Esta entrevista está disponible en papel en nuestra revista Jot Down Smart número 16
Miguel Rafael Martos Sánchez (Linares, Jaén, 1943) entra en un hotel de la plaza de Santa Ana, en Madrid. Es una mañana fría y soleada. Llega rodeado como en una película: es el hombre bajo de chupa de cuero, gafas de aviador y pelo de Raphael, su figura artística, lo único que ya es él. Coqueto, contradictorio, estrella. Mutante como pocos. Se sienta, bromea, enseña sonriendo una dentadura inmaculada y mira la grabadora. Está listo para ser entrevistado.
Iván Ferreiro estaba entusiasmado con la canción («Carrusel») que le compuso para su disco Infinitos bailes.
Lo que pasa es que estoy en la casa de todo el mundo. Llamo mucho la atención de las personas que empiezan. Y a los que empezaron antes y han seguido mi trayectoria les llamo todavía más la atención. Para mí es una suerte poder trabajar con todos ellos. Cuando ellos me preguntan qué quiero, siempre respondo: tema libre. «Pero ¿cómo lo ves tú?». Les digo: «Escribe, punto». Han sido muy libres, y me han hecho unos temazos.
Eso desmonta el mito de que en España el trabajo no se valora, o el de la envidia. Lo que hacen los jóvenes con usted es un reconocimiento a la ética del trabajo.
Cincuenta y cinco años de trabajo constante son un argumento demoledor. Rompe todas las dudas que pueda haber sobre mí: hay que rendirse a la evidencia. Este señor sigue ahí, está ahí, está mejor de voz de lo que nunca ha estado. También yo juego con ventaja. Normalmente, cuanto mayores son los artistas, mejores son. Pero hay una cosa que les falla: la fuerza. Y yo, por las circunstancias de la vida, tengo la de un chaval de treinta años.
La letra de «Ahora», la canción que le hizo Bunbury, habla de usted, de su carácter. El vídeo refleja muy bien ese ahora.
Es que Enrique es muy, muy hijo mío. Él me conoce al dedillo porque me ha estudiado desde que tenía cuatro años.
Nadie ha captado así a Raphael.
Hay varios, pero Enrique es uno de ellos. Enrique ya escribía para mí antes de que él lo supiera. Ahora somos muy amigos. Me dijo: «¿Sabes cuándo te conocí?». Le dije que no, y me contó que me había conocido en Zaragoza, porque él es de allí. Que su madre lo llevaba al teatro todos los días… con cuatro años. Él escuchaba a Raphael todo el día.
¿Y con cuántos años se subió usted al escenario?
Yo me subía al escenario de los colegios.
En uno de ellos se le rompió el pantalón, y se quedó desnudo delante de todos.
Sí, sí. Con la bandera española.
Usted empezó a cantar en un coro con el padre Esteban de Cegoñal en la basílica de Jesús de Medinaceli.
No, en Jesús de Medinaceli no. Estábamos en San Antonio de Padua, en Cuatro Caminos. Yo vivía en la casa de enfrente. Cuando trasladaron al padre Esteban, él se llevó al solista, que era yo.
¿Qué recuerda? ¿Sintió miedo alguna vez?
No.
¿Ni siquiera cuando se le rompió el pantalón?
No. [Risas] Ahora no se me rompe el pantalón, pero me pasan otras cosas. Si algún día, cantando, noto que la gente se da cuenta de que me pasa algo, digo: no estoy bien. Y ahí ya sé que se rompe todo, y empiezo a estar bien. Me descargo. Le cuento a la gente la situación en la que estamos. Lo de la rotura del pantalón es lo mismo. Me han pasado muchas cosas en el escenario, y siempre las he resuelto así, contándolo.
¿Por ejemplo?
Una vez, en México, hicimos un concurso de paellas, con Mario Moreno, Cantinflas, con Jacobo Zabludovsky, que era el no va más de la televisión, con García Márquez. Terminé muy tarde, y tenía teatro a las siete. Es la única que vez que he llegado no tarde, pero sí agobiado. Empecé a soltar por esta boca que no estaba centrado, que estaba agobiado. Paré la orquesta y dije: «Si ustedes han oído decir alguna vez que soy un gran profesional, es mentira. Un gran profesional no aparece aquí tarde, habiendo comido paella». Y la gente se quedó extrañada. Les dije: «¿Me dan cinco minutos?». Se creían que me iba a ir. Me senté delante de ellos, y cuando se me pasó el agobio, me levanté y empecé a cantar normal. Se me había pasado. Yo siempre cuento la verdad al público, porque eso me permite cantar a gusto y sin ningún problema.
Usted cantaba tres horas de mañana y tres horas de tarde en Madrid.
¿En Madrid? Y en la Conchinchina. A tres no llegan, lo que pasa es que el público hace que llegue. Normalmente quiero que el concierto dure dos horas y media, porque creo que es mucho y puedo interpretar muchas cosas. Pero la gente no comparte mi opinión.
Mañana y tarde.
Es que era así.
¿Y la voz?
Nunca he tenido problemas de voz, pero sí de cansancio físico. Antes eran funciones a las siete y a las once. Una detrás de otra. Y solo se descansaba el lunes. El siete y once lo haces a lo mejor un sábado, que hacen dos funciones, pero luego descansas lunes y martes, y hasta el miércoles. Yo descansaba los lunes, y los demás días, siete y once.
Cuando tenía problemas de garganta, empezaba con las canciones más exigentes. Las de medio tono las dejaba para el final.
Eso es una suposición. ¡Qué sabe nadie! [Risas] Quién sabe cómo soluciono mis problemas. No, no se puede empezar por las de chorro de voz, porque entonces truenas.
Entonces, se empieza con el medio tono.
Es lo normal. Porque, además, como yo no ensayo antes, si empiezas fuerte, te quedas ahí. Tienes que ir al escenario haciendo lo que hubieras hecho en el ensayo.
¿Ensaya?
Yo no suelo ensayar. Cuando cambio de orquesta, sí. Ahora, por ejemplo, en la gira con las sinfónicas. Lo que hago es probar el sonido, con la orquesta ensayada, pero ensaya por mí mi director. La orquesta sinfónica lo tiene todo escrito. Yo voy a oír todos los días lo mismo, sea una orquesta u otra.
¿Nunca improvisa?
Sí, cómo no. Me invento muchas cosas. Hasta en las canciones muy conocidas. De pronto, o no me acuerdo o me da por ahí, y yo noto al público que empieza a darse codazos. Y se dirán: ¿qué dice? [Risas]
Hay una entrevista suya con Joaquín Soler Serrano, en TVE, de hace muchísimos años.
Un maestro.
Usted, jovencísimo, hablaba como un veterano, porque usted empieza muy pronto.
Ahí tendría unos veinte años.
Un poco más, quizá. Contaba que había ido por primera vez a Linares con tres años, y ya como artista.
Yo conocí mi tierra cuando tenía catorce años. Y fui a hacer un festival, a cantar. Porque a mí me sacaron de mantillas, de meses.
Y ya cantaba.
Yo cantaba canciones como «Un largo camino», por ejemplo. Las tengo todas en casa. Y las tengo porque a mí me da mucha pena que me den mi historia y lo que me entreguen sea un pendrive tan chiquito. A mí me gusta tener los discos. Cincuenta y cinco años cantando, y todo ahí.
Se ha vuelto a poner de moda el vinilo.
Sí. Hay algunos discos que salen en CD, pero salen mayoritariamente en vinilo —los antiguos— porque mi público los quiere en vinilo. Además, el CD, según tengo entendido, en tres años se va a acabar, no lo van a fabricar. Recuerdo que en los años noventa me trajeron un disco que había hecho, Las apariencias engañan. Era el primer CD: se estrenaron con él. Me lo trajeron y dije: «Pero ¿esto qué es? Estás vendiendo un acetato. Esto es copiable». Me dijeron que sí. «¿Y lo decís así, tan contentos?». No he entendido nunca la industria. Va contra sí misma constantemente. Ha aguantado quince años. «Cuando la gente se dé cuenta de que esto se copia… Estáis regalando un acetato a cada persona. El original. Es una barbaridad».
¿Nunca ha tenido que decir que no?
Hay que decir que no, siempre. Para decir que sí siempre hay tiempo. Yo siempre digo no, no, no y no. Y luego digo: a ver, habla. Y entonces digo que sí o que no.
¿No tiene la sensación de haber dejado de hacer algo?
No. Siempre he hecho lo que he querido hacer.
¿Algo de lo que arrepentirse?
No. He hecho, a lo mejor, cosas que no han estado bien, pero ¿sabes qué? Hasta eso me ha servido. No, no me arrepiento de nada. Me he portado bien.
Su padre era obrero de la construcción, y se vinieron para Madrid cuando usted era un niño.
Con ocho meses.
En la capital empieza la relación con la música, con el arte.
Con la música, y el culpable es mi hermano Juan. Iba a un colegio, enfrente de casa en Cuatro Caminos, y le preguntaron si él tenía algún hermanito que cantara. Dijo que tenía uno que no paraba de cantar. «¿Y qué voz tiene?». «¡Muy alta, muy alta!». Mi hermano cantaba, era voz segunda. Y me llevó, y no salí de allí. Me encerraron allí. Ya para siempre. Empecé a cantar porque a cambio me daban clases gratuitas.
¿Cómo cae la noticia en su familia?
Mi familia no tomó conciencia hasta que una vez llegué a casa a la una de la mañana con once años. Venía del Calderón. Hasta Cuatro Caminos es una tira, porque iba andando. Y era un niño, iba con pantalón corto todavía. Me propinó mi madre una sonora bofetada bien dada. Le dije: «Vamos a tener este festival todos los días…». «¡Cómo todos los días!». Le dije que iba a seguir yendo al teatro. Porque además yo en el teatro no pagaba, me metían. Era popularísimo en todos los teatros de Madrid. Me ponía delante del portero, y cuando ya había entrado la gente, como siempre quedaba algo, pasaba yo.
La vocación.
Desde el principio. Pero no solamente venía a ver cantantes, ¿eh? También ballets, comedia y drama.
Todo eso lo ha incorporado.
Yo he visto todo. Una vez en el Palacio de la Música vino a verme Tina Gascó, que era una actriz eminente. La metieron en mi camerino, y dijo: «Usted no sabe quién soy yo». «¿Que no sé quién es usted? ¡Anda que no he hecho colas yo en mi vida para verla!».
¿Llegó a ver a su admirada Édith Piaf?
Estábamos anunciados juntos y se murió. Hay un cartel de las Fallas de Valencia que pone «Édith Piaf» en letras enormes, y debajo «Raphael», en pequeño. Se puso enferma, allí, y murió a los dos meses, pero entre medias mandaron como sustituta a Juliette Gréco. Estuve en el camerino donde ella se vestía.
¿Hay alguna Édith Piaf en este momento?
Es irrepetible. Y es mejor así. Tiene que haber otras cosas. Las que ya tenemos déjalas estar, aunque estén muertas. El que consigue ser original lo es para toda la vida y se queda ahí. Al público se le queda. «¿Te acuerdas de…?». Y han pasado siglos. Le pasó a Gardel, por ejemplo.
En su caso va a ser más difícil. El primer single de su nuevo disco, Infinitos bailes, refleja una etapa nueva.
Eso ya lo hacía yo cuando empezaba. Esa clase de canciones.
Pero están renovadas. Las letras incorporan la nueva «inteligencia emocional» del siglo XXI.
Es que lo que ha mejorado mucho en las canciones son las letras. Yo creo que las melodías de antes son superiores, pero las letras son mejores ahora.
¿Hay alguna letra que ahora le dé reparo? Loquillo dejó de cantar un tiempo «La mataré».
No, reparos no. Pero de pronto yo me canso de cantar una canción y la quito. A los dos o tres meses la echo de menos y la vuelvo a meter.
¿Es «Escándalo» una joya de la corona?
Es una joya divertida de la corona. Tiene otro rango. Pero sí, es una joya. Se lo dije a (Willy) Chirino cuando la hizo y me la puso. Le dije: «No sabes lo que has hecho». «Tiene su guasita», decía él. «Ya verás», contestaba yo.
Iba con los tiempos en los que salió.
Año 92-93. Y había otra mejor: «Tarántula». También de Chirino.
¿Se le ha puesto celoso Manuel Alejandro?
Manolo está por encima de muchas cosas. Me hizo a mí. Hay gente que es incansable, como puedo ser yo, y hay gente que se cansa. Él está cansado de tanto trote. La realidad es que ya no compone.
Después de Mi gran noche, de Álex de la Iglesia, va a tener una segunda vida en la interpretación.
Sí. Ya he dado mi visto bueno a dos o tres historias sin terminar.
Hablando de cine: a Víctor Manuel…
Gran tipo.
A Víctor Manuel se le puso una sonrisa de oreja a oreja cuando supo de esta entrevista. Parece ser que existe una película, una rareza absoluta, que prácticamente han visto solo él y Ana Belén. Porque se estrenó el día antes de morir Franco.
La retiraron. No voy a nombrar a los productores, porque no viene a cuento. Hicieron una película rodada en el Palacio de la Música, con todas las canciones, y no pidieron permiso a nadie. La hicieron, hala. Y la estrenaron un día. Es que, si no se llega a mandar que la quiten, es la ruina de esa productora. Porque los autores, como Paul Anka, habrían pedido catorce millones. Cada uno lo que le diera la gana. Menos mal que la quitaron. Las locuras que hace la gente que se cree muy lista. Yo estaba en Australia de gira y me pilló en Perth.
Me pregunto si, al haber viajado tanto, le queda la sensación de no haber vivido la Transición española.
Cómo que no, si yo vengo a España cada segundo. He sido un eterno viajante.
Pero lo ve todo desde el teatro.
Pero hablo con la gente, y veo y leo. Un hotel es la mejor fuente de información de una ciudad. Tú llegas a Sant Sadurní d’Anoia y en el hotel se cuece todo. Ahí te ponen al día de todo lo que está pasando.
¿Suele repetir hoteles?
Casi no voy a nuevos. Siempre he ido a los mismos. Cuando me sacan de un hotel, me parece que no estoy en la ciudad de turno. Si me cambian de hotel es porque lo han tirado o lo están renovando, y vuelvo cuando está acabado.
¿Usted se siente a gusto en Rusia?
Muy a gusto. Me quieren no, lo siguiente.
¿Más que en América Latina?
No se puede comparar. La primera vez que yo canté en Rusia había costado muchísimo trabajo llevarme. Fueron tres años de conversaciones porque, entre otras cosas, España no tenía relaciones diplomáticas con Rusia. Lo mío era un romper barreras todos los días. Yo entonces no me enteraba de estas cosas, pero se hacían. Cuando llegué allí y debuté, hubo un momento en que pensé que para qué tanto trabajo, si yo no les gustaba. No sentía el recibimiento que yo tengo, por ejemplo, en México. ¡Qué equivocado estaba! Eso el público enseguida lo percibe, y empieza a comportarse exactamente igual que en todos los demás sitios. Mi salida a Moscú o a San Petersburgo es igual que en México, Nueva York o aquí. Ellos tienen otra forma de expresarse, y pensaron que era la correcta. Vieron que conmigo no, y entonces hicieron lo mismo que los demás.
Son curiosas las conexiones que llegan a establecerse.
Es algo que ni se habla ni se comenta. Simplemente la gente sabe por dónde tirar. La gente es muy lista.
Y la gestualidad la entiende un japonés, un ruso.
Al principio de mi carrera se me brindó la posibilidad de cantar en muchos idiomas, y todos mis discos se grababan en varios, hasta que un día dije: basta. Basta, porque esto es un esfuerzo idiota. Si la gente quiere oírme, que sea en mi lengua. Y, efectivamente, porque la gente me entiende. Es más: muchas veces, cuando salgo al teatro, soy muy dado a fantasear cantando y a decir letras que no son. Trocitos. Bien porque me haya confundido o bien porque me apetece. En Moscú, por ejemplo, me dicen al salir: «Hoy confundirse». [Risas] Y les digo que no, que lo he hecho aposta.
La que canta con Tom Jones, «Ghost Riders in the Sky», es una mezcla maravillosa.
Ahí yo canto en español, pero hay otra en la que canto en inglés. Es muy amigo mío.
¿Cómo se conserva la voz?
Esta voz no es usual, pero es que me han puesto un motor nuevo. Tengo la voz de un chico de treinta años, porque el destino lo ha querido así.
Le dio muchas vueltas al trasplante. Cuando le dijeron que tenían el hígado preparado, no quería ir.
Me encerré. Me convenció el espejo, enseguida.
¿Qué le dijo el espejo?
Me lo dije yo: que, si no iba, ya no me iba a ver más en ese espejo. Ni en ninguno.
La muerte.
Le he perdido el respeto. La tuve tan cerca, y la toreé tan bien. No soy de las personas que viva aterrada porque un día me vaya a morir.
Estará en un escenario.
Espero que no. Sería muy incómodo para todos los que me rodean. [Risas] Que me ponga malito, y luego ya en casa me rematen.
Es imposible imaginarlo a usted fuera de un escenario.
Eso me gusta. Es donde me tienen que imaginar. En otro sitio yo estoy de más. En el escenario sí soy algo.
Por eso el videoclip de «Ahora» es tan especial. Tiene que estar en un escenario, aunque sea haciendo otras cosas, como recitales.
No, no creo que haga falta. Creo que tengo una fecha de caducidad, aunque todavía lejana. Pero creo que tomaré una decisión cuando tenga que tomarla. Y no me arrepentiré. Creo que lo haré en el momento justo, pero no va a haber giras de despedida ni todos estos rollos. Porque me matarían antes, y me pasaría llorando todo el día. [Risas] Un día me levantaré por la mañana y diré: hasta aquí.
El espejo se lo dirá.
Pero no es el espejo en el que me afeito, ¿eh? Es una cosa interior. Ahora lo asimilan mejor, pero hace muchos años, cuando los chicos o chicas que empezaban me preguntaban qué hacía yo, les decía: «¿Tú tienes un espejo? Pues mírate». Nunca me entendían. Hay mucha gente que se empeña en ser lo que no puede ser. Hay que mirarse en el espejo. Yo sé hacer esto. Es como si yo de pronto quisiera ser ingeniero agrónomo.
Maradona decía que desde que era un niño sabía perfectamente que iba a ser el mejor jugador del mundo.
Maradona es un poquito pretencioso [Risas]. Le conozco bien. No, yo nunca lo pensé, ni lo pienso todavía. Soy un trabajador. No pienso en las cosas que consigo ni qué voy a ser. Yo proyecto mi carrera, voy a hacer esto, ahora voy a hacer lo otro. No voy a ser, sino voy a hacer. En eso sí, ahí sí me encuentras. Pero en el camino de la vanidad no me encuentras, no estoy.
Un escenario implica que uno está arriba y los demás están abajo pagando para ver al de arriba.
Pero es una forma de ser. El que tiene la suerte de ser así, porque es una suerte, no pasa malos ratos, ni se enfada porque le sale una arruga, ni se estira la cara para que no se le vea. No. Porque tiene otras miras. Es una suerte ser así.
¿Usted no es envidioso?
No, para nada. ¿Te imaginas que encima fuera envidioso?
El año pasado, en los Premios Ondas, antes de que llegara siquiera a hablar, el público entero se puso en pie. No lo hicieron con nadie.
Hace unos años una periodista me preguntó por qué el público se pone de pie solo cinco minutos después de haber salido. Le dije: «No, cinco minutos no. Son cincuenta años. Se pone de pie ante una historia».
Eso solo está al alcance, en España, de un político que sube al atril y los diputados se ponen de pie.
Depende de lo que haya hecho en su carrera.
¿Cómo ve la actualidad política?
Bueno, movidita. Pero soy una persona optimista. Creo que todo tiene su arreglo. Hay mucho ego por ahí suelto. Hay mucha gente que se estropea la vida por el ego que lleva. Hay gente que no usa el espejo. Que, si se miraran, el espejo les diría: chico, mira, esto, esto y esto. Ten cuidado, estás metiendo la pata hasta el corvejón. Hay mucha gente que no se da cuenta. Hay que saber lo que uno puede hacer.
¿Por ejemplo, postularse como presidente de los Estados Unidos de América cuando uno no da la talla?
[Risas] Yo le conozco.
Cuente.
Sí, conozco a Trump. Estuvo en mi camerino con su hija Ivanka. Él era dueño de Atlantic City, de todos los casinos. Yo estaba con mi hijo Jacobo, que me acompañó en ese viaje. Canté allí, tuve un éxito impresionante, y me encontré con él. Ivanka era muy fan. Tenemos una foto juntos. Hace ya tiempo, tal vez en los noventa.
¿Recuerda algo de aquel encuentro?
Me felicitó. Me dijo que su hija estaba todo el día escuchando a Raphael. Esas cosas que hacen los padres.
¿Cuál es la visita más surrealista que ha recibido en el camerino?
¿Surrealista? ¿Por qué surrealista?
Inesperada.
No, porque las visitas inesperadas a las que tú te refieres… Salgo yo a saludar. No tienen que entrar al camerino. [Risas] Es cortesía de mi parte salir a saludar.
Le avisan siempre.
No hace falta, se oye. Por ejemplo, se oye una ovación.
Dice Julio Iglesias que él siempre cantaba para las dos primeras filas. ¿Adónde mira usted?
Yo miro lejos. Si los veo.
Usted hablaba de Australia, de las giras continuas, y del milagro de mantener una relación familiar. Los artistas están siempre fuera de casa.
Esto ha ido poco a poco. Mi familia ha viajado conmigo muchísimo. Los niños son bilingües, han estudiado en Estados Unidos, se han movido mucho, han ido conmigo muchísimo, y mi mujer también. Hasta que llega un momento en que mi mujer dice: hasta aquí. Vamos a preocuparnos ahora de que los niños entren en la universidad. Todo va por tiempos. Y todo ha ido muy bien, no ha habido grandes choques. Ellos han viajado conmigo todo lo que han querido hasta que ellos mismos decidieron estar estables en un sitio.
¿Le dan consejos sus hijos sobre su carrera profesional?
Sí.
¿Le riñen?
Sí. Les cuento todo lo que voy a hacer. En una mesa muy parecida a esta que tengo en casa, yo como en mi sitio y alrededor se ponen todos: «A ver, ¿qué vas hacer?». Les cuento, opinan todos, y les escucho.
Y luego hace lo que quiere. Es la democracia.
Algunas cosas se me quedan, porque la gente tiene otra visión. A veces me doy cuenta de que tienen razón. Yo no se lo digo, pero está bien.
¿Alguna vez ha hecho algo contra el criterio de su familia?
Supongo que sí. Pero sin darme cuenta.
¿Usted tiene más de una vida?
Hasta ahora, dos. La segunda mejor que la primera.
La prórroga, lo llama usted.
La prórroga, eso es.
¿Qué tiene en la cabeza cuando…?
¿Aparte de pelo?
Envidiable, por cierto. ¿Qué hace cuando necesita descansar? Antes necesitaba beber alcohol para poder dormir.
Ese es un episodio de mi vida del que yo no sabía entonces las consecuencias. Descubrí que si bebía podía dormir, pero no sabía que eso iba a ser tan perjudicial. No lo habría hecho.
No había fumado ni bebido en toda su vida.
No, nunca había bebido. Aquello empezó relativamente tarde.
¿Nunca ha tenido la tentación, por el desgaste y la soledad, de decir: hasta aquí?
A mí me apasiona mi profesión. Y mientras me apasione, no veo razón para que deje de hacerlo.
¿Qué escucha en su casa, si es que escucha algo?
Menos a mí, a mucha gente.
¿Qué sensación le producen sus discos?
Ni mala ni buena. Tengo que escucharlos para grabar, pero una vez hechos ya no los escucho. Tengo que salir al escenario y cantarlos como nuevos, todos los días.
¿Y entonces qué escucha?
Toda clase de música buena. Desde el flamenco y el jazz, que me entusiasman, al pop que me gusta muchísimo, y a la sinfónica, que me enloquece. El buen folclore también me gusta mucho. Me entusiasman las canciones folclóricas de cada país. Me gustan todos los estilos. Con la música cutre no puedo.
¿Y quién decide lo que es cutre y lo que no?
Eso cada uno lo decide según su gusto. Enséñame ya una foto, por curiosidad [A Lupe, la fotógrafa, que le cuenta que quiere captarle los movimientos]. Cada uno sabe de lo suyo.
Cuando graba una canción, ¿llega el momento de decidir que está perfecta?
No, perfecta no está nunca. Siempre me ando quejando de todo. Lo que quizá me digo es: mejor no lo sabes hacer. Se puede hacer mejor, pero yo ya no sé. Luego sigo grabando, porque me lo piden. Si te sale otra cosa, será diferente, pero peor. Esa es la verdad. Al final, es raro que no sea la primera.
¿Cómo resistió a las primeras fans?
Las tengo, y nuevas.
La primera vez choca.
A las chicas siempre les gustan los chicos más mayores, que los jovencitos no saben de nada.
¿Y torea o se deja torear?
A ti qué te importa. [Risas] Yo he venido a hacer una entrevista, no a contar mi vida. A los veinte años yo estaba muy preocupado con mi carrera. Siempre he puesto por delante mi carrera, por encima de las demás cosas.
Hay raphaelistas, ataviadas con una camiseta azul, que son profesionales de la primera fila.
Yo no entiendo a la gente de primera fila. Lo saben ellas, que no lo entiendo. Porque yo no puedo ver a nadie en primera fila. No puedo ver nada. En la fila diez se está fenomenal, se ve todo. Además, a mí se me ve sentado, normalmente. La primera fila es un dolor de cuello para todo el día.
¿Sigue yendo a conciertos?
Sí, pero tiene que coincidir que haya un concierto en la ciudad a la que voy, y que yo no trabaje. En las ciudades españolas no puedo aprovechar para ver a otros artistas, porque no programan espectáculos que coincidan con el mío, porque eso es hacerse la competencia. Pero cuando estoy en alguna vacación, con mi mujer por ahí, siempre procuro ver cosas. Últimamente menos.
¿Algún fenómeno musical que le haya llamado especialmente la atención?
Últimamente Beyoncé.
¿La ha visto en directo?
Sí. Lo que pasa es que Beyoncé, como todos sabemos, hace playback. Así que la puedes juzgar hasta cierto punto. Todo es playback, pero con tanto viento y tanto movimiento, cómo vas a pretender que cante.
¿Usted no ha hecho nunca playback?
No. He hecho playbacks en cine, porque hay que hacerlos.
Cuando era una práctica habitual en TVE, usted se negaba, e incluso cantaba por encima del playback.
Sí. [Risas] Esto del playback parece que está desapareciendo, y empiezan a exigir a los artistas que canten. Incluso en los concursos tienen que cantar. Los que están ahí de coaches tienen que cantar también, porque sería un palo muy gordo que los aspirantes cantaran y los maestros no cantaran.
Odio los anglicismos, pero es que con Raphael no queda otra. El mejor frontman de la historia del rock cantado en español. Lo de que no tuviera una banda y ni siquiera sea considerado como rockero, es una nimiedad ante la evidencia escénica.
Lo de mejor Frotman en castellano si a lo veo (aunque un Camilo Sesto si podría rivalizar). Ahora bien llamar rockero a Raphael sólo por su presencia escénica es pasarse.
Ser rockero engloba muchas cosas, pero la principal es hacer música rock, y salvo alguna canción puntual, Raphael no destacó precisamente x eso.
La entrevista está bien, pero creo q se le podría sacar mucho más jugo.
Una entrevista absolutamente plana para un personaje que tiene un montón de capas por explorar. Ni una sola «pregunta incómoda», y si alguien tiene preguntas incómodas en este país ese alguien es Rafael.
Entrevista sosa y sin sustancia. Desde mi punto de vista no está al nivel de calidad de Jotdown.
Raphael podrá ser una estrella, pero no una estrella del rock. Lo suyo antes se llamaba música ligera.
¿Entrevista? Masaje. Qué mala suerte que siempre se les olvide a los periodistas preguntar por los tiempos en que dedicaba los conciertos a la mujer de Francisco Franco, qué sentía tener esa comunión con la esposa de ese delincuente. Cachis.
Es que la sra » Collares» fue quien le subvenciono, digan lo que digan. O mejor dicho, diga lo que diga el. Menuda fabrica de hacer Stars que era el franquismo.
Nunca hice caso a Raphael en los sesenta ni en las décadas que siguieron. Tenía la cabeza puesta en otros estilos y solo veía a un joven guapo y amanerado que quería ser Olga Guillot. Ahora y desde hace casi un lustro, proclamo gritando a los cuatro vientos que Raphael es un ARTISTAZO de los que hay pocos a nivel mundial.