Política y Economía

Esto será la guerra

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Un soldado prueba un dispositivo de visión nocturna durante el Advanced Naval Technology Exercise, 2018. Fotografía: Rhita Daniel / USMC (DP).

Insectos capaces de convertirse en espías, robots-soldados, hombres con armaduras del futuro y armas con rayos-láser… No podemos saber dónde y cuándo serán las contiendas que se librarán en el futuro, pero sí cómo se combatirá en ellas.

En Wanted, de 2008, la película del kazajo Timur Bekmambetov, James McAvoy interpreta a Wesley Gibson, un empleado saturado de rutinas y vida de oficina que descubre ser el hijo de un asesino profesional y decide dedicarse entonces al oficio familiar. Parte de su entrenamiento, lo que nos interesa aquí, consiste en aprender a darle efecto a una bala al disparar. Ciencia ficción. O no… Fuera de la pantalla no se trata de lograr el giro de muñeca imposible, sino, más sencillo, de poder tener balas teledirigidas. ¿Y es posible? Sí, de hecho, existen. Ya se han hecho los primeros experimentos con éxito del programa estadounidense Extreme Accuracy Tasked Ordnance (EXACTO), que han conseguido crear una bala de 50 milímetros de calibre para francotiradores capaz ya de cambiar su rumbo para compensar así cualquier factor inesperado que le impida alcanzar el blanco.

Hoy no podemos predecir cuáles serán las guerras del futuro. Es imposible saber dónde y cuándo se luchará. Basta ver la historia reciente de Estados Unidos, por ejemplo. Su Gobierno anunció en su momento que no se combatiría en Corea. Y se combatió. Años después, dijo que no se lucharía en Vietnam. Y se luchó. Y así continuó desde Irak a Afganistán. Pero sí se puede prever cómo serán algunas de las armas que se empleen en esas guerras de un futuro que es ya casi presente. Cómo es el nuevo armamento cuyo desarrollo ya se investiga.

En 2003, cuando Estados Unidos invadió Irak, su ejército apenas tenía un puñado de drones en su arsenal. Hoy, quince años después, dispone de más siete mil artefactos. En la guerra hay elementos que desestabilizan tanto que son capaces de cambiar su desarrollo, sus reglas del juego. En inglés se denominan game changer. Han existido a lo largo de la historia. Las armas de fuego, la pólvora que sustituyó al acero en su momento, por ejemplo. El ferrocarril o el telégrafo, desde el sector civil. O la bomba atómica. Los drones también lo son. Sin embargo, la investigación en el sector bélico va más allá. Esos drones son presente y ya cambian esas reglas de la guerra, porque alteran la forma de desplegarse, de prepararse tácticamente o incluso de atacar al enemigo. Pero hay proyectos en fases aún embrionarias o de desarrollo que formarán parte de las batallas del futuro y que de nuevo trastocarán el concepto que teníamos de ellas. 

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El sargento de aviación Robert Jette se somete a un test de composición corporal en la Base San Antonio-Lackland, San Antonio, Texas, 2018. Fotografía: EJ Hersom / USMC (DP).

Lo curioso es que ninguno, aunque no sepamos nada de ellos, sorprende realmente. Y es que todas las ideas que intentan desarrollar organizaciones como la Agencia de Investigación Avanzada del Pentágono (DARPA), la más puntera del mundo, las hemos conocido a través de la ciencia ficción, en la literatura o en el cine, como con Wanted. La diferencia es que ahora se invierten cientos de millones para que se hagan realidad. Para conseguir, antes que nadie, tener esas armas capaces de ganar las guerras del futuro.

Hasta ahora, que un ejército tuviera los mejores soldados era una cuestión, sobre todo, de entrenamiento. Pero ¿y si fuera también un trabajo de laboratorio? Este es uno de los terrenos más escabrosos del futuro de la guerra. Porque no se trata solo de que haya investigaciones, que las hay, para lograr, por ejemplo, medicamentos que combatan el jet-lag, que eviten que sea necesario dormir o que quiten el hambre sin afectar al rendimiento de los soldados, sino también de que los mejoren biológicamente. Trabajar con la alteración genética para crear superhombres. Es la última frontera. Y, por supuesto, una de las que más interrogantes plantea. No solo sobre su legalidad (podría considerarse como uso de armas químicas y biológicas) y sobre su ética, sino, sobre todo, por el secretismo con el que algunos Estados o actores no estatales podrían investigar (si no lo hacen ya…) y aplicar esta línea.

Ese es un debate similar y paralelo al que plantean los robots. El objetivo de construir robots autónomos, según las organizaciones que los impulsan —como el proyecto Atlas, un robot de 1,88 metros de altura y 150 kilos de peso, de Boston Dynamics y la DARPA—, es que puedan dar asistencia en situaciones de desastres naturales, accediendo a donde no pueden hacerlo los humanos. Sin embargo, las dudas que generan son evidentes: un robot, por ejemplo, capaz de manejar un martillo hidráulico también podría usar un AK-47. Afortunadamente, un escenario como el que planteaba Terminator aún es ciencia ficción. Pero Naciones Unidas ya ha alertado sobre el creciente número de proyectos de lo que denomina «robots asesinos» y trata de impulsar una resolución para que los Estados se comprometan a frenar su desarrollo. 

Y aún existe una vía mixta de los dos casos anteriores. Un soldado humano conectado a uno alienígena, que sería un equivalente de lo que vimos en el cine en Avatar, no será posible. Pero un humano conectado a un robot, sí. De hecho, el proyecto existe, y se llama precisamente Avatar. También es una idea de la DARPA. El objetivo es que pueda haber un robot bípedo controlado por un soldado a cientos de kilómetros de distancia.

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Pruebas con el prototipo del robot LS3, o Legged Squad Support System, en Fort Devens, Estados Unidos, 2013. Fotografía: Kyle J. O. Olson / USMC (DP).

A mitad de camino, hay otras investigaciones, no tan polémicas e inquietantes. El objetivo sería, digamos, robotizar a los hombres. Un soldado debe cargar con un equipo que puede superar los cuarenta kilos de peso. A eso se añaden la tensión, el estrés, el cansancio y los obstáculos sobre el terreno. Para limitar esos factores se piensa en dotar a los combatientes de un exoesqueleto. El proyecto lo desarrolla ya la empresa Ekso Bionics y el objetivo es lograr una armadura que se acople por debajo de la ropa al tronco y las extremidades del soldado, con un peso máximo de dieciocho kilos, y que, además de ayudar a sobrellevar la carga, equipada con un motor, permita también correr más rápido y escalar más alto minimizando el esfuerzo.

¿Y las armas? ¿Cuál será en el futuro el equivalente a aquellos fusiles que sustituyeron a los sables y a aquellas armas automáticas que después relevaron a los fusiles? La respuesta parece sencilla. Es uno de esos casos, literalmente, de película: armas con rayos láser. Pero ¿son el futuro? En realidad, no. Ya existen. Forman parte del arsenal bélico de (al menos) Estados Unidos desde que las desarrollaron a comienzo de la década pasada bajo el programa Active Denial System (ADS). Un láser, no mortal, que puede ser utilizado, sobre todo, para control de masas. Oficialmente no se ha empleado porque legalmente está prohibido, dado que implica no diferenciar entre combatientes y no combatientes y además porque las reacciones contrarias a su uso podrían alentar levantamientos mayores y una fuerte campaña pública en contra. Pero además se investiga en otras líneas con los láseres para desarrollar armas letales e incluso para desmantelar equipos electrónicos, como el proyecto CHAMP, que desarrollan Boeing y el Ejército de Estados Unidos para obtener un misil de microondas que no necesite un sistema de detonación ni destruir los objetivos con explosiones.

Otro sector en el que se trabaja desde hace décadas es el que trata de implicar a otros seres vivos, más allá de los humanos, en la guerra. Históricamente ya se ha hecho, desde con perros que detectan explosivos hasta con cerdos que los transportan. Pero ahora esta línea se conoce científicamente como HI-MEMS, por sus siglas en inglés. Significa ‘sistema micro-electro-mecánico de insectos híbridos’. Traduciéndolo: insectos cíborg. Investigadores de universidades como las de California o Michigan trabajan en este campo. ¿Por qué tratar de construir el dron más pequeño del mundo si nunca va a volar tan bien como lo hace un insecto? Esa es la premisa. Manipulando el cerebro del insecto y acoplándole un dispositivo mecánico durante su etapa de metamorfosis, podrían ser capaces de teledirigirlo cuando se desarrolle. De esta manera se conseguiría un dron (aunque también pueden ser insectos que no vuelen, como se investiga con los escarabajos) extremadamente pequeño para hacer prospecciones en zonas de peligro y misiones de vigilancia. 

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Maniobras de aterrizaje de una aeronave de despegue vertical Bell-Boeing V-22 Osprey en una ubicación no revelada en Asia, 2018. Fotografía: Teagan Fredericks / USMC (DP).

Y después estarán, por supuesto, los vehículos. Sobre todo, las aeronaves. Si los drones son ya una realidad, para el futuro se busca el más difícil todavía. Por ejemplo, una nave que no exceda de los quinientos kilos y capaz de volar a una altura de veinte mil metros. Así dicho no suena tan complicado. Pero, además, se busca que tenga una autonomía de vuelo de cinco años. Es decir, prácticamente un satélite, pero que, a diferencia de estos, no se moverá orbitando alrededor de la Tierra y podrá depender de una fuente de energía. De esta manera será más fácil desplazarlo por el área que cubra y la información que consiga será mucho más fiable. El proyecto ya existe y se denomina Vulture.

Una de las claves para superar al enemigo es, lógico, estar mejor preparado y armado que él. De ahí que resulte fundamental no solo investigar para obtener ese arsenal que hará a un ejército superior a otro, sino también impedir que el otro tenga acceso a esa tecnología. En el futuro, y también se investiga ya, podría haber armamento con función de autodestrucción. Equipos electrónicos que pueden disolverse en agua, de los que ya se han conseguido algunos resultados con éxito, y otros artefactos que puedan autodestruirse en otras condiciones ambientales o por control remoto. De esta manera, si se pierde un arma única, al menos se evitará que caiga en manos de ese enemigo. Y lo mismo sucede con la información táctica, porque no todo dependerá de las armas que se usen. Es decir, en la guerra del futuro se necesitarán armas mejores y soldados mejores. Pero también, fundamental, información. En esta línea irán algunos de los grandes avances tecnológicos que no tardarán en hacerse realidad. Se trata de que puedan disponer de ella los soldados de infantería, los que combaten a pie o patrullan las calles de una ciudad. Así, veremos sistemas de comunicaciones que permitirán a los líderes de batallón, por ejemplo, recibir información en tiempo real sobre todos los integrantes de su equipo y sus posiciones, sin margen de error, vídeos de los drones y aviones que sobrevuelen una zona de peligro y de los objetivos potenciales en esa área. Y, sobre todo, que se logre con un equipamiento ligero.

Todos estos son solo algunos ejemplos de proyectos ya en marcha. Pero no los únicos. Aunque al final no todo dependerá de que la ciencia ficción se convierta en realidad. Es célebre el caso de la guerra del Golfo en los años noventa, cuando los viejos bombarderos B-52 se convirtieron en una de las armas fundamentales del conflicto. Y no por su efectividad, porque rara vez acertaban directamente en los blancos a los que apuntaban, sino por el ruido que generaban y el temblor de tierra que producían cuando se acercaban, lo que atemorizaba a los iraquíes. Si no bombardeaban sus arsenales, sin saberlo, sí lo hacían con su moral.

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3 Comentarios

  1. La cosa cambia a un ritmo vertiginoso. Pero se ve algo común en todas las fotos. Artefactos modernísimos, revolucionarios y usándolos los mismos tipos de hace 4000 años que al final son los que ponen el pie en tierra y siguen muriendo como entonces.

  2. Emilio Rodriguez

    Admirable. Gracias, USA. Gracias, Presidente Trump.

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