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El gato de Giacometti: arte, fetichismo y canibalismo

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Alberto Giacometti en su estudio, 1965. Fotografía: Cordon.

Todo necio
confunde valor y precio.

(Antonio Machado)

¿Cuánto vale la Gioconda? La respuesta no parece fácil, y sin embargo es trivial: el inmortal cuadro de Leonardo da Vinci no vale nada. No me refiero a lo que los fetichistas del arte estarían dispuestos a pagar por él, sino a su valor intrínseco. Y el valor intrínseco del cuadro concreto que se exhibe en el Museo del Louvre —protegido por un grueso cristal blindado que dificulta su contemplación a los devotos que ociosamente hacen cola ante él— es nulo.

Hace tan solo unas décadas, si la Gioconda hubiera quedado destruida por un incendio o por la agresión de un lunático (como estuvo a punto de suceder), la pérdida habría sido irreparable. Pero actualmente toda la información contenida en el cuadro original —incluidas las huellas dactilares dejadas por Leonardo al realizar sus magistrales sfumati— está disponible, digitalizada, para realizar cuantas copias queramos; copias indistinguibles del original y, por tanto, capaces de provocar las mismas emociones estéticas y susceptibles de ser objeto de los mismos análisis (incluso los impastos de un Tintoretto o un Van Gogh podrían reproducirse a la perfección gracias a las técnicas de impresión tridimensional).

Copias perfectas y hasta más que perfectas, puesto que en ellas se puede reparar informáticamente, con una precisión micrométrica, cualquier deterioro o desgaste sufrido por el cuadro a lo largo de los siglos. ¿Qué tiene el original que no tenga una copia perfecta (o pluscuamperfecta)? Nada: lo único que lo hace distinto es el fetichismo de quienes otorgan al original un valor ilusorio.

En el caso de un texto literario, está claro que su valor, si lo tiene, está en las palabras en sí mismas (en la forma en que están ordenadas, para ser más preciso), no en el papel y la tinta con que fueron escritas. Y en el caso de un cuadro, en la era de la reproducción perfecta, ocurre exactamente lo mismo: su valor está en la composición de formas y colores, no en las sustancias colorantes en sí mismas ni en el lienzo que les sirve de soporte. Aunque un cuadro original conecte con el fetichismo delirante de nuestra cultura más que un manuscrito o la pluma con la que se escribió, el mecanismo psicológico que le otorga un valor imaginario es el mismo. En última instancia, la única diferencia entre el coleccionismo de sellos y el de cuadros está en el tamaño de las estampillas, es decir, de los fetiches.

¿Y qué es un fetiche? En principio, es un objeto al que se atribuyen propiedades o poderes sobrenaturales, propiedades que pueden beneficiar al poseedor del objeto o a quien entra en contacto con él; los amuletos y las reliquias son claros ejemplos, así como las imágenes religiosas que son veneradas por sí mismas y no solo por lo que representan (como la Virgen del Pilar o el Cristo de Medinaceli). En un sentido más amplio y no necesariamente religioso (aunque siempre vinculado al pensamiento mágico), un fetiche es un objeto al que se atribuye un valor distinto o mayor del que intrínsecamente posee. En este sentido habla Marx del «fetichismo de la mercancía»: muchos de los productos que intercambiamos —mediante el dinero, el fetiche por excelencia— en la impropiamente denominada sociedad de consumo, tienen un valor ilusorio y relacional (valor de cambio) que poco o nada tiene que ver con su utilidad real (valor de uso).

Y la carne es uno de los grandes fetiches de nuestra cultura. «La alegría de la vida y la voluptuosidad consisten en tres cosas: comer carne, montar carne y meter carne en carne», se afirma en Las mil y una noches. En una sola frase, la lujuria falocrática, la esclavización de los animales no humanos y su canibalística conversión en comida predilecta, sacralizadas como fundamentos de la «alegría de vivir».

La carne es una aceptable (que no buena) fuente de proteínas, hierro y otros minerales, y probablemente la posibilidad de comerla salvó a nuestra especie de la extinción en algún momento crítico: sería absurdo negar que la opción del carnivorismo —y del canibalismo— es una ventaja evolutiva. Pero convertir una posibilidad de emergencia (como lo es para los demás primates) en opción prioritaria y entronizar la carne como reina de los alimentos es, desde todos los puntos de vista, una aberración, en la que confluyen al menos dos tipos de fetichismo, con todas sus connotaciones mágicas e irracionales: el fetichismo del cuerpo y el fetichismo de la mercancía.

El canibalismo y el fetichismo estuvieron en el origen mismo de la cultura humana, se ritualizaron en la mayoría de las religiones y siguen vigentes en una sociedad que hace mucho que debería haberlos superado, con manifestaciones tan variopintas como los cementerios, la filatelia, los perritos calientes o el mercado del arte.

Pero el verdadero arte —tan escaso como el amor verdadero y tan parecido a él— está por encima de los especuladores que mercadean con los fetiches y de los caníbales que quisieran devorarlos. El verdadero artista hace de la vida —su propia vida— una obra de arte, y no está en venta.

En cierta ocasión le preguntaron a Giacometti: «¿Qué salvaría de las llamas si se incendiara su estudio?», y él contestó: «Salvaría a mi gato».

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Fotografía: Paolo Monti / Biblioteca Europea di Informazione e Cultura (CC BY-SA 4.0).

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22 Comentarios

  1. Stani M. del Campo

    Cuánta inteligencia. Gracias.

  2. Creo que la cita exacta es: «En un incendio, entre un Rembrandt y u gato, salvaría al gato».

    • Esa versión más radical y polémica (y que personalmente aplaudo) es la cita que ha prevalecido; pero en una entrevista de los años cincuenta le hicieron la pregunta y dio la respuesta que menciono al final del artículo. Lo que no sé es qué fue antes, la entrevista o la cita a la que aludes.

  3. Buen artículo. En la sociedad occidental actual es difícil tener presente lo que es realmente importante y no comernos las falsas necesidades que nos crean como si fueramos «sin cara» del Viaje de Chihiro. Des de pequeños nos sobra de lo que no necesitamos realmente y nos falta de lo esencial para el desarrollo, volviendonos adultos sedientos de algo que ya nunca será, bebiendo sucedáneos que no hacen más que acentuar ese vacío.

    • Muy cierto. Llamarla «sociedad de consumo» es inadecuado, pues todas las sociedades se articulan alrededor de la producción y el consumo. La nuestra es una sociedad de los productos sucedáneos y las necesidades creadas.

  4. Desconcierta tanto el arte como sus hacedores, y creo que en esto consiste su atracción. Lo que me lleva a pensar que amamos lo que nos desconcierta. Como siempre excelente reflexión, caro Frabetti. Y confirmo que en específicos sitos de la red (en mi caso Wikipedia) se pueden apreciar los más mínimos detalles de cuadros famosos, en especial modo las imperceptibles rajaduras del óleo por el paso del tiempo. Asombro y pena fue la primera impresión cuando las vi. Muy buena lectura.

    • Dice Jakobson (refiriéndose a la poesía, pero es aplicable a cualquier arte) que el estilo y la creatividad de un autor residen en su manera de burlar las expectativas del público. Si algo no nos desconcierta, no nos perturba, difícilmente despertará nuestro interés, nos aportará algo nuevo. Gracias, Eduardo, me has dado una idea para un nuevo artículo.

  5. El señor Fabretti escribe muy bien. El artículo es muy bueno. Hasta es de agradecer que interactúe ( siempre lo hace) con los lectores. Solamente lamentar el proselitismo vegano. Que se le cuela en todo lo que escribe, por otra parte. El día que publique un artículo en el que no me quiera hacer culpable por comerme una sardina, no me lo voy a creer.

    • Frabetti

      ¿Proselitismo vegano? Lo admito, si por proselitismo se entiende defender lo que se considera éticamente correcto; también podrías acusarme de proselitismo antirracista, anticonsumista, feminista, o incluso cristiano. ¿Hacer que te sientas culpable por comerte una sardina? En absoluto. No pretendo que te leas todos los comentarios, pero he dicho expresamente que no creo que alguien sea peor persona por comerse una chuleta ni que yo sea mejor por no hacerlo; simplemente, invito a reflexionar sobre las consecuencias nefastas del carnivorismo. Celebro que valores la interactuación; me parece fundamental y me cuesta entender que sea tan poco frecuente, cuando los máximos beneficiarios de la misma somos quienes escribimos los artículos.

    • Subestimas a Frabetti si crees que se le cuela. Personalmente opino que este hombre se ha ganado a pulso poder expresar su visión crítica de ciertos temas, e independientemente del contenido sus formas son una delícia.

      • No le subestimó en absoluto. Sé que no se le cuela el mensaje. Que es algo deliberado. No era más que una manera de decirlo. Y por supuesto que es una delicia leerle. Escribe muy bien. Que no esté de acuerdo con él, no implica reconocer sus méritos.

  6. La ironía de Kilgore ha hecho que comience la jornada con una sonrisa y de buen humor. Pero ha tocado un nervio doliente: Por qué me como un buen churrasco con un difuso sentido de culpa, y no así cuando es una caballa o una merluza? Después de todo ambos, peces y bovinos poseen brillo en los ojos, nervios, sangre, músculos, piel etc. etc. Y, además, también comunican entre ellos.

    • Creo que esa «discriminación» está justificada. Los mamíferos tienen un grado de consciencia y sensibilidad muy superior al de los peces. En ética, como en todo lo demás, nos enfrentamos a la «paradoja del montón». ¿Dónde ponemos el listón de la empatía y la piedad? Cada individuo y cada sociedad ha de dar respuesta a esta pregunta, y no es fácil.

  7. Qué gran artículo. Y no lo digo tanto por las varias ideas que se exponen, como por la capacidad de suscitar diversas reflexiones. Pero por centrarnos en la tesis principal, que resumiría en “el consumo mayoritario de carne se debe a cierto fetichismo sobre ella”, me surgen ciertas dudas. Has citado un pasaje en el que la carne es descrita como fuente de gozo, pero en la cultura cristiana la carne es objeto de mortificación, y creo que el cristianismo tiene más influencia en la cultura actual que “Las mil y una noches”. Humildemente, relacionaría ese fetichismo con la capacidad que tiene el capitalismo para generar fetiches que se subordinen a sus intereses. También la industria de los productos no carnívoros (mucho más reducida, moralmente superior) genera sus fetiches: el veganismo se ha convertido en una (bendita) moda no porque el número de personas concienciadas con el dolor animal haya aumentado, sino porque es “cool”: seguro que hay muchos más veganos en Malasaña, por ejemplo, que en Vallecas. No sé, no veo tan claro la secuencia: fetichismo milenario de la carne-renuencia actual a hacerse cargo del sufrimiento animal. Siendo el capitalismo una máquina de generar fetiches, sería incapaz (por ahora) de generar el fetiche de matar seres humanos. Tal vez el fetiche empobrezca moralmente, pero lo decisivo es la incapacidad de considerar como seres sufrientes los animales no humanos. El fracaso es moral. Aunque la relación entre moralidad y fetichismo es muy muy interesante. Gracias por hacerme pensar, Carlo.

    • Frabetti

      Estoy básicamente de acuerdo con lo que apuntas, gracias por tus oportunas matizaciones. Es cierto, el cristianismo es contrario al carnivorismo, y es más que probable que Jesús fuera vegetariano; pero la moral cristiano-burguesa es otra cosa, del mismo modo que una cosa es el Islam, con sus ascetas y sus místicos, y otra sus derivaciones patriarcales. Y, sí, el fetichismo de la carne es solo un aspecto del problema, y no el más importante, que, como señalas, es la miseria moral del capitalismo salvaje. Se suele decir que la crueldad con los animales no humanos conduce a la crueldad con los humanos; pero creo que es más cierto lo contrario: la falta de solidaridad y de compasión entre los humanos nos insensibiliza frente al sufrimiento de los demás animales.

  8. No sé de dónde sale que el cristianismo esté en contra de comer carne. Es más, un judío de hace 2000 años (lo que era Jesús) probablemente comiera poca carne (por una cuestión de disponibilidad). Pero la comían (el cordero pascual). Y que yo sepa, había varios apóstoles pescadores. Y supongo que se comerían lo que pescaban.

  9. Pescado sí, pero la abstinencia de carne era una práctica ascética habitual, y por eso durante mucho tiempo persistió, como uno de los mandamientos de la Iglesia Católica, la abstinencia de carne un día a la semana (posteriormente solo en cuaresma). Algunos estudiosos creen que Jesús era un esenio influido por la filosofía oriental y por el principio de la ahimsa; pero ni soy un experto en el tema ni creo que haya pruebas decisivas en un sentido u otro.

  10. Varios temas aquí:

    1) respecto a lo de la carne, estoy totalmente de acuerdo (yo soy vegano). Y por cierto, posiblemente lo de que comían pescado los primeros cristianos no sea cierto, sino un añadido que se hizo en las traducciones posteriores de la Biblia; como lo de que comían carne. Pero tampoco es necesario ser cristiano para ser vegano; basta simplemente ponerse en el lugar de un cerdo tirado a un estanque de agua hirviendo antes de rematarlo o un atún muriendo de asfixia… entre otros muchos horrores.

    2) respecto a lo del fetichismo en el arte, también estoy de acuerdo; de hecho a mí me ocurre como a Proust: que no voy nunca a un museo… pero me gusta mirar las pinturas en los libros de historia del arte.

    3) respecto al fetichismo en general… ahí yo haría algún matiz: hoy día, tener un poco de fetichismo hacia los bienes personales podría servir de protección frente al criminal crecimiento económico capitalista y sus aberraciones consumistas, siempre que ese «fetichismo» se reduzca a pocos bienes de propiedad: por ejemplo, si tuviéramos más apego personal (¿fetichismo?) a nuestros viejos muebles, nuestros viejos coches (quien lo tenga), nuestras viejas televisiones… podríamos detener esta locura productivista-consumista y este tecnoentusiasmo desenfrenado que nos quitan tiempo libre y que destrozan la naturaleza.

    • Frabetti

      Interesante reflexión sobre el «fetichismo positivo» como réplica a la cultura del despilfarro. En cuanto a los museos, se han convertido ellos mismos en piezas de museo: tal como son actualmente la mayoría de ellos, tienen tan poco sentido como los cuadros hechos para colgarlos de una pared. Gracias, Óscar.

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