El palmarés de la 76ª edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, uno de los eventos cinematográficos más prestigiosos del mundo, llegó con un par de sorpresas gordas. Por un lado, con un premio del jurado que fue a parar a Roman Polanski por El oficial y el espía. Una condecoración que causó cierto revuelo después de que la presidenta del jurado de este año, Lucrecia Martel, se hubiese convertido en noticia tras anunciar, en la presentación del festival, que no asistiría al pase de gala del film para evitar aplaudir a un hombre condenado por abusos.
Polanski, recordemos, es una persona en busca y captura en territorio estadounidense desde 1977 por abusar sexualmente de una chica de trece años, Samantha Gailey (Samantha Geimer en la actualidad). Inicialmente, el hombre fue reclamado por la justicia y acusado de cinco cargos (entre los que se encontraban el drogar a una menor para violarla, la sodomía o los actos lascivos) pero acabó aceptando un trato con la fiscalía para ser condenado únicamente por otro cargo distinto de los anteriores: «relaciones sexuales ilegales con una menor». Se comió cuarenta y dos días en la cárcel, de donde saldría bajo fianza, y huyó del país para refugiarse en Francia antes de que se dictase la sentencia, tras enterarse de que el juez pretendía encarcelarlo durante décadas. Desde entonces, el realizador ha vivido en territorio francés y trabajado en países cercanos de los que no puede ser extraditado por la justicia estadounidense.
Martel había anunciado su decisión de no asistir a la proyección inicial de la cinta del prófugo, pero también había aclarado que no estaba en contra de la idea de programar la cinta: «Cuando me anunciaron la presencia de Polanski me sentí muy incómoda, pero he visto que la víctima considera el caso cerrado, y no negando los hechos sino porque cree que Polanski ha cumplido lo que su familia y ella habían pedido. Si la víctima se ve resarcida, ¿qué vamos a hacer nosotros? ¿Ajusticiarle, negarle estar en el festival, ponerle fuera de competición para proteger el festival? […] No separo la obra del hombre, pero creo que su cine merece una oportunidad por las reflexiones que plantea». Por culpa de todo aquel ruido previo, el galardón a la película ha resultado más inesperado para cierto sector. Porque El oficial y el espía se centra en el caso de Alfred Dreyfus, la injusta condena por alta traición en 1895 de un capitán francés, un evento que algunos consideran que el realizador utiliza para establecer paralelismos con su propia vida. El film de Polanski también se ha llevado el premio FIPRESCI de la crítica, lo que ayuda a presuponerle cierta calidad cinematográfica, aunque no faltan quienes opinan que el follón montado bien le puede haber beneficiado en plan Efecto Streisand.
La otra gran sorpresa en Venecia ha sido el primer premio del certamen, el León de Oro, concedido a una película como Joker de Todd Phillips, una producción de un gran estudio, dirigida por el tío que firmó Resacón en Las Vegas y centrada en un villano de los tebeos de Batman. Es decir, algo que está en las antípodas del cine que los entendidos podrían intuir como digno de militar en la Mostra. Un reconocimiento que ha provocado todo tipo de reacciones, desde las de esnobs cinematográficos interpretándolo como el principio del fin del séptimo arte, hasta las de los hooligans de los tebeos dando la tabarra con la dignidad de las viñetas, y pasando por las pieles finas que denuncian lo peligroso de convertir en protagonista a un malvado.
Esto no es una crítica sobre la película, que aún no hemos visto, esto es un vistazo a la historia que la rodea.
La broma asesina
Visto desde la distancia, el galardón en la Venecia al Joker podría parecer marciano. Porque ha sido concedido a una película elaborada en uno de los estudios más gordos de la industria (Warner Bros), protagonizada por un personaje nacido en los cómics de superhéroes, y dirigida por un tipo que anteriormente había firmado cosas como Road Trip (Viaje de pirados), Aquellas juergas universitarias, Starky y Hutch, Escuela de pringaos, Salidos de cuentas, Juego de armas y la trilogía de Resacón en Las Vegas. Sobre el papel, Joker parecía tenerlo todo en contra al participar en un certamen que en años anteriores le ha concedido el León de Oro a películas como Roma de Alfonso Cuarón, Fausto de Alexander Sokurov, Naturaleza muerta de Jia Zhangke, Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia de Roy Andersson, Pieta de Kim Ki-duk, Desde allá de Lorenzo Vigas, El regreso de Andréi Zviáguintsev o Ang babaeng humayo (La mujer que se fue) de Lav Díaz. Quizás el antecedente con un perfil más similar al de Todd Phillips sea aquel León de Oro a La forma del agua de Guillermo del Toro, un premio que recayó en una historia de género fantástico elaborada por un director integrado en el Hollywood palomitero. Pero lo cierto es que, en la práctica y más allá de la superficie, el premio a Joker en realidad no es tan extraño como parece, sino que está totalmente justificado si se analiza lo que está ocurriendo.
Para empezar, Joker no es una gran película de estudio sino una película de un gran estudio, que no es lo mismo. Ha costado cincuenta y cinco millones de dólares, algo que en el cine contemporáneo basado en cómics viene a ser más o menos lo que se gasta en pipas para el equipo técnico: es una séptima parte de lo que costó Vengadores: endgame, una sexta de lo que se gastó en La Liga de la Justicia, un cuarto del cheque expedido para Black Panther, una tercera de los dineros destinados a Escuadrón Suicida o Capitana Marvel y la mitad del presupuesto que el mismo director manejó en el tercer capítulo de Resacón en Las vegas. Joker es una película construida en torno a un personaje de un tebeo popular, pero al mismo tiempo es una película que no estaba destinada a recibir la desmedida inversión de fondos del cine contemporáneo basado en cómics, y todo por culpa (o mejor dicho, gracias a) la Warner Brothers Pictures y su desastrosa manera de lidiar con las viñetas. Porque dicha compañía no solo no es capaz de controlar las franquicias de cómics que posee, sino que además lleva años tambaleándose con ellas como un pollo sin cabeza guiado por un pulpo a través de un garaje.
En las oficinas de Warner siempre han envidiado muchísimo a su competencia directa en el campo de los tebeos, esa Marvel Studios que ha erigido un universo cinematográfico compartido por todos sus superhéroes: el absurdamente rentable Marvel Cinematic Universe (MCU). Pero los chicos de Warner Bros nunca han conseguido emular el éxito de Marvel pese a imitar sus estrategias. Se optó por tirar del catálogo de DC cómics para ensamblar un DCEU (DC Extended Universe) coherente y la cosa les salió bastante tonta: El hombre de acero y Batman v Superman: el amanecer de la justicia amasaron dineros pero dejaron mal sabor de boca y provocaron bostezos, especialmente la segunda, aquella que un crítico definió como «ciento cincuenta y tres minutos de un hombre adulto golpeando dos muñecos uno contra el otro». Escuadrón Suicida fue una bosta infumable. Wonder Woman y ¡Shazam! resultaron potables pero con Aquaman ocurrió lo que ya se sabe. Y el estreno de La Liga de la Justicia modificó los planes futuros del universo fílmico de DC al facturar por debajo de lo esperado: recaudó seiscientos cincuenta millones de dólares en taquilla cuando se le pronosticaban como mínimo unos setecientos cincuenta.
En Warner ni les salían las cuentas ni eran capaces de construir un mundo homogéneo, porque cada película destinada a habitarlo parecía ir a su puta bola. Al final, desde la compañía optaron por poner en marcha, al mismo tiempo y sin demasiada cabeza, todos los planes alternativos posibles: reiniciar Escuadrón Suicida con un reboot y parte del reparto de la primera entrega pero también crear un spin-off de la película original (llamado Birds of Prey) donde Harley Quinn (Maggot Robbie) comandaría a un grupo de superheroínas/supervillanas, elaborar una nueva trilogía de Batman protagonizada por Robert Pattinson, tantear una Liga de la Justicia 2 que debería de protagonizar el anterior Batman (Ben Affleck) por obligación contractual, sopesar dos películas (una de ellas titulada Harley Quinn vs the Joker) con el horrible Joker de Jared Leto, idear un spin-off de terror basado en Aquaman y titulado The Trench, abocetar una buddy movie con el personaje de Booster Gold, tantear varias películas con diferentes personajes de DC (Lobo, Nightwin, Plastic Man, Deathshot, Deathstroke), preparar una precuela de Wonder Woman, planear una versión oscura de La Liga de la Justicia que en un momento dado iba a dirigir Guillermo del Toro, y mil locuras más para sacar a flote el barco accidentado.
En general, en Warner lanzaron los papeles al aire y mandaron a tomar vientos la homogeneidad de su universo DC, justificándose con un «estamos tejiendo una amalgama de multiuniversos» cuando querían decir «qué más da, a lo mejor suena la flauta con alguna de estas». Y mientras ocurría todo eso, alguien de Warner firmó un cheque para producir una película pequeñita sobre los orígenes del Joker, una historia inédita protagonizada por Joaquin Phoenix en el papel del payaso malvado, dirigida por Phillips y con alma de ser algo más personal que las viñetas que estaban acostumbrados a dibujar en Warner.
Joker ocurrió porque Phillips se acercó a los ejecutivos de Warner y les propuso una idea para diferenciarse de aquella todopoderosa Marvel que dominaba el mercado: crear una nueva división DC separada de las películas de DC ya existentes. «Les dije: hagamos que Joker sea el primero, y después vamos a llamar a los putos mejores directores para que se suban al carro. Presupuestos de treinta millones, nada de fanfarria por ordenador. Eliminemos el CGI, será liberador», explicaba un director que se lanzó a rodar la película en las mismas calles de Nueva York. «La energía que obtenemos de un actor es diferente en la 179th Street de Queens Boulevard y en la Jerome Avenue del Bronx que aquella resultante de colocarlo frente a una pantalla verde y filmarlo, algo que, por otro lado, no tengo ni puta idea de cómo se hace. No hay una sola pantalla verde en esta película […] Mi meta es deconstruir en parte el concepto de película de cómic, porque no pueden basarse todas esas pelis en peleas de CGI en un parking, así se van a quemar rápido».
Martin Scorsese se subió al carro como productor y Phillip escribió el guion durante un año a cuatro manos junto a Scott Silver (8 millas, The Fighter, La hora decisiva). Ambos aprovecharon que el Joker no tenía una historia fija que justificase su maldad y evitaron seguir la trama de cualquier tebeo existente, aunque se imitó el tono del celebrado cómic Batman: La broma asesina de Alan Moore y Brian Bolland. Descartaron, eso sí, el clásico chapuzón en ácido que moldeaba la jeta y personalidad del payaso en varias historias sobre los orígenes del villano, porque lo consideraban demasiado cutrongo. Y optaron por escribir una trama de raíces más cinematográficas que se inspiraba en películas como Taxi Driver, Toro Salvaje o El rey de la comedia (las tres dirigidas por ese mismo Scorsese que apadrina Joker), pero también influenciadas por Alguien voló sobre el nido del cuco, Serpico, El hombre que ríe y la propia trilogía de Resacón.
Con numerosas reescrituras durante el propio rodaje, Phillips y Silver tenían claro que no querían seguir el rastro de ningún cómic concreto y ni siquiera hacer una peli de Joker, sino una sobre cómo convertirse en Joker. Meter a Joaquin Phoenix, famoso por esquivar los blockbusters y participar en películas con personalidad propia, en el rol principal también tiene su punto, sobre todo porque ambos guionistas redactaron la trama con dicho actor en mente: «Una de las razones por las que nos lanzamos a escribir la historia era conseguir a Joaquin. Así que la meta nunca fue introducir a Joaquin Phoenix en el universo de los cómics, sino introducir los cómics en el universo de Joaquin Phoenix».
La promoción de la película ha seguido cauces similares a los de su producción. En lugar de procurar tocar el bombo en convenciones habituales para las frikadas y las fanfarrias como la CinemaCon de Las Vegas o la Comic-Con de San Diego, Joker ha preferido peinarse para presentarse a cosas más serias como la Mostra de Venecia o el festival de Toronto.
En Venecia la jugada le ha salido muy bien. Por un lado, la competencia no parecía demasiado la hostia: Robert Guédiguian no convenció con Gloria Mundi, Atom Egoyan tampoco con Guest of Honour, a Steven Soderbergh le salió floja The Laundromat: dinero sucio, Olivier Assayas se ha llevado palos por La red avispa, Tiago Guedes ha recolectado bostezos con The Domain, Martin Ede de Pietro Marcello le ha gustado más a los italianos que al resto del mundo, Ciro Guerra ha tropezado con Waiting for the Barbarians y el bestial dramazo checo de tres horazas titulado The Painted Bird y firmado por Václav Marhoul ha provocado múltiples deserciones en la sala, algo predecible en una historia que se ceba con su protagonista durante ciento setenta minutos. Es cierto que no han faltado cosas aplaudidas (The Perfect Candidate, Babyteeth, El oficial y el espía o About Endlessness), pero también lo es que lo del Joker no parece ser humo o una victoria por incomparecencia de rivales: la prensa y los espectadores han alabado sus virtudes desde que se proyectó por primera vez en el certamen.
Por qué el León de Oro de Joker no es una mala noticia para el cine
Hace un par de temporadas, servidora tuvo la oportunidad de charlar con el director John Hillcoat (La propuesta, The Road, Sin ley) durante las pausas en el rodaje de un capítulo para Black Mirror. Al comentarle que la pequeña pantalla parecía estar convirtiéndose en un refugio de directores con cierta carrera (Hillcoat viene de dirigir videoclips para grupos potentes y ha llevado al cine un libro tan difícil como La carretera de Cormac McCarthy) el hombre señalaba sin rodeos que hoy en día «a los estudios no les interesa financiar nada que no contenga superhéroes, no te hacen ni caso». Hillcoat no lanzaba la afirmación con tono victimista, sino realista, reconociendo que para cualquier director contemporáneo es un auténtico infierno sacar adelante una propuesta original que requiera cierto presupuesto.
Hoy en día, el público parece haber decidido que solo merece la pena ir al cine para ver lluvias de CGI, fuegos artificiales y gente exhibiendo superpoderes. Es cierto que, de tanto en tanto, algún bombazo de producción humilde y alejado de la churrería hollywoodiense consigue atraer al público en masa. Dichas excepciones en ocasiones también tienen una campaña promocional machacona detrás, por parte del estudio gordo que haya comprado los derechos del film, y en otras son simplemente buenas películas que han tenido suerte de manera milagrosa en el momento preciso. Pero esto último cada vez ocurre con menos frecuencia por culpa de los hábitos de consumo modernos, más centrados en las plataformas de streaming que en la asistencia a las salas. Y eso ha provocado que las empresas ya no se arriesguen a desembolsar billetes en algo que no contenga superhombres o no sea una secuela, un remake o un reboot. Hace unos meses, la fotografía de la cartelera de un cine en donde la nueva Toy Story coincidía con Aladdin (2019), Muñeco diabólico (2019), Men in Black (2019) y Godzilla (2019) se convirtió en un chiste de internet junto a la frase «Los años noventa acaban de llamar, quieren que les devuelvan sus películas». Los directores con renombre tampoco suelen garantizar un buen funcionamiento en salas, con la excepción del cabrón de Quentin Tarantino, que parece haberse convertido en un fenómeno (o un género) en sí mismo al lograr que su Érase una vez en Hollywood lidere taquillas. El mismo Tarantino lamentaba en las entrevistas que su película fuese la única producción original de entre todos los estrenos potentes veraniegos.
Lo peor es que el muy rentable cine de superhéroes se está convirtiendo en un auténtico coñazo. En Marvel se lo montaron muy bien al principio, creando esa sensación de película-evento con cada uno de sus estrenos y convenciendo al público de que merecía la pena merendarse toda aquella ristra de aventuras porque estaban interconectadas. Pero tras una década ametrallando a la audiencia con una tormenta de películas de cómic (más de una veintena en total, y con once de ellas estrenadas durante los últimos tres años), la compañía ha comenzado a establecer un estándar de tono y maneras en sus creaciones que logran que poco a poco todas ellas comiencen a parecer lo mismo con distinto antifaz.
Es cierto que Marvel Studios ha fichado a directores para dotar de cierto toque personal a producciones que lo requerían, James Gunn aportó el tonito gamberro a los Guardianes de la galaxia y el genial Taika Waititi reavivó la sosísima franquicia Thor, pero también es verdad que se suele optar por atarlos en corto. Edgar Wright abandonó la silla del director en Ant-Man dos meses antes de empezar a rodar y tras ocho años currando en ella, porque el estudio prefería no perder demasiado control sobre su propiedad: «Yo quería hacer una película de Marvel, pero no creo que Marvel realmente quisiera hacer una película de Edgar Wright», aclaraba el realizador, «yo era el guionista y el director, como lo había sido en todas mis anteriores películas. Y, sin avisarme, ellos decidieron hacer un nuevo borrador del libreto. De repente, convertirte en un director por encargo hace que todo sea menos emocional y comiences a preguntarse por qué estás allí».
El León de Oro en Venecia de Joker no es una mala noticia para el cine porque todo apunta a que se trata de una película digna a la que la crítica especializada, esa gente agriada y diseñada para odiar, ni siquiera parece encontrarle demasiadas pegas. También porque se presenta como algo más personal que las habituales fanfarrias nacidas a la sombra de cómics populares, algo que siquiera está sometido al molde de un estudio emperrado en convertir todas sus producciones en la misma película, vender figuritas con ellas y ensamblar un culebrón titánico. «No hay planes para una secuela, propusimos el proyecto como una única película que existe en su propio mundo, esto nunca ha ido de construir un universo», aclaró Phillips cuando los periodistas comenzaron a dar mucho el coñazo preguntando sobre la posibilidad de una segunda parte.
Paco Fox apuntaba, en una de sus intervenciones en el podcast Tiempo de culto de Ángel Codón Ramos, la clave de todo esto: «Hoy en día si quieres rodar Taxi Driver lo que tienes que hacer es filmar Joker». Y ahí está el truco: ante un público que ha relegado las visitas al cine a los grandes eventos y, como contaba Hillcoat, con los estudios potentes negándose a financiar cualquier propuesta original que no esté amarrada a una franquicia de renombre, la única solución es utilizar ese cine mainstream como herramienta para contar historias más interesantes y personales. Porque el reconocimiento a la cinta de Phillips no ha de entenderse como el encontronazo del cine con un muro creativo, sino como un aviso de que siempre existe un posible camino a tomar. Si la única manera de que hoy en día alguien pueda sacar adelante un cine arriesgado pasa por maquillarlo bajo una licencia popular, bienvenida sea la broma (asesina) y ojalá muchos más tomen nota de la jugada de Phillips. Ese director de comedias universitarias y borrachuzas que un día agarró a un villano de tebeo, le vendió una película de cómics a la productora y acabó pariendo su propio Scorsese.
Gran artículo.Muy buen punto de vista.
Es curioso: cuando la todopoderosa Disney anunció la compra de la empresa y propiedad intelectual de merchandising más grande de la historia (Star Wars), un amigo y servidor no hacíamos más que teorizar sobre las posibilidades que eso abría al mundo cinematográfico.
Luego todo quedó en agua de borrajas, pero siempre me he preguntado si, al igual que puede suceder con este Joker, los superhéroes y demás propiedades intelectuales tienen hueco para el cine de autor. Este permitiría experimentar historias diferentes e incluso decostrucciones de héroes.
Sin haber visto la película, parece que mezcla un remake (de Taxi Driver), con un reboot de un personaje que ha salido muchas veces en muchas películas, al tiempo que es de una película de superhéroes. Vamos, un hat trick de los supuestos males de la taquilla.
Lo único novedoso es que lo vendan como que tiene mensaje (la venganza de los desheredados) o que se salga de los circuitos. Por lo demás, nada que no intentara «Logan» hasta con su blanco y negro. La película no me gustó nada, pero hizo dinero, eso es innegable.
A ver lo que tardamos en hablar de «película de superhéroes crepuscular», que nos creemos que la sobredosis de un género es algo nuevo y lo del western ya fue una enfermedad. El hecho de que solo se recuerden los buenos, que no nos haga olvidar que hasta Bogart se vistió de vaquero.
«sin haber visto la película voy a dar un juicio de valor, la voy a meter en el saco que me salga de las narices y voy a sacar conclusiones, así como profetizar el resultado comercial».
Las pelotas de hormigón, tienes.
Neil Gaiman, Alan Moore o Frank MIller demostraron hace 30 años que el comic-book podía parir historias adultas, complejas y con unclaro valor literario (un número de The Sandman se alzó con un premio de literatura y la revista Time colocó «Watchmen» como una de las 100 mejores novelas del Siglo XX).
Moby Dick en su época no pasó de ser una novela de marinerías. Lovecraft, un mero aficionado de publicaciones pulp. Kerouac, un drogadicto que aporreaba las teclas con sus alucinaciones. Douglas Adams y Terry Pratchett, hoy herederos de la exquisita tradición de Wodehouse, fueron hasta hace poco simplones escritores de fantasía y ciencia ficción (sólo tuvieron que morirse…)
No tiene por qué ser diferente en el cine. Están los westerns de John Ford y los de Jesús Franco. El Espartaco de Kubrick y las películas de Steve Reeves.
Tal vez no sea tanto una cuestión de género ni de personajes… sino de querer contar algo. Y tener algo que contar. Y este «Joker» tal vez sea la primera película de algo diferente…
Educadamente: «sin haberlo visto [por lo que dice el artículo]»
Enhorabuena por lo del hormigón.
Lo mencionas bien al final, se trata de un cine maquillado, pero difiero en la otra afirmación, no es arriesgado. Y no, no es una buena noticia que haya ganado el León de Venecia, pues lo único que se demuestra es que licuar comics con temáticas expuestas en películas como taxi driver o el rey de la comedia alcanza para dar la impresión de ser propuestas innovadoras cuando en realidad distan de serlo. Los festivales de Berlín, Venecia, etc., tienen prestigio porque realizan una integración de propuestas de todo el mundo para otorgar sus premios, a diferencia del Oscar, que siempre ha pretendido decirnos que la película que ellos premian no es sólo la mejor producción norteamericana de cine del año, sino de todo el mundo. Si deben activarse las alarmas pues la forma del agua, Roma y ahora el Joker indican una intención de dar mayor legitimidad al cine norteamericano (siendo que ese trabajo lo hacía el Oscar). Y bueno, ahora el mensaje es que debemos tomarnos más en serio los comics, no sólo por el dinero que generan sino porque dan «grandes historias» que ganan premios hasta en Europa.
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