Todo empezó con un proyector y una sábana blanca. El inventor francés Louis le Prince quizá no fue el primero en grabar imágenes en movimiento, pero las suyas sí son las más antiguas que han sobrevivido hasta nuestros días. En Roundhound Garden Scene, como se titula su breve película, decidió que serían su propio hijo y otros miembros de su familia quienes pasarían a la posteridad paseando distraídamente por su jardín en Leeds. Fue en octubre de 1888, hace más de ciento treinta años, pero eso es lo de menos; seguimos teniendo que obedecer aquella decisión que él tomó al echar a andar la cámara, cuando redujo el mundo entero a un cuadradito y dejó todo lo demás en el espacio en off. Vemos lo que él quiso que viésemos y solamente eso.
¿Y ahora? ¿Quién decide lo que vemos ahora? Si se acude a los medios de comunicación clásicos todo son balones fuera. «Muchos de los que trabajan en la televisión mainstream», dice Nacho Vigalondo, «reconocen que su trabajo es reprochable o bien son cínicos; se excusan en que hacen lo que les mandan, en que todo viene de arriba». Mientras tanto, replica Ángeles González-Sinde, «los de arriba dicen que hacen lo que el público demanda». Uno echa mano de su experiencia como guionista de Gran Hermano y otra como expresidenta de la Academia de Cine y exministra de Cultura. Dos polos de un espectro; la libertad de producir y programar lo que se quiera, tan necesaria, y la necesidad de que también en la comunicación rija la ley y no la ley de la selva. Dos cineastas se sientan a hablar de pantallas pero lo hacen empezando por la televisión. «Lo que Dios quiera que sea ahora la televisión», puntualiza Vigalondo. Las cosas han cambiado mucho desde aquella sencilla sábana blanca.
Un embrollo que lo es todavía más con las plataformas de contenido online y las nuevas formas de consumo audiovisual. A los programadores y distribuidores se les suman dealers, publicistas, analistas de big data y hasta algoritmos. Es una jungla, sí, pero también es un sistema al que le interesa cultivar ese aspecto selvático, como vago e impreciso, donde las fieras encuentran cobijo y a las presas se les olvida fácilmente su posición en el arranque de la cadena trófica. «El medio de comunicación que asociamos con las nuevas generaciones, YouTube», dice Vigalondo, «se trata como si fuese un medio de comunicación, cuando en realidad es una empresa». «Es una confusión que propician las propias compañías tecnológicas», apunta González-Sinde. Lo que más conviene a los gigantes, ya sabe, es parecer simples molinos.
Eso sí: en esto, como en todo, todo cambia para que luego no cambie nada. «El dinero elige los contenidos», dice González-Sinde hablando específicamente del cine. «Y cada vez más. Parecía que internet y la ubicuidad de las pantallas iba a generar libertad en los espectadores y a propiciar la autogestión de los cineastas; lo que yo veo, lo que aparece en la cartelera, es que se ha reducido mucho el tipo de películas que se pueden hacer». Según Vigalondo, «la oferta es más grande que nunca pero los manantiales de los que fluye esta oferta son una milésima parte de lo que había antes».
Todo empezó hace más de ciento treinta años con un proyector y una sábana blanca y quizá sea esa la única certeza que tenemos. Pero en esta charla de cuarenta y cinco minutos sin cortes González-Sinde y Vigalondo arrojan luz sobre la cuestión y se preguntan con lucidez dónde reside ese poder que pocos admiten tener y que casi nadie dice ejercer. ¿Quién decide lo que vemos?