El humor, bajo la apariencia inofensiva de la risa, es un arma de doble filo. Causa placer tanto como puede humillar a una persona. Lo vemos cada día, se discute con frecuencia qué humor es correcto e incorrecto, deseable o censurable, ameno u obsceno. Cabe preguntarse qué es lo que activa la risa en nuestro tiempo y qué diferencia lo gracioso de lo insultante o algo mucho más simple y elemental: lo gracioso de lo que no lo es.
Javier Cansado y Edu Galán intentan dar respuestas a todas estas cuestiones filosóficas sobre el humor. Para Cansado todo depende del inconsciente colectivo, que expresado así casi parece un ente misterioso. En el caso de Galán, la gracia de algo dependerá siempre de quién hace el chiste cómo y cuándo. Lo que él llama «el revestimiento».
Todo en una época en la que el chiste está en vías de extinción. Galán se quejará de que la gente ya no los cuenta, ahora se limita a enseñarle la pantalla del móvil a otro para que se ría. El esfuerzo de adornar la presentación, nudo y desenlace de un chiste, contenerse en sus pausas dramáticas y manejar el tempo ante una modesta audiencia como son los amigos en un bar, parece ya estar en desuso.
¿Por qué nos reíamos de cosas en los setenta que ya no tienen gracia? Hay algo que va cambiando con el tiempo y no lo podemos percibir. Cansado explicará en la charla que solo puede ser algo cultural, ya que del cerebro no hay que preocuparse: «el cerebro es tonto». Si se ríe, especifica el humorista, es para aliviarse cuando no entiende algo, ya que necesita tenerlo todo cuadriculado.
¿Decide la risa el que manda? ¿Somos gregarios y nos reímos de lo que nos dicen que nos tenemos que reír? Y formulado en sentido inverso: ¿acaso soportan las élites que la gente se ría por su cuenta? El humor popular siempre suele ser criticado con dureza por «los inteligentes» o los intelectuales. ¿No será que les desorienta no tener el control sobre de lo que se tienen que reír las masas?
La conversación es un repaso anatómico a la carcajada y un pequeño manual de supervivencia para aquellos que se ríen en contra de la corriente. Pero, sobre todo, la charla de estos dos obreros de la risa es imprescindible por abordar una cuestión capital: ¿es posible reírse mientras se tiene sexo? ¿No se ve interrumpido el sexo si te ríes? Quienquiera que haga ambos simultáneamente, ¿es humano o es Dios? ¿Se trata tal vez de una elevación zen del espíritu?
Para reírse de todo, primero es necesario reírnos de nosotros mismos, vencer el sentido del ridículo.
Creo que hoy en día estamos tan subidos a la parra, que resulta cada vez más difícil entender el humor en todas sus facetas y ser comprensivo con lo que quiere transmitir, pues campa la intolerancia propia del sentido del ridículo.
Realmente no sé por qué me rio. Y esto me hace gracia, ya que todos los casos risibles se basan en la absurdidad, y esto, como dice uno de los panelistas, nuestro cerebro no lo entiende. ¿Hay algo más absurdo que reírse cuando uno resbala y cae, o comprobar que sí, que Adán se habría sentido desorientado en el día de la madre? Es un gran problema metafísico. ¿Nos reímos porque somos absurdos, o somos absurdos cuando nos reímos? O el universo es una absurdidad y, como somos inadecuados para él, no nos queda otra que esperar que una gran risotada lo sepulte.