Víctor Muñoz saca un córner algo largo, al segundo palo, buscando la cabeza de Maceda en lo que parece una jugada ensayada en los entrenamientos. Hace poco que empezó la segunda parte del primer partido de España en el Mundial de México 86 y el resultado ante Brasil, la aún temida Brasil de Sócrates, Careca, Zico o Falcao, sigue siendo un meritorio 0-0, demostrando la fortaleza de la vigente subcampeona de Europa con Miguel Muñoz en el banquillo.
Maceda, algo forzado, cabecea como puede hacia atrás, a la frontal del área. El balón cae sobre el pecho de Míchel, que consigue controlarlo para que bote justo delante de su pierna derecha y, antes de que lleguen los dos defensas brasileños, casi como en un capítulo de Campeones, suelta una volea brutal que vence al portero, golpea en la parte interior del travesaño y cae sobre la línea, saliendo disparado hacia fuera. Sinceramente, no hay manera de saber si ha sido gol o no. Los propios jugadores españoles se muestran tímidos en sus protestas hasta que Maceda decide que esto no puede quedar así y que al menos hay que meter presión al árbitro, convencerle de su error… a ver si en la siguiente se lo piensa dos veces antes de pitar en tu contra.
La jugada sigue y acaba en otro saque de esquina. Minutos después, en un contraataque y tras un nuevo rechazo del larguero, Sócrates marcará el definitivo 1-0, posiblemente en fuera de juego.
Yo era un niño de nueve años poco familiarizado con el fútbol, pero muy influenciable por el ambiente y con una vaga idea de la justicia. Cuando vi la repetición del tiro de Míchel y cómo la pelota botaba dentro de la portería sin que nadie corriera al centro del campo celebrando el gol, mi escándalo fue mayúsculo. Al día siguiente llenamos la parte de atrás del autobús del colegio con la portada del Marca y nuestro propio folio garabateado con una réplica de la jugada y una pregunta que no admitía dudas: «¿A que fue gol?». Los conductores asentían o elevaban el pulgar o simplemente pitaban en medio del atasco para mostrar su propia indignación.
Y es que hay pocas cosas más injustas que un gol fantasma. Todo lo demás puede perdonarse: el fuera de juego, la ayuda con la mano, la falta en el remate, el penalti fuera del área… pero si algo tiene claro el aficionado del fútbol, como diría Gertrude Stein, es que un gol es un gol es un gol. Verlo con tus propios ojos y saber que la realidad no sirve de nada, que no es atendida, supone un choque inaceptable con cualquier concepción racional del mundo. Quizá de ahí el adjetivo «fantasma», quién sabe.
En busca del primer «gol fantasma»
Por supuesto, los goles fantasma empezaron mucho antes de junio de 1986. Es complicado bucear en su etimología. Consultando la Wikipedia, ese cajón de sastre, encontramos una referencia al Phantomtor alemán, pero fecha su origen en un partido entre Bayern de Munich y Núremberg de 1994, cuando a Thomas Helmer le concedieron un gol en una jugada en la que la pelota ni siquiera se acercó a la línea. El escándalo fue tal que hubo que repetir el partido entero.
En Inglaterra, al parecer, la expresión ghost goal o phantom goal se empezó a utilizar a raíz de la semifinal de Champions League de 2005 entre Liverpool y Chelsea, cuando en el minuto cuatro Luis García adelantó a los reds con un remate que nunca llegó a entrar del todo en la portería. Ese gol les daría la eliminatoria a los de Rafa Benítez, que semanas después acabarían ganando la competición al Milan en los penaltis tras remontar el 3-0 con el que llegaron al descanso.
Teniendo en cuenta que el entrenador del Chelsea aquella temporada era José Mourinho y que Mourinho había pasado tres años en el equipo técnico del Barcelona, lo más probable es que el entrenador portugués se limitara a traducir del español, para deleite de la prensa inglesa, que acogió el término con entusiasmo. Por fin tenían una manera de referirse al hasta entonces conocido como «Wembley goal», es decir, aquel de Geoff Hurst que les diera el Mundial de 1966 en casa ante Alemania Occidental, al que volveremos más tarde.
Parece, por tanto, que hay que buscar en España y, consultando hemerotecas, tampoco es fácil salir de dudas. En el ejemplar del 4 de marzo de 1948 de La Vanguardia se hace referencia, con motivo de la previa de un Atlético de Madrid-Barcelona, a un «caso del gol fantasma» sin especificar. Dos meses más tarde se utiliza de nuevo la expresión pero en el contexto de un partido de hockey donde, al parecer, habría tenido lugar «el clásico gol fantasma».
El ABC nos lleva más atrás, al 25 de noviembre de 1943. En el resumen de la jornada del fin de semana anterior, el cronista comenta lo siguiente:
Hasta aquí teníamos innumerables definiciones, y ninguna capaz de convencer al respetable, del gol fantasma. Desde el martes, y gracias a la enérgica actitud del jugador madridista Barinaga, ya tenemos la nueva definición, corregida y aumentada y autorizada oficialmente. Se dirá así: «Gol fantasma es el denominado cuando la pelota entró una o dos veces en el marco en un santiamén, a pesar de la oposición de su defensor. Cuando el árbitro se llame Arribas, el gol fantasma puede llamarse penalti, pero no importa: también se llamará gol».
El comentario parece claramente irónico, así que es de suponer que las polémicas en torno a los «goles fantasma» eran tan habituales en la posguerra como pueden ser ahora las repeticiones obsesivas de posibles penaltis. ¿Quién dio con el término exacto? Imposible saberlo. ¿A qué gol en concreto se refería? Más difícil aún. Valga un dato: desde ese año 1943 a 1966, año en el que Hurst marca su gol en Wembley, el ABC recoge hasta cincuenta y tres artículos en los que se habla de distintos goles fantasma.
Del insigne Tofik Brakhmarov al derechazo de Lampard
Con todo, hay que reconocer que hay goles y goles. Errores y errores. El citado gol de Míchel o el de Hurst son casi invisibles al ojo humano. Durante décadas, alemanes e ingleses se han dedicado a reconstruir informáticamente el gol hasta que en 1996 la Universidad de Oxford pareció llegar a una conclusión de consenso: el disparo del centrocampista inglés habría botado justo en la cal, con seis centímetros de su circunferencia fuera de la portería. El gol, por consiguiente, no debería haber subido al marcador, aunque a favor de Inglaterra hay que admitir que aquella prórroga fue un baño y que, en cualquier caso, el partido acabó 4-2, con otro gol de Hurst en el descuento, cuando los aficionados ya estaban empezando a invadir el campo.
Precisamente Alemania e Inglaterra fueron protagonistas también de la jugada polémica que cambió, al menos en las grandes citas, la historia del «gol fantasma». Fue en el partido de octavos de final del Mundial 2010, el que acabaría ganando España. Los alemanes, con Özil al mando, se adelantaron 2-0, pero Inglaterra marcó el 2-1 y poco antes de llegar al descanso, Lampard lanzó un obús que pegó en el larguero, como mandan los cánones, y botó al menos medio metro dentro de la portería alemana.
Fue tan obvio que incluso a un espectador neutral le podía resultar escandaloso. Sí, el juez de línea de 1966, el soviético Tofiq Brahmarov, a quien por cierto dedicaron una estatua en Baku y cuyo nombre preside el estadio nacional de Azerbayán, pudo equivocarse… pero igual podría haber acertado por una cuestión de seis centímetros, como le pasó al australiano Bambridge en 1986. Esto era otra cosa. La FIFA decidió tomar cartas en el asunto: primero, colocando dos «jueces de portería», con escaso efecto, y, posteriormente, implantando un sistema de cámaras parecido al «ojo de halcón» del tenis, que el árbitro podía utilizar en caso de duda.
El sistema se implantó por primera vez en el Mundial de 2014, para confirmar que un gol de Benzema contra Honduras era legal. Desgraciadamente, su uso no se ha extendido demasiado por las grandes ligas, aunque es cierto que el número de escándalos, sea por casualidad o por una mayor pericia visual de los jueces de línea, se ha visto muy reducido en los últimos años.
Stefan Kiessling y la historia universal de la infamia
En España, por ejemplo, aparte de un gol de Carlos Vela en un derbi Athletic de Bilbao-Real Sociedad que no fue concedido y otro posible de Luis Fabiano al Real Madrid en una eliminatoria de copa, ha habido pocos casos recientes de goles fantasma y ninguno decisivo. En otras ligas podemos decir lo mismo, con una salvedad: el estrambótico gol de Stefan Kiessling, jugador del Bayer Leverkusen, en campo del Hoffenheim, año 2013.
Aquí no hay travesaños de por medio ni botes irregulares ni confusión alguna: el Bayer saca un córner y Kiessling lo remata fuera, claramente fuera. Tan claramente que el propio jugador se lamenta del error y todos parecen volver a sus posiciones para empezar la siguiente jugada. ¿Todos? No, un par de compañeros ven titubear al árbitro y deciden celebrar el gol, incluso abrazando a un Kiessling que no sabe de lo que le están hablando.
Poco a poco, los demás jugadores del Bayer se unen al festejo ante el estupor de sus rivales. Un compañero le hace gestos claros al «goleador» de que él también festeje, que si no les van a pillar. Que no pregunte, que se dedique a alegrarse sin medida. ¿Por qué? Porque, tras colarse por un hueco de la red, el balón ha acabado dentro de la portería, confundiendo al árbitro, al juez de línea, al comentarista del partido y provocando que el 0-2 suba al marcador.
Los jugadores del Hoffenheim corren como locos cuando ven al árbitro señalando el círculo central. Le hacen ir a la portería a comprobar que hay un hueco en las redes, pero no basta. El colegiado, por si acaso, habla con Kiessling, que le dice lo mismo que dirá a la prensa: «No sé si entró o no, me di la vuelta nada más rematar y no sé qué pasó con la pelota». Es falso. Se da la vuelta precisamente porque sabe que el balón ha ido fuera, pero ¿quién va a renunciar a la gloria de un gol y una victoria?
La injusticia en el deporte tiene un punto de lado oscuro. Es difícil resistirse. Y si la trampa ni siquiera es tuya, sino del árbitro, ¿quién es nadie para hacer de Tristanbraker y ponerse a molestar a los espíritus? Después de todo, sin trampas de este tipo, ¿de qué demonios iban a hablar los niños al día siguiente en el autobús que les lleva al colegio?
1981, final juvenil de Copa. Michel chuta y el balón se cuela por el lateral de la red, que estaba suelta. El arbitro concede el gol y el madrid se lleva el trofeo ante el Athletic:
https://www.youtube.com/watch?v=nlZ9zbHGnyM
Perdón: Quise poner «Madrid». Se me ha colado la minúscula.
Y el gol fantasma del Barcelona en el Benito Villamarín en 2017!! Que a la postre significó la liga del Madrid.
Otro mito del antimadridismo. El Madrid ganó esa liga por tres puntos y, de haber sido concedido ese gol, el Barcelona habría sumado dos más. 3 – 2 = 1 > 0.
No es anti nada, el caso es que la liga iba muy reñida y que la pelota entro tres palmos delante del árbitro
Fueron tres los goles fantasmas no concedidos al Barcelona en 2017, los tres muy claros, y dos de ellos le costaron puntos.
https://www.goal.com/es/noticias/el-barcelona-reclama-el-tercer-gol-fantasma-de-2017/16ivpqqsrv9pw1rrvhkyfi218u
La pasión dominguera es redonda y de cuero. Larga vida al fútbol que, mucho antes que Einstein, postuló que el tiempo y las distancias son relativas de acuerdo a quien patea y a quien amansa con el pecho, media vuelta, caño y zurdazo en dirección a ese ángulo, nido de telarañas.
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