La desastrosa deriva de Los Simpson no es ningún secreto. La serie ideada por Matt Groening nació como una sitcom afilada e inteligente para, a la altura de su novena temporada, comenzar a derrapar y convertirse en un programa mucho menos interesante, uno que prefería amontonar los chistes y cameos mientras se olvidaba de construir tramas con alma. La culpa del evidente bajón de calidad la tuvieron productores como Mike Scully o Al Jean, gente que arruinó el espíritu original del programa al agarrar el timón creativo de la serie. Groening siempre ha ejercido como productor ejecutivo, pero desde la tercera temporada los que dirigen con la batuta siempre han sido otros. El periodista Chris Suellentrop resumió la deriva de la serie de la manera más certera posible: «Bajo el control de Scully, Los Simpson se convirtieron en, bueno, unos dibujos animados más. Un episodio antes podría finalizar con Homer y Marge pedaleando hacia la puesta de sol, pero ahora lo hace con Homer disparándole un dardo tranquilizante a Marge en el cuello. Sigue siendo un programa gracioso, pero hace años que no es conmovedor».
Lo peor es que el resto de creaciones de Groening no han llegado a suponer una alternativa a largo plazo, porque nunca les ha ido tan bien como a Los Simpson. Futurama era extraordinaria, pero los productores la zarandearon tanto como para que su existencia fuese un rosario de desdichas: fue cancelada, revivida en películas directas a DVD, remontada en forma de episodios a partir de dichas películas, resucitada por otra cadena de televisión, renovada para una última temporada y objeto de un crossover con Los Simpson cuando ya se había cancelado definitivamente. Y (Des)encanto, la creación más reciente de Groening cocida en la churrería de Netflix, se puede resumir en que hace verdadero honor a su nombre. Otras ocurrencias del progenitor de la familia Simpson, entre las que se encontraban una serie de imagen real sobre Krusty el payaso o un spin-off centrado en la juventud de Homer, nunca llegaron a convencer lo suficiente a los mandamases de Fox como para ser producidas.
Pero a pesar del bajón de calidad y de que el show ya no es lo que fue en sus inicios, ni tiene pinta de que pueda volver a serlo, hay un detalle muy concreto de Los Simpson que sí ha mejorado con el tiempo. Algo que nació como una anécdota pero se ha convertido en una entidad propia y motivo de celebración: el couch gag. Esa secuencia donde la familia protagonista se abalanza sobre el sofá para sentarse ante el televisor. Una escena que tiene lugar en la mayoría de los capítulos durante la introducción inicial, entre el título de la serie y justo antes de que desfilen por la televisión de los Simpson los nombres de los responsables del programa. La gracia del asunto es que dicho segmento siempre contiene algún tipo de coña que varía de un episodio a otro, bromas que empezaron de manera simple, con la familia recolocándose de maneras graciosas o encontrando el diván ocupado, y acabaron derivando en sketches absurdos y complejos que introducían tramas propias o incluso se permitían el lujo de cambiar de medio y saltar a la imagen real, juguetear con la stop-motion, utilizar plastilina o tantear diferentes tipos de animación. Es cierto que los guionistas también aprovecharon para colar en la cabecera otras bromas que variaban por entrega, como la frase que Bart copia en la pizarra o el contenido del cartel publicitario de las últimas temporadas, pero la broma con el sillón siempre ha sido la más divertida de todas, y la que ofrecía más posibilidades.
Oficialmente, el primer couch gag tuvo lugar durante el segundo capítulo de la serie, aunque en principio no debería de haber sido así. Ocurrió que se optó por modificar a última hora el orden de salida de los episodios y el primero de ellos se reubicó, colocando en su lugar un especial de Navidad que carecía de la introducción clásica. Cada temporada de Los Simpson solía alojar entre un cincuenta y un setenta por ciento de couch gags nuevos, porque la mayoría de ellos se reutilizaban en varias ocasiones y normalmente durante una misma etapa. Pero a partir del 2009, los creadores del programa decidieron tomarse el asunto del sillón más en serio y no repetir, salvo en casos puntuales, los gags y las ocurrencias de la entradilla, fabricando uno original por cada entrega.
Y a continuación, sin un orden específico, vamos a darle un repaso a los mejores, los más llamativos, los más locos o los más curiosos couch gags que se asomaron por Springfield. Acomódense en el sofá, que va para largo.
Squashed Bart
Temporada 1, episodio 2
Se trataba del primer couch gag emitido en la historia de la serie, aunque el plan original nunca fue así. La intención inicial pasaba por presentar en antena Los Simpson durante la primavera de 1989, pero numerosas dificultades con la producción de la animación retrasaron el estreno hasta finales de año. Y ante aquel cambio de fechas, Matt Groening y compañía optaron por arrancar la serie con el que iba a ser el episodio número ocho, un especial navideño que carecía de sketch de diván. De este modo, el que tenía que haber sido el primer capítulo (que además incluía un couch gag primigenio sin gag, con los Simpson sentándose en el sofá y ya) pasó a ser el decimotercero en la numeración oficial. Y el segundo episodio se convirtió en el primero en donde se pudo contemplar a los Simpson aparcando posaderas ante su tele.
Aquí el chiste visual era breve y directo, la familia espachurraba a un Bart que salía disparado por los aires. Lo curioso es que también se trataba de uno de los escasísimos couch gags que acababan invadiendo los títulos de créditos posteriores: cuando Bart aterrizaba de golpe lo hacía frente a la tele por la que desfilaban los créditos.
Uno de los grandes clásicos de entre los cientos de coñas de diván que han salpicado la serie durante treinta años. Los Simpson bailotearon ante la cámara un numerito al que no tardaban en sumarse bailarinas, malabaristas, trapecistas e incluso elefantes sonrientes mientras todo el escenario habitual se alejaba para revelar un plató circense. Una secuencia tan celebrada como para convertirse en la más reutilizada en el programa. Pero también una introducción importante a nivel histórico, porque Circus Lne fue el primer gag realmente largo de sofá. Aquel en donde los guionistas se atrevieron a expandir la escena más allá de la duración estándar de todos los couch gags anteriores, llegando incluso a añadir una nueva melodía a la secuencia, que hasta entonces siempre utilizaba la banda sonora de la propia cabecera. A partir de aquí, la cosa se desmadró y después de esto quedaba claro que todo estaba permitido a la hora de sentar a los Simpson ante la tele.
En esta casa, como buenos niños grandes que somos, amamos Hora de aventuras hasta el dolor. Los Simpson también tiene bastante estima a las aventuras de Finn y Jake, y por eso mismo, en la vigésimo octava temporada, fotocopiaron la cabecera del programa sustituyendo a los personajes originales por el reparto de Springfield. Y de paso ocultando entre aquellas estampas toneladas de referencias a episodios pretéritos, detalles imposibles de pescar sin darle al botón de pausa: ya solo en esta fugaz imagen uno se puede perder un rato entre los guiños escondidos. El detallazo de Simpsons Time fue invitar a Pendleton Ward, creador de Hora de aventuras y la voz que cantaba la sintonía de aquella, a entonar también la cancioncilla que acompañaba a esta cabecera.
Esta entradilla es un caso inusual: en el canal británico Sky One filmaron una promoción de la serie de Matt Groening utilizando actores reales, rodando en Orpington (no demasiado lejos de Londres) y calcando los planos con los que habitualmente arrancaba la serie, aterrizaje en el sofá incluido. El caso es que el aspecto final de aquel spot fue tan bueno como para que la propia serie adoptase el anuncio televisivo y lo utilizase como couch gag oficial de un episodio en la decimoséptima temporada, efectuando tan solo un pequeño cambio de postproducción: darle la vuelta a la imagen de Marge conduciendo para que tuviese el volante en el lado correcto en aquellos países donde no era tradición conducir por la izquierda.
La sextalogía de Bill Plympton
Bill Plympton es uno de los lápices más extraordinarios de la historia de la animación. Y por eso mismo su talento ha sido requerido en Springfield con tanta frecuencia como para convertirse en el artista invitado más prolífico del show. Plympton se estrenó en los couch gags en la temporada veintitrés dibujando la historia del triángulo amoroso formado por Homer, el sofá del salón y Marge. Un año después, el artista regresaría a la serie para convertir la cabecera en un noir agresivo y pintarrajeado donde Maggie empuñaba una ametralladora de tambor. En la temporada veinticinco convirtió el zapping incansable de Maggie en un viaje a través de entornos delirantes, y en la veintisiete presentó una escena en la que ni siquiera aparecía la familia Simpson pero sí sus enseres: Roomance, o la (frustrada) relación entre las dos piezas de mobiliario más importantes de aquella casa. Para el capítulo 613 maquinó The Artiste Couch Gag, un segmento donde cada miembro de la familia dibujaba a otro, mientras Homer se perforaba el ojo con un lápiz sin querer. Y en su última colaboración con el universo de Groening, Plympton se puso más plymptoniano que nunca y remakeó una de sus piezas más conocidas, ese incombustible «Your Face», pero colocando a Homer Simpson como protagonista absoluto del carrusel de muecas imposibles.
Words
Temporada 22, episodio 485
Tan sencillo, funcional y holgazán como eliminar toda representación gráfica de la familia y el entorno para sustituirla por palabras. Yoko Ono podría venderle esto a un museo tranquilamente, y los productores de Los Simpson aprovecharían lo barato de la ocurrencia para rellenar huecos al reutilizarla con todo el morro en el episodio 505.
Durante décadas, la prole de los Picapiedra fue la gran familia animada de la televisión estadounidense. Y los Simpson siempre han sido totalmente conscientes de su condición de relevo de los habitantes de Piedradura, hasta el punto de llegar a emular la famosa secuencia en la cantera con la que se abría la serie de Hanna-Barbera. Pero sus creadores también tuvieron el detalle de permitirle a Pedro, Wilma y Peebles una pequeña revancha en forma de cameo gracias al couch gag que acompañó al legendario capítulo «Campamento Krusty», porque en el prólogo de aquel episodio los Simpson se encontraron con el sofá ocupado por la familia Picapiedra. El gag se reutilizaría en otra ocasión con cierta guasa: se insertó en algunas reemisiones del episodio 167 de Los Simpson para celebrar que el programa se había convertido en la serie animada norteamericana más longeva, superando el record previo de ciento sesenta y seis entregas que poseían Los Picapiedra.
Exactamente lo que su título anuncia. Unas bolas de plastilina rodando por el suelo y convirtiéndose en la prole amarilla sentada ante la tele. Incluía un cameo sorpresa e inesperado de Gumby, el personaje de stop-motion modelado por Art Clokey a finales de los años cincuenta que se convirtió en un clásico de la televisión estadounidense. Aquel Gumby, bastante desconocido por estos lares, gozó de un par de series propias, una película y hace dos días los chicos de la Jim Henson Company han insinuado que pretenden resucitarlo en la pequeña pantalla.
Hasta Cruz y Raya se apuntaron a parodiar las movidas de la Tierra Media cuando las películas de Peter Jackson reavivaron el interés popular por la obra de J. R .R. Tolkien. Por tanto, era tan solo cuestión de tiempo que Los Simpson le dedicaran un couch gag extendido a aquellos mundos de magos, gente menuda, anillos y trolls. Se hicieron de rogar, eso sí, y aprovecharon el estreno de las entregas fílmicas de El hobbit para ello, bebiendo más de las adaptaciones cinematográficas que de la obra literaria original.
Si alguien desconoce la carrera artística de Don Hertzfeldt y tiene interés por saber qué clase de criaturas animadas se dedica a producir el hombre, lo mejor sería echarle un vistazo a esta maravilla titulada Rejected, en serio, merece la pena y encima estuvo nominada a un Óscar. Porque Hertzfeldt es uno de esos escasos creadores cuya obra además de convertirse en producto de culto es idolatrada por los intelectuales, Billy’s Balloon estuvo nominado a la Palma de Oro en Cannes y The World of Tomorrow compitió en los Óscar. Hertzfeldt también es uno de esos seres que tiene pinta de estar mal de la puta cabeza, en el buen sentido y para regocijo de todos los espectadores.
Cuando los productores de la serie se arrimaron a la puerta de Hertzfeldt para proponerle fabricar un couch gag con el que embellecer el programa, el hombre aceptó dejando bien claro que su método de trabajo era poco habitual: «En el acuerdo inicial ellos me dijeron “Muy bien, entréganos una sinopsis, un storyboard y una animatic, por favor.” Yo nunca hago storyboards, y no he creado un animatic para nada en mi vida [risas]. Así que les dije “Chicos ¿y si os entrego la cosa hecha y en caso de que no os guste me lo decís y yo cambio lo que sea?”, lo que en el fondo es lo que hice. Porque creo que si tuviera que abocetar mis proyectos, si tuviera que crear los storyboards, me saldrían muy poco interesantes. Ocurre que hasta que no estoy en ello no se me enciende la bombilla para crear alguna imagen notable». De todo aquello nació el gag inicial para el episodio 553, una secuencia en donde Homer viajaba, gracias a un extraño mando de televisión, hasta el futuro más lejano de su propia serie. Un lugar donde ocurrían cosas tan inenarrables como para que las palabras (o un storyboard) no les pudiesen hacer verdadera justicia.
En su momento, la locura gestada por Hertzfeldt se convirtió, con sus ciento veinte segundos de duración, en el couch gag más extenso de la historia del programa. Tras su emisión, la revista Spin Magazine lo describió como «los dos minutos de televisión más extraños jamás emitidos en una cadena durante el prime time». El productor Al Jean reconoció que aquello fue «más chiflado de lo que nos habíamos imaginado en un principio» y aseguro que se trataba del «gag inicial más loco que hemos hecho nunca en la serie».
La broma dentro de la broma, la serie dentro de la serie. En la cuarta temporada la familia Simpson se escondió bajo una identidad falsa (los Thompson) al acogerse a un programa de protección de testigos. Lo más divertido de la ocurrencia fue colar en medio del capítulo una nueva versión de los créditos iniciales, una que incluía un couch gag exclusivo para la familia Thompson. Aunque aquella no fue la única ocasión donde la broma sillonera se infiltró a mitad del episodio, porque diecinueve temporadas más tarde conocimos a The Outlands.
Otro clásico por su rebeldía punk. Sorprendía ver a Homer agarrando el logo translúcido de FOX situado la esquina inferior derecha de la pantalla, pero resultaba más asombroso ver cómo lo arrojaba al suelo para pisotearlo junto a su familia y que todos se reubicaran en el sofá como si nada. O la forma más extraña de honrar a la cadena que te acoge tras cien programas en antena.
Parodias de Breaking Bad hemos tenido (y tendremos) por docenas. Pero parodias de dibujos de Breaking Bad protagonizadas por Marge y que rematen con los cameos, en imagen real, de Walter White (Bryan Cranston) y Jesse Pinkman (Aaron Paul) siendo testigos del homenaje, solo tenemos (y tendremos) una.
En 2014, Los Simpson ficharon al animador polaco Michal Socha, autor del llamativo cortometraje Laska, y el tío decidió pasearse por las entrañas de Homer combinando gráficos por ordenador y animación clásica en dos dimensiones. El resultado, y su destacable dirección artística, acabó siendo uno de los segmentos más molones, creativos y fascinantes que brotaron con la excusa del couch gag.
O aquella ocasión en la que Lisa Simpson agarró el «Tik Tok» de Ke$ha (¿os acordáis de Ke$ha? Esto ocurrió hace diez años, vamos a morir todos) y lo utilizó para fabricarse su propio videoclip repleto de gente amarilla entonando un hit del momento.
El arte ASCII es probablemente la corriente pictórica más menospreciada de la historia del dibujo. Ilustraciones configuradas combinando la colección de caracteres ASCII de aquellos ordenadores que no tenían recursos gráficos pero sí alfabetos. O el puntillismo de los informáticos con mucho tiempo libre. El arte ASCII nació en las BBS de finales de los setenta, vivió a través de los ochenta y noventa, y sobrevivió habitando en los rincones de los archivos «.txt» adjuntos a ciertos programas (especialmente en las descargas piratas que llegaban a lomos de una burra) o en las guías amateurs de videojuegos que albergan webs como Gamefaqs. Si al lector todo lo anterior le suena a chino, no pasa nada: esto va de agarrar símbolos y letras para dibujar con ellos, en Los Simpson lo hicieron y les salió bastante bien, con un «D’oh!» incluido.
El capítulo seiscientos veinticinco destacó por convertir un juego de palabras tontísimo (rebautizar el programa como The Shrimpsons, con ese «shrimp» que equivale a «camarón» en inglés) en la excusa para redibujar toda la cabecera inicial. Una broma que calcaba las escenas clásicas de la intro, pero sumergiendo al reparto bajo el océano y transformándolo en diversas criaturas marinas: Krusty como un pez payaso, Apu como un pulpo que abraza a sus octillizos, el señor Burns como un cangrejo y el pobre abuelo de los Simpson como una raspa reseca. Para rematar, un couch gag submarino.
Contratar los servicios de Banksy supone saber de antemano más o menos a lo que te atienes. Al equipo de Los Simpson se le ocurrió invitar al artista después de ver la fabulosa película-de-catástrofes/documental/locura Exit Throught the Gift Shop (dirigida por Banksy) y convencer a los productores de que le enviasen un palomo mensajero al misterioso y esquivo grafitero. La idea era ofrecer a Banksy una colaboración en forma de couch gag y el artista aceptó la oferta e ideó la que posiblemente sea la entradilla de la serie más ácida y cabrona: un segmento donde la estampa del salón daba pie a imágenes de un almacén donde centenares de asiáticos eran explotados en condiciones infrahumanas para producir a los Simpson animados. Niños vestidos con harapos trabajando con material tóxico entre huesos humanos y ratas, empleados triturando gatitos para fabricar el relleno para los peluches de Bart Simpson, cabezas de delfín cercenadas, un oso panda arrastrando vagonetas, un unicornio esquelético utilizado para agujerear los DVD oficiales de la serie, y un plano final que ubicaba todo lo anterior en el interior de una 20th Century Fox con pinta de campo de concentración. La cabecera también incluía grafitis con la firma del artista, a Bart escribiendo por las paredes, el cameo de una rata amiguita del artista y un envoltorio en tonos grises con música dramática que lo transformaba todo en una versión perversa y animada de La lista de Schindler. Al Jean, al ser preguntado sobre aquella introducción tan ácida e inusual contestó con un «Esto es lo que pasa cuando subcontratas».
Un homenaje a las sitcoms estadounidense clásicas donde los cinco miembros de la familia Simpson se dedican a saltar entre los universos de las series Los recién casados, El show de Dick Van Dyke, La tribu de los Brady y Cheers. No fue especialmente brillante más allá de la típica parodia animada, pero incluía un detalle maravilloso: cuando los Simpsons se apalancaban en la barra de Cheers, el actor secundario Bob aparecía en escena vistiendo el atuendo del psiquiatra Fraiser Crane que frecuentaba la famosa tasca. No podía ser de otro modo porque, en el mundo real, tanto el personaje de Bob como el Fraiser de Cheers estaban interpretados por la misma persona: el gran Kelsey Grammer.
Los Simpson paseándose por la Relatividad (1953) de M. C. Escher. Todo bien por aquí.
La animación corre de nuevo a cargo de Michal Socha (responsable de aquel Homer’s Brain mentado más arriba), la banda sonora es el «Computer in Love» de Perrey and Kingsley y la inspiración corre a cargo de IKEA y sus maravillosos manuales de instrucciones, esas biblias para construirse la existencia moderna.
Eric Goldberg es un animador legendario que ha chapoteado por todo tipo de producciones a lo largo de la historia de los dibujos: se encargó de animar a Genio en Aladdín y a Filoctetes en Hércules, codirigió Pocahontas, fue parte de la accidentadísima producción del clásico de culto El ladrón de Bagdad, se puso al mando de un par de segmentos en Fantasía 2000 y colaboró en Vaiana, Tiana y el sapo, Winnie the Pooh, Rompe Ralph, Rupert and the Frog Song, numerosos cortos de la Warner, El emperador y sus locuras, Looney Tunes: de nuevo en acción, Paperman e incluso en un videoclip inédito para el malogrado MC Skat Cat, aquel gato animado que bailoteaba con Paula Abdul en «Opposites Attract».
Goldberg también fue a quien se le ocurrió aprovechar la escena con el sillón de los Simpson para venerar el legado de Disney. Algo que logró introduciendo a los miembros de la familia en diferentes universos que emulaban sin disimulo el trazo y la producción del emporio de Walt Disney: Maggie llegó en blanco y negro con ritmos herederos del Mickey Mouse primigenio (aunque no era la primera vez que ocurría eso en el diván del show), Lisa a bordo de la carroza de La cenicienta, Marge pasando la escoba por Blancanieves y los siete enanitos, Homer interpretando al Baloo de El libro de la selva y Bart liándola con los conjuros de Fantasía.
O la revisión con piel amarilla de aquellos engranajes que componían una de las cabeceras más llamativas y reconocibles de la televisión reciente.
O Matt Groening, y más concretamente su mano izquierda, dándole un meneo rápido a la imagen para convertirla en un Art Attack.
Cuando la cabecera de Los Simpson apostó por el humor negro (negrísimo) en el couch gag del episodio seiscientos cuatro, el resultado no gustó a nadie y logró poner nerviosos a unos cuantos, convirtiendo el infame sketch en algo extraordinario. En un gag del sofá que era un chiste donde la gracia estaba en que lo que ocurría no tenía ninguna gracia, uno donde la secuencia inicial se desenvolvía con aparente normalidad hasta que se saboteaba a sí misma: Barney interrumpía la presentación de Bart Simpson al partirle en dos el monopatín, Homer fallecía atragantándose con una barra radioactiva, Lisa la palmaba golpeándose con su propio saxofón tras un traspié y Marge se ahogaba junto a Maggie en un lago tras salirse de la carretera en el coche donde ambas circulaban. La punchline de aquella conga de catastróficas desdichas no arreglaba las cosas, porque cuando Bart, el único personaje que sobrevivía a la secuencia inicial, llegaba al hogar y se encontraba con el salón vacío, decidía sentarse en el sofá rodeado de fotos de los familiares ausentes y exclamaba alegre: «¡Por fin me toca a mí tener el mando de la tele!». Los Simpson se han atrevido a aniquilar a los protagonistas en alguna que otra intro de los especiales de Halloween, pero aquí el tono de todo era tan incorrecto y tan equivocado que podríamos estar hablando de un antigag del sofá. Y solo por eso, por jugar a demoler las expectativas, ya merece ser mencionado con honores entre lo mejor de la serie.
(Continúa aquí)
Sobre lo de «Sitcom Parodies» hay un detalle más. El actor secundario Bob tiene la voz de Kelsey Grammer (Frasier Crane en Frasier), pero es que el hermano del actor secundario Bob lleva la voz de David Hyde, que a su vez interpreta a Niles Crane, el hermano de Frasier (y el padre de Bob es doblado por Mahoney, el actor que hace del padre de Frasier).
Y para acabar de redondearlo, el doblaje al español del actor secundario Bob lo hace el que dobla a Frasier (Antonio Esquivias), y el doblaje del hermano del actor secundario Bob lo hace el que dobla a Niles Crane.
¡Brillante comentario! Como die-hard fan de Frasier, esos detalles siempre me encantaron. Personalmente soy antidoblajes, no voy a entrar ahora en divagaciones pero vamos, que no me gustan los doblajes. Sin embargo, como todo el mundo sabe, siempre hay una excepción que confirma la regla, y desde luego no puedo concebir a Frasier Crane sin la maravillosa voz de Antonio Esquivias. El problema de lo alargada que es la sombra de ese personaje, es que cuando Kelsey Grammer probó suerte en el drama con aquella serie llamada «Boss» (creo), cada vez que hablaba me daba la risa, era inevitable, el pobre ha quedado condenado de por vida a las risas enlatadas aunque su personaje se esté muriendo.
Excelente artículo. Otro muy loco y famoso que no mencionó fue ese cuando Homero se vuelve como célula y empieza a evolucionar y pasa por todas las épocas hasta llegar al presente y entrar a su casa y Marge le dice ¿por qué tardaste tanto?, jajjaa ese es re bueno igual
Me ha encantado, muchas gracias por las horas que me he pasado repasando cabeceras de «Los Simpson» y descubriendo el trabajo de unos animadores fantásticos. Realmente, «Los Simpson» son el paraíso de las referencias pop.
Pingback: El caballo de Troya de «Sound of Freedom» - Revista Mercurio