«Fuimos asesinados. Vengadnos y recordadnos». (Pintada encontrada en las ruinas de diferentes sinagogas tras la liberación por parte de los ejércitos aliados de los territorios invadidos por las tropas alemanas)
Mayo de 1945, la Segunda Guerra Mundial ha terminado. El mundo comienza a confirmar lo que se llevaba tiempo intuyendo: el exterminio sistemático, brutal y despiadado que los nazis y sus aliados han llevado a cabo contra el pueblo judío. Dachau, Auschtwitz o Ravensbrück son nombres que quedarán grabados para siempre en la memoria colectiva como símbolo del horror más absoluto. Porque en Europa intentos de exterminios de pueblos habían ocurrido siempre, pero por primera vez se había realizado de forma sistemática, meticulosa y conforme a una estrategia que podría llegar a denominarse como «industrial». Nunca se habían construido instalaciones específicamente diseñadas para tal fin, como fueron las cámaras de gas. Era el mal en su versión más pura. Y muchos supervivientes no podían, ni querían, pasar página. «Fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; la misma clase de defecto que le cause al hombre, eso es lo que se le debe causar a él» decía la vieja ley mosaica. Así surgieron los llamados «cazadores de nazis» como Simon Wiesenthal o Tuvia Friedman, que dedicarían su vida a llevar ante la justicia a la mayor cantidad de responsables del genocidio judío. Pero después de tantos años de oscuridad y horror no todos los supervivientes podían creer en una justicia que había permitido la persecución más cruel que se recordaba en la ya de por sí sangrienta historia europea, y determinados grupos de judíos comienzan a debatir la posibilidad de organizarse para llevar a cabo su propia justicia.
Así miembros de la «Jewish Brigada Group», la brigada judía del ejército británico estacionada en Treviso, con la ayuda de elementos de la inteligencia militar estadounidense, comienzan a recopilar nombres de miembros de las SS que han logrado escapar a las detenciones por parte de las tropas aliadas. Su objetivo es capturar y ejecutar por su cuenta a responsables directos del exterminio judío, como guardianes de los campos de concentración, responsables políticos, etc. A este grupo se les uniría un judío del este, Abba Kovner, que venía acompañado de un aura de héroe lograda en la resistencia contra los nazis en el frente ruso, formando el embrión de la organización que se conocería como Nakam («Venganza»). Nunca un nombre estuvo mejor elegido.
Kovner, originario de Lituania, había vivido como tras la invasión nazi en 1941 los judíos de Vilnius y alrededores (cerca de sesenta mil) habían sido recluidos a las afueras de la ciudad. Tras varias matanzas organizó uno de los primeros grupos de resistencia armada en un gueto contra los nazis, pero los propios líderes judíos de la ciudad le delataron, teniendo que huir. A partir de ahí lucharía como partisano con una extraordinaria ferocidad contra las tropas alemanas liderando a los Nokmim (Vengadores), que se dedicaron a hostigar a las tropas alemanas en los bosques lituanos.
Una vez terminada la guerra, al grupo de Kovner se le encarga desde las organizaciones sionistas el facilitar el tránsito de los supervivientes judíos que quieran huir de Europa con destino a Palestina. Pero el Nakam al poco tiempo renuncia esa tarea. Sus planes son otros. No están dispuesto a olvidar, ni a perdonar. Porque la creación de Nakam tenía una sola finalidad: vengarse. Y así comienzan a manejar diferentes planes a gran escala. Por un lado está la posibilidad de matar de una manera indiscriminada al mayor número de alemanes posibles, cuantos más mejor («una nación por una nación»), como represalia y venganza por el Holocausto llevado a cabo por los nazis contra su pueblo; («Los alemanes tienen que saber que después de Auschtwitz no podrán jamás regresar a la normalidad»). Seis millones de muertos, seis millones de venganzas.
Comienzan a tejer un plan para envenenar el agua de diferentes ciudades alemanas (Berlín, Hamburgo, Núremberg, Múnich y Weimar), cuya suma de habitantes rondan los seis millones de personas. Kovner busca ayuda y contacta con Chaim Weizmann, un bioquímico que posteriormente será el primer presidente de Israel, al que le pide un veneno lo suficientemente potente como poder llevar a cabo esa matanza a gran escala. Weizmann le remitió a Ephraim Katzir, quien le ayudó presuntamente a fabricar la sustancia (curiosamente, este médico se convirtió a la postre en el cuarto presidente de Israel en 1973).
Dada la magnitud del plan, Abba Kovner viaja a Palestina en busca de apoyos y recursos, reuniéndose con tres de los máximos responsables del Haganah (embrión del futuro ejército de Israel), pero estos no solo le negarán el apoyo, sino que alertarán a las autoridades británicas en Palestina. Los propios judíos evitaron una venganza tan brutal, y así la policía militar británica interceptó a Kovner, que antes de ser capturado logró deshacerse del veneno obtenido arrojándolo al mar, siendo encarcelado durante cuatro meses primero en la prisión de Toluene (Francia) y posteriormente en Alejandría (Egipto). Abba Kovner ha sido traicionado por sus compatriotas por segunda vez.
Pero Kovner y sus hombres no cejaran en su empeño de vengarse. Así deciden pasar a un plan B. Será una acción más dirigida. Ejecutarán a cerca de quince mil antiguos miembros de las SS que permanecen recluidos en la prisión de Langwasser (Núremberg) y en otra cerca de Dachau, envenenando su comida. Comienzan a inspeccionar el terreno y trabajar en las diversas posibilidades, y comprueban que todos los suministros para los prisioneros provienen directamente de la intendencia del ejército norteamericano, lo que hacía muy complicado y peligroso intentar acceder a esa comida. Pero han encontrado una rendija. El pan se hace diariamente en un centro de producción local. El objetivo estaba claro: se envenenaría el pan. Por un lado tres miembros de Nakam, haciéndose pasar por panaderos, se infiltran en la fábrica de pan, mientras en París un químico judío comienza a tratar el veneno necesario para el atentado, unos dos kilos de arsénico sin refinar.
El día elegido para el atentado será el Domingo de Pascua de 1946. Durante toda la noche anterior miembros de Nakam se dedican a untar con brochas el arsénico en los bollos de pan que recibirán los prisioneros alemanes. Al amanecer, el pan se entrega en el campo de prisioneros. El plan marcha según lo previsto. El efecto del veneno comienza a extenderse por todo el campo. Los equipos de médicos estadounidenses hacen todo lo posible para salvar la vida a los oficiales de las SS. Miles de ellos enferman, y el número de muertos se desconoce. Los aliados jamás hicieron público el número de muertos, pero se calcula que entre trescientos y cuatrocientos. Desde numerosos sectores judíos se condenó rotundamente la acción y se instó a vengar el Holocausto pero de una manera pacífica y a través de la vía de la justicia.
Tras un puñado de atentados y acciones violentas, Kovner poco a poco irá abandonando su obsesión por la venganza, comenzando a enfocar sus esfuerzos en fortalecer el recién creado Estado de Israel e incorporándose como capitán a la Brigada Givati, que lucharía contra árabes y palestinos. En la conocida como Guerra de Independencia de Israel fue una figura controvertida debido a sus famosas Páginas de guerra, escritos redactados con el fin de mantener alta la moral de sus tropas (y que se hicieron sumamente populares), donde hacía continuamente referencia a la necesidad de revancha por el Holocausto, refiriéndose a los soldados egipcios como perros o víboras, y llegando a acusar de cobardía a la guarnición judía de Nitzanim por rendirse a las tropas árabes.
Pero Abba Kovner fue algo más que un combatiente con todas sus luces y sus sombras. Personaje realmente polifacético, fue un excelso literato cuyos poemas giran fundamentalmente alrededor del horror del Holocausto y de la creación del Estado judío. Porque Kovner escribía como vivía, con violencia y a borbotones. No existía el temor al «qué dirán» ni nunca le importaron las (en su opinión) falsas convenciones políticas. Se enfrentó a soviéticos, a nazis, a árabes e incluso a sus compatriotas, todo en defensa de su dignidad como persona y como judío. Considerado un héroe en su país, fue galardonado con en 1970 con el Premio Israel de Literatura, además de participar activamente en la creación del Instituto Moreshet del Holocausto y del Museo de la Diáspora en Tel Aviv. Kovner moriría de cáncer en Israel (como no podía ser de otra manera) en 1987, a la edad de sesenta y nueve años. Entre el arsénico y la tinta, fue una figura irrepetible, testigo y protagonista de una terrible época que esperamos que tampoco se pueda volver a repetir.
…. entre arsénico y tinta… Vaya compendio de acción! Gracias por la divulgación de este personaje desconocido.
Este artículo demuestra una vez más lo que ya sabemos: que el que para unos es un terrorista para otros es un héroe. ¿Se imaginan a alguien de religión islámica que como venganza por los millones de muertos que ha causado Occidente en países islámicos, decidiera matar a igual número de occidentales, envenenando el agua de grandes ciudades? ¿Sería posible dedicarle un artículo tan elogioso?