El diálogo aparecía a primeras de cambio tanto en la novela como en la película. El doctor Danika le decía a Yossarian que perdía el tiempo intentando que le diese de baja del ejército por haberse vuelto loco. «¿No puedes dar de baja a alguien que esté loco?», preguntaba el soldado. «Sí, claro que tengo que hacerlo. Hay una norma según la cual tengo que dar de baja a todos los que están locos», contestaba. Yossarian insistía: «¿Y por qué no lo haces?» para que el galeno, a su pesar, se lo explicase: «Porque no me lo piden». «¡No te lo piden porque están locos!», se desesperaba el soldado.
Pero la norma estaba clara. Ningún loco podía seguir en el ejército. Eso sí, antes de darle de baja tenía que pedirlo. Ese era el reglamento y se llamaba la Trampa 22, porque ningún loco podía saber que lo estaba. De hecho, la norma se aplicaba sobre todo al revés. Lo que era de cuerdos era no querer ir a las misiones con los peligros mortales que eso entrañaba, pero a los que no están locos no se les puede dar de baja del ejército. Era una falacia lógica digna de museo. Así lo explicaba después de la discusión entre sus personajes el escritor Joseph Heller:
Solo había una trampa, y era la 22, que establecía que preocuparse por la propia seguridad ante peligros reales e inmediatos era un proceso propio de mentes racionales. Orr estaba loco y podían retirarlo del servicio, lo único que tenía que hacer era solicitarlo. Y en cuanto lo hiciera, ya no estaría loco y tendría que cumplir más misiones. Orr estaría loco si cumpliera más misiones y cuerdo si no las cumpliera, pero si estaba cuerdo tenía que realizarlas. Si las realizaba estaba loco y no tendría que hacerlo; pero si no quería estaba cuerdo y tenía que hacerlo. A Yossarian le conmovió profundamente la absoluta sencillez de aquella cláusula.
La novela de Heller, de 1961, contaba la historia de un soldado que se enfrentaba a círculos viciosos y contradicciones en términos como esta Trampa-22, las necesarias para que el ejército pueda funcionar, pues no hay lógica alguna que admita que un hombre debe morir en su propio interés. Con ese espíritu bélico también constituía un gran mosaico de lo que eran las fuerzas armadas de leva, una inmensa concentración de personas entre la que nadie se quiere encontrar. Captaba la abulia, el escaqueo y la evasión que empleaban todos aquellos confinados para sobrevivir y, de alguna manera, cumplir con su cometido, que eran las órdenes. Porque los oficiales que las daban sí que querían estar ahí y aprovecharse de esa situación. Las guerras son sus oportunidades.
Con el desastre de la guerra de Vietnam y la creciente oposición que generó el conflicto en Estados Unidos, el libro se convirtió en una especie de fetiche pacifista. Heller la escribió al término de la guerra de Corea, cuando el desenlace fue que la frontera entre las dos Coreas seguiría estando en el paralelo 38, donde estaba antes de las hostilidades que costaron tantos miles de vidas. Un absurdo perfecto para inspirar una novela tragicómica.
En 1970 fue llevada al cine, contó con un plantel extraordinario, con Orson Welles, la estrella del pop Art Garfunkel, Paula Prentiss y su marido, Richard Benjamin, quienes triunfaban en la televisión en He and She, y estrellas emergentes como John Voight —tras Cowboy de medianoche— o Anthony Perkins, pero fue un fracaso en taquilla. Todo lo contrario que MASH, de Robert Altman, que con una propuesta similar, una historia que criticaba la disciplina absurda del ejército, logró convertirse en un éxito que luego pasó a la pequeña pantalla en forma de serie. Paradójicamente, como dice el historiador cinematográfico Wes D. Gehring, Altman «denigró» al autor de la novela MASH, mientras que a Heller le encantó la adaptación de la suya, aunque tampoco debió de quitarle mucho el sueño, porque durante los años sesenta vendió ocho millones de copias de su libro.
Según la biografía de Robert Merrill sobre el escritor, los padres de Heller eran judíos emigrantes procedentes de Rusia. Su padre era socialista y agnóstico, aunque murió cuando el autor solo tenía cinco años. En el 41 se graduó en el instituto y se puso a trabajar de archivero. En el 42 se enroló en la fuerza aérea y en el 44, al acabar la instrucción, fue destinado a Córcega. Desde allí participó en sesenta misiones de combate abordo de un bombardero.
De vuelta a casa, logró ir a la universidad. Comenzó a escribir, era admirador de Hemingway, pero acabar Trampa-22 le llevó ocho años. Cuando por fin fue publicado, el libro estuvo a punto de perderse en el olvido, pero una reseña de Philip Toynbee, un influyente crítico comunista, mantuvo la obra viva en ventas hasta que empezó a tener éxito por sí sola, a ser recomendada con fascinación por los que la habían leído, y se convirtió en una de las más populares de la década.
Hay mucho de autobiográfico en el argumento; sin embargo, Heller tenía veintiuno cuando fue a la guerra. En sus propias palabras, se lo pasó pipa volando en misiones de combate. Su alter ego en la novela, Yossarian, tiene veintiocho años y más aprecio por su vida. De hecho, Heller insistió en numerosas ocasiones que su novela no pretendía desentrañar la Segunda Guerra Mundial, sino la sociedad de los cincuenta de su país —la del gran desarrollo del capitalismo—, aunque el acontecimiento que la convirtió en un best seller fue la guerra de Vietnam en los años sesenta. Una de sus ediciones, ha contado Kyle Chandler, venía con una introducción del exsenador demócrata de Virginia Jim Webb, también escritor de novela bélica, donde contaba que un día, cuando estaba en la guerra de Vietnam, hubo una pausa en una batalla, en un tiroteo, y de pronto, en el silencio, escuchó a un compañero reírse a carcajadas en la trinchera de al lado. Miró a ver por qué y era porque estaba leyendo Trampa-22 en los ratos libres que le dejaban las balas.
La miniserie de Hulu, que ha venido apadrinada por George Clooney, en sus seis episodios conserva la atmósfera de histrionismo y giros absurdos que emanaban de la novela y reflejó la película. Uno de los mejores diálogos lo han puesto en el primer capítulo, es una conversación teológica que tiene Yossarian con la mujer del teniente Scheisskoptf, personaje al que interpreta Clooney, cuyo nombre en una traducción literal del alemán significa Cabezamierda. Después de que el soldado se acueste con ella, ambos se ponen a discutir sobre religión y él se pregunta por la supuesta bondad de Dios con, entre otros, este razonamiento:
¿Cómo se puede reverenciar a un ser supremo que encuentra necesario quitarles a los ancianos el control de sus esfínteres?
La mitad de los cuentos de Heller, antes de tocar la temática bélica, eran sobre la vida de los judíos en Brooklyn. Ese humor era genuino y característico de ese entorno. Bien podría ser una frase de Woddy Allen. Sin embargo, el impacto de la serie en 2019 no es el que se lee que tuvo la novela en los años sesenta, cuando fue tan popular. La comedia coral en la que todo el mundo trata de escaquearse de todo y aprovecharse unos de otros, unido todo ello al oportunismo prototípico de los oficiales y algún que otro arribista corrupto, ya no resulta tan novedoso como tuvo que serlo en 1961. Entonces esta visión del ejército y del servicio a la patria en clave de humor negro era, ante todo, rupturista.
Ahora, que un soldado de intendencia aproveche para montar un negocio a gran escala con visión de explotación capitalista no resulta una crítica tan corrosiva. Quizá el problema venga de que la estructura del libro es caótica, o caleidoscópica como dice la crítica literaria, y los guionistas han tenido que disociar el néctar y los puntos más fuertes de la novela han quedado diluidos en una trama lineal en la que, además, no está el desenlace final de la historia original. La serie ha quedado más aséptica, menos artie. Aparte, los fans del libro se han quejado de Clooney ha alargado innecesariamente el papel de su personaje eclipsando el de otros que eran mucho más importantes que el suyo.
En cuanto al impacto visual, la serie lo apuesta todo a las escenas de los bombardeos, pero la escena más fuerte de toda la historia, cuando un avión parte en dos a una persona, quedó mejor en la película, donde se optó por mostrarlo en perspectiva y no con un primer plano del piloto, como ha hecho la serie.
Pese a todo, el enfoque más interesante que se mantiene durante los seis capítulos de la serie es el del sino del protagonista. Estar cuerdo dentro de la locura te conduce a una locura más profunda. Algo que, de nuevo, en el género bélico, a estas alturas del siglo, ya no es ninguna novedad.
Son alucinantes las razones que le da el doctor y las conclusiones que saca Yossarian. Solo por eso es necesario verla. En un «mundo normal» no dudaría en señalar como una noticia falsa ese retorcido artículo 22, pero conociendo un poco la mentalidad castrense y el momento histórico, no pongo en dudas su existencia y aplicación. Lástima que la serie no haya echado mano a las tantas herramientas disponibles para recrear la realidad. Hay escenas, como bien dijo usted pero en otro ámbito, asépticas, sin fondo. Podrían haber mostrado más bombarderos, como si lo hacen cuando van en formación, en vez de esas tres reliquias llevadas a propósito a Italia. Es poco creíble que solo hubiera tres en un campo de aterrizaje cercano al frente. Además, no me convence del todo la magistral actuación de Giancarlo Giannini con los eternos estereotipos de los italianos en guerra. Gracias por la lectura.
Ni me gustó la novela ni la serie, las dejé las 2 enseguida
Oscar.. se nota se escapo de la mili (sin guerra)…Trampa 22 (pies planos)
Hay una película de Mike Nichols de 1970 con actores como Anthony Perkins, Alan Arkin y… Orson Wells! Además se hizo un intento de serie televisiva tres años después con Richard Dreyfuss pero debió de ser un fracaso porque solo hay un capítulo de 30 minutos. Una buena novela de Joseph Heller que sin embargo no da la talla a la pantalla.
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