Esta entrevista está disponible en papel en nuestra revista trimestral número 14
Si vienes al mundo con seis dedos en cada mano, aunque dos de ellos sean apéndices que un médico te extirpa de pequeño, el destino tiene algo preparado para ti. Si encima eres negro, naces en Mississippi el mismo año de las revueltas por los derechos civiles y tu hermano mayor es bueno metiendo el balón en el aro, está claro que lo tuyo es pelearte en una cancha de baloncesto. Audie James Norris fue de los mejores pívots que jugaron en Europa, en una época en la que el baloncesto era otra cosa. Sus enfrentamientos con Fernando Martín en la pintura están en la retina de todos los amantes de este deporte. Fueron dos de los protagonistas de la gran época dorada de la canasta a finales de los ochenta. Un deporte que se hundió en la indolencia hasta que llegaron los «Juniors de Oro». Ahora, con cincuenta y cinco años, sin poder doblar las rodillas, se dedica a enseñar a bailar en la zona a futuros pívots y presume de hija adoptiva, Sasha Goodlet, campeona de la WNBA en 2012.
Naciste en Jackson, estado de Mississippi, en 1960. ¿Cómo era jugar al baloncesto en el sur de Estados Unidos?
Jackson, Mississippi. Allí el baloncesto no es el deporte rey. Allí se juega al fútbol americano. Yo era bastante bueno, pero mi hermano mayor, Sylvester, tenía futuro en el baloncesto y me enganchó. En el barrio no había ni una canasta. Teníamos que construirla. Mi padre era carpintero y nos trajo una tabla de madera para hacer el tablero y usamos la llanta de una rueda de bicicleta. Le quitamos los radios y ya teníamos una canasta. Al principio la montábamos encima de un árbol en el jardín y… ¡basket, tío! Sobre la hierba, pero era nuestro basket.
Entonces, el culpable de que terminases jugando al baloncesto es tu hermano Sylvester.
Sí. Él estaba en el instituto cinco cursos por delante. Mide 2,13 m y la prensa local ya le señalaba como futura promesa. A mí lo que me gustaba era estar en la calle con mis amigos, y no me tomaba en serio el baloncesto. Cuando entré en junior high [enseñanza secundaria de doce a quince años] vi por primera vez el baloncesto organizado. Un equipo, entrenamientos… ¡pero yo era malísimo! Yo tenía envidia de mis compañeros, porque eran más altos que yo y mucho mejores. Yo era lamentable. No sabía botar la pelota, tiraba muy mal, sin mecánica; pero aprendí gracias a mi hermano. Siempre me llevaba al parque a jugar con sus amigos. Yo iba casi obligado, no quería estar allí y todos los días me pegaban una paliza jugando.
¿Por aquel entonces, con trece años, ya eras tan guerrero como lo fuiste después?
Sí. Eso viene de mi padre. Yo siempre veía a mis padres luchando por nosotros. Tengo cuatro hermanos y luchar siempre ha sido algo natural en mi familia. No teníamos mucho dinero, pero mis padres hacían lo imposible por nosotros para que tuviéramos lo suficiente. Yo quería ser un buen jugador, como mi hermano y el resto de sus amigos. En esa época fue cuando empecé a ver el baloncesto en la televisión. Lakers, Portland Philadelphia, San Antonio, Celtics. Me pegaba a la pantalla para aprender movimientos de algunos jugadores.
¿En qué jugadores te fijabas? ¿Quién era tu referencia?
El primer póster que tuve fue de George Gervin [Gervin fue el jugador franquicia de San Antonio a finales de los setenta, fue All Star doce veces y tuvo el récord de puntos anotados en un solo cuarto, con treinta y tres puntos, hasta que, en 2015, se lo arrebató Klay Thompson]. En la fotografía se veía a Gervin con unos bloques de hielo y con dos balones. Le llamaban Ice Man y para mí era un dios. Con el tiempo, llegamos a ser amigos [sonríe]. Cuando mi hermano fue escogido en el draft por los Spurs, yo tuve la oportunidad de jugar contra él en el campus de verano. Entonces me dijo: «Pequeño Norris, en un año nos vemos en la NBA. Te espero allí». Me quedé tan alucinado que lo único que pude decirle fue: «Ok. Vale». Por entonces, yo cursaba el tercer año universitario, pero en ese momento supe que podría jugar en la NBA.
Elegiste Jackson State University. ¿Por qué, si no destacaba por su equipo de baloncesto?
Elegí Jackson porque quería jugar con mi hermano; pero él se fue a la NBA antes de terminar la universidad y, joder, ahí me quedé. Tuve ofertas de otras universidades más grandes: Kentucky, Georgia, pude jugar con Dominique Wilkins, Universidad de Detroit, Louisiana State… Pero me quedé en Jackson. Allí podía ser una estrella, porque no había nadie mucho mejor que yo. Mi filosofía era muy simple: haz tu trabajo y las cosas saldrán bien.
Mi estilo de juego era muy agresivo y cogía muchos rebotes. El último año universitario, durante el primer tramo de la liga, fui el máximo reboteador de la NCAA pero, como era demasiado duro en defensa, hacía muchas faltas. Estuve mucho tiempo en el banquillo y mi promedio de rebotes bajó de diecisiete a trece, que tampoco estaba mal. La verdad es que me encantaba jugar así.
Terminas tus cuatro años de estudios universitarios en 1982. Acabas la carrera de Fisioterapia y entonces decides dar el salto a la NBA.
Llegar allí no fue fácil. Mi último año en la universidad tuve una lesión, casi al final de temporada. Una fisura pequeña. En verano fui a los campus de la NBA sin entrenar y todavía con muchos dolores. Le eché muchos cojones. Mi objetivo era llegar a la NBA como fuese, así que, a pesar de tener la pierna derecha jodida, jugué muy bien. El torneo de verano fue en Virginia. Dos partidos. Destaqué y los directivos de la NBA me llevaron a Hawái para jugar otro torneo. Allí volví a jugar de cojones, a pesar de mi pierna derecha. Los ojeadores mostraron bastante interés por mi juego. Estando en Jackson State, uno de los peores equipos de la liga, muchos ni me conocían y se preguntaban de dónde había salido. De Hawái me fui a Chicago. Era el primer campus de la NBA, NBA pre draft camp, y allí mi pierna no aguantó más. Un ojeador de Don Nelson, que entrenaba por entonces a los Bucks, me dijo: «Para. No entrenes más. Sabemos que estás jugando lesionado. No tienes que enseñarnos más. Eres bueno. Vamos a enviarte a nuestros médicos para ver qué pasa con tu pierna». Y en la revisión médica no encontraron nada serio.
Recuerdo que antes de marcharnos del campus, Jack Ramsay, el entrenador de Portland, nos dio una charla a los jugadores. Dijo que estaba orgulloso de nuestro trabajo y del esfuerzo de algunos que, estando lesionados, habían trabado muy duro.
Y llegó el draft.
Yo estaba seguro de que Milwaukee me iba a escoger en la primera ronda. No fui a Nueva York al evento, preferí quedarme en casa para disfrutarlo con mi gente. Hice una fiesta e invité a toda mi familia y mis amigos. Como número uno salió James Worthy; luego no recuerdo bien, creo que fue Dominique Wilkins. En el turno de los Bucks, eligieron a Paul Pressey. Cuando terminó la primera ronda, yo estallé. Me largué de la fiesta llorando, destrozado, con una cara de pena de narices. Me senté en un parque al lado de mi casa, triste, realmente jodido. Minutos después vinieron todos mis amigos, gritándome: «¡Te vas a Portland, te vas a Portland!». En ese momento yo no me enteraba de nada, estaba muy jodido, muy jodido. Fue un momento agridulce para mí; segundos antes pensaba que no iría a la NBA, y ahora estaba dentro. Una locura. Al final salí del shock y nos pusimos a celebrarlo. Una hora después me llamó Jack Ramsay para felicitarme.
Haces las maletas y dejas Mississippi para irte a Oregón.
Sí. Un frío de cojones, tío. Otra mentalidad. En Mississippi, durante mi época de instituto, existía el racismo todavía, y yo solo conocía ese mundo. Un cambio, un cambio total aunque yo siempre he tenido la mente abierta. Allí vi montañas, nieve, cosas que no había en Mississippi. Había mucha gente mezclada en la ciudad. Muchas relaciones entre blancos y negros y me quedaba alucinado. «Joder, tío, ¿qué mundo es este?». Era muy diferente y me gustaba mucho. Yo nunca he tenido problemas con otras razas porque, de verdad, yo no veo color. Hay gente buena y gente mala. Claro que no todo el mundo es igual.
¿Qué te encontraste en Portland?
En Portland ese año había muy buen rollo. Mychal Thompson [sí, el padre de Klay Thompson, el mismo que posee el actual récord de anotación en un solo cuarto], Jim Paxson [hermano mayor de John Paxon, el tirador que ayudó a Michael Jordan a ganar sus tres primeros anillos], Wayne Cooper, Calvin Natt. Mychal tenía la taquilla junto a la mía y me adoptó como su rookie. La verdad es que aprendí mucho con él.
De hecho, fue él quien te bautizó como Atomic Dog, un apodo que te siguió durante toda tu carrera.
Lo de Atomic Dog viene porque reventaba el balón haciendo mates. Machacaba con toda mi alma. En un partido contra los Mavericks, en Portland, cogí el balón en la línea de tiro libre, boté y, entre Kurt Nimphius y Mark Aguirre [uno de los futuros Bad Boys de Detroit], hice un mate brutal. El pabellón explotó. Después, mientras algún compañero atendía a la prensa, Mychal, que siempre estaba vacilando cuando nos hacían entrevistas, se coló, agarró el micrófono y dijo: «¿Has visto a Atomic Dog con su mate atómico?».
Desde entonces, toda la gente de Oregón me llama así, y hasta ahora sigo siendo el perro atómico. [«Atomic Dog» era el título del single más vendido por entonces en Estados Unidos. Uno de los temas más conocidos de George Clinton, el padre del funk, con permiso de James Brown].
En la NBA juegas ciento ochenta y siete partidos en tres temporadas. Tu primer año es casi irrelevante, solo juegas trescientos once minutos, pero en los dos siguientes sí empiezas a participar más. Juegas unos quince minutos por partido, con cinco puntos y más de tres rebotes de media. Ahí tu rodilla te empieza a dar problemas.
Sí, pero el problema no solo era mi rodilla. Cada equipo tenía dos o tres jugadores de 2,10 m y que pesaban 125 kilos. Y a mí siempre me tocaba enfrentarme a ellos. A los más grandes y a los más pesados y, en esa época, el baloncesto era mucho más físico. La dureza de los partidos se juntó con la genética de mi rodilla. Aun así, jugué muy bien. En mi tercer año en Portland jugaba unos quince o veinte minutos. Pensaba que estaba haciendo un buen papel y que me merecía más tiempo. Hablé con mi agente sobre la posibilidad de ir a Europa. Quería más minutos, mejorar y volver a la NBA, más adelante, con otro equipo. No quería estar más tiempo en el banquillo.
Tu hermano Sylvester estuvo en Italia, así que tú te plantas en la Benetton de Treviso.
Sí, fue mi primer club y me trataron muy bien. Estuve dos años y la verdad es que me costó marcharme de Treviso. Me pagaban un buen sueldo y yo estaba en un momento fenomenal de mi carrera, jugando a un nivel muy alto. Estaba in my prime. El problema era la falta de competitividad. Cuando llegué a Benetton estaba en A2, en la segunda división. Conseguimos subir a la A1, pero la Copa de Europa estaba lejos. Por entonces, yo no sabía nada de la Eurocup [la Euroliga actual] y, viendo basket por la tele, aluciné con un partido de un equipo griego, el Aris de Salónica. Tenían a un jugador enano que las clavaba todas. Yo no sabía ni su nombre ni nada, pero metía puntos como un animal. No tenía ni idea de qué liga era esa, solo sabía que no era la italiana. Le pregunté a mi entrenador y me dijo que el «tipo ese» era Nikos Galis y la competición era la Eurocup. Desde entonces, me hice fan de Galis y le dije a mi agente que quería jugar esa competición.
Y entonces aterrizas en España. Pero muchos no saben que antes de fichar por el Barça, hiciste una prueba con el Real Madrid.
Sí. Como decía, mis números en Treviso eran muy buenos: veinte, veintiún puntos y diez, doce rebotes por partido. Yo tenía claro que quería jugar en esta competición donde estaban los grandes: Aris, Maccabi, Madrid, Barcelona. Me llamó mi agente para decirme que el Madrid estaba muy interesado, que quería hablar conmigo, y nos trajeron aquí, a hacer una visita, a hablar con el entrenador y a ver al equipo.
Por aquella época el entrenador era Lolo Sainz.
Sí, estaba Lolo. Vine con mi agente, Miguel Paniagua, y hablé con él. Me quería en el equipo. Estaba dispuesto a ficharme ya. Estuve en el pabellón y vi a los jugadores entrenando. Por primera vez vi a Romay, a Fernando Martín, a Llorente, a todos. Y dije: «Hostia, esto es un equipo grande. No me importaría jugar con ellos». Cuando salí de Madrid camino a Treviso, todo estaba bien encaminado. Estábamos de acuerdo en las cifras, pero cuando llegué a Italia, mi agente me llamó y me dijo que no querían pagarme tanto dinero. Yo no me lo podía creer, eran solo diez mil dólares más de lo que cobraba en la Benetton.
¿Cuánto dinero cobrabas entonces por temporada?
Unos ciento ochenta mil dólares. Era un buen sueldo por aquella época, pero no excesivo. Yo siempre digo «por diez mil dólares no estoy en el Madrid». Y la culpa fue de Mendoza. Lolo quería ficharme, el general manager quería ficharme, pero el presidente no.
¿Qué le habías hecho a Mendoza?
No lo sé. La verdad es que no tengo ni idea. Desde entonces, Lolo siempre que me ve me dice que yo era su jugador. «Yo te traje a España. Ni Aíto, ni el Barcelona».
Y empieza tu época dorada en el Barça. En total, seis años de éxitos en Barcelona.
Sí, fue brutal. Cuando llegué no sabía que la rivalidad con el Madrid fuera tan grande. Me recordaba a los piques entre Lakers y Celtics. Cuando llegué a Barcelona me dijeron que el Madrid siempre ganaba la liga. El Barça había conseguido el título el año anterior a mi llegada, pero el Madrid llevaba como diez años seguidos ganando. Dije: «Esto tiene que cambiar». [sonríe]. Ya estaban Epi, Jiménez, Solozábal, pero creo que el cambio en este club se logró gracias a un cambio en la mentalidad de los jugadores. Yo no era un americano típico.
¿Cómo era el americano típico?
«Dame el balón, los quiero todos para mí, quiero tirarlo todo, meter treinta puntos por partido; yo tengo el balón, yo tiro y del resto me olvido». No. Yo no era así. Yo quería que mis compañeros me ayudaran a ganar partidos. Era muy buen pasador y siempre buscaba el tiro más fácil. En los primeros entrenamientos con Aíto, Jiménez y Epi no esperaban que yo los buscara para que tiraran ellos. No se creían que hubiera americanos así.
¿Recuerdas a Manel Comas? Él hablaba de los NAF. Un acrónimo que se había inventado para definir a esos americanos: Negros Atléticos Fraudulentos.
No, no me acuerdo de eso. Hostia con Manel [risas].
Aíto ha dicho de ti que eres el mejor extranjero que ha entrenado en su carrera deportiva.
Para mí, Aíto era un avanzado. Con su mentalidad, su filosofía de baloncesto. Él nos dejaba hacer cosas como profesionales. Había varios equipos, aquí en España, que funcionaban como la universidad norteamericana, no como profesionales. Y, para mí, Aíto tuvo esa visión. Nos dejaba hacer las cosas como hombres, como profesionales, y yo creo que eso ha influido en nuestro juego. Epi, Jiménez, Solozábal, Chicho Sibilio, Joaquín Costa. Todos eran jugadores de la selección española, y sabían mucho de baloncesto.
Con el Barça ganas tres ligas y dos Copas del Rey, pero se os resiste la Copa de Europa. La Jugoplastika se cruza en tu camino dos veces, en el 90 y en el 91.
No recuerdo nada estos partidos [sonríe irónicamente]. ¡Joder, me acuerdo como si fuera ayer! Siempre digo «un partido más, dame un partido más contra ellos y ganamos seguro». La Eurocup de entonces era muy, muy dura. Había equipazos como Macabbi, Limoges, los griegos, la Jugoplastika.
Kukoc, Radja, Savic…
Para jugar contra la Jugoplastika tenías que tener la cabeza al cien por cien. Era muy buen equipo. Esos tipos tenían mucho talento, sabían jugar. Además, estaban muy bien entrenados por Maljkovic. En Zaragoza tuvimos una gran oportunidad de ganar, pero Solozábal y Epi estaban un poco tocados. Aunque, sin duda, la mejor oportunidad de ganar fue en París. Si no hubiera tenido mi lesión en el hombro hubiéramos ganado ese partido, seguro. Las lesiones siempre nos perjudicaron en los momentos clave. Bad luck, man.
¿Qué tal con Maljkovic? Luego te entrenó dos años en el Barça.
Muy bien. Yo entrené con los dos mejores de Europa. Me hubiera gustado pasar más tiempo con Bozidar, porque me gusta su estilo de entrenar, un poco más duro que Aíto. Sacaba muy buen rendimiento de sus equipos.
En 1993, el 29 de mayo, el Barcelona anuncia que no seguirás con ellos. El número 14 aún no ha sido retirado en el Palau Blaugrana, y el único homenaje que has recibido ha sido en 2015 cuando ibas como segundo entrenador del Sevilla.
El número 14 no está retirado y no veo que lo vayan a retirar en el futuro. La directiva del Barça de hoy es diferente, y no sé si tienen el mismo amor, el mismo sentimiento sobre nuestra época, porque también Sibilio o De la Cruz se merecen tener las camisetas en el techo del Palacio. Son unos directivos modernos, tienen otra mentalidad. No la entiendo, porque hemos luchado mucho por este club y sí, me pagaron por mi trabajo, pero yo he dado mi sangre por el Barça. A pesar de todas mis lesiones, yo siempre he jugado al máximo nivel, nunca me escondí. ¿Que si quiero ver mi número retirado algún día? Sí. Cualquier jugador que te diga que no le importa, te miente.
¿Te lo mereces?
Yo creo que sí. Jugamos seis años espectaculares, y he formado parte de la historia de este club, de esta ciudad, de este país. Creo que los combates entre Fernando Martín y yo han cambiado la historia del baloncesto. Durante esa época, la gente se enganchaba mucho más al baloncesto que en el resto de la historia de este deporte, hasta la llegada de Gasol y Navarro.
Antes de preguntarte por esos enfrentamientos con Fernando Martín, me gustaría enseñarte un vídeo. [Le ponemos uno de los muchos vídeos que hay en YouTube con las imágenes de sus enfrentamientos con Fernando Martín, N. del R.].
Nadie juega así ahora. Nadie. Eso es contacto. Dicen que hoy en día hay contacto en el baloncesto, pero no es verdad. Un rival, tío. Este sí que es un rival. Cuando veo esto, pienso que fue un cambio en el baloncesto en España, porque no había choques, combates o rivales tan grandes. Ni el fútbol tenía tanta rivalidad en esa época. Lo único comparable eran las finales entre Celtics y Lakers. La misma energía, el mismo sentimiento, el público caliente, los fans. Hoy en día, veintitantos años después, voy por cualquier ciudad de España y alguien me llega a contar cosas de esta época como si fuera ayer. Cosas que yo ni recordaba. La pasión que tiene la gente cuando me cuenta estas historias… Les miras a los ojos, su cara y están casi llorando.
Joe Arlauckas aseguraba en una entrevista que eras muy sucio en la cancha. ¿Te acuerdas de los golpes con Fernando?
Yo no quería que el Madrid nos ganara nunca, nunca. La guerra, la lucha, el derbi, era personal y brutal. ¿Si me acuerdo de los golpes con Fernando? Hombre, ahora siento todos los dolores de esas hostias. Era muy físico, muy físico. Él era el luchador de su equipo, la estrella de su equipo y yo era el enforcer [la traducción literal sería el ejecutor, el encargado de hacer cumplir las reglas] que tenía que pararle.
¿Y cuando acababa el partido?
Mi hermano siempre me decía que hiciera mi trabajo en la pista y viviera la vida fuera de ella. Muchos jugadores no podían separar estas dos facetas, y no tenían amigos de equipos rivales. Yo siempre ponía las cosas en su sitio. Me gusta vivir, conocer gente. Mi trabajo es mi trabajo y está en su sitio, pero fuera de la cancha yo quería saber cómo era Fernando Martín. Pocos saben que quedábamos, aquí en Madrid, y nos íbamos a cenar y a charlar con su hermano. «¡Hostia, cabrón! Vaya codazo que me metiste». «Sí, y tú a mí, tío»; y cosas así, pero nunca había nada negativo fuera de pista.
Lo pasaste mal cuando murió Fernando.
Fue muy duro, porque Fernando era un amigo. No era un jugador típico, ¿sabes? Era más que un rival. Me tocó y me dolió mucho cuando murió. Pero no solo me pasó a mí, ¿eh? Yo vi a compañeros míos del Barça destrozados ese día.
¿Contra quién era más duro jugar?
Sin duda, contra Sabonis. Era dificilísimo de defender. No solo porque fuera muy grande. El tío era muy inteligente jugando y eso es mucho más peligroso que un tipo alto. Yo he jugado contra muchos tipos enormes, pero que no sabían jugar. Sabonis sabía de baloncesto. Sabía hacer todas las cosas muy bien.
Antes Aíto, Lolo; ahora Laso, Pascual, Plaza. ¿Ha cambiado mucho el baloncesto? Me refiero a la forma de jugar, a la forma de ser de los jugadores.
Sí, ha cambiado. Durante mi época, los jóvenes estaban en el banquillo sentados con las estrellas y el público nombraba de carrerilla la alineación. Había una conexión con los jugadores. Tú le preguntas a alguien que veía el basket en mi época y te nombra a todos los jugadores del Madrid, del Barça, del Valladolid, del Estudiantes. Si le preguntas quién está en su equipo hoy en día, no te pueden responder porque cada año el equipo cambia. Cada año viene gente diferente.
Además, las reglas también han cambiado. Antes se permitía mucho más contacto bajo el aro. Había muchos más jugadores muy buenos cerca del aro, que sabían jugar con su espalda. Los sistemas de los entrenadores han cambiado y ahora se juega mucho más por fuera. Dicen que no hay jugadores de la vieja escuela, pero yo digo que no es verdad. Simplemente no se entrenan. Ahora, a los jugadores altos no les piden contacto debajo del aro. Los sistemas están diseñados para juego exterior, y los jugadores grandes están adaptando su juego para conseguir trabajo en un equipo. Muchos jugadores de mi época no sabían tirar de cuatro o cinco metros. Solo anotaban debajo del aro o con un gancho. Ahora todo es tiro exterior y, si no estás acostumbrado a jugar con contacto, es difícil, es muy difícil. A mí me gusta lo que ha hecho Scariolo con Pau. Para ganar este Eurobasket ha tenido que pasar el balón dentro, a Pau. Pau sabe jugar con su espalda y tiene mucho más éxito jugando en la pintura que tirando de cinco o seis metros.
¿Crees que es justo que le llamaran Pink Panther?
Hombre, se parece un poco. Pau nunca ha sido un jugador de pegar. Nunca ha sido así. Marc sí me parece de la vieja escuela. Para mí es el mejor pívot de la NBA.
Todo el mundo coincide en eso.
Porque no hay más pívots puros. Howard no es un cinco y no juega duro siempre. Tim Duncan es más un cuatro, pero sabe jugar de cinco. ¿Quién más? Kevin Garnett, con cuarenta años. No hay jugadores como Shaquille O’Neal o Kareem Abdul-Jabbar o Hakeem Olajuwon. Ya no existen. Marc es el único.
¿Sigues viendo la NBA?
Me aburre el baloncesto de ahora. Para mí es muy blando. El juego es blando y las reglas son muy restrictivas. Si tocan a un jugador, pitan falta. Cuando se empieza a correr, te paran con una falta. Es muy predecible.
Denunciaste actos racistas en Sevilla. ¿Sigue siendo el racismo un gran problema en la actualidad?
Hay idiotas en todo mundo. Hay idiotas, pero no todos los seguidores del Sevilla han sido así. Había un grupo que no aprecia su deporte. Siempre hay gente que degrada el baloncesto con sus tonterías.
No me refiero solo al baloncesto. Hace tiempo que pasó la época de la segregación racial, pero siguen ocurriendo revueltas por la discriminación de razas. Los disturbios de Ferguson o el asesinato de Walter Scott en Carolina del Sur movilizaron a la comunidad negra en EE. UU. En Europa ahora vivimos un repunte del racismo con la llegada de refugiados sirios.
Siempre vamos a tener que luchar contra el racismo porque cada país, cada pueblo, cada deporte tiene ese problema. No es solo en Sevilla, en Barcelona, en Estados Unidos, es un problema mundial y cuando hay una oportunidad, hay que luchar contra ello. La vida puede ser maravillosa. No creo que se pueda erradicar el racismo, pero siempre hay que luchar contra ello.
Tuviste la oportunidad de volver al Barcelona, cuando Joan Laporta te hizo una propuesta de cara a ser presidente del club. Él presenta un equipo para la sección de baloncesto en el cual estabas incluido.
Sí. Al final no salió.
Laporta tiene una idea muy clara sobre la independencia de Cataluña. Cuando tú jugabas en el Barça, ¿ese sentimiento de independencia estaba tan extendido como ahora?
No, ahora es mucho más profundo, mucho más avanzado, con más movilizaciones. Es algo que los catalanes sienten. No entro en muchas discusiones políticas, pero entiendo la mentalidad de los catalanes. Yo tengo que vivir en todas las regiones de España. Es posible que un día venga a Madrid a trabajar, o a Vitoria, o a Galicia, y a mí me gusta este país en todos los sentidos.
No tienes muchos enemigos.
No. Bueno, alguno en Sevilla [sonríe]. Yo trato a la gente como me gustaría que me trataran a mí. No tengo tiempo en mi vida para hablar mal de nadie o para tener mal rollo. Cuando las cosas van mal, siempre tengo una sonrisa en mi cara. Están muriendo muchos amigos míos: Darryl Dawkins, Anthony Mason, Moses Malone… y, más que nunca, tengo claro que la vida es demasiado corta, es ya [chasquea los dedos] y hay que disfrutarla a tope.
Cuando miras atrás, ¿cambiarías algo?
Me hubiera gustado volver a jugar en la NBA después de un par de años en Europa. Tuve la oportunidad después del primer año en el Barça. Habíamos ganado la liga y en verano me fui a Portland, a mi casa de verano. Me dijeron que entrenase con ellos, nos fuimos a la liga de verano a Los Ángeles. Y allí empezó a dolerme la rodilla de nuevo. Con una sola pierna hice unos entrenamientos muy buenos. Tenía contrato con el Barcelona un año más y veía que me dolía mucho la rodilla, así que agradecí al general manager de Portland la invitación para jugar con ellos pero, con la rodilla jodida como la tenía, preferí dejar el equipo y hacer la rehabilitación durante el resto del verano para volver al Barça. Dos días después de hablar con él, mis problemas con la rodilla desaparecieron. ¡Podía hacerlo todo! Desde entonces, no volví a pensar en la NBA. Mi destino era quedarme en el Barça.
Cambiar cosas [piensa unos segundos]… Ganarle a la Jugoplastika. Uno de los partidos, al menos. En serio, me gustaría saber qué hubiera pasado si no hubiera tenido problemas con mi hombro en París. Ahí tuvimos alguna oportunidad de ganar, más clara que en Zaragoza. Pero, con mi hombro, yo estaba más para animar que para jugar. Metí ocho puntos con la mano izquierda en ese partido, pero era mucha Jugoplastika.
Y cuando miras adelante, ¿qué crees que te depara el futuro?
Tengo mi campus de verano para los chavales en Hospitalet. Es un campus para aprender inglés, cómo ser jugador y cómo comportarte fuera de la pista. Les enseño a ser hombres fuera de la pista y a jugar duro dentro. También doy charlas tipo coaching a empresas, para formar a directivos. Tengo que hacer una mezcla de español e inglés, porque no hablo español perfectamente, pero la gente me entiende y funciona. Es muy divertido, porque empresa y deporte son muy parecidos. Se trata de jugar en equipo y no tener egos.
Qué entrevista, señores! Y qué personaje! Generoso, noble, incansable, tolerante, estoico y apasionado por su trabajo. La quinta esencia de lo que podría ser un «yanqui» pero en negativo (con referencia al revelado de las fotos), en un afroamericano. Mis mejores deseos para el «perro atómico» (vaya sobre nombre) Aclaro que del básquet solo sé que se juega sobre superficies duras y hay un agujero, bastante reducido por cierto, donde meter la pelota. Gracias por la lectura.
Excelente jugador y excelente persona.
Qué gran tipo, la entrevista se hace muy corta, habría que haberse explayado mucho más con Audie, tal y como he leído en otras entrevistas en JotDown a grandes profesionales del baloncesto.
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Respeto máximo y mis mejores deseos para el Señor (con mayúscula) Norris, de parte de un madridista.
Grandisimo Audie. El mejor extranjero del Barça.
Yo me enganche al basket por el y aquel Barça
Magnífica entrevista. No sabía que el Madrid había descartado su fichaje. Gracias, Mendoza. Así pudimos ver los duelos Norris-Martín.
¿Enemigos en Sevilla? Pregunten a Raul Pérez.y se quedarán boquiabiertos de la clase de personajes que entraron en el club.
Sin lugar a dudas, estamos ante el mejor jugador extranjero de los 80 que paso por España.