Es relativamente frecuente que los grandes descubrimientos y la vida de los genios que los llevan a cabo aparezcan ante el público con dudas y lagunas a la hora de explicar cómo sucedieron realmente los hechos que llevaron al éxito final. Hay expertos en el arte de detectar imposturas en estos ámbitos. Ahí tenemos a Federico Di Trocchio, a quien conviene leer para saber de la cruenta lucha de intereses que suele haber por la paternidad de las genialidades que han hecho progresar al mundo.
La figura de Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, cosmovisión que tanto revuelo ha causado desde que a principios del siglo XX comenzó a diseminarse por todo el mundo, aparece casi siempre rodeada de una opacidad que la difumina. Ahí tenemos los trabajos de Jeffrey Masson y de Janet Malcolm que dan cuenta de lo cuestionada que puede verse la obra freudiana. Y aún quedan documentos por conocer para que podamos saber la concreta génesis de los hechos que condujeron a aquel grupo de psicoanalistas a lograr un cambio de paradigma histórico en la psiquiatría mundial.
Las escuelas que siguen a estos genios, sus discípulos, son poco complacientes con cualquier crítica hacia el «padre creador». Es sabido el celo con que los psicoanalistas cuidan de que sus figuras no se vean salpicadas por sospechas que comprometan su valía.
Pero de vez en cuando la vida se desborda y los escépticos tenemos una oportunidad para avanzar en el conocimiento de los hechos, lejos de las mixtificaciones interesadas.
Esto fue lo que pasó en el año 1977, en el Palacio Wilson de Ginebra. En un sótano de dicho palacio, antiguo Instituto Rousseau, apareció una caja con documentos personales de una psiquiatra rusa llamada Sabina Spielrein, que se habría ido de Ginebra en 1923 tras haber enseñado psicoanálisis algún tiempo en el citado instituto. En 1977 se sabía muy poco sobre Sabina Spielrein. Pero fue una de las primeras mujeres psicoanalistas y una de las primeras que logró ser miembro de la Asociación Psicoanalítica de Viena, dirigida por Sigmund Freud. Se supo entonces que había sido paciente y luego colaboradora de Carl Gustav Jung en el Hospital Burghölzli, en Zúrich. Y se sabía que Freud había hecho referencia a un trabajo suyo en Más allá del principio del placer.
Unos meses más tarde vio la luz la Correspondencia Sigmund Freud & Carl Gustav Jung, texto capital para explicar la relación entre ambos colegas así como para certificar la importante relación que Sabina Spielrein tuvo con ambos. Freud y Jung se conocieron en 1907 y trabajaron juntos hasta 1913, rompiendo su relación de forma tan sorprendente como silenciosa. Durante esos años crearon el método psicoanalítico que revolucionó el siglo XX.
Del estudio del material hallado en el Palacio Wilson se encargó un psicoanalista junguiano, Aldo Carotenuto, que ya en 1977 había rastreado la obra de Spielrein encontrando motivos como para hacerla copartícipe de dos importantes conceptos junguianos: el de «sombra» y el de «ánima» (todos tendríamos una segunda alma que va haciendo lo que nos gustaría hacer pero no hacemos…). El material encontrado en el Palacio Wilson le llegó a Carotenuto a través de su colega Carlo Trombetta, que a su vez lo había recibido de George de Morsier, uno de los alumnos a los que Sabina formó en el psicoanálisis, como a Jean Piaget. Carotenuto y Trombetta publicaron en 1980 el primer libro al respecto: Diario de una secreta simetría. Sabina Spielrein entre Jung y Freud. El libro cuenta con un prólogo de Bruno Bettelheim curiosamente crítico con la figura de Jung. Al trabajo de Carotenuto le han seguido los de Mireille Cifali y, sobre todo, el que a mi entender es el más documentado al respecto, La historia secreta del psicoanálisis, de John Kerr, de 1993. El libro de Kerr, con sus peajes, es muy completo y aporta mucha información sobre el nacimiento del psicoanálisis. En 1996 el noruego Karsten Alnaes publica Sabina, tal vez el último trabajo sobre la psiquiatra rusa. La Sabina de Alnaes aporta alguna novedad, pero al ser una biografía novelada uno no sabe dónde acaba la realidad y dónde empieza la fantasía.
Servidos los entremeses, nos toca el plato principal. ¿Quién fue realmente Sabina Spielrein? ¿Cómo ha sido posible que alguien tan relevante para los dos padres del psicoanálisis haya pasado tan desapercibida desde su muerte en 1942 hasta 1977? Sabina Spielrein nació en Rostov del Don en 1885. Fue la hija mayor de cinco hermanos de una familia adinerada y cosmopolita. Varios de sus hermanos lograrían también relevancia internacional como docentes. Sabina empezó a presentar problemas mentales a los cuatro años, en forma de retención de heces; su proceso se fue agravando con el desarrollo, con la proliferación de ideas y rituales obsesivos, y a los dieciséis años su estado empeoró mucho. Fue ingresada en varias clínicas sin resultado hasta que en octubre de 1904 es admitida en el Hospital Burghölzli, cercano a Zúrich, dirigido por Eugen Bleuler y donde trabajaba Carl Gustav Jung. Allí, Sabina, que pasó a ser tratada por Jung, mejoró rápidamente. Así, en junio de 1905 se inscribe como alumna en la Facultad de Medicina de Zúrich y estudia hasta hacerse psiquiatra, con buen rendimiento académico. Mientras, fue tratada ambulatoriamente por Jung hasta 1909. Esta evolución contradice la posibilidad de que Sabina Spielrein sufriese una esquizofrenia, tan incapacitante entonces. Sabina fue una de las primeras pacientes con las que Jung usó el tratamiento psicoanalítico. El diagnóstico con el que Sabina Spielrein fue admitida en Burghölzli fue el mismo con el que salió: histeria. Las dudas diagnósticas se desvanecen con su evolución, las cartas de Jung a Freud sobre ella y un esclarecedor diario que ella escribió sobre sus años en aquella institución.
La importancia de Sabina Spielrein en la historia del psicoanálisis viene dada sobre todo por la estrecha relación que mantuvo con Carl Gustav Jung, el «hijo» que Freud quiso y no tuvo, al igual que Jung buscó en Freud al «padre» deseado. Desgraciadamente, tras su primer e ilusionante encuentro en Viena, en 1907, la relación entre ambos acabó en un inexplicado distanciamiento en 1913. En la historia que escribieron estos dos genios se coló una joven rusa llamada Sabina Spielrein. Entre 1904 y 1909 Jung y Sabina pasaron de la relación médico-paciente a mantener una intensa relación amorosa que no pasó desapercibida para casi nadie en Zúrich. Esto se mantuvo al menos hasta el año 1909, en que Sabina Spielrein deja de ser paciente de Jung. En marzo de ese año, según cuenta Aldo Carotenuto, se hace pública la relación entre ambos. El resultado es que Sabina es dada de alta y Carl Jung abandona Burghölzhli.
Por otra parte, Sabina Spielrein fue el «caso clínico» que Jung usó como excusa para iniciar su correspondencia con Freud en 1906. Aprovechando las dudas que le generaba «cierta paciente rusa», inició un acercamiento epistolar a Freud pidiéndole asesoría. Años más tarde, con la relación entre Freud y Jung ya consolidada, será la propia Sabina quien escribirá a Freud para informarle de la torturada relación que mantenía con Jung. Con el tiempo, la relación entre los amantes se había desbordado y Jung intentó distanciarse de Sabina cuando esta le pidió tener un hijo. A su vez, la esposa de Jung escribió a la madre de Sabina quejándose del comportamiento de su hija. Freud permaneció equidistante en un principio ante estos devaneos amorosos. Freud veía en Jung a un gran divulgador de su teoría psicoanalítica porque tenía acceso a los círculos culturales reservados a los arios y de los que se excluía ya por entonces a los judíos como él. Jung también representaba la posibilidad de usar el psicoanálisis en las psicosis, dada su formación con Bleuler en Zúrich, y no solo en las neurosis como hacía él en Viena. Así que, en principio, escribió a Sabina pidiéndole comprensión hacia Jung. Pero la relación entre Sabina y Jung se fue agriando hasta concluir en 1909. Y ahí parece iniciarse también el alejamiento entre Freud y Jung, que pondrán fin a su relación en 1913. Algunos expertos insisten en que Freud nunca toleró el pésimo manejo que Jung hizo de su relación con Spielrein. Otros, como Kerr, hablan de que la ruptura llegó cuando Freud amenazó a Jung con sacar a la luz su affaire, a lo que Jung habría replicado al vienés amenazando con publicitar la relación con su cuñada Minna Bernays, de la que Freud estaba profundamente enamorado.
Este lodazal obliga a Freud a tomar decisiones drásticas y en 1910 publica una serie de instrucciones para psicoanalistas instándoles a controlar la «contratransferencia» con los pacientes en análisis.
En lo que se refiere a sus trabajos científicos, todo indica que Sabina Spielrein colaboró de forma importante en varias teorías junguianas. Rota su relación con Jung, Sabina Spielrein se licenció en 1911 con una brillante tesis: El contenido psicológico de un caso de esquizofrenia. Desde octubre de 1911 a marzo de 1912 la joven psiquiatra rusa vivió en Viena. Ya conocía a Freud, y en la Sociedad Psicoanalítica Vienesa leerá su trabajo más importante, La destrucción como causa del devenir, en noviembre de 1911, que sería citado por el propio Sigmund Freud en Más allá del principio del placer como antecedente de su tesis sobre la «pulsión de muerte». Básicamente, lo que Spielrein expuso en 1911 fue que el instinto de conservación que va inserto en el deseo sexual lleva consigo un instinto de destrucción.
A partir de 1912, Sabina se traslada a Berlín y sigue publicando sobre psicoanálisis, pero sobre todo en niños. Ese año se casó y, fruto de ese matrimonio, tuvo dos hijas. Luego inició un periplo por varias ciudades europeas, Múnich, Lausana y Ginebra, enseñando psicoanálisis. En 1923 volvió a Moscú. Le ofrecieron varios cargos como docente, pero en 1926 se volvió a su ciudad natal, Rostov del Don, con sus hijas. En 1929 los bolcheviques disuelven la Sociedad Psicoanalítica de Moscú. En 1936 Stalin prohíbe la práctica del psicoanálisis. La pista de Sabina Spielrein se pierde en el año 1937. Ya no asiste a ningún tipo de reunión ni publica. Según la biografía novelada de Alnaes, se dedicó durante varios años al ejercicio de la medicina rural y la pediatría general en Rostov. Allí fue capturada por los nazis y fusilada junto a sus dos hijas en 1942, como judía, delante de una sinagoga. «Todo fue muy rápido», se cuenta en el libro de Alnaes.
Es triste pensar que, al igual que ser judía fue la causa de su muerte, tal vez sea esta condición de judía víctima del Holocausto la que ha facilitado y estimulado la recuperación de su legado, el de una figura clave en la génesis del psicoanálisis. Tal vez la importancia de Spielrein sea más vigorosa en la historia social del movimiento que en lo teórico. Aunque ser la predecesora de un concepto freudiano como la pulsión de muerte no es poca cosa. Sus veintinueve trabajos publicados nos hablan de una mujer inteligente, valiente y capacitada para haber alcanzado logros mayores. El comportamiento de Jung y de Freud con ella no tuvo nada de ejemplar, pero dista de la consideración tan crítica de la que les hace acreedores el libro de Alnaes. Con todo, es interesante comprobar las dificultades de los padres del psicoanálisis para controlar sus afectos y pasiones sexuales, que es lo que trataban de inculcar a sus pacientes. Parece casi una broma del destino que el psicoanálisis haya sido diseñado por dos individuos tan neuróticos. En el caso de Sabina, su apasionada vida sentimental limitó su carrera, sobre todo tras la ruptura con Jung.
El cine, siempre tan atento a explotar los saltos de cama, le ha dedicado varias películas, siendo las más destacadas Prendimi l´anima (2002), de Roberto Faenza, y Un método peligroso (2011), de David Cronenberg. Pero tal vez el mejor trabajo sea el documental titulado Me llamo Sabina Spielrein que Elisabeth Márton rodó en 2002. Ahí está casi todo.
«Laberintos. Emma, su matrimonio con Carl Jung y los primeros años del psicoanálisis» de la inglesa Catrine Clay
Clay muestra en su libro un retrato brillante de la vida de Carl y Emma, pero también un retrato fascinante del surgimiento del psicoanálisis y la aversión que produjo, de las expectativas de Freud de que con Jung se evitaría que el psicoanálisis «sucumbiera por el antisemitismo». Un documento indispensable.
Está publicado en España por Tres Puntos Ediciones.
Gracias, Marta. Lo desconocía. Tomo nota. Hay mucha bibliografía al respecto. Tal vez demasiada.
Con la mayor delicadeza de que soy capaz, les digo que la nota está tan llena de inexactitudes, confusiones y desconocimiento, que tuve que abandonarla antes de llegar al final. España arrastra un desencuentro inexplicable con el psicoanálisis, habitualmente atribuido a la larga noche franquista, pero me parece que esa explicación es corta. Las teorías son piezas que deben encajar en el conjunto ideológico de una comunidad. A veces lo hacen de un modo productivo y feliz. Otras veces lo hacen a costa de traicionar su contenido. Finalmente, hay casos donde el desencuentro es un destino.