manera desastrosa. Ocurrió que a Coppola le enterneció aquella inseguridad por parte del gigante y decidió añadirla a su personaje, escribiéndole para la ocasión una escena adicional previa donde Luca Brasi aparecería ensayando nervioso las frases que pronunciaría ante el Don.
Montana no disfrutó de mucho tiempo en pantalla, porque a Brasi se lo cargaban en la trama, pero su paso por la producción dejó unas cuantas anécdota curiosas: cuando a Coppola se le ocurrió preguntarle si sería capaz de manipular un arma en pantalla de manera realista, el luchador le contestó con un bastante directo «¿Estás bromeando?». Y cuando Montana se dio cuenta de que a Bettye McCartt se le rompió un reloj barato, le inquirió a la mujer por el tipo de relojes que le gustaban. Ella contestó bromeando con un «Me encantan los relojes antiguos con diamantes, pero supongo que simplemente me compraré otro de estos de quince dólares». Una semana después, Montana se presentó ante McCartt con un regalo envuelto en un puñado de pañuelos y le dijo «Los chicos le envían esto, pero no lo lleve puesto en Florida». McCartt desenvolvió el paquete y se encontró lo inevitable: un reloj antiguo con diamantes.
Un ajuste de cuentas
A mediados de junio de 1971, Coppola y Al Pacino rodaban unas cuantas escenas de la película en el centro de Nueva York. Una semana después, el 28 de junio, en Colombus Circle y a poca distancia de donde se había estado filmando El padrino, a Joe Colombo le metieron tres tiros en la cabeza ante miles de personas cuando asistía a una manifestación convocada por su Liga Italoamericana por los Derechos Civiles. El sicario que efectuó los disparos, Jerome A. Johnson, fue abatido en el acto, y Colombó salvo la vida por poco pero quedó convertido en un vegetal y confinado en un hospital para el resto de su vida, muriendo siete años más tarde. Aquello evidenciaba que a ciertos jefazos del mundo del crimen no les hacía demasiada gracia el bombo que Colombo le estaba dando a sus empresas, y el tiroteo se convirtió en el comienzo de una cascada de ajustes de cuentas entre familias. Crazy Joey Gallo, el supuesto responsable de haber planeado el atentado contra Colombo, sería asesinado meses más tarde. Y la Italian-American Civil Rights League se disolvería con similar rapidez, porque a sus miembros no les hacía especial ilusión la idea de acabar coleccionando plomo en la cabeza.
En el rodaje de El padrino los responsables de la película estaban flipando, el hombre con el que habían hecho un trato para estrenar su película en paz había sido ajusticiado en público mientras el film aún estaba en producción. El director y los productores, unas cuantas semanas antes, habían estado bromeando sobre cómo en aquella época las grandes familias de mafiosos ya habían dejado de matarse entre ellas.
Un actor
El pequeño pero vistoso papel de Montana en El padrino logró llamar la atención de los ojeadores del mundo del cine y le abrió la puerta a su oficio soñado. El hombre tan solo había participado con anterioridad en una película de Elvis Presley, Cambio de hábito, con un rol tan secundario como para ni siquiera figurar en los créditos. Pero su Luca Brasi propició que participase en una parodia italiana de El padrino titulada L’altra faccia del padrino y que a partir de entonces comenzasen a ficharlo para diferentes producciones, normalmente en papeles a juego con su físico. Se paseó por la televisión en The Sixth Sense, Investigación, Strike Forcé, Magnum P.I., Contract on Cherry Street (una tv-movie protagonizada por Sinatra) y Kojak. Y por la gran pantalla en películas como Melodía para un asesinato, Super Rocky, Un loco anda suelto, Patty, They Went that-a-way & that-a-way, Seven (1979), Defiance, La furia de Chicago (una de tollinas con Jackie Chan a la cabeza), Below the Belt, Chicas con gancho, Desmadre en las aulas, El legado del diablo y Melodía sangrienta. En realidad, nada especialmente memorable para un actor profesional, pero algo que era mucho más que suficiente para las ilusiones de un italoamericano de Brooklyn que, al tiempo que trabajaba para la mafia, soñaba con actuar ante las cámaras de Hollywood.
Lenny Montana murió de un ataque al corazón en 1992, en Nueva York, diez años después de haberse retirado del mundo del espectáculo.
Uno de los nuestros
Mario Puzo se cuidó de no mentar en su novela El padrino a ninguna familia del crimen organizado existente en el mundo real (Colombo, Bonanno, Gambino, Genovese o Luchese), pero a cambio ideó cinco clanes equivalentes: la familia Corleone, la familia Tattaglia, la familia Barzini, la familia Cuneo y la familia Stracci. La película de Coppola, estrenada en 1972, reutilizó aquellos apellidos de ficción en la gran pantalla.
El napolitano John «Sonny» Franzese es uno de los capos más importantes del crimen organizado, y a sus ciento dos años está considerado como el gánster en activo más viejo del mundo. En su currículo, aparte de los tejemanejes mafiosos, también figuran cosas tan llamativas como haber sido productor de La matanza de Texas, This Thing of Ours (una cinta sobre un grupo de mafiosos planeando un golpe) o el clásico del cine porno Deep Throat. En la actualidad Sonny sigue ejerciendo como jefazo importante de la familia Colombo, pero lo de su hijo, Michael Franzese, es otro cantar, uno mucho más religioso. Michael también fue un importante miembro del clan Colombo, un puesto desde donde se dedicó a extorsionar, amañar, falsificar, participar en «algunas actividades violentas», formalizar dudosos negocios con la mafia rusa y estrechar lazos con el ostentoso John Gotti, aquel jefe de la familia Gambino conocido popularmente como «The Dapper Don». La fortuna y negocios de Michael Franzese no tardaron en popularizar su figura, la revista Vanity Fair lo etiquetó como «uno de los mafiosos con mayores ingresos desde Al Capone» y su nombre se menciona de pasada en Uno de los nuestros de Martin Scorsese. A mediados de los ochenta Michael ingresó en la cárcel, y mientras meditaba entre rejas decidió reconvertirse por completo para llevar una vida normal. En el 94 salió de prisión, renunció al crimen organizado, abrazó el cristianismo, se mudó a California y comenzó a coleccionar amenazas de muerte en su buzón. En la actualidad da charlas motivacionales y su padre estará encantado con todo eso.
Entre sermón y sermón, Michael también ha tenido tiempo para hablar de cine. Asegura que «Scorsese lo pilló todo bien» y también que Donnie Brasco ofrecía una imagen bastante veraz de las mafias italianas neoyorquinas. Y recuerda que El padrino sigue siendo la película favorita para los gánsteres del mundo real porque «Seamos sinceros, nos hace parecer geniales», remarcando que además en la propia cinta participaba Lenny Montana, «alguien que era uno de los nuestros». A la hora de hablar de Los Soprano, Franzese reconocía que las mafias no procesaban la misma devoción por la serie que por las películas ya mentadas: «Tony Soprano estaría en el maletero de una camioneta antes siquiera de haber concluido su primera sesión con el psiquiatra».
La cultura pop convirtió a las mafias de raíces italianas en parte de la leyenda y el folclore de la ciudad de Nueva York. Con el paso de los años, lo que inicialmente fue una realidad incómoda acabó transformándose poco a poco en anécdota hasta el punto de que en la actualidad la gente considera a dichas organizaciones cosa del pasado, pese a que siguen en activo. En 2011, y como colofón de una compleja operación de investigación, la policía de Nueva York arrestó a una tropa de ciento veintisiete personas relacionadas con el crimen organizado en la urbe. Entre ellas se encontraban personalidades con renombre de aquella familia Colombo que acogió a Montana, y también miembros activos importantes de los otros cuatro clanes mafiosos.
En cierto momento, aquellas familias italoamericanas llegaron a tener un control y poder desmesurado, con hilos que se extendían entre las bambalinas de la política y el mundo del entretenimiento. Pero la presión policial les recortó bastante las alas durante las décadas de los ochenta y noventa, unas etapas en las que se realizaron numerosas detenciones y arrestos. En 1992, John Gotti, jefazo de los Gambino, fue condenado a prisión de por vida tras unos cuantos años asesinando, extorsionando, traficando, evadiendo impuestos, organizando apuestas ilegales y llevando a cabo todo tipo de actividades poco sanas. Gotti la palmaría en una prisión de Misuri en 2002, por culpa de un cáncer de garganta, en una época en la que la mafia estaba mucho más tocada pero no extinta por completo. La entrada en los 2000 supuso un cambio curioso en las prioridades de seguridad del país: tras el atentado del 11-S, el FBI decidió centrarse en reestructurar sus equipos para trasladar a la mayor cantidad de personal posible a combatir el terrorismo, aflojando aquella soga colocada alrededor del cuello de los mafiosos de toda la vida. Selwyn Raab, periodista experto en la mafia, explicaba cómo, durante aquellos años, en el FBI los equipos encargados de perseguir a las cinco familias criminales pasaron de estar formados por cuatrocientos agentes a tener a su disposición a tan solo una mísera veintena. Pese a que los chanchullos mafiosos parece que ya no son lo que eran, desde la policía de Nueva York siguen advirtiendo de que la cosa no se ha extinguido por completo: «Condenar, en numerosas ocasiones, a diferentes jerarquías de las cinco familias nunca ha logrado erradicar el problema […] La creencia de que el crimen organizado ha sido eliminado en realidad es un mito».
En marzo del 2019, Frank Cali, jefazo de la familia Gambino, recibió seis tiros frente a su casa de Staten Island en Nueva York, a poca distancia de una residencia que sirvió como morada en el celuloide para Don Corleone durante el rodaje de El padrino. La ficción insinuó así que gustaba de tontear con el mundo real a la hora de difuminar las fronteras que separan ambos territorios, pero muchos años antes un luchador de wrestling con escasa luces ya había demostrado que todas aquellas líneas se entrelazaban y enredaban habitualmente. Porque existen crímenes peliculeros que jugaban a imitar la realidad, pero también criminales reales, con una vida que bien podría protagonizar una balada, que acaban haciendo historia en el mundo del cine mientras tartamudean por culpa de los nervios ante Marlon Brando.
y su padre estará encantado con todo eso…»
Jajaja
Muy buen artículo, como de costumbre.
Enhorabuena.
Magnífico artículo.
Sabía de Lenny Montana como luchador y actor en El Padrino, pero no que durante años fuera un mafioso «de verdad». Por cierto, muy hábil Coppola aprovechando su tartamudeo…la verdad es que en pantalla quedaba muy auténtico.
He disfrutado con el articulo, felicidades al autor.
Cuando se estrenó la película «El padrino» no pude verla pues era un niño, ni siquiera sabía de su existencia, salvo por su maravillosa banda sonora. Recuerdo de manera entrañable como la tarareaba mi «tata» Ani, que era mucho más que nuestra asistenta pues se convirtió en nuestra segunda madre al vivir en casa y criarnos a todos los hermanos como si fuéramos sus hijos.
Pude ver la mencionada película allá por los ochenta, ya con una edad suficiente para poder asimilar las escenas más fuertes de violencia y crueldad.
Su comienzo me pareció muy auténtico pero un poco lento, hasta que ví una escena que me sobrecogió. Fue aquella donde el productor de Hollywood encuentra la cabeza de su mejor semental equino introducida entre las sábanas del lecho donde dormía.
La escena en sí me resultó impactante por lo inesperado y macabro de la imagen, además de por los gritos emitidos por el personaje fruto del terror (dicen que algunos directores someten a los actores a situaciones reales semejantes sin avisarles, para que sus reacciones mejoren la calidad de la interpretación), pero lo que realmente me sobrecogió fue el hecho de descubrir la contundente metodología que usaba la mafia para llevar a cabo sus fines.
La famosa «oferta que no se podía rechazar» me dejó KO y pude comprobar que cuando buscan algo y tú se lo niegas, irán por lo que más quieres, como decía Don Vito.
La coacción, la extorsión, el chantaje, todo amparado por un telón de fondo que no es otro que el miedo, sirve para doblegar hasta la más férrea de las voluntades.
Pero es que además, por la manera en que se desarrolla el desenlace tras las luchas de poder entre el productor de Hollywood y la mafia, le da a esta última un «caché» y una especie de «halo» de magnificencia y admiración que nunca he llegado a comprender. Supongo que me dejé impresionar.
Una obra maestra de película. A veces me dan ganas de hacer una maraton cinematográfica y tragarme las tres partes ininterrumpidamente.
Vaya casualidad! Si en la frase «En cierto momento, aquellas familias italoamericanas llegaron a tener un control y poder desmesurado, con hilos que se extendían entre las bambalinas de la política y el mundo del espectáculo…» reemplazamos italoamericanas por italianas tenemos una imagen bastante precisa de lo que sucedió, y sigue sucediendo en Italia. Nuestro Berlusca, político en declino y dueño, siempre en alza de Mediaset (entretenimiento) tiene que enfrentar la enésima acusación de complicidad con la mafia. De una registración oculta durante el recreo carcelario de un capo mafioso con un confidente, el primero condenado a cadena perpetua y que jamás lo delatará porque es un «uomo d’onore», surge clarísimo su nombre, Berlusca, que le había pedido un «favor» (se sospecha que haya sido la realización de los atentados de los noventa, para crear temor e incertidumbre y permitir su llegada al poder, como así sucedió), luego el lamento porque, siendo primer ministro no hizo nada para suavizar las condiciones carcelarias de los acusados por delitos de mafia (el temido artículo 41bis) y de que lo dejara podrir en la cárcel, como asimismo la confesión que recibían del Berlusca doscientos cincuenta millones (de liras) mensualmente. Marcelo Dell’Utri, con el cual Berlusca fundó el partido «Forza Italia» que lo llevó a la victoria en los noventa esta encarcelado con condena definitiva. Es estremecedora esta realidad.
Bastante bien redactado y agradable de leer, me pareció excelente que agregaras información de la época para contextualizarlo dentro un todo, cento anni!!
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