Roma volvía a ser Roma, con las tabernas otra vez abiertas tras una larga prohibición, y el alcohol y la prostitución permitidos de nuevo. También los pasquines, poemas anónimos, volvían a colgarse en las estatuas parlantes. Sus noticias, inventadas o reales, sobre cardenales y obispos, alimentaban rumores en los mentideros. Y en este renovado clima de tolerancia, alguien pensó que podría publicar el primer libro porno ilustrado en las mismas narices del papa.
Vamos a follar, a follar deprisa, amor mío,
que todos para follar hemos nacido,
que si tú adoras la verga, yo amo el higo,
y sin esto el mundo al carajo hubiera ido.
La gestación de la obra tuvo mucho que ver con las prohibiciones del papa Adriano, un germano escasamente comprensivo con el Renacimiento. Apenas llegó a Roma a ocupar su sede quiso quemar todas las estatuas de la Antigüedad, que veía por primera vez, por su indecente desnudez. Mandó también que se rasparan los frescos pintados por Miguel Ángel en la Capillla Sixtina. De paso cerró las tabernas, expulsó a las putas y prohibió el vino. Y por último, pero no menos importante para la aparición del primer libro porno ilustrado, dictó una orden de arresto contra todos los escritores que se hubieran burlado de los cardenales y obispos de la Iglesia, y ordenó cancelar todos los encargos artísticos en curso.
Estas disposiciones dejaron en el paro al poeta Pietro Aretino, miembro de la Secretaría Vaticana, y al pintor Giulio Romano, encargado de terminar las obras de su fallecido maestro, Rafael de Urbino. Durante un año, y hasta la muerte de Adriano, conocieron las estreches económicas y el exilio.
—Y si mi coño no te place, cambia el sitio
que quien no es bujarrón tampoco es hombre.
La convocatoria de un nuevo cónclave para elegir papa trajo de vuelta a Aretino a Roma. Venía llamado por el cardenal Médici, cuyo criado informaba al poeta diariamente, y de forma secreta, sobre los candidatos que más votos habían recibido. Diligente, Aretino escribía un pasquín contra cada uno de ellos, atribuyéndoles vicios sexuales o escándalos de corrupción. Pronto sus difamaciones, colgadas en las estatuas parlantes, eran conocidas en toda Roma. Y cuando alcanzaban el interior de la Sixtina, los electores retiraban el voto a los candidatos del día anterior, a los que ahora ya no consideraban dignos del cargo de papa.
El poeta destruyó reputaciones durante cincuenta días, hasta que el único digno de ser elegido pareció ser el cardenal Médici. Quien, efectivamente, fue proclamado papa con el nombre de Clemente VII. Muy agradecido, pagó a su poeta con largueza: además de hacerle recuperar su puesto en la Secretaría Vaticana, le nombró caballero de Rhodas, título nobiliario que aparejaba una jugosa pensión anual.
—Bonita idiotez la mía, habiendo
podido elegir cómo follaros,
os he metido la polla en el coño
cuando no me negabais vuestro culo.
Giulio Romano, por su parte, había tenido la suerte de entrar en contacto durante su exilio con el duque Federico Gonzaga, señor de Mantua. A quien gustaron tanto sus obras que le contrató para la decoración de su palacio. Precisamente en el momento de encontrarse con su viejo amigo Aretino en Roma, llevaba en una carpeta los dibujos eróticos con los que se había ganado el favor del duque. Eran dieciséis óleos sobre cartón de parejas haciendo el amor, íntegramente desnudas. Los cuerpos de los amantes tenían el aspecto con que nos acostumbraron a verlos Miguel Ángel Buonarroti primero, y luego Rafael de Urbino por imitación del anterior. Ellos con potentes músculos, ellas casi obesas. Ambos muy depilados, porque en eso el gusto coincide con el de nuestros días. Pero en aquellos óleos de Romano, a diferencia del arte que ha llegado hasta nosotros, no había ni ocultación ni púdicas telas tapando sexos. Allí las penetraciones estaban representadas en todo su esplendor anatómico, siendo bien visibles los encuentros de vulvas, vergas y anos para recreo del espectador.
Al ver aquellas pinturas, al poeta papal se le ocurrió que podían hacer el negocio del siglo. Bastaba con que un conocido suyo, el grabador Marcantonio Raimondi, las trasladara a dibujos, y estos a grabados en planchas de madera, para su producción en serie en imprenta. En términos de la época, un grabado de calidad era lo más parecido a un selfi en Instagram. Esas reproducciones viajaban hasta los más alejados rincones del mundo, y así todos podían ver, por primera vez, obras renacentistas de las que solo habían oído hablar. Claro que en el caso de los grabados de Raimondi cabe pensar que también pudieran haberlos usado para masturbarse. Y por si quedaba alguna duda al respecto, Aretino decidió acompañar las imágenes para el libro con dieciséis sonetos, uno por dibujo. En ellos dos amantes, en continuo diálogo, y acompañando la situación dibujada, se susurran divertidas guarradas. Nada de sutilezas: en la cumbre de su pasión se animan el uno al otro con expresiones como «métemela hasta el corazón», o «venga, dame más fuerte».
Si estuviera bien follar después de muertos
te diría que folláramos hasta el último suspiro
como Adán y Eva hicieron en el Paraíso.
Ya te digo yo que si esos dos tunantes
no hubieran comido la fruta traicionera,
hoy no retozaríamos los amantes.
Pero apenas estuvieron listos los primeros quinientos ejemplares en el taller de Raimondi, la guardia vaticana irrumpió para secuestrar la edición. Alguien se había ido de la lengua, y el grabador, pillado in fraganti, fue encarcelado. No así el pintor Giulio Romano, ni tampoco Aretino. En ello tuvo mucho que ver la forma renacentista de entender el arte. El alto clero toleraba el desnudo, considerando que la obra de arte individual iba a ser contemplada por una sola persona, el dueño del cuadro o escultura, quien además, como aristócrata, comprendería su valor en lugar de dejarse llevar por la excitación que podría provocarle. De hecho esta es la razón por la que Miguel Ángel pudo pintar, dos veces, cuerpos desnudos en la Capilla Sixtina. Pero el mismo razonamiento, que libraba a Romano de toda responsabilidad, no era aplicable a los grabados, que, como copias, servían para la contemplación pública por cualquiera. Raimondi se iba a pudrir en prisión por pornógrafo.
En cuanto a los motivos para no procesar a Aretino tuvieron que ver, además de con la literatura, con la política. Sus sonetos, aunque muy eróticos, podrían haber sido tolerados suponiendo que, al ser en clave de humor, ridiculizaban la lujuria, uno de los pecados capitales. Al fin y al cabo obras similares, como el mismo Decamerón, se habían publicado bajo esta excusa. Pero en su caso el problema era que toda Roma conocía su condición de protegido del papa. Denunciarle hubiera significado comprometer al propio pontífice, y desvelar además que habían estado a punto de distribuir bajo sus mismas narices un libro porno como no se había visto jamás: con imágenes explícitas. Para acabar de empeorarlo, la diplomacia vaticana tenía que tapar aquel escándalo por todo los medios, porque en el año 1526, cuando fue publicado, la reforma protestante estaba en pleno auge. Lutero y sus seguidores buscaban el más mínimo motivo para justificar que quisieran liberarse de la tutela del papa sobre la Iglesia. Así que, en sus manos, aquel volumen hubiera sido pura dinamita.
La boutade de Aretino pareció haber quedado en eso, después de que el papa le recibiera en audiencia, aceptara sus disculpas y creyera su promesa de destruir cualquier vestigio de los ejemplares, consiguiendo así, además, la completa liberación de Raimondi. Pero pocos días después, cuando regresaba de un banquete, fue asaltado en la puerta de su casa por el poeta Achille De La Volta, que le apuñaló numerosas veces en el pecho y estómago. Aretino, tratando de detener la daga, perdió los dedos índice, pulgar y medio de la mano derecha.
Al día siguiente un pasquín explicaba lo sucedido. Pietro Aretino, depredador sexual que no respetaba a nada ni a nadie, había seducido a la mujer de De La Volta, y el marido, en un arrebato de celos, se había cobrado su venganza. El interpelado tenía otra versión, pero de momento se debatía entre la vida y la muerte y además le habían mutilado la mano con que escribía.
De su larga convalecencia Aretino salió vivo y zurdo, y bastante cabreado con Juan Mateo Ghiberti, el secretario del papa, a quien acusó ante los tribunales de haber pagado a De La Volta para que lo ejecutara. Sabiendo, hoy, que los dos llevaban largo tiempo enfrentados en la Secretaría Vaticana, y que el libro, por la proximidad de las fechas, pudo ser el detonante o una excusa para quitarlo de en medio, la denuncia resulta creíble. Pero los jueces, muy cautos, advirtieron al poeta que De La Volta ni siquiera había sido interrogado, y mucho menos detenido por intento de asesinato. Aretino captó el mensaje, y temiendo por su vida, huyó de Roma.
Qué inútiles mis siete años gastados.
tres entregué a León, cuatro a Clemente:
por ello fui nombrado enemigo de la gente
que ahora odia mis versos, y mis pecados.
(…) A bastardos y villanos mugrientos
mantiene el papa bien alimentados,
y a sus fieles servidores, hambrientos.
Espero de los futuros papados,
y de sus próximos advenimientos,
tanto como de los vientos pasados.
Con este poema amargo se despedía Aretino de su servicio a Clemente VII, con el que no consiguió reconciliarse, y de una etapa anterior en que sirvió a León X. Decidió establecerse en Venecia, confiando en que en la república libre nadie censurara sus escritos, y menos aún intentara asesinarle a consecuencia de ellos. En aquella ciudad, en 1527, una nueva versión de su libro pornográfico vería la luz, se cree que sin los grabados de Raimondi, aunque sí acompañada de otros muy similares. Fue impresa poco después de que los ejércitos de Carlos V saquearan Roma, debido a la desastrosa gestión diplomática de Juan Mateo Ghiberti, y a su excesiva inclinación hacia el bando francés. Precisamente Aretino había defendido frente a él la apuesta por agradar al emperador, y por esas fechas apareció su poema en forma de profecía donde anunciaba el Saco de Roma, supuestamente antes de que se produjera. Ganas de salirse con la suya, porque en realidad lo que hizo fue ponerle una fecha anterior para que pareciese que lo había predicho, cuando en realidad lo escribió a toro pasado. Pero así era el primer escritor que vivió de su pluma, y que sería apodado azote de los príncipes. Un figura.
—¡Pero no te retires ahora, que me viene!
—Es que te haré otra tripa, seguramente.
—Aunque me hagas cuarenta, ¡tú córrete dentro!
Con esta llamado al orgasmo concluyen los Sonetos lujuriosos de Aretino para su libro porno, «I Modi» por su título en italiano. Encontrar uno de esos volúmenes podría ser el sueño húmedo de cualquier librero de viejo o anticuario. Pero seguramente no exista un solo ejemplar íntegro, ni de la edición de 1526, romana, ni de la 1527, veneciana. El Museo Británico asegura conservar algunas copias de los grabados de esta última, pero aunque su estilo es similar al de las pinturas de Romano que se conservan en Mantua, no hay seguridad de que sean, efectivamente, los originales.
Lo que sí ha perdurado del primer libro porno ilustrado son sus sonetos, y la libertad expresiva de Aretino. Sus libros pornográficos circularon de forma secreta en bibliotecas privadas hasta el siglo XX. El mismo Voltaire expresó su admiración por ese autor que había tenido el valor de escribir lo que le venía en gana. Debemos recordar además que Aretino lo hizo en un tiempo en que la libertad de expresión no existía, y eso es acaso una lección para recordar en tiempos de morales susceptibles. Escuchamos hoy voces que se alzan para prohibir la pornografía por ser nefasto método de educación sexual en los jóvenes. Pues claro. A quién le cabe duda de que el porno fue concebido no para eso, sino para la excitación, la risa y la diversión más apasionadamente humanas. Recreando esa voluntad libre de dos amantes para entregarse, más allá de la decencia.
Si acaso me cansara, Beatriz,
habrás de perdonarme, porque, sabes,
follar en esta postura me agota,
y si no tuviera tu culo como espejo
ante mi vista y así sostenido por mis brazos
nunca concluiría nuestro acto.
N. B. Los versos aquí incluidos son una transcripción personal, libre y adaptada a la mejor comprensión del lector contemporáneo, sobre los originales en italiano del propio Aretino. Para una lectura académica recomiendo la edición bilingüe de Visor, vertida al castellano por Luis Antonio de Villena.
Lo de la edición «vertida» al castellano ha sido una guinda magnífica. Muy interesante artículo
Gran artículo, me ha puesto el rabo más gordo que un zepelín! Sin duda nunca ha sido fácil escribir en este mundo donde los imbéciles y los malvados acaparan tanto poder
Con la premisa de que en materia de extensión gráfica nada hubiera cambiado, este excelente artículo de divulgación habría sido aún más interesante si hubiese sido acompañado, además de con las libres traducciones, con los versos originales y sus rimas. De cualquier manera iluminante narración de una época que, si era «buia» (oscura) nada podía hacer de frente a la creatividad e impertencia de la plebe. Muchas gracias por la lectura.