Bajo la simple premisa de Alemania para los alemanes, el III Reich comenzó una conocida política de restricción cultural con la que pretendieron prescindir de Hollywood, entre otras muchas manifestaciones artísticas y culturales externas, por no decir todas. Hubo recientemente un documental, Hitler’s Hollywood de Rudiger Suchsland en 2017, que explicaba cómo se filmó un Titanic nazi, que no se hundía por el iceberg sino por una conspiración judía, por supuesto, o películas de un Sherlock Holmes que también era, lo han acertado, nazi.
Ahora son kitsch porque los nazis perdieron la guerra y su ideología ha sido anatemizada por todos los canales disponibles —no así ecos de su ideología sorprendentemente actuales y cercanos—, pero películas en las que un pobre crío aguanta las palizas que le mete su padre comunista no son más propagandísticas que otras que nos tragamos con toda tranquilidad. En toda esa creación audiovisual de los alemanes en la etapa más nefanda de su historia hay un tabú más incómodo de lo que parece.
Los nazis también apostaron por un cine con tics feministas, como en Großstadmelodie, de Wolfgang Liebeneiner, en 1942, sobre una mujer que quería ser fotógrafa, entonces una profesión masculina. También hubo comedia urbana ligera desinhibida y escapista, como Zwei in Einer Großen Stadt, de Volker von Collande en 1942, donde se veía carne, aria toda ella, tomando el sol a orillas del Wannsee.
Acostumbrados a ver los vídeos que hay de Hitler pegando voces y con los estereotipos de los nazis que han proliferado en el cine occidental, uno se imagina que sus películas convencionales serían sombrías e intensas. Algo parecido al legado de Ingmar Bergman, pero con anhelos e impotencias metafísicas referidas a la patria, como preguntándose «¿por qué no es todavía más grande mi nación con lo grande que ya es su gloria eterna?».
Pero no. El grueso de las cintas del cine del III Reich mostraban a una sociedad que se partía el culo constantemente. Todo dios era feliz en sus películas, no paraban de ser felices y de alegrarse por todo. Goebbels en persona se encargó de todo esto y era hasta agobiante, por lo que han testimoniado las investigaciones sobre esta época. Solo tenían de macabro que en todas ellas se presentaba la muerte como algo que, como el amanecer alemán en los bosques alemanes, era también precioso. Se glorificaba palmarla y entendían por happy end que el que expirase lo hiciera, como era el caso del protagonista de la temprana Hitlerjunge Quex, de 1933, mirando la bandera con la esvástica.
Todos los kilómetros de película que rodaron acabaron en un cajón —aunque son fácilmente descargables estas «joyitas»— y son películas que no han gozado de grandes reediciones ni reestrenos, ni tampoco, lógicamente, emisiones por todo lo alto en el prime time de las televisiones alemanes. En España no ha habido problemas en volver una y otra vez a Raza, por ejemplo. Allí es un tabú y, como tal, duerme el sueño de los justos. Sin embargo, nada de eso impidió que Oliver Axer y Susanne Benze se dispusieran a trolearlo en Hitlers Hitparade en 2003.
La película, según la profesora Kerstin Stutterheim, investigadora de este campo, está a medio camino entre el «didacticismo y explotación» que ha caracterizado muchas de las películas sobre el nazismo que han aparecido recientemente en Alemania. Robert Schwentke, el director de la fabulosa El capitán, criticó de El hundimiento que daba la impresión de que su mensaje era que si Hitler hubiera escuchado a los nazis más sensatos todo habría salido mejor para… los nazis. Aquí se critica al régimen, lógicamente, se muestra su cara asesina, pero la idea principal es transmitir el espíritu que empañaba los crímenes. Un optimismo y una alegría especiales.
Por eso, Hitlers Hitparade, que se basa en la ironía, un recurso un tanto cansino dos décadas después de su aparición, puede dar la impresión de que diluye la crítica sobre ese periodo. No obstante, lo que pone de manifiesto en muchas fases de los montajes es que Hitler era un líder carismático en sentido estricto, es decir, que le pasaban las mismas cosas que a un cantante de éxito, que a una estrella del pop.
Es algo que ya señaló Nerin E. Gun en su biografía sobre Eva Braun, que no hay que dejar que la condena inmisericorde de todos los aspectos de su régimen impidan ver lo que había en realidad. Según escribió, en aquella Alemania las muchachas se tiraban al paso de la comitiva del Führer con la esperanza de que las pillase un coche y Hitler las socorriera. En los actos públicos, al líder del partido le arrojaban los corsés igual que a Jesulín de Ubrique le tiraban bragas y sujetadores durante sus faenas. Hubo chavalas que se tatuaron la esvástica en el monte de Venus. Las cartas de amor que recibió el Führer se contaron por miles, también le mandaban almohadas bordadas con cariñosos motivos y eslóganes nacionalsocialistas. Hubo casos de chicas desnudas que, solo con un chaquetón encima, intentaban colarse en su domicilio para encontrarse con él y entregarle su virginidad. Hitler no vivió nada distinto a los Backstreet Boys.
El género de este documental hay que enmarcarlo en el de Canciones para después de una guerra de Basilio Martín Patino. En nuestro caso, solo con imágenes de la dictadura, el autor ridiculizó el régimen de Franco, su banal iconografía, su pobreza cultural, vital y en todos los órdenes, y puso de manifiesto su imposición a través de las armas y el onerosos tributo que es la sangre. Solo había que cambiar y combinar las canciones de la época y las imágenes de archivo para que tantos esfuerzos propagandísticos y censura franquista quedasen dislocados y expuestos tal cual eran, como una putrefacta anomalía. Hitlers Hitparade no fue más que una versión alemana de la idea de Martín Patino, solo que basada en su marrón. Un carrusel de imágenes y canciones que hablan por sí solas sin necesidad de comentarlas.
De esta manera, se abre la película con una muestra de poderío del régimen. Ciudades bulliciosas llenas de esvásticas por todas partes, tal y como debieron ser antes de que les cayese encima todo el arsenal de la Fuerza Aérea estadounidense y la RAF. Se ven en limpios e inmaculados mostradores productos de alta tecnología, lo que hoy sería equivalente a una tienda de Apple. Pases de modelos de alta costura, cantantes maravillosas y ballets espectaculares. Hollywood, pero en nazi. Aparece, de hecho, una pianista vestida con un traje plateado brillante, con taconazos y una sonrisa sexy que podría ser perfectamente el Elton John más desfasado en sus años glitter. Todo era estupendo.
A causa de nuestra dictadura nacionalcatólica, llaman la atención al espectador español las escenas rescatadas de semidesnudos y manifiesta sensualidad. Se hace extraño que hubiese cabida para el erotismo en el fascismo. El amor que mostraba el audiovisual nazi era exactamente igual que el de la publicidad occidental posterior. Maravilloso, embriagante y celebrado con champán.
La capacidad para la ironía del espectador se pone a prueba con el apartado «Un Führer elegante», donde sale Hitler bromeando, riendo con los amigos. Arreglado pero informal, que lo mismo te firma un autógrafo en la espalda de un fan que no puede quitarse de encima a las mujeres. Todo en él, cada gesto, cada paso, cada cara que pone es la prototípica imagen de los artistas de la música pop y rock que triunfaron en el siglo XX. Hay escenas suyas entrañables con bebés y otras todavía más cuquis en las que sale rodeado de cachorritos preciosos. Molaría el experimento de ver qué tal tiran en Instagram recortándole la cara.
En el libro The Holocaust and its contexts: Hitler, films from Germany de Kaarolin Machtans y Martin A. Ruehl, explican que el film induce a preguntarse cómo pudieron tantas mujeres enamorarse de Hitler. ¿Lo deseaban por su poder o, precisamente al revés, lo adoraban porque parecía un ser indefenso? Ese es el quid de esta película que en la incomodidad tiene la virtud. Son escenas que contrastan con vídeos que se intercalan de cómo le cortaban el pelo en plena calle y delante de niños a prisioneros políticos o judíos, especialmente mujeres, que debieron ser, como la felicidad del pueblo alemán en su Alemania, igual de cotidianas.
Aparecen eslóganes ridículos tan propios de las ideologías nacionalistas, como uno que dice «bosques eternos, hombres eternos». Son impagables las imágenes bucólicas de la madre patria. Paseos a caballo a la orilla del mar, granjeros felices, agricultores felices… Escenas que con maestría se confunden con las de un vídeo de unos médicos midiéndole el cráneo a una niña de trece años justo cuando se introduce el capítulo «Un modelo para el mundo».
Cuando el documental recibió el premio Grimme, en su justificación del galardón, que fue por unanimidad, el jurado explicó que se habían sentido impactado al ver esa Alemania en la que el comunista también salía por las noches y se iba al cine con su novia a ver estas películas, o esa en la mujer judía no podría evitar mover el pie al ritmo de la música de la radio en un momento en el que igual ya llevaba cosida la estrella en el abrigo.
La alegre vida cotidiana en el III Reich era mostrada «con valentía», dijeron, muy bien simultaneada con «suficientes imágenes de horror» como para que nadie dude de cuál fue la película real. Cumple la función, concluyeron, de mostrar cómo era realmente el fascismo y decir lo que decía el fascismo en ese momento, como por ejemplo, con sus dibujos animados para niños con judíos como personaje negativo y repugnante. Por su reiteración, parece que la afición de los nazis por retratar al hebreo de forma ridícula y estereotipada en muñequitos y títeres que exhibían públicamente fue casi una obsesión.
Su director, Oliver Axer, reconoció en Taz el riesgo de los tabús que había desafiado con su propuesta: «De forma muy clara, nos dimos cuenta de que el III Reich nos parecía hermoso y, por supuesto, supimos desde el principio que había mucho mal y éramos conscientes de que sería imposible separarlo. Nos criaron de tal manera que no se nos dio una gran oportunidad para hacer frente a esta contradicción o comprender esta estética». A estas alturas ya es una batalla perdida abordar el antifascismo desde esta óptica y no será porque la experiencia humana e histórica dijese lo contrario.
Es un hecho evidente, las ideologías que buscan restringir derechos nunca se van a presentar con un mensaje oscuro, sino con energía positiva y radiante. Estarán siempre envueltas en sonrisas, alegría y felicidad. Si el III Reich solo se muestra terrible o ridículo, dijo Axer en esta entrevista, no se podrá entender nunca cuál era todo su poder. A mí, hoy, las palabras de este director me parecen totalmente premonitorias.
Tras estrenar la película, recibió un correo de un espectador parisiense felicitándole por su «humor negro», no le parecía propio de la mentalidad alemana ser capaz de danzar con lo prohibido apelando al sentido común. Durante la promoción del film, Axer estuvo atento en las proyecciones a las que asistió a los momentos en los que se reía la gente. La mayoría eran cuando había alusiones sexuales. Parece que en determinados momentos era inevitable soltar una carcajada, aunque predominase la tensión en el patio de butacas, porque, tal y como él mismo señaló, mucha gente «solo se ríe cuando saben que está bien».
No hubo, de todos modos, una intencionalidad clara y premeditada a la hora de crear Hitlers Hitparade. Axer y Benze se ponían canciones de la época para conducir, no había más. Eso les llevo a preguntarse por el estado de ánimo de los tiempos y a partir de ahí fueron al archivo a profundizar en las hipótesis que surgieron en sus conversaciones.
Es curiosa la trascendencia que tuvo en Alemania un impulso de esas características del que ya ha habido muchos ejemplos en España. En la mayor parte de presentaciones de Hitlers Hitparade se invitaba al espectador a reflexionar sobre cómo una sociedad culta y avanzada como la alemana pudo caer en manos de una empresa genocida. Veinte años después ya no resulta tan complicado comprobar que la cultura y el conocimiento muy fácilmente pueden servir para ponerlos al servicio de un egoísmo criminal. Casi vente años después de su estreno, podemos afirmar que el trabajo de Axel y Benze, en la línea de El fascismo ordinario, de Mikhail Romm en 1965, tiene mucho más que aportar que estériles anatemas que, no en pocas ocasiones, los pronuncia el mismísimo diablo.
Qué maravilla de artículo, felicidades una vez más. Lo que dices sobre la educación anticultural que recibió este país en el franquismo, es absolutamente cierto y lo he hablado más de una vez con amigos que ojo, sin ser franquistas (¡para nada!), no comparten mi visión de España en el ámbito cultural. Somos un país que ha sabido avanzar y demostrar como ya hicieron otros países antes y después, que de una dictadura como de las drogas, se sale si uno se lo propone. Pero en lo meramente cultural, creo sinceramente, que nunca va a haber una recuperación. Y si la hay, va a tardar trescientas generaciones de lo lenta que va, porque cada paso adelante que damos, la siguiente generación da cinco hacia atrás en todos los aspectos pero, especialmente, en el cultural, llegando al triste presente donde jactarse de ser un ignorante encima te hace vivir de ello. Me ha resultado triste comprobar que hasta los putos nazis supiesen lo que era el buen entertainmente. Aunque ya conocía de sobra el, ejem, lado «amable» de Hitler, desconocía todo esto que has narrado. Eso no solo era impensable en la España franquista sino que nos aislaron del mundo de tal modo que hasta los que nacimos en las vísperas de la muerte del tío Paco, los que ya crecimos con conciencia suficiente para recordar los años ochenta, los que no teníamos ni puta idea de qué era vivir bajo una dictadura y teníamos la sensación de que España siempre había sido así, de repente nos íbamos dando cuenta lenta pero progresivamente y con asombro de cómo el aislamiento cultural nos había afectado a nosotros también al descubrir (muchos ya en los años noventa) que el los países avanzados del extranjero, durante nuestro letargo ya eran como nosotros en los ochenta… pero en los años sesenta. Muy a comienzos de los sesenta. Ese retraso se hubiese podido ir sincronizando con el exterior poco a poco si los poderosos hubiesen querido, pero aunque intentaban mostrarse modernos y avanzados de cara al mundo, aquí seguíamos siendo en gran medida el tópico de paella, toros y olé porque nadie puso empeño real en pulverizar esa imagen casposa en blanco y negro que tenían fuera de nosotros. Y llegó internet, y los móviles, el supuesto acceso a la cultura libre… y vamos a peor en caída libre. Y parece mentira que todo esto siga siendo consecuencia de cuarenta años a la sombra (que, en realidad fueron muchos más pero bueno, eso es ya ponerse en plan historiador y no es necesario, ya sabes de lo que hablo), pero por triste que parezca, así es. Aún arrastramos el estigma de casi un siglo aislados de los verdaderos avances del mundo real. Y lo que queda, no hay a la vista perspectiva de que esto vaya a cambiar ni por izquierda ni por derecha. Lo dicho, felicidades y perdona el tocho.
+1.
En cuanto al «desde cuándo» en España pues me temo que la respuesta es que aquí no llegó la Ilustración. ¡Y se nota!
Y sí, sorprende la modernidad del nazismo: moda, deportes, costumbres…su estética era en muchos aspectos atractiva, innovadora,, etc. Y además con frecuencia, sensual. Hechos todos que hacían para muchos al nazismo más atractivo.
Lo que contrasta cuando pensamos en el fascismo/franquismo español: retrógado, gris, castrante, de beat@s y meapilas. Ver en un NoDo de 1942 ( si mal no recuerdo) a las Bundesmädchen al lado de la Sección Femenina, ejemplifica las diferencias estéticas e ideológicas entre ambos fascismos: el uno «modernizador» y el otro claramente retrógrado.
Así es, desde luego la propaganda del régimen sabía bien poco de hacer eso mismo, pero tampoco importaba porque éramos lo mismo que ahora Corea del Norte, la gente ignoraba lo qué sucedía tras nuestras fronteras y si Franco & Co. les decían que fuera eran todos malos, perversos e inmorales y que nadie vivía como aquí, no les quedaba otra que tragar. A veces he tenido que hacer un esfuerzo para recordarme a mí mismo que lo de la España en blanco y negro sólo es una forma de hablar, porque realmente parece que nuestros padres y abuelos vivían en un mundo sin colorear. De pequeño, de hecho, lo creía y todo.
Nunca serán pocas las palabras y menos suficientes para olvidar estas pesadillas. Gracias por la divulgación.
¿Dónde puede verse este documental?. Muy buen artículo!
https://www.youtube.com/watch?v=KDqldSxuoTY
Muy interesante artículo, pero me sorprende que el autor no conozca un documental de 1973 llamado «Swastika», en el que nos muestra el comienzo de la nazificación de Alemania tras la victoria electoral. Luego a un Hitler en el Berghof con sus principales esbirros y no pocas mujeres fascinadas con él, y momentos con niños y niñas muy familiares, sin olvidar a Eva Braun. También imagenes de lo seductor que debio ser en su dia aquella puesta en escena, con la nueva cancilleria del Reich; las faraonicas obras, la tecnología de vanguardia, la moda, enormes estatuas, con avenidas llenas de simbolos, que mostraban la vision mesianica de aquel régimen, y la fascinación por el poder. Claro que luego llegaba la segunda parte con las consecuencias de aquella ebriedad monstruosa.
«Hitler fue una de las primeras estrellas de rock» dijo Bowie, otra estrella de rock.