«¿Por qué te rebajas a discutir con los lectores?», me preguntaba recientemente un conocido escritor en relación con mis artículos de Jot Down.
Le contesté que, lejos de rebajarme, me elevaba. Y no como el que sube a un monte o trepa a un árbol, sino como quien vuela, puesto que al debatir con los lectores accedía a un nuevo «grado de libertad», a una dimensión que normalmente —históricamente— nos está vedada a los escritores, que es la dimensión del diálogo.
Quienes hemos desarrollado buena parte de nuestra actividad literaria y articulística en los tiempos anteriores a la eclosión de internet, deberíamos valorar muy especialmente la posibilidad de comunicarnos de forma directa e inmediata con nuestros lectores, cosa que hace apenas unas décadas no era ni siquiera un futurible; pero parece ser que no siempre es así, y algunos escritores veteranos no solo ignoran los comentarios a sus textos, sino que incluso los consideran una molesta intromisión. ¿Por qué?
A principios de los años ochenta del siglo pasado, escribía para la revista científica Algo una sección de matemática recreativa titulada —en evidente homenaje a Lewis Carroll— El juego de la lógica. Uno de los aspectos más gratificantes de aquel trabajo era que recibía muchas cartas de los lectores. Pero, obviamente, eran cartas de papel que llegaban por correo postal, lo cual, por una parte, ralentizaba enormemente la comunicación y, por otra, impedía el debate colectivo.
En la última década, primero en el diario Público y luego en Materia, el suplemento científico de El País, he venido publicando semanalmente una sección similar y casi homónima: El juego de la ciencia. Similar en el nombre y en los contenidos, pero sustancialmente distinta en su desarrollo, pues ahora el debate con los lectores fluye casi en tiempo real y, lo que es aún más importante, no es privado y bipersonal sino público y colectivo. De la lenta y angosta vía del correo postal hemos pasado a un ágora electrónica prácticamente ilimitada tanto en el espacio como en el tiempo. ¿Por qué no la aprovechamos mejor?
La respuesta no es sencilla ni única, y tampoco halagüeña, me temo. Pues una de las principales razones de esta falta de diálogo es, seguramente, el narcisismo de los «autores» (un término que siempre habría que coger con las pinzas simbólicas de unas comillas). Y en este sentido es muy significativo que mi amigo escritor considerara que debatir con los lectores era «rebajarse», pues con ello se remitía al orden jerárquico, vertical, que nuestra sociedad establece, de forma más o menos explícita, en todo tipo de relaciones personales. El escritor, al igual que el maestro o el sacerdote, representa el principio de autoridad, habla desde lo alto de una tarima o un púlpito, y discutir con sus lectores equivale a «bajar» a un nivel inferior.
«Yo me he ganado el derecho de publicar mis artículos en esta prestigiosa revista, y el hecho de que tú puedas acceder a una página de comentarios sin más que pulsar una tecla no te autoriza a interpelarme de igual a igual», parecen decir con su desdeñoso silencio los articulistas que ni siquiera se dignan a contestar las preguntas directas de sus lectores.
Pero el egotismo infantiloide y la arrogancia elitista que con demasiada frecuencia caracterizan a los «autores», no son explicación suficiente para el generalizado mutismo de quienes más interesados deberían estar en participar en los debates suscitados por los artículos, que son quienes los escriben. Y aunque al narcisismo de algunos escritores añadamos el pudor de otros (que a veces raya en la fobia social, como en el conocido caso de Salinger), sigue sin entenderse que la proporción de articulistas que responden a los comentarios de sus lectores sea mínima, por no decir vestigial, y puede que la explicación tenga que ver más con la pereza que con la soberbia, por apelar al socorrido baremo de los pecados capitales. Una pereza que, a su vez, es expresión de una inercia cultural que favorece lo mecánico/unidireccional frente a lo dialéctico/reticular (que prefiere el árbol al rizoma, en la jerga posmoderna).
Del mismo modo que fue muy difícil —y sigue siéndolo— romper las rígidas convenciones del teatro a la italiana, que levanta un muro invisible entre el escenario y el público, nos cuesta romper el cristal blindado que separa a los escritores de los lectores. Porque el escritor es también un actor que desgrana su monólogo estelar ante un público invisible; y, como todos los actores, busca el aplauso y asume el riesgo del pateo, pero se resiste a bajar del escenario. Y no solo por orgullo, sino también porque se sentiría fuera de lugar —es decir, «descolocado» y por ende inseguro— al ver alteradas unas reglas del juego respetadas durante siglos.
La revolución dialéctica
La dialéctica es tan antigua como el lenguaje, y ya Platón dijo, siguiendo a Sócrates, que el diálogo es la vía maestra del conocimiento. Hegel, inspirándose en el pujante método científico de Galileo y Newton, desarrolló y sistematizó la dialéctica hasta convertirla en una poderosa herramienta intelectual. Y Marx y Engels la limpiaron de polvo idealista y paja retórica para ponerla al servicio de la transformación de un mundo que los filósofos se limitaban a interpretar. Pero un proceso dialéctico —un diálogo de cualquier tipo— para desarrollarse con fluidez requería, hasta hace poco, condiciones de proximidad similares a las del ágora ateniense o la Academia platónica, difíciles de extender a ámbitos más amplios. De ahí que el rapidísimo avance de la ciencia en los últimos tiempos se deba, en gran medida, a que ahora los científicos de todo el mundo pueden comunicarse y debatir en tiempo real, lo cual era impensable hace apenas unas décadas.
Y, paralelamente, la divulgación científica, esa imprescindible vertiente didáctica y coloquial de la ciencia que la conecta con el conjunto de la sociedad (para enriquecimiento no solo de la sociedad sino también de la ciencia), se ha beneficiado de forma espectacular de las posibilidades que nos brindan las nuevas tecnologías. En las páginas sobre ciencia, los comentarios proliferan por docenas y aun por cientos, en contraste con lo que suele ocurrir en las páginas culturales en general, no menos importantes y no menos dignas de enriquecerse de la revolución dialéctica en curso.
Una revolución dialéctica —de sustitución del monólogo vertical por el diálogo horizontal— que podría marcar el inicio de una nueva era en la generación y la gestión del conocimiento; pero que, como todas las revoluciones, se enfrenta a poderosos enemigos y a la propia inercia social. La proliferación de blogs, webs y foros digitales propicia nuevas formas de participación en las que los beneficiarios del antiguo régimen comunicacional ven una amenaza a sus privilegios. Y asistiremos —estamos asistiendo ya— a una nueva y encarnizada batalla entre quienes intentan sojuzgarnos y quienes luchan por la emancipación de las personas y de los pueblos. Si la revolución dialéctica —el diálogo sin fronteras— triunfa sobre la involución monoléctica —es decir, sobre la manipulación de las nuevas tecnologías por los poderes establecidos para imponer un discurso único y embrutecedor— podríamos asistir en breve al despertar de una nueva conciencia.
Todo lo anterior es un largo preámbulo a un breve ruego: colegas articulistas, no ignoréis a los lectores que tan generosamente os regalan sus comentarios. No seáis tan arrogantes, púdicos o perezosos. No os quedéis al margen de la transformación cultural en curso. Uníos a la revolución dialéctica.
Apis monolectica
Un curioso caso de convergencia semántica: se denomina «monoléctica» a la abeja que solo recolecta el polen de una única especie floral (una abeja del naranjo podría pasar junto a un cerezo florido sin prestarle la menor atención). Una buena metáfora del escritor ensimismado y, en general, del superespecialista que, al centrarse plenamente en un solo tema, evita el diálogo con los demás y «acaba sabiéndolo casi todo sobre casi nada», como reza la irónica paremia. Al acercarse tanto a su objetivo, pierde la perspectiva y deja de verlo con claridad; pues, como decía Marañón, el médico que es solo médico no es ni siquiera médico.
Precioso artículo. Y gracias por romper esa pared porque siempre es enriquecedor tenerte ahí. Ese grado de cercanía que brindas es un plus en un tiempo en el que blogueros y youtubers narcisistas (no todos) campan.
No me canso de repetirlo: romper esa pared enriquece, en primer lugar, a quienes escriben los artículos. Sois los lectores que nos regaláis vuestros comentarios quienes generáis ese plus. Gracias.
Conozco a mucha gente que ha escrito durante décadas en prensa musical, yo mismo colaboré esporádicamente con una publicación pero lo dejé porque ese no era mi mundo entre otras cosas porque descubrí que algo que yo imaginaba idílico, escondía una arrogancia que no me explicaba entre algunos plumillas y el aire que se daban, algunos eso si, muchísimo más que otros. Aunque curiosamente, estos dieron el salto a las redes sociales y allí sí que están en su salsa recibiendo la adoración de montones de súbditos encandilados por su prosa y cultura.
Sin embargo, conozco a otros muchos más modestos en formas pero también muy inquietos, y cuando llegó la fiebre del blog se lanzaron de cabeza al «comentarismo» y algunos descubrieron con horror, algo que no se esperaban acostumbrados al formato de papel y que no comentas en tu excelente artículo pero que también es (lo afirmo) la razón por las que muchos periodistas decidieron abandonar el proyecto o cerrar los comentarios a cal y canto: los trols, ofendiditos y demás ralea que pulula por las redes.
Cuando escribes para una revista, solo la compran sus adeptos, puede haber algún lector que mande una carta o ahora email iracundos pero son los menos. En cambio, La Red De Redes, es un vertedero de las disfunciones mentales de los seres humanos. Y lo que antes podía alcanzar de rebote a algún «hater» ahora es masivo y entiendo que muchas personas hayan experimentado desde indignación, decepción y hasta ansiedad dependiendo de la crueldad de los «habituales» y la sensiblidad de quién recibe los dardos, hasta puro hartazgo de perder el tiempo, primero borrando a los estúpidos que manchan tu trabajo con sus chaladuras y/o crueldades y después pasando por la incómoda moderación de comentarios, que es lo mismo exactamente, solo que tú eres el único que lo lees y no llega a hacerse público, pero la desolación es la misma.
Y luego, aunque realmente sea por algo bueno, el sentirse culpables si no tienes demasiado tiempo para atender a todas esas personas con buenas intenciones que aportan un interesante debate en la misma sección. Por eso entiendo que muchas revistas en su versión digital o simplemente las que ya nacieron como magazine digital, hayan eliminado de un plumazo la sección de comentarios, hartos de la situación. Yo valoro los comentarios de una web como Jot Down porque generalmente suele participar gente muy interesante aunque en ocasiones se cuele algún bobo; pero me pregunto, por ejemplo, para qué diantres sirven los comentarios en las noticias de El País, El Mundo o El Periódico por poner tres ejemplos rápidos.
Como una noticia sea de esas «candentes», se pueden llegar a contar por miles, en los cuales el 90% es paja o directamente basura y claro, entiendo que no van a ponerse a moderar una media de 300 comentarios por noticia de portada, los dejan pasar sin más y claro, eso sí que rebaja para mi gusto la calidad de un trabajo. Otra cosa son las secciones culturales donde, para bien y para mal, no entra la misma gente y suelen haber debates más interesantes aunque siempre se cuele algún idiota. Pero bajo mi modesta opinión, creo que ciertos medios perjudican demasiado su calidad e imagen por permitir algo que debería ser positivo pero que en un porcentaje enorme, ha resultado ser decepcionante.
Esas webs que optaron por impedir los comentarios, ahora se leen como leerías un periódico de papel, lees, te informas y no sientes la necesidad de aportar nada, esa «necesidad» solo surge cuando ves el dichoso cuadradito para escribir un tocho como el que acabo de soltarte. Yo no tengo redes sociales y no suelo comentar nunca en ninguna parte, esta es la única web ahora mismo donde me gusta hacerlo, pero entiendo perfectamente a quienes dieron ese paso. Y si, los casos que tu mencionas existen, los arrogantes que no quieren «rebajarse» o los perezosos que directamente pasan por no trabajar más, pero también existen esos otros motivos que te he expuesto. Pues nada, un abrazo (emoticono sonriente :-D)
Tienes razón, hay mucho troll pululando por la red, y no hay que alimentarlos. En algunos casos puede estar justificado prescindir de la sección de comentarios (aunque también hay filtros y formas de moderación eficaces); pero, como tú mismo señalas, en las páginas culturales el porcentaje de odiadores e incordiadores suele ser mínimo. E incluso te diría que, si te lo tomas con un poco de humor y mirada antropológica, puede ser instructivo ver a qué tipo de troll o de hater atrae un determinado texto. En «El juego de la ciencia» suelo recibir más de cien comentarios a la semana, y a veces más de mil; leerlos y contestarlos me lleva bastante tiempo; pero te aseguro que es el tiempo mejor empleado del día (bueno, el segundo mejor tiempo, para ser exacto). Gracias por tu extenso y oportuno comentario.
No me había planteado nunca lo de que puede ser instructivo, visto así tiene hasta su gracia jaja. Aunque créeme, yo moderaba un foro cultural aunque su principal atractivo era la música en todas sus vertientes, y al final resulta irritante soportar a esa panda de aburridos. No por la gente que discrepa de algo y se «calienta» un poco, sino por gente que entra adrede a incordiar y terminé dejándolo en manos de los otros administradores, a mí me cansaban. Pero si regreso intentaré verlo de ese otro modo :-) Gracias por tu respuesta, ¡un abrazo!
Lo normal en comentarios es que los que discutan a favor o en contra de los argumentos del escritor sean los lectores. Si el autor participa, defiende y profundiza en lo expuesto y en lo aportado por los demás, pues salimos ganando todos. Mientras se haga civilizadamente y con respeto, no sé dónde está el problema. Y mira que un servidor ha intercambiado sablazos con el amigo (le voy cogiendo cariño) Frabetti.
Un placer leerle, como siempre.
Si todos estuviéramos de acuerdo, los artículos de opinión serían superfluos. Y los sablazos bien argumentados son más positivos que los elogios (que tampoco vienen mal de vez en cuando).
Muchas gracias por ser usted como es, Maestro.
La maestría es una relación biunívoca: también es una forma de diálogo, o de lo contrario es puro sermoneo. Gracias, pues, por tu insistencia en el diálogo socrático, de la que todos nos beneficiamos en El juego de la ciencia.
Gracias, gracias y gracias… modestia aparte.
Vaya qué dilema, señores! Y para colmo Blackfoot, en lo que me concierne, dio en el clavo con respecto “al dichoso cuadradito”, pero confieso que el impulso al enviar mi primer comentario fue debido, antes que nada, a la calidad del contenido y el subsiguiente deseo de que JD supiera que me había gustado y esperando que hubiesen otros para alentarlos a continuar en la brecha. Además, con la humanidad que demostraron con aquella famosa campaña del “leed, coño o remen malditos, o algo por el estilo” me convencieron de que estaba de frente a un grupo de personas que merecían mi apoyo. Pero ese “dichoso cuadradito”, ahora que lo han nombrado… seguramente que en más de una ocasión me he ido por las ramas… es culpa del “dichoso cuadradito” no mía. Hasta esta especie de introspección de Frabetti, que en pocas palabras vendría más o menos a ser como el dicho “los trapos sucios se lavan en familia”, termina siendo otro buen artículo. La magia de la escritura. Gracias por la lectura.
Ojo, que yo mismo me he tendido la autotrampa al decirlo. Yo, lo admito, no voy a crear una persona ficticia para decir que le pasó a un conocido, era anticomentarios por todas esas cosas que he contado. Vi a colegas verdaderamente hundidos al encontrarse que, ocultos tras un nick, había gente que obviamente los conocían personalmente y aprovecharon el anonimato para ridiculizarles sacando «trapos sucios», nada grave,pero lo suficiente para hacer tambalear la ética del individuo: «Si le borro el comentario, parece que sólo dejo a los aduladores, si lo dejo, siempre quedará en mi página una persona desacreditándome aunque esté exagerando, tergiversando o directamente contando medias verdades». Hablo de cosas obviamente no graves, insisto, pero lo suficientemente molestas como para incomodarte que estén ahí. Y al final pues eso, muchos optaron por echar el cierre. Los más tremendistas a toda la web y otros, sólo a los comentarios. Y si, yo antes era anticomentarios y me parecía que no era necesario que cada artículo quedase decorado por montones de opiniones, hasta que empecé a encontrar lugares como este donde te das cuenta que si bien alguien falto de modales puede colarse, generalmente hay buen ambiente. Alguien que lee un análisis concienzudo sobre, qué se yo, The Who, una serie de los años 80 o una de esas interminables, en el buen sentido, entrevistas de Jot Down, no pierde su tiempo luego en insultar o soltar harengas ridículas. Es, como se dice ahora, un público más de «target». Y si no llevasen la cajita de comentar, terminaría y pensaríamos wow, qué bueno, o qué malo, o está bien pero tiene algunas inexactitudes, pero como no puedes dar tu opinión, lo olvidas a los cinco minutos y sigues con tu vida. Todos «pìcamos», y el que diga que no… pues ha dicho que no jaja
Queridos Eduardo y Pienegro, los menos jóvenes, que durante muchos años hemos vivido y trabajado en un mundo analógico, todavía no nos hemos repuesto del shock causado por la explosión de internet, y nadie, ni siquiera los más jóvenes, ha asimilado aún del todo la nueva situación relacional, con todas sus connotaciones éticas y psicológicas. Estamos explorando un nuevo mundo, y es fascinante; pero también peligroso. Mi próximo artículo irá sobre eso. Y espero vuestros comentarios. Gracias.
Fantástico artículo. Quizá otro aspecto interesante de los comentarios es el de guiar futuros artículos. Yo diría que en cierto sentido es como generar caminos no previstos. Por cierto, espero con ansia el próximo artículo, pues lo considero un tema especialmente espinoso y sobre el que, desde mi punto de vista, es difícil tener una opinión bien fundamentada.
Al menos en mi caso, lo que dices es totalmente cierto: buena parte de lo que escribo surge de las discusiones con los lectores, que, efectivamente, generan caminos no previstos. En cuanto al próximo artículo, espero no defraudarte, pues me limito a apuntar algunas reflexiones muy generales. Como bien dices, es muy difícil tener una opinión bien fundamentada sobre algo que aún no hemos tenido tiempo de asimilar del todo.
Creo que defraudarme sería imposible. No creo ni que quepa la posibilidad de una excepción que confirme la regla. Tanto de los artículos (aquí y en EJDLC) como de tus libros, diría que es una suerte poder ser uno de tus lectores.
Mucha fe en los comentarios instructivos por parte de los lectores, una pena que sólo correspondan como usted menciona a secciones culturales y científicas…. pero la sociedad es más que eso por lo que la «ganancia» en la dialéctica se queda en un granero para muy pocos. Por tanto, le merece la pena esta endogamia? Lo útil quizás sería contestar a los infames comentarios del resto de la Red.
Creo que la batalla se libra en varios frentes, y todos son importantes. Por mi parte, también contesto a los infames comentarios del resto de la red (salvo a los que son meros insultos o amenazas), y estoy de acuerdo contigo en que son de la mayor importancia. Pero no calificaría este foro de endogámico; hay artículos para todos los gustos (y para todos los disgustos) y suscitan una gran variedad de opiniones.
El artículo que acabo de leer, además de ser muy bueno, de lo que habla sobre todo es de tí (el articulista), de tu humildad y de tu buena predisposición y de tu generosa postura en esta nueva forma de asimilar Cultura que nos proporciona la era contemporanea. Y aunque estoy del todo de acuerdo en la crítica al egotismo y la arrogancia de otros (el elitismo, en cualquiera de sus formas no hace más que degradar al ser humano, creo yo) también puedo comprender que haya otros motivos por los que un/a articulista no quiera debatir con sus lectores. Las redes sociales, las secciones de comentarios, etc están moldeando nuestra forma de relacionarnos, de trabajar, de analizarnos y de conocernos (con un balance negativo, diría yo) y tras mi experiencia propia y mucha observación ajena me doy cuenta que entrar en ese ágora a debatir, responder y hablar con los demás sobre tu trabajo es algo que ya no tiene tanto que ver con tu trabajo como con esta «nueva» forma de comportamiento social. El debate en redes puede realmente afectar psicológicamente (mucho o poco) y puede moldear tu forma de expresarte o interferir en los temas de los que tú, como articulista, querrías hablar. Y claro, la pregunta sería si eso merece la pena; si merece la pena abrir la puerta a esa influencia e invertir mucho tiempo en ella si en muchos casos es esteril, mucho más esteril que constructiva.
Y entonces ¿para qué te estoy contando yo esto?… Pues eso: «se nos toma por bobos, se alimentan los cuervos, se nos muere la magia, se conjuran los necios, son los tiempos modernos que nos toca vivir….» como dice la canción La Evolución de las Costumbres de La Mode. Un cordial saludo!!
Para mí la respuesta a tu pregunta está clara, como se desprende del propio artículo: vale la pena, y mucho, aunque tienes razón al decir que muchas veces el esfuerzo es estéril. Pero vivimos en una sociedad en la que cualquier forma de relación interpersonal auténtica requiere esfuerzo, y muchas veces el esfuerzo es infructuoso. En cualquier caso, celebro que, como la dama de tu alias, te hayas decidido a salir de la torre para participar en este foro. Gracias.
Por si no la conoces, he aquí una hermosa versión del poema de Tennyson:
https://www.youtube.com/watch?v=1Lh6kuTjTiU
Decía Carl Rogers entre otros, que una de las funciones de los psicoterapeutas es la de hacer de «espejo» de la persona que tienen delante.
Se podría decir que los lectores con nuestros comentarios somos un poco terapéuticos para ti? Jaja
Un poco no, mucho. Esta es la mejor manera de activar las neuronas espejo, fundamento y razón última de toda terapia..
La Red puede ser una buena terapia personal, una especie de psicoanálisis por el que no se paga al psicoanalista…
Siempre que, previamente,consigas identificar/tejer alguna subred de confianza, matizaría yo.
«El médico que es solo médico no es ni siquiera médico». Genial. ¿Qué otras genialidades dijo Marañón?
Unas cuantas. Por ejemplo (cito de memoria): «En el lenguaje científico, la claridad es la única estética».