Cine y TV

Hollywood contra la advertencia Miranda

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Infiltrados en clase. Imagen: Columbia Pictures.

Es una escena que gracias al cine y las series norteamericanas hemos contemplado un gritón de veces: la policía detiene al criminal y mientras lo esposa y le pasea la cara por el capó de algún coche le recita de memoria sus derechos, una parrafada que siempre es la misma: «Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será utilizada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a hablar con un abogado y que dicho abogado esté presente durante cualquier interrogatorio. Si no puede pagarse un abogado se le asignará uno de oficio». Un discurso tan asentado en el imaginario popular, y reiterado durante centenares de producciones audiovisuales, como para que pueda ser recitado de memoria por una señora de Murcia que no salga muy a menudo de casa. Y al mismo tiempo una fantasía hollywoodiense en la gran mayoría de los casos. Porque la policía norteamericana sí que tiene la obligación de leer exactamente esos mismos derechos a ciertos detenidos, pero no lo hace como Hollywood refleja en pantalla.

Tiene derecho a guardar silencio

La «advertencia Miranda» (o «derechos Miranda», o «reglas Miranda») es como se conoce formalmente a esa lista de derechos de los que dispone y ha de ser informado un detenido. Pero, a diferencia de lo que dictan las películas y las series de televisión, la enumeración de las reglas Miranda no es algo que la policía se vea obligada a cantar siempre que toque vestir con las esposas al sospechoso. Porque en el mundo real, los derechos deben ser leídos al detenido únicamente en caso de que este vaya a ser interrogado con la intención de utilizar su testimonio en el juicio posterior. Dicho interrogatorio ni siquiera tiene que acontecer en unas roñosas oficinas policiales al estilo de las de Policias de Nueva York, sino que puede tener lugar en cualquier lugar y situación, incluso en el momento en que se realiza la detención, como sucede siempre en las películas. Aunque esto último en realidad no suele ser lo más común, porque lo habitual en la práctica es que al interesado se le lean sus derechos justo antes de llevar a cabo el interrogatorio, para que todo quede bien claro antes de empezar a disparar preguntas. 

Tarjetitaporaqui
Tarjetita-chuleta con las reglas Miranda.

Otro detalle que tiene algo de leyenda urbana es la idea de que los derechos son recitados de memoria por los encargados de hacer cumplir la ley. En lugar de eso, lo habitual es que se requiera que el agente los lea directamente de una tarjeta, para regatear cualquier tipo de alteración o error en el enunciado y evitar que el interrogatorio pueda ser declarado no válido posteriormente. El texto, eso sí, es idéntico al que se enuncia en las ficciones policiacas, aunque puede variar ligeramente según la normativa del estado: en algunas jurisdicciones se incluyen párrafos como «Si usted decide responder a las preguntas ahora sin la presencia de un abogado, tiene el derecho a dejar de contestar en cualquier momento», «Conociendo y entendiendo estos derechos que le he comunicado, ¿está usted dispuesto a contestar a mis preguntas sin un abogado presente?» o «¿Entiende los derechos que le han sido leídos? Con ellos en mente ¿desea hablar conmigo o hacer algún tipo de declaración?». En el caso concreto de ciertos territorios de Nevada, Nueva Jersey, Oklahoma y Alaska se sustituye la sentencia donde se asegura que se proveerá de un abogado de oficio por un «No tenemos forma de designarle un abogado pero uno le será asignado, si lo desea, en el momento de ir a juicio». O lo que es lo mismo: un modo de insinuarle al detenido que solo le colocarán a su vera un letrado en el momento de sentarse ante el tribunal, y tras haber confesado antes. Todas estas lecturas de los derechos Miranda requieren, para ser interpretadas como válidas y evitar marrones, que la persona informada confirme que lo ha entendido todo, de manera oral o por escrito, respondiendo inequívocamente a una pregunta del tipo «¿Entiende estos derechos?». Ante dicha cuestión, el silencio a modo de respuesta no es considerado como una contestación afirmativa.

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Un policía leyendo los derechos, tarjetita en mano, en 1984. Imagen: J. Ross Baughman, CC.

Otra estampa típica de las ficciones es aquella que tiene al recién esposado espetando un agresivo «¡Conozco mis derechos!» y provocando que el policía interrumpa la exposición de la advertencia Miranda. Pero eso mismo no ocurriría en la vida real, por ser obligatoria y necesaria la lectura completa del texto. Lo cierto es que, en numerosas ocasiones, la policía no tiene la necesidad de recitar las reglas Miranda. Porque realizar una ronda de preguntas no siempre es indispensable para afianzar una condena: si un criminal es detenido cometiendo un crimen ante los ojos de la policía, el interrogatorio no será necesario al tener como prueba válida el propio testimonio de aquellos agentes que han presenciado la fechoría.

La denominación «Miranda» de todo esto no es, evidentemente, fruto del azar. Sino algo que nació a raíz del caso Miranda contra Arizona, una bonita movida que tuvo a un delincuente entrando y saliendo de la cárcel allá por los años sesenta.

Miranda contra Arizona

Ernesto Arturo Miranda (1941, 1976) fue un cabronazo durante prácticamente toda su existencia. A los trece años sería arrestado por la policía por primera vez y a partir de entonces encadenó una envidiable carrera, que incluyó un tour por reformatorios y cárceles, salpicada de crímenes entre los que se encontraban el robo de vehículos, el asalto a mano armada y numerosos delitos sexuales. El 13 de marzo de 1963, dos agentes del departamento policial de Phoenix se encararon con Miranda tras comprobar que la descripción y matrícula del vehículo coincidían con la escasa información que poseían sobre el agresor de Lois Ann Jameson, una chica de dieciocho años que había sido secuestrada y violada en el desierto. Miranda acompañó voluntariamente a los policías hasta la comisaría y tras una rueda de reconocimiento y un interrogatorio acabó confesándose culpable del raptar y violar a Jameson. La víctima reconoció la voz de Miranda como la del hombre que abusó de ella.

Miranda dejó su confesión por escrito, en una serie de hojas encabezadas por el texto «Esta declaración se ha hecho voluntariamente y por decisión propia. Sin amenazas, coacciones o promesas de inmunidad. Y con pleno conocimiento de mis derechos, entendiendo que cualquier declaración que haga puede y será utilizada en mi contra».  A pesar de ello, a Miranda no se le llegó a informar en ningún momento de su derecho a guardar silencio o a tener un abogado presente durante los interrogatorios. Tres meses después se celebró el juicio contra Miranda y se asignó su defensa a un abogado septuagenario llamado Alvin Moore. Durante el proceso, Moore intentó sin éxito que no se admitiese la confesión escrita como evidencia, pero finalmente la declaración firmada por su defendido pesó lo suficiente como para condenarle por secuestro y violación con una sentencia de veinte a treinta años de prisión por cada uno de los crímenes. Su abogado apeló la decisión pero no logró nada.

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Ernesto Miranda posando para la foto (izquierda) y luciendo el dorsal número uno (derecha). Imagen: Dominio público.

A mediados de junio del 65, Miranda solicitó una revisión del caso al Tribunal Supremo de Justicia de los Estados Unidos amparado por una nueva pareja abogados defensores (John J. Flynn y John P. Frank), porque el letrado que le habían asignado de oficio estaba muy ocupado intentando no morirse a causa de la edad. Y la corte suprema accedió a revisar el asunto como consecuencia de una época donde se comenzaba a cuestionar el correcto cumplimiento de los derechos en situaciones similares. Durante el caso, conocido como Miranda contra Arizona, Flynn y Frank culparon a la policía de Phoenix de no haber informado debidamente a Miranda sobre sus derechos, violando la Quinta Enmienda de los Estados Unidos. El juez Earl Warren les dio la razón, sentenciando que la confesión escrita del acusado no tenía validez y estableciendo que «La persona detenida debe, antes del interrogatorio, ser informada claramente de que tiene derecho a permanecer en silencio, y que todo lo que diga será usado en su contra en el tribunal. Se le debe informar claramente de que tiene derecho a consultar con un abogado y tener al abogado con él durante los interrogatorios, y que, en caso de ser indigente, se le designará un abogado para que lo represente». Aquello anuló por completo la condena de Miranda, y al mismo tiempo estableció las normas indispensables a tener en cuenta a la hora de interrogar a un sospechoso.

El estado de Arizona volvió a juzgar a Ernesto Miranda y, aunque su confesión no se presentó como prueba en esta ocasión, fue condenado a una sentencia de veinte a treinta años de encarcelamiento gracias a los testimonios de terceros. En 1972, Miranda pisaría la calle al ser puesto en libertad condicional, pero no tardaría demasiado en volver a meterse en líos, ser arrestado y acabar sentando el culo en prisión durante una nueva temporada tras haber violado la condicional. Lo curioso es que durante el tiempo que estuvo libre se dedicó a hacer negocio de su estatus de celebridad vendiendo tarjetas con la advertencia Miranda autografiadas por su persona, a un dólar y medio el ejemplar. Miranda terminó, como no podría ser de otro modo, palmándola durante una pelea de bar allá por el año 76. Al registrar su cadáver, se encontró entre sus enseres un puñado de tarjetas con los derechos Miranda impresos. 

El caso Miranda contra Arizona instauró el procedimiento oficial a seguir en todos los interrogatorios policiales posteriores. Gracias a ello, Miranda llegó a formar parte de los diccionarios oficiales al convertirse en verbo: «Mirandize» («Mirandizar») es el término con el que se denomina la acción de leerle la famosa ristra de derechos al detenido.

Miranda popular

En el caso Dickinson contra Estados Unidos, el presidente del Tribunal Supremo William Rehnquist apuntó que la popularidad de los derechos Miranda como elemento ineludible de la rutina policial los había convertido en «parte de la cultura nacional». Y la culpa de aquello la tenían los grandes pilares educativos de la civilización moderna: el cine y la televisión.

En las pantallas, la advertencia Miranda se presenta como un procedimiento indispensable durante cualquier detención policial, un acto que normalmente acompaña al delincuente esposado durante su trayecto hacia el asiento trasero del vehículo policial. En numerosas ocasiones los derechos Miranda también se utilizan como recurso narrativo para darle la vuelta al guion al estilo del caso Miranda contra Arizona, invalidando la condena o juicio en torno a la que gira la trama cuando se revela que al acusado no le han sido leídos convenientemente sus derechos.

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Ley y orden: Unidad de víctimas especiales. Imagen: NBC.

Las series policiales siempre han usado y abusado del recurso de la lectura de derechos, algo que ocurría con mucha frecuencia en CSI, Boston Legal, The Closer, NCIS, Bones, Castle o Expediente X. En Ley y orden, y por extensión en los spin-offs que nacieron bajo sus ramas, la advertencia Miranda se utilizaba con frecuencia para enmarcar el final de un acto narrativo y dar paso a la publicidad: la pantalla se fundía a negro mientras los oficiales estaban a medio camino de leerle todos sus derechos al malhechor capturado y el show se ausentaba durante unos minutos para volver, tras los anuncios, con una segunda parte de la historia que habitualmente implicaba interrogatorios y juicios varios.

Badboys
Dos policías rebeldes. Imagen: Columbia pictures.

La buddy movie Dos policías rebeldes tenía a Marcus (Martin Lawrence) gritándole sus derechos, desde un coche y durante una persecución, a un villano que difícilmente hubiese podido oírlos al pilotar otro vehículo diferente en plena huida loca. Un recital absurdo que en dicho caso era justificado por el personaje de Marcus aclarando que así «se lo ahorraba luego». Chuck Norris enumeraba los derechos Miranda en Walker Texas Ranger ante unos malhechores que al interrumpirle la cháchara legal acababan merendado una buena hostia. En Los Simpson, el jefe Wiggum arrestaba a Krusty realizando la lectura de los derechos más perezosa posible: «Tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga bla bla bla bla bla bla». En otro episodio de la misma serie, a Homer Simpson le daba por berrear para llevar la contraria a una Marge metida a policía que le espetó un «Tienes derecho a guardar silencio» tras encasquetarle las esposas. Spider-Man (Tom Holland) intentó recitar el texto durante la gresca en el aeropuerto de Capitán América: Civil War, pero no tuvo mucho éxito porque los participantes en el follón eran más amigos de pelearse que de aguantar la verborrea del hombre araña. En la comedia Los otros dos, el personaje de Mark Wahlberg se burlaba de su compañero, interpretado por Will Ferrer, por ser incapaz de recordar el texto a pronunciar («Nunca he mirandizado a nadie», se justificaba). En Harry el sucio, al protagonista (Clint Eastwood) le caía una bonita bronca por pasarse los derechos de los detenidos por lo que venían a ser sus pelotas de acero cuando su superior le reprendía con un «Tienes suerte de que no te acuse por asalto con intención de asesinato. ¿Dónde dice que tienes derecho a derribar puertas, torturar a los sospechosos, negarles atención médica y consejo legal? ¿Dónde has estado? ¿Escobedo te suena de algo? ¿Miranda?». 

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Harry el sucio. Imagen: Warner Bros.

La fabulosa Infiltrados en clase utilizaba la advertencia Miranda a modo de mecanismo para disparar la trama principal: al recién graduado agente Greg Jenko (Channing Tatum) se le escapaba un criminal arrestado porque su cabeza no le daba para recordar las cuatro líneas esenciales para lidiar con sus labores: «Nos hemos visto forzados a retirar los cargos porque se te olvidó leerle sus derechos Miranda. ¿Cuál es la razón para no hacer la única cosa que tienes que hacer al arrestar a alguien?», le echaba en cara un superior cuyo conocimiento de las leyes oficiales navegaba en la lógica fantástica del cine. Como consecuencia del gambazo, Jenko y su compañero (Jonah Hill) eran destinados a una misión de infiltración en un instituto para localizar a los camellos del lugar, que conformaba el grueso del film. En el desenlace de la historia, los personajes se redimían de su metedura de pata al detener al malo de la peli y vociferarle sus derechos mientras la banda sonora se dedicaba a elevar la épica del momento. 

En ocasiones, el texto Miranda original recibía variantes mutantes por el bien de la comedia. En Arma letal 3, Riggs (Mel Gibson) espetaba «Tienes derecho a permanecer inconsciente» a un personaje que se había quedado medio muñeco. Little Tokyo: ataque frontal tenía a un Johnny Murata (Brandon Lee) utilizando «Tienes derecho a permanecer muerto» a modo de one-liner molona. En Dos sabuesos despistados, Tom Hanks no se conformaba con mencionar los derechos Miranda y optaba por rapearlos. Y en Loca Academia de Policía 2: su primera misión, Mahoney (Steve Guttenberg) improvisaba un «Tiene derecho a cantar el blues, tiene derecho a televisión por cable, tiene derecho a realquilar, tiene derecho a pintar las paredes. Pero no con colores chillones» tras quedarse sin ideas para extender el discursillo mientras enjaulaba a una tropa de delincuentes. 

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Arma letal 3. Imagen: Warner Bros.

Las situaciones en las que el procedimiento ha sido llevado a cabo con cierto realismo resultan de lo más escasas: en Juegos de guerra, Cadena perpetua y la serie Colombo, la enumeración de los derechos que no se le mentaron a Ernesto Miranda sí que era leída directamente de una tarjeta. Pero lo habitual para Hollywood siempre ha sido tomarse la fidelidad con algo de cachondeo: en Dos sabuesos en la isla del edén un asesino demandaba la lectura de sus derechos durante el arresto, y con ello tan solo lograba que el personaje de Dan Aykroyd se riese de él al simular rociar polvo de hadas sobre su cabeza mientras murmuraba las palabras «Miranda, Miranda, Miranda».

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2 Comentarios

  1. Danko calor Rojo.
    _ Conoce ley Miranda?
    _No conozco a esa zorra.
    HOSTIÓN

  2. Pingback: Miranda vs. Arizona – Jogában áll hallgatni | MEDIA IURIS

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