Primero, lo prohibido. No diga «culo» en México porque no estará diciendo lo mismo que en España. Sinécdoque desafortunada, para los mexicanos «culo» es solo la puerta y les suena igual de feo que «ano». (Tampoco llame «ojete» al ano, porque «ojete» es lo que en México se considera un cabrón, una mala persona). ¿Cómo se dice, entonces, «culo», nuestro culo, esa palabra redonda y perfecta que abarca la turgencia de ambos glúteos? Malas, cacofónicas, cursis noticias: «nalgas», «pompas», «pompis», «trasero». Horror. Acostúmbrese.
El nuevo diccionario que tendrá que aprender, sin embargo, es fácil. El bolígrafo será «pluma»; el coche, «carro»; la camiseta, «playera»; el jersey, «suéter»; el bus, «camión»; las bragas, «calzones»; la lejía, «cloro»; la acera, «banqueta»; los guisantes, «chícharos»; el melocotón, «durazno»; la polla, «verga»; follar, «coger»; piscina, «alberca». ¡Alberca!, se excitará un andaluz serrano. Esas pozas para el ganado y el riego, herencia árabe, que en los treinta grados del verano sirven para que chapoteen los niños. Un andaluz, en general, se sentirá como en casa entre tantas palabras viejas y amadas. «Convidar» por invitar, «coraje» por cabreo, «chamarra» por chaqueta. («Chaqueta», otro innombrable misterioso —¿una onomatopeya? ¿Así suena cascársela?—, que ha dado lugar a un verbo solitario pero necesario: «chaquetearse»).
A veces, las diferencias son mínimas, como que a los calabacines les llamen «calabacitas» o al puerro, «poro». Otras, complejas: en México, «pena» es más vergüenza que lástima y «pararse» no es detenerse, sino ponerse de pie, por lo que «no se le para» será triste de oír. Se le llama «jerga» a la «fregona» y «fregona» a una «chingona», o sea a una tía que hace las cosas muy bien, una tía de puta madre. «Puta madre», por el contrario, lo usarán los mexicanos como interjección ante cualquier cosa mala, porque para lo bueno ya tienen «está padre», lo cual no deja de tener gracia en un país de madres omnipresentes y padres desconocidos. Hay que tener cuidado, de todas maneras, porque también puede usted «fregarla», o «regarla», y tampoco será bonito.
Pero con todo y eso —¡rápido, ya, aprenda sintaxis mexicana por el contexto!—, lo más difícil no es la gramática ni el vocabulario, sino el uso que México da a la lengua que le dio Hernán Cortés (con perdón). El añorado maestro Pedro Sorela solía decir que pudo ser precisamente su condición de colonia lo que provocó el carácter esquivo del español en este lado del Atlántico: los conquistados conservaron la trinchera inexpugnable de su propio y secreto significado para las palabras impuestas. Por ejemplo, «no». Un mexicano nunca dice que no. El escritor Juan Pablo Villalobos explicó esta circunstancia en varios tuits que son graciosos porque son verdad. Sobre todo, este:
Amigos extranjeros: si preguntan algo a un mexicano y responde:
Creo que = no sabe.
Me parece que = no sabe.
Según recuerdo = no sabe.
Me late que = no sabe.
No estoy seguro, pero = no sabe.
Me suena que = no sabe.
No sé = sí sabe y no quiere decirte.
Por otra parte, México es uno de los países más corteses del mundo. «Gracias» y «por favor» son obligatorios para todo, especialmente cuando se pide algo. El mexicano no tolera el modo imperativo, si no es para ofender. Además, la Academia de la Lengua reconoce la querencia de la variante por los diminutivos y el uso del doble posesivo. Todo ello da lugar a expresiones hiperbólicas que a los españoles, ciertamente, les pueden poner nerviosos: «Buenos días, señito, no sea malita, ¿me pasaría mi café? Ay, gracias, qué amable». Y ojo con «buenos días»: en España se usa hasta que uno come y en México, estrictamente, hasta el mediodía. A partir de las doce, ya es «buenas tardes». Igual pasa con «buenas noches», que en México se utiliza a partir de las siete, se haya puesto el sol o no.
Metidos en harinas gramaticales, a un español le chocará que un mexicano diga «me voy hasta las cinco» cuando quiere decir «no me voy hasta las cinco», o que por tener «ustedes» en lugar de «vosotros» tenga que decir «se los dije» en lugar de «os lo dije». Pero, en fin, también nosotros estamos gramaticalmente equivocados en ir «a por» alguien, y vivimos tan contentos. No hay que pasarse de mamón, o sea de listillo, si no queremos acabar siendo pendejos, es decir, gilipollas.
No se les vaya el avión, o sea se despisten, ante estas tres maravillosas expresiones mexicanas: «luego luego» (enseguida), «siempre sí» (o «siempre no», finalmente sí o finalmente no) o «ni modo» (qué se le va a hacer). Por ejemplo, en «Me dijo luego luego que siempre no venía a mi fiesta; ¡ni modo!». Ni cuando un mexicano les diga «tu casa está en» cuando en realidad esté hablando de su casa (es la derivación coloquial y abreviada de un dicho mexicanísimo: «mi casa es tu casa»). Ojalá, «primero Dios», entiendan pronto que «ahorita» puede ser en cualquier momento, dentro de un minuto o de varias horas. Por lo demás, puede espolvorear «órale» a placer.
Digamos lo que digamos, de todas maneras, los españoles en México gritamos. Gritamos mucho. Gritamos siempre. Gritamos aunque no gritemos. Aunque tengamos al lado a un estadounidense reproduciendo el último Super Bowl o a un italiano mentando a todos nuestros muertos. Un filólogo en la sala podrá explicar por qué el mexicano interpreta la prosodia del español de España como un grito. Aquí, desde luego, no se «balconearán» los defectos de los mexicanos.
El asunto de las lenguas es poroso, promiscuo, móvil, vivo, y el idioma español en el mundo entero tiene que agradecer las palabras —y los alimentos— que le regaló el náhuatl: «tomate», «chocolate», «chicle», «aguacate», «guacamole», «chile», «mezcal» o «cacahuate» («cacahuete» es una deformación hórrida que solo se dice en España). Entre ellas, hay un caso de intercambio único: «tiza» y «gis», donde la primera, la que se usa en España, proviene del náhuatl, y la segunda, que se usa en México, del latín. En cualquier caso, son las palabras prehispánicas la que otorgan a la variante mexicana el color del látigo y la locomotora: «tianguis» (mercado), «popote» (pajita o cañita, la de tomar refrescos), «papalote» (mariposa), «jícara» (el vasito hecho con la cáscara de la calabaza), «cuate» (mellizo, amigo), «achichincle» (despectivamente, ayudante), «comal» (la plancha donde se hacen las tortillas de maíz), «elote» (maíz), «tlapalería» (ferretería), «apapachar» (más que abrazar, abrazar con cariño, consolar). Con ese fonema che, rumboso y mexica, por cierto, construyó Jaime López una canción que necesita intérprete sí o sí: «Chilanga banda» («Ya chole, chango chilango, qué chafa chamba te chutas, no checa andar de tacuche y chale con la charola…»). «Chilango» nació como gentilicio despectivo de la Ciudad de México —antes Distrito Federal—, pero sus habitantes lo tienen hoy muy a gala, como le pasó con «choquero» al onubense.
Es importante advertir que, igual que a los españoles les molesta que los mexicanos los imiten como si todos fueran vascos —siendo verdad que no hay cosa más españolaza que un señor de Bilbao—, a los mexicanos les molesta que los imiten como si todos fueran el norteño Speedy González. La variante del español de México tiene, como en todas partes, distintos acentos y léxico cambiante, y lo que en la capital es un «güey», en Tijuana será un «vato» o un «morro» (un tipo, un tío o —perdón, millennials— un tronco, un colega).
Es verdad que los mexicanos se ríen de nuestro «parking» (para ellos, «estacionamiento»), pero no haremos lo mismo con su «hot dog», básicamente porque se reirán con nuestro «perrito caliente». Perrito caliente, en México, puede calificar como albur. Un albur es un juego de palabras que esconde casi siempre alusiones sucias y una de las figuras del lenguaje mexicano más difíciles de manejar para un español. Va uno fácil: uno pregunta «¿te recojo a las seis?» y otra contesta «será si me redejo».
Y ya acabamos por el principio, que dicho así es como quien dice cantinflear. «Cantinflear», otro regalo para el diccionario de la RAE. ¿Y acaso no fue Mario Moreno, Cantinflas, quien primero y mejor nos enseñó el español de México? «We have really everything in common with America nowadays, except, of course, language», dejó escrito Oscar Wilde en El fantasma de Canterville. Pues eso.
Muy bien por el fratefónico americano. Quizás si con tantas ingeniosas innovaciones hagamos entender a nuestros españoles que son horribles esas desinencias verbales, basadas en acrobacias bucales de diptongos. Me es innatural y asaz molesto sentir la crispación de mis músculos entorno a la boca cuando trato de decir “Vosotros, ¿os alegráis? “¿Os entendéis? Me da la impresión que mi boca se asemeja a la ultrajada del Jocker en Batman. Y ya que estoy aprovecho para decir que los señores de la benemérita RAE deberían, en vez de machacar sobre cómo se usan los por qué, los porqué, los por que y los porque de reciente memoria (bastarían dos: con acento y sin, y que cada cual los acople como quiera. El contexto, el entorno, la plebe, el calor humano aprueba y entiende, asunto que los doctos directores a veces no tienen en cuenta.) deberían, digo, desaprobar ese matraqueo de artículos y preposiciones cacofónicos, como, por ejemplo: “¿Por qué había odios en las alcobas de los Martínez? Pues, porque EN LAS DE LOS Fernández, cuando se presentaban, simplemente abrían de par en par las ventanas“
¡Ah, mi amada lengua lozana!
¿Qué haría si me faltara ella? …y esa otra,
su hermana, la oscura, la carnal.
No podría decir ni probar La manzana
cuya esencia es el gusto de nombrarla.
Gracias por la lectura.
Absolutamente magistral artículo, ¡felicidades!
En el artículo “Lo que nos separa”, atribuyen la autoría de “Chilanga banda” a Café Tacuba, pero es una composición de Jaime López. Abusados ?
En México se utilizan indistintamente «coche» o «carro», «acera» o «banqueta», «piscina» o «alberca». Papalote es la traducción del náhuatl de mariposa, pero nadie llama papalote a una mariposa, sino que se utiliza para llamar así a las cometas (juguete). Chilanga banda no la construyó Café Tacvba, sino Jaime López.
Divertido artículo, sin embargo, requiere una precisión: la canción «chilanga banda» no la ‘construyó’ Café Tacuba sino Jaime López.
Saludos desde México.
Pinches mejicanos. Así son.
Otro dolor de cabeza para los españoles, el uso de la X y su pronunciación. Que da para otro artículo, por demás interesante. Saludos José
Echo en falta mi favorito «me vale verga» para decir que algo «me la suda».
Divertido y sobre todo con datos muy interesantes. Me da curiosidad ver otros artículos de Yaiza, gracias por compartir.
Muy interesante. Es curioso que en galego guisante se dice «chícharo». Tiene un sinónimo que es ervella. En portugués guisante se dice ervilha. Saludos.
Entonces, como nota Galego, el «chícharo» gallego será la nuestra «chaucha» y la ervella, o ervilha será la nuestra «arveja». Qué lio, señores hispanoparlantes.
Que a las tortillas les digan “tortitas” no tiene madre…