Los propios guiones de las producciones protagonizadas por los hermanos Marx eran conscientes de que en ocasiones no podían estar a la altura de las estrellas de la función. A veces, ni siquiera eran capaces de seguirles el ritmo: a la hora de rodar Los cuatro cocos (1929), el primer largometraje de los Marx, la productora filmó las secuencias utilizando varias cámaras porque, debido a lo mucho que improvisaban los cómicos, era imposible repetir la misma escena desde diferentes planos tirando de una sola cámara. En dicha película, varios de los gags que aparecieron en pantalla ni siquiera figuraban en el libreto original de la obra en la que se basaba. Por eso mismo, los posteriores guiones cinematográficos de los Marx comenzaron a adoptar la costumbre de dejar huecos en blanco para que la prole se luciera con su ingenio. En determinados momentos de dichos textos, los guionistas simplemente se dedicaban a especificar que a alguno de los hermanos le tocaba realizar sus business (sus «asuntos»), señalando de ese modo aquellas secuencias que los actores podían rellenar tirando de improvisación. Harpo era a quien normalmente le caían más «asuntos» debido a su capacidad innata para sacarse ocurrencias de la chistera, y Groucho el segundo más solicitado por los escritores a la hora de hablar de business.
Seguir el guion original a rajatabla no siempre es la mejor idea posible. Porque en el set y entre los actores a veces nacen ideas, accidentes y diálogos que mejoran el resultado final o lo redondean convirtiéndolo en algo mucho más auténtico. Porque a veces eso no estaba en el guion.
Business
Quienes trabajaron con Stan Laurel y Oliver Hardy, conocidos artísticamente por aquí como el gordo y el flaco, solían contar que la pareja cómica rodaba a las bravas, improvisando en el plató la mayor parte de lo que ocurría en sus producciones y a partir de libretos de escasas páginas que se asemejaban más a sinopsis ligeras que a guiones reales. El dúo se hizo famoso por renegar de repetir aquellas secuencias que incluían diálogos, solo regrababan sin rechistar los stunts que eran puramente físicos, porque consideraban que una segunda toma restaría frescura al asunto. Henry Brandon, un actor que colaboró con los cómicos en Había una vez dos héroes, lo confirmaba: «Yo pregunté “¿No vamos a hacer otra toma? Y Stan se giró hacia mí y me dijo “¿Es que quieres arruinarlo?”. Lo único que repetían eran los gags físicos, pero nunca el diálogo […] Pretendían capturar la magia de la primera vez».
Lo de Marlon Brando en Apocalypse Now es bastante conocido, pero no deja de ser maravilloso por tratarse de un caso en donde un intérprete improvisó todo un personaje en lugar de un par de líneas. El director, Francis Ford Coppola, se encontró con que el reputado actor que habían fichado para el papel del coronel Kurtz se había convertido de repente en una persona extremadamente obesa (Gray Frederickson, coproductor del film, explicaba que «no existía uniforme de boina verde en el mundo lo suficientemente grande como para cubrir a aquel tipo»), y también que se había hecho un sombrerito de papel con el guion que le remitieron. Coppola optó por esconder a Brando entre las sombras y filmarlo durante horas mientras improvisaba líneas sin parar. Entre aquellas tomas, el actor se marcó un monólogo delirante de dieciocho minutos, dos de los cuales serían utilizados en el montaje final. Una parrafada incoherente tras la cual Brando se dirigió al realizador con un «Francis, he llegado tan lejos como he podido. Si necesitas más tendrás que contratar a otro actor». En general, casi toda la cháchara del personaje durante la historia nos llegó repleto de sentencias improvisadas por el tarado de Brando.
Stanley Kubrick, un director famoso por ser tremendamente maniático, controlador y perfeccionista con cada detalle de sus obras, también tuvo que rendirse en ocasiones y reconocer que la improvisación de los intérpretes beneficiaba el conjunto. En ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú el fichaje de Peter Sellers fue determinante para moldear el tono de la película. El actor, una apisonadora de espontaneidad, interpretó tres papeles distintos en el mismo film, elaborando por su cuenta gran parte de los diálogos y moldeando al Dr. Strangelove, un excientífico nazi en silla de ruedas que se convertiría en uno de los grandes iconos de la historia del cine. Los mejores gags protagonizados por aquel personaje, como la manía de llamar erróneamente «Mein Führer» al presidente de los Estados Unidos o la constante pelea con su propio brazo para no efectuar saludos nazis, eran ocurrencias del propio Sellers. De hecho, en Alerta roja, el libro de Peter Bryant en el que se basaba (vagamente, la verdad) ¿Teléfono rojo? ni siquiera aparece el Dr. Strangelove.
Filmando La naranja mecánica, Kubrick se encalló creativamente a la hora de estructurar la secuencia en la que Alex (Malcom McDowell) y sus colegas asaltaban la casa de un escritor y su mujer. Incapaz de planear la acción de alguna manera vistosa, Kubrick propuso a McDowell improvisar algún tipo de baile durante el asalto y el actor brincó por la pantalla arreando patadas y sopapos mientras entonaba la única canción que se sabía: «Singing in the Rain». El resultado, cómico y aterrador al mismo tiempo, maravilló a un Kubrick que desembolsó diez mil dólares para comprar los derechos de la canción y utilizarla legalmente en la peli. El caso de R. Lee Ermey en La chaqueta metálica fue algo especial: el hombre había sido contratado inicialmente como consejero técnico por su carrera militar pretérita, fue sargento en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, pero Kubrick le otorgó el papel del sargento de infantería Hartman tras descubrir su desparpajo innato para ametrallar con insultos. Ermery gozó del mismo privilegio inusual para una producción de Kubrick que tuvo Peter Sellers: escribir sus propios diálogos, porque cualquier otra cosa que pudiesen idear los guionistas no hubiera estado a su altura.
A Robin Williams nadie le tosía a la hora de improvisar payasadas ante las cámaras. En El indomable Will Hunting la anécdota que relata su personaje a Matt Damon sobre los pedos de su mujer fallecida nunca había formado parte del guion original, sino que fue una ocurrencia del actor que provocó la carcajada sincera del propio Damon. Supuestamente, los meneos de la imagen que ocurren durante dicha escena también fueron provocados por el descojone del cámara que filmaba la secuencia, alguien a quien pilló desprevenido ese diálogo sobre unas flatulencias tan potentes como para despertar a un perro. En la versión animada de Aladdín, la interpretación de Williams como el genio de la lámpara también se convirtió en leyenda por lo sucedido en la sala de doblaje. El libreto inicial dibujaba a un genio mucho más contenido y formal pero, cuando Williams se colocó delante del micrófono e improvisó coñas durante horas, los responsables del film decidieron tirar los diálogos originales a la basura y seleccionar el material de entre todas las bromas que iba disparando el comediante. La cantidad de texto improvisado en aquel personaje fue tan abundante que la película no pudo presentarse a los Óscar en la categoría de mejor guion adaptado. Señora Doubtfire, papá de por vida, Good Morning, Vietnam o Una jaula de grillos también incluyeron una cantidad bastante notable de frases ideadas sobre la marcha por el cómico. Rogert Ebert llegó a escribir que uno podía reconocer lo holgazán de una película de Robin Williams según la cantidad de vocecillas que el hombre imitaba a lo largo de la historia. Ebert metía la pata, porque en Aladdín el actor grabó más de cincuenta imitaciones. Y Aladdín es fabulosa.
El ejemplo más claro de lo mucho que podía llegar a desmadrarse cualquier cosa en la que Williams tuviese barra libre ocurrió cuando el famoso Inside the Actor’s Studio, un programa presentado por James Lipton y basado en realizar extensas entrevistas a actores célebres, invitó al cómico a participar en una de sus entregas a principios del 2001. En aquel show, Williams entró en el escenario con toda la artillería y Lipton tardó cinco minutos en formular la primera pregunta porque el comediante estaba demasiado ocupado haciendo reír al público con tontadas. La entrevista al completo se convirtió en una enorme perfomance del estilo de comedia de Williams: cuando Lipton le lanzó la pregunta «Si existe el cielo ¿qué le gustaría escuchar decir a Dios cuando usted se presente ante aquellas puertas nacaradas?», el cómico remató con un «Si el cielo existe sería una gran alegría saber que allí también existe la risa. Solamente por oír como Dios se marca un “Dos judíos entran en un bar…”». Por lo visto, el programa tuvo consecuencias fatales para la salud de su audiencia, porque el propio Lipton juraba y perjuraba en los comentarios del DVD que a una persona del público se la tuvieron que llevar en ambulancia por culpa de una hernia que le había aflorado de tanto reírse.
El dolor improvisado
La escena de El Señor de los Anillos: las dos torres en la que Aragorn (Viggo Mortensen), Legolas (Orlando Bloom) y Gimli (John Rhys-Davies) se topan con una barbacoa de cadáveres a medio apagar y creen que sus amiguitos hobbits, Merry (Dominic Monaghan) y Pippin (Billy Boyd), reposan entre aquellas cenizas es muy conocida por lo doloroso que resultan sus imágenes más allá del terreno dramático. Peter Jackson ordenó a Mortensen patear con fuerza, y hacia la cámara, un casco del ejército orco mientras el personaje lamentaba el destino de sus compañeros de aventuras. Y tras rodar unas cuantas tomas, el actor se marcó una interpretación muy visceral donde el puntapié llegó acompañado de un berrido de rabia, instantes antes de que el personaje cayese de rodillas. Ocurría que con aquella patada el muy entregado Mortensen se había roto dos dedos del pie, y que el grito del personaje se debía más al dolor físico y real que al ficticio y emocional. Pero el actor mantuvo el tipo, no dijo nada sobre lo de haberse convertido los deditos en fosfatina hasta que la cámara dejó de rodar, y a Jackson le pareció tan redondo el resultado como para utilizar aquella toma en el montaje final.
De tanto en tanto las lesiones, los tropezones, la sangre y los huesos rotos se cuelan en el metraje porque a veces la manera más eficaz de que los actores saquen lo mejor de sí mismos supone filmarlos deslomándose en pantalla. En Acorralado, John Rambo (Sylvester Stallone) se comía un montón de ramas entre gritos de dolor, alaridos que tenían muy poco de teatrales porque el actor se rompió tres costillas rodando el batacazo. En El club de la lucha, Brad Pitt recibió un puñetazo inesperado por parte de Edward Norton en la secuencia donde ambos jugaban a pegarse entre ellos. El actor en realidad creía que su compañero de reparto iba a azotarle en el hombro, pero David Fincher, director del film, agarró a Norton justo antes de rodar y le comentó en privado que todo sería mucho más hermoso si apuntaba la hostia hacia la oreja. Tras el tortazo, ambos fueron tan profesionales como para no salirse de sus roles y la escena quedó mucho más natural con los quejiditos de Pitt preguntándose por qué coño acababa de recibir un golpe en la oreja. Harrison Ford se hizo cisco la rodilla mientras filmaba una escena en el bosque para El fugitivo, pero optó por no recibir asistencia médica, pese a necesitar una intervención en la pierna, hasta que hubiese terminado el rodaje, porque la cojera que le producía aquella lesión le resultaba muy práctica para redondear su interpretación del huido Richard Kimble.
Durante el desenlace de Scream, cuando se revelaba la identidad de los dos asesinos y la cosa se desmadraba, Billy (Skeet Ulrich) azotaba sin querer un telefonazo a Stuart (Matthew Lillard) provocando que el segundo escupiese un muy sincero «You fucking hit me with the pone, dick!» que a Wes Craven le hizo tanta gracia como para decidir conservarlo en la cinta. La caída de culo de Anne Hathaway en Princesa por sorpresa tras resbalarse sobre unas gradas fue un tropezón inesperado que tampoco estaba en el guion, pero la contagiosa carcajada de la actriz tras el porrazo y lo poco que desentonaba aquel patinazo con su personaje hicieron que la secuencia acabase formando parte del producto final. En El baile de los malditos, Marlon Brando acabó hecho trizas tras rodar colina abajo pero mantuvo la compostura y no se quejó hasta que las escena estuvo completada para no estropear la toma. Jim Caviezel se dislocó el hombro interpretando a Jesús de Nazaret al desplomarse mientras acarreaba la cruz en La pasión de Cristo, y le insistió personalmente a Mel Gibson para que metiese las imágenes del doloroso accidente en el montaje definitivo, porque en el fondo aquello iba de ver a Cristo pasándolo fatal.
Durante el rodaje de la tercera entrega de Regreso al futuro ocurrió un pequeño accidente que estuvo a punto de dejar a su protagonista, Marty McFly (Michael J. Fox), como un muñeco colgando de una soga en aquella secuencia donde era ahorcado por Buford Perro Loco Tannen (Thomas F. Wilson). El propio Fox rememoraría el incidente con detalle, y cierta gracia, en su autobiografía Lucky Man: «En el invierno de 1989, mientras hacíamos Regreso al futuro. Parte III me ahorqué accidentalmente durante un stunt fallido. Marty McFly, atrapado en 1885, se encontraba a merced de una pandilla de villanos que pretendían lincharlo. En el último momento, antes de ser izado, el personaje lograba introducir su mano izquierda entre el cuello y la cuerda que lo ahorcaría. Esta escena no había sido diseñada para mostrar mi cuerpo entero, por lo que durante el primer par de tomas yo me mantenía de pie fuera de plano, apoyado sobre una pequeña caja de madera. […] Pero el efecto del balanceo nunca acaba de parecer realista, por lo que me ofrecí a rodar la escena sin la caja de madera de apoyo. Aquello funcionó durante las dos primeras tomas, pero en la tercera calculé mal y puse la mano en el sitio equivocado. Con la soga alrededor del cuello, y colgando del poste de la horca, se me bloqueó la arteria carótida y me desmayé. Colgué inconsciente de la cuerda durante varios segundos hasta que Bob Zemeckis [director del film], siendo tan fan de mi trabajo como lo es, se dio cuenta de que ni siquiera yo era tan buen actor».
Accidentes y casualidades
En un plano de Cowboy de medianoche, Dustin Hoffman se encara contra un taxi que casi le atropella mientras camina junto a Jon Voight por las aceras de Nueva York. La muy famosa frase que espeta Hoffman al conductor («I’m walking here!» en el original) ha cultivado la leyenda de que le salió del alma al actor cuando el taxi, que se había saltado un semáforo en rojo, casi le arrolla de verdad. Uno de los productores afirmaría que todo eso estaba preparado de antemano, pero lo cierto es que aquella escena de Cowboy de medianoche se rodó con cámara oculta, por lo que la posibilidad del accidente imprevisto es bastante factible. Y si uno presta atención a la secuencia, descubrirá que a Hoffman se le olvida recuperar el acento de su personaje tras mandar a pastar al taxista.
Cowboy de medianoche, ellos están andando por ahí.
En Guardianes de la galaxia, la escena en la que a Peter Quill (Chris Pratt) se le resbalaba el Orbe por accidente de la zarpa no estaba planeada, sino que fue fruto de la torpeza del propio actor, pero encajaba tan bien con su rol como para no ser descartada en la sala de montaje. En Las horas, un grifo caprichoso sorprendió a Meryl Streep soltando un chorro de agua inesperado, remojando los alrededores más de la cuenta en medio de una escena dramática, pero la actriz no se salió del personaje pese al percance fontanero. En El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo, Ian Mckellen realmente se dejó la cabeza hostiándose contra el techo de la casa de Bilbo. Y en Las dos torres una ráfaga de viento reescribió el guion: en un plano, a la vera de Éowyn (Miranda Otto), la bandera de Rohan se desenganchaba del poste al que estaba amarrada y salía volando por los aires hasta caer a los pies de Aragorn. Fue algo totalmente accidental, la bandera se descolgó mientras estaban filmando la escena, y a Peter Jackson le pareció tan adecuado como para aprovechar la toma en la película añadiendo unos segundos adicionales de la bandera en CGI surcando los cielos y grabando posteriormente la escena con Aragorn viendo aterrizar el trapo.
Durante el rodaje Mad Max 2, uno de los especialistas salió disparado por los aires de la peor manera posible mientras se rodaba la colisión de su moto con otro vehículo, y acabó partiéndose las dos piernas al aterrizar. El stunt no había sido ideado para que ocurriera de manera tan aparatosa, pero lo filmado se utilizó en la película porque una hostia con un maloso dando vueltas por los aires de aquella manera era material de primera.
Esto no estaba en el guion
El M.A.S.H. cinematográfico dirigido por Robert Altman estaba basado en un guion de Ring Lardner Jr. que a su vez adaptaba una novela firmada por un tal Richard Hooker que en realidad era el pseudónimo de dos personas: un cirujano que colaboró en la guerra de Corea llamado Hiester Richard Hornberger Jr. y el escritor W. C. Heinz. Pero a la película toda aquella paternidad difusa le importaba bien poco, porque Altman opinaba que la novela original era un texto «terrible y muy racista» y observaba la adaptación de Lardner más como un trampolín para lanzar la historia que como unas instrucciones que seguir al pie de la letra. Por eso mismo, el realizador dejó la puerta bastante abierta a la improvisación durante el rodaje, filmando cuando las escenas supuestamente habían concluido para forzar a los actores a exprimir más sus papeles, colando personajes en secuencias donde no figuraban inicialmente y, en general, podando los diálogos originales para que los actores se inventasen los suyos propios.
Curiosamente, al contrario de lo que ocurriría con Aladdín, tanta improvisación no impediría que la película se llevase, a nombre de Lardner, el Óscar al mejor guion adaptado. Lo cierto es que, según contaban tanto el propio Altman como el actor Elliott Gould, al guionista le enervó muchísimo que el film se pasase su texto por el forro, llegando a afirmar en público que «En la pantalla no aparece ni una sola palabra que yo haya escrito». Tiempo después, Lardner aclararía en su autobiografía que nunca se había cabreado con todo aquello. Porque claro, no vas a tener un Óscar adornando el salón e ir diciéndole a todo el mundo que no te lo mereces.
Paul Schrader firmó el guion de ese Taxi Driver que dirigiría Martin Scorsese, pero la frase más recordada de toda la película nunca brotó de su pluma. Sobre el papel, Schrader se limitó a escribir un «Bickle habla consigo mismo ante el espejo». Delante la cámara, un Robert De Niro muy metido en el papel de Travis Bickle improvisó una vacilada frente a su reflejo en donde espetaba el famoso «¿Me estás hablando a mí?» antes de desenfundar su arma y apuntar. También fue espontáneo aquel siseo espeluznante de Hannibal Lecter (Sir Anthony Hopkins) en El silencio de los corderos después de confesar que se curró una fabada al hígado humano acompañada de chianti. Chris Pratt tuvo la culpa de colar en el metraje el chiste más burro de Guardianes de la galaxia: aquel momento en el que su personaje afirmaba «Si tuviese una luz negra, este lugar sería como una pintura de Jackson Pollock». Y Will Smith soltó en Hombres de negro un descacharrante «Últimamente llueven negros en Nueva York» sin avisar a nadie antes. Según el guion de El Imperio contraataca, Han Solo (Harrison Ford) debería de haber contestado con un «Yo también te quiero» a la declaración de amor de la princesa Leia (Carrie Fisher), pero el actor decidió sustituir la frase por un «Lo sé» porque consideraba que eso le pegaba más a Solo. Y acertó de pleno.
John Carpenter le permitió a James Woods improvisar todo lo que le viniese en gana en Vampiros con la condición de que a cambio rodase una toma tal y como figuraba en el libreto. Carpenter confesó más tarde que acabó utilizando gran parte de lo improvisado por Woods, porque molaba mucho más que lo que estaba escrito. En El resplandor, Jack Nicholson se sacó de la manga aquel famosísimo «Heeeeeeere’s Johnny!» tras abrir un boquete en una puerta a base de hachazos. Era una referencia al popular, por aquel entonces, The Tonight Show Starring Johnny Carson donde habitualmente se presentaba con esa misma frase al maestro de ceremonias. En España, como aquel Johnny era un completo desconocido, el doblaje se conformó con sustituir la frase por un muy recordado «¡Aquí está Jack!». Fruto de la improvisación también nacieron la frase «Necesitará otro barco más grande» de Tiburón, aquella malrollera escena de «¿Te hago reir? ¿crees que estoy aquí para divertirte?» de Uno de los nuestros en donde Joe Pesci le ponía los huevos de corbata a Ray Liotta, el «¡Soy el rey del mundo!» de Leonardo DiCaprio en Titanic, aquel «¡Tú no puedes encajar la verdad!» que gritaba Jack Nicholson en Algunos hombres buenos, el ruido más molesto del mundo de Dos tontos muy tontos y gran parte de los diálogos que ocurrían en la delirante This is Spinal Tap, un mockumentary donde los tres actores principales (Christopher Guest, Michael McKean y Harry Shearer) acabaron figurando como coguionistas en los créditos debido a lo mucho que aportaron de su cosecha.
En busca del arca perdida y la simpática escena del enfrentamiento de Indiana Jones (Harrisond Ford) contra el árabe de espada gorda es otro de los grandes ejemplos de improvisación sobre la marcha. Inicialmente, la secuencia había sido imaginada como una pelea compleja y mucho más extensa. Pero tanto el actor como parte del equipo padecían en aquel momento de una diarrea severa por culpa de comida en mal estado, no tenían demasiadas ganas de complicarse la vida y, para atajar el trabajo, alguien (los testimonios no se ponen de acuerdo sobre si fue Ford o Steven Spielberg) sugirió que el héroe se limitase a despachar al adversario de un tiro y con desgana. La ocurrencia resultó fabulosa y la escena se convirtió en un momento clásico y muy celebrado.
A Orson Welles le pillaron diciendo por ahí que había escrito él mismo los diálogos de su personaje, Harry Lime, en El tercer hombre. Dicha afirmación era mentira, una vacilada de Welles, aunque escondía una pequeña verdad. Porque fue Welles quiEn improvisó la mejor divagación pronunciada por Lime: «En Italia, cuando mandaban los Borgia, hubo mucho terror, guerras y matanzas, pero también fue la época de Miguel Ángel, de Leonardo da Vinci y del Renacimiento. En Suiza pasó lo contrario, hubo quinientos años de amor, de democracia y de paz ¿y cuál fue el resultado? El reloj de cuco».
En la versión en castellano de Casablanca nos perdimos la que algunos consideran la frase más legendaria de la historia del cine: «Here’s looking at you, kid», un brindis que Rick (Humphrey Bogart) utilizaba en varias ocasiones para demostrar, a su manera, afecto a Ilsa (Ingrid Bergman). La difícil traducción de la frase hizo que el doblaje en castellano decidiese tirar la toalla con ella y sustituirla por cosas diferentes cada vez que se pronunciaba («Entonces, por nosotros», «Toda la suerte, Ilsa», «Por todos nosotros» y «Vamos, vamos, ve con él, Ilsa») arrebatándole toda la magia al asunto. Lo que ahora nos interesa es que aquel «Here’s looking at you, kid» original que ha pasado a la historia fue un añadido del propio Bogart. Una expresión, utilizada antes por el actor en la película Medianoche (1934), que en Casablanca era al mismo tiempo una especie de chiste privado porque apareció durante las manos de póquer que el equipo jugaba en las pausas del rodaje: Bergman todavía no controlaba del todo el inglés y Bogart le enseñó aquella frase para que la actriz la añadiese a su repertorio a la hora de encarar partidas con cartas.
Magnifica recopilación. Por añadir algo actual y de un ganador de oscar: Leo DiCaprio en Django se rajo verdaderamente la mano al romper el vaso, sangro como un gorrino, pero siguió actuando dando esa mueca de dolor encubierto por un personaje que no puede dar ni medio signo de debilidad, y ese corte fue el que llegó al metraje final.
Gracias por la lectura!
Excelente recopilación.
Magnifica recopilación!!
Gracias por el esfuerzo!!
Muy buen artículo!!. Me he quedado con las ganas de ver incluido otro de los monólogos más antológicos de la Historia de Cine, el famoso «todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia» de Blade Runner. He leído varias veces (y en diferentes sitios, claro) que fue otra improvisación gloriosísima de Rutger Hauer (D.E.P) que no estaba en el guión y que la cara de Harrinson Ford en ese momento no es de sufrimiento sino de sueño. Estaban agotados, parece ser, y Ford se estaba quedando dormido mientras el otro hacía Historia.