Apunta a la cara, no quiero estar demasiado guapo cuando esos pervertidos de la morgue me pongan las manos encima. (Chris Monsanto)
Búscate la vida, cabin boy
Lo de Chris Elliott es curioso porque existen pocos cómicos que hayan marcado a tanta gente con su presencia en una serie como él lo hizo al interpretar a otro Chris (Peterson) entre 1990 y 1992 en una de aquellas mejores series de cuando las series no molaban: Búscate la vida. Un show que no solo se convirtió en objeto de culto y reverencia durante los años posteriores, sino que además logró mimetizar a Elliott con su rol en la ficción hasta el punto de lograr que para el público fuesen indistinguibles la persona y el personaje. A día de hoy, todos asumimos que Peterson era Elliott, algo a lo que ha ayudado bastante la imagen de niño adulto atrapado en un mundo absurdo que proyecta el propio actor. En esta casa también amamos hasta el dolor Búscate la vida, porque no se puede hacer otra cosa con una serie donde un extraterrestre llamado Vomitón le daba una paliza al papa Juan Pablo II.
Entre los fans fatales de Búscate la vida se encontraba un caballero llamado Tim Burton, que después de establecerse en la industria con Eduardo Manostijeras, Batman y Batman vuelve, andaba buscando alguna forma de volver a sus orígenes a bordo de un film con el tono de las aventuras de Pee-wee Herman. Para lograrlo, Burton encargó a Elliott y a Adam Resnick, cocreador de la serie junto al actor, escribir el guion de un largometraje rebozado en el particular sentido del humor que la pareja había exhibido en televisión. Elliott y Resnick, dos personas que se habían iniciado en todo esto currando como guionistas para Late Night with David Letterman, parieron de ese modo el libreto de un desmadre titulado Caos en alta mar (Cabin Boy). Pero Burton se apeó del puesto de director (que no de productor) en el último momento al aceptar hacerse cargo de la fabulosa Ed Wood, y Resnick asumió la tarea de ponerse al mando del film. El resultado fue lo que cualquiera podría esperarse de aquel par de chalados: una especie de Búscate la vida en barco.
Caos en alta mar. La produjo Burton, la dirigió Resnick, la protagonizó Elliott y nadie sabía realmente qué coño estaba pasando ahí.
Caos en alta mar se la pegó un tortazo bestial en taquilla porque no podía ocurrir otra cosa con un producto semejante. Aquella cinta era un accidente extravagante, uno con un sentido del humor marciano, donde los chistes entraban a destiempo y, sobre todo, un film al que se la sudaba por completo el público y el concepto habitual de lo que ha de ser una comedia. Fue la primera y última película de un Resnick que acabó hastiado con lo mucho que se cebó la prensa con su criatura, en los medios aquella ópera prima se convirtió en un chiste recurrente incluso cuando no era necesario: «Un día estaba leyendo un artículo sobre los director’s cut que comenzaron a editarse en LaserDisc. Era un texto muy interesante, pero de repente me encuentro en la última línea con un “¿Qué será lo siguiente? ¿Un director’s cut de Caos en alta mar?”», lamentaba el hombre. Lo gracioso es que aquella cinta se coló en los Óscar durante la sexagésima séptima gala de los premios, aunque lo hizo por la puerta de atrás: ocurrió cuando David Letterman, maestro de ceremonias del evento, aprovechó su ridículo cameo en el film para presentar un ficticio casting donde se mostraba a actores con renombre de Hollywood intentando hacerse con su papel en la peli de Resnick.
Inevitablemente, el tiempo convirtió Caos en alta mar en objeto de culto entre los descerebrados. Pero también condenó a sus responsables a que los productores de la industria los repudiasen, por ser conocidos como aquellos dos zumbados que dilapidaron diez millones de dólares rodando algo que solo parecía hacerles gracia a ellos. Elliott y Resnick explicaban que, en los años posteriores al estreno del film, las reuniones con las cadenas televisivas para sacar adelante nuevos shows siempre se venían abajo cuando alguno de los ejecutivos los reconocía como los culpables de que Caos en alta mar existiese. Y esa es en parte la razón por la que Elliott, pese a ser recordado con cariño por Búscate la vida (ojo a la sintonía que suena aquí cuando entra en el plató), no acabó encontrando otra serie que protagonizar durante bastante tiempo.
El hombre se conformó con convertirse en un secundario estrella, de esos cuya presencia desata carcajadas por sus antecedentes, y lo cierto es que no ha parado quieto desde entonces: se ha asomado por todo tipo de programas (Saturday Night Live, El show de Larry Sanders, Sabrina, cosas de brujas, Hércules, Más allá del límite, Community, Ley y orden: unidad de víctimas especiales, Cómo conocí a vuestra madre, Bored to Death, Murphy Brown, Todo el mundo quiere a Raymond, Aquellos maravillosos 70, Ed, The Good Wife o una veintena de series más); películas (Algo pasa con Mary, Scary Movie 2 y 4, El dictador, Osmosis Jones, ¿Cómo se escribe amor?, Vaya par de idiotas o Clara’s Ghost) y franquicias animadas (Duckman, Dilbert, Code Monkeys, El rey de la colina, Bob Esponja, Futurama o Metalocalypse). Pero el público siguió echando de menos durante años el poder ver a Elliott protagonizando aventuras donde hiciese muchísimo el idiota. Hasta que llegó Eagleheart. Aquel programa que no vio nadie.
Eagleheart pasó de puntillas para la mayoría de habitantes del planeta. En la web de críticas Rotten Tomatoes ni siquiera aparece listada entre la filmografía del cómico porque no existe suficiente gente que se haya molestado en verla, o en escribir sobre ella después de hacerlo. Pero todo esto no resulta extraño teniendo en cuenta lo marginal del producto: se trata de una serie compuesta por episodios de once minutos de duración (con la excepción de un capítulo que se alarga hasta los veinte), producida por Conan O’Brien pero muy justita con su presupuesto y emitida en Adult Swim, aquella sección nocturna y transgresora del canal de dibujos Cartoon Network que proyectaba cosas loquísimas cuando los más pequeños ya se habían ido a la cama. Eagleheart era un show que no había sido creado por Elliott sino para Elliott, un vehículo ideado por Michael Koman y Andrew Weinberg, dos guionistas que llevaban más de una década pariendo chistes para los late nights de Conan O’Brien e instituciones televisivas como The Colbert Report o Saturday Night Live. Y dos personas que echaban tanto de menos las estupideces de Búscate la vida como para, aliándose con un puñado de escritores y realizadores en la misma onda (Jason Woliner, Brian Reich, Greg Cohen o Andy Blitz), desempolvar el espíritu de Chris Peterson y montarse un circo similar en su honor.
Eagleheart
Sé cómo relajarme, no solo asesino delincuentes todo el día. A veces, después del trabajo, también me dejo caer por el cementerio para orinar en sus tumbas. (Chris Monsanto)
Eagleheart partía de una premisa estúpida, la de caricaturizar el Walker, Texas Ranger noventero, algo innecesario teniendo en cuenta que la serie comandada por Chuck Norris siempre ha sido la mejor parodia de sí misma. Pero a Koman y Weinberg a la larga aquello les daba igual porque lo importante era desmelenarse, pero no el cómo. Y con la pasta de O’Brien se cascaron tres temporadas donde un marshal idiota, violento y machista llamado Chris Monsanto (Chris Elliott, con una peluca ridícula y compartiendo de nuevo nombre con el personaje principal) hacia cumplir la ley, entre guiños a cámara y toneladas de casquería de dibujos animados, acompañado de los agentes Susie Wagner (Maria Thayer) y Brett Mobley (Brett Gelman, a quien hemos visto hace dos días en Stranger Things 3). Lo cierto es que la producción había sido ideada inicialmente a modo de parodia mucho más directa de las tropelías televisivas de Norris, como una comedia de media hora donde se mostrarían escenas del falso show intercaladas con secuencias detrás de las cámaras. Pero, al rodar el episodio piloto, el equipo descubrió que sería muchísimo más divertido experimentar con el humor disparatado y descartar la pantomima de imitar a una serie chusca.
Estamos hablando de una serie en la que Monsanto y compañía se ocultaban durante uno de los episodios en un barrio pudiente, utilizando identidades falsas para huir de un mafioso albanés, y la cosa se les iba tanto de las manos como para acabar montando un club de swingers cuyos miembros establecían una organización terrorista con intención de derrocar el sistema de vida monógamo. De un programa que tiene entre sus villanos a un clon del Scatman que canturreaba hitazos dance en los noventa reventando cabezas con sus «ski-ba-bop-ba-dop-bop», a un Ben Stiller drogadicto que hipnotizaba con canciones infantiles a los niños para que extirpasen los órganos de sus progenitores, a Joe Estevez haciéndose pasar por su hermano (Martin Sheen) para colarse en el rodaje de la propia Eagleheart, a un juego de mesa tan complicado como para hacer que toda África entrase en guerra, a Mickey Rooney secuestrando abuelos con intención de utilizar el poder de sus papadas para abaratar los FX sonoros de las películas, o a un árbol con el que Chris acababa haciendo el amor y teniendo un hijo de madera.
Uno de los capítulos transcurría en un pueblo donde los limpiabotas, una tropa de fugitivos cuyo brillo de los zapatos resultaba mortífero, eran perseguidos por limpiarse el calzado entre ellos en posturas impropias. Otro episodio comenzaba con un par de tipos de cruising en territorio de pumas y acaba descendiendo hasta el centro de la tierra para revelar la existencia de unos seres superiores que habían inventado a la nación china con la idea de pasearse entre los humanos disfrazados como orientales, sin llamar la atención pero identificándose fácilmente entre ellos. Y otra aventura tenía a Monsanto infiltrándose en un asilo, haciéndose pasar por anciano tras vaciarse los huesos y modificar quirúrgicamente su vejiga para mear cada media hora. En un momento dado, a Brett le extirpaban una bola de pelos sin digerir del estómago, una pelota asquerosa que el secundario acababa adoptando hasta que la guarrada crecía y se convertía en un doppelgänger sobrenatural de su padre que pretendía conquistar el mundo. En esencia, estamos hablando de lo que uno ha esperado siempre de algo donde Elliott es la estrella principal.
A Eagleheart le sale bien lo de chapotear en el absurdo, su naturaleza ridícula propicia el todo vale y por eso mismo se permite tener a Michael Gladis (Mad Men) interpretando a una fotocopia de Orson Welles, poner a Jack Wallace en el rol de un jefazo que se convierte en mesa de despacho, asesinar a personajes inocentes solo porque la violencia gratuita le resulta graciosa, idear una ley que declara legal cualquier tipo de crimen cometido en el aire (y que provoca la aparición de un zepelín donde todas las degeneraciones, excepto fumar, están muy bien vistas), y arriesgarse con un guion que mata a miembros principales del reparto (a algunos de ellos en más de una ocasión) o los convierte en malvados sin que nadie se preocupe por la coherencia de lo que está ocurriendo.
Reducir el metraje a once minutos por episodio también le beneficia, porque una vez extirpada la morralla lo que quedan son gags encadenados y la sensación de que todo es un sketch enorme al que no le apetece perder el tiempo. Gracias a esa condensación extrema, el show es capaz de mostrar a Monsanto haciendo explotar a un delincuente con un puñetazo de técnica milenaria para, en la siguiente escena, ponerlo a cargo de la familia del finado arrastrado por la culpa y, dos minutos después, encamarlo con la abuela de la prole. La autoconsciencia del desmadre es evidente: uno de los episodios se presenta como un mockumentary sobre los marshals donde se recopilan algunos segmentos de anteriores entregas. En un momento dado de dicho falso documental aparece Conan O’Brien explicando cómo se inspiró en Chris Monsanto para producir una serie a lo Walker Texas Ranger. Una ficción dentro de la ficción que, según el showman, se quedó sin presupuesto a la altura del tercer capítulo y tuvo que tirar por refritos de escenas de los dos anteriores.
A la altura de la tercera (y última) temporada, a los creadores de Eagleheart se les va la pinza demasiado al tejer una trama más extensa para conectar capítulos que hasta entonces habían sido autoconclusivos. Una historia subtitulada «Paradise Rising» y numerada como les sale del apio a sus responsables, la temporada tiene diez entregas pero en la historia el desenlace acontece en el episodio setecientos y pico. En esta última remesa, los guionistas siguen siendo capaces de salpicar su creación con locuras brillantes, como el personaje que se clona a sí mismo en diferentes versiones mutantes para montar una banda de rock progresivo, pero también se pasan de frenada con el disparate: a mitad de temporada, Norteamérica adquiere forma física sin venir a cuento y secuestra al protagonista a punta de pistola para embarcase en una huida, narrada en primera persona desde el punto de vista del país, cargada de drogas, violencia y prostitutas.
Eagleheart es una bobada autoconsciente que ejerce como metadona para aquellos que echan de menos Búscate la vida y estaban esperando ver a Elliott protagonizando de nuevo un chifladura que le diese cancha para ser aquel Chris que conocemos. Un producto que se divierte muchísimo con las salpicaduras de sangre y en ocasiones luce unos efectos especiales tan cutres como para que los films de The Asylum parezcan piezas de la Industrial Light & Magic. Pero al mismo tiempo es una serie donde los vagabundos son seres mágicos de otro planeta que surcan el espacio pilotando contenedores, y un programa donde el protagonista se convierte en un artista famoso vendiendo los muros salpicados por las entrañas de aquellos a quienes cose a balazos. En el último episodio (¿spoiler? ¿qué más da?) la humanidad se quedaba embobaba con una serie protagonizada por un par de manzanas pochas, que un espectador calificaba como «tan mala que es buena», una función que todos contemplaban de «forma irónica». En las redes sociales, Chris Elliott bromeaba al promocionar la venta online de los DVD de Eagleheart anunciando que, si el comprador lo requería, ellos podían especificar en el paquete que el envío contenía pornografía infantil, para que los carteros no se alarmaran demasiado. No hay manera de sentarse de forma irónica ante Eagleheart, porque aquí todos sabemos a lo que hemos venido.
Penciiiiiiil!!!!