Sociedad

Uomini

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La gran belleza (2013). Imagen: Wanda Visión.

Al principio creía que todos los italianos estaban enamorados de mí. Y no, no era un exceso de confianza por mi parte. Estaba en París, era invierno y sus habitantes se comportaban con la misma frialdad que desplegaban sus calles. El único francés que me hablaba lo hacía porque mi acento le recordaba a su novio colombiano. Los españoles, por su parte, estaban a lo suyo. Y lo suyo no era yo.

Los italianos aparecieron con la primavera. Si han vivido en París más de tres meses sabrán que la depresión es el estado normal de la ciudad entre octubre y abril. Si esto es así para los nativos, imaginen para una meteoropática del sur de Europa. No fue mi mejor trimestre, en resumen. Pero llegó abril, como decía, y llegaron los picnics en los Campos de Marte después de clase. Con franceses, pero también con italianos.

Los italianos no son mucho mejores que nosotros para hacer picnics. El arte galo de comer en el campo sin perder el buen gusto es absolutamente envidiable y mantiene a Europa como referente moral a pesar de todo. Los italianos no son los mejores haciendo picnic pero saben contraatacar con comidas caseras. Para ellos cualquier antro es un hogar si hay algo con que calentar la pasta. Y fue así, mientras probaban si los spaghetti estaban ya al dente, cuando creí que todos estaban enamorados de mí. Pero no. Era simplemente su forma de estar en el mundo.

El primer encuentro con casi cualquier italiano que recuerdo comienza con la mirada. Evidentemente, objetarán, de qué otra forma va a ser. Pues bien, hagan un experimento la próxima vez que les presenten a alguien en España. Mírenle a los ojos y sonrían con calidez mientras le aseguran cuánto les alegra conocerle. Y observen el embarazo creciente de la otra persona. No estamos acostumbrados a que se nos quiera a primera vista.

El primer encuentro con los italianos que he conocido empieza en los ojos, una mirada fija, profunda, con apariencia sincera. Una mirada a calzón quitado. Una mirada indefensa porque por qué iba a ser necesario defenderse, si el mundo es un lugar hermoso. Una mirada que aguanta la mía mientras me dan la mano porque son italianos, los besos no se derrochan, los besos hay que ganárselos.

Una mirada, y esto es esencial, que está viendo a una mujer. Y la mujer es la cumbre de la creación. Los italianos, y hablo aquí de un tono general en el trato, más allá de las miserias y vicios particulares, viven en una zona feliz ajena tanto al heteropatriarcado como al manifiesto SCUM. En Venecia, por ejemplo, es difícil salir de un local sin recibir un piropo como forma estándar de atención al cliente. Un piropo elegante, un dulce micromachismo. Una mujer es bella por defecto, es atractiva porque es una mujer. Y no pretenden nada. No taladran la ropa con la mirada. Por no ofender, no ofenden ni al marido que las acompaña. Es un rasgo nacional tan patente que el primer italiano que aparece en Peppa Pig, al frente de un puesto de alquiler de coches, saluda dirigiéndose directamente a la madre de familia con un «Buon giorno! Come posso aiutare una così bella signora?» (1). Sí, tengo hijos pequeños, pero no por ello la referencia es menos oportuna.

Desde la sala cubierta de pantallas en lo más profundo de un volcán que hace las veces de sede central de Jot Down me pidieron que desmontara el mito del italiano latin lover, del que se las lleva de calle solo con mostrar su pasaporte. Estoy empezando a dudar que se lo encargaran a la persona adecuada. A mí no me atrae ese perfil masculino, eso es cierto. Pero el perfil es importante. También el físico. El perfil que, al recortarse a contraluz, muestra un gesto firme e intenso, el que recuerda a un busto cualquiera de villa romana, con su nariz nudosa y un mentón al que no se debe llevar la contraria. Digámoslo, un perfil italiano. ¿Ven? Lo estoy haciendo otra vez.

Quizás no sea por el físico. De hecho hay italianos feos, es un hecho contrastable. Es incluso posible que haya italianos que no sean atractivos, dejo ese dato en manos de la ciencia. Pero un hipotético italiano feo no tiene más que abrir la boca para que las mujeres a su alrededor estén dispuestas a obviar ese detalle. La primera arma es casi infalible: el idioma. Aunque la mujer a la que se dirigen no lo entienda. Es una lengua hecha para enamorar, convencer y cautivar. Todo suena mejor, hasta los insultos son dulces: ma vaffanculo, stronzo —¿lo oyen? ¡Qué suavidad, cómo fluye el sonido!—. De hecho, para enamorarse ni siquiera haría falta oír las palabras: bastaría con mirarles hablar. Es prácticamente un baile en el que cada gesto carga de carisma al emisor. Las manos acarician las palabras, las agarran con fuerza cuando es preciso y las dirigen con suavidad hacia su significado. El cuerpo está tan integrado en el idioma que la profesora de francés de un amigo siciliano le obligaba a sentarse sobre las manos al hablar. Los gestos le daban, sin duda, un fuerte acento italiano.

Pero sin necesidad de moverse, una foto es suficiente para entender por qué. Miren a la selección italiana de fútbol en 2010, por ejemplo. L’azzurra, vestida de Dolce & Gabbana. ¿Qué rasgo les caracteriza? ¿Se imaginan a Pirlo haciéndose un selfie con dedos de mara salvatrucha? ¿A Buffon, Marchisio, Gattuso, Cannavaro…? Imaginen, imaginen. Si hemos empezado por el fútbol, opio del pueblo, calculen lo sobrados que van los italianos en materia de estilo. Pienso en Jep Gambardella fumando —no es algo raro, por lo demás, descubrirme pensando en Jep Gambardella fumando—. Pienso en Jep Gambardella llorando. Pienso en Jep Gambardella haciendo de Titta di Girolamo en otra película, aunque siendo ya casi Jep Gambardella. Pienso en los italianos que he conocido, con enormes diferencias estéticas entre el norte y el sur, pero con un sentido de la estética casi involuntario. A veces exagerado, otras de una formalidad protohipster —no había visto un primer botón cerrado antes de visitar Milán—, incluso en camiseta interior sin mangas queda claro que la belleza, en Italia, no es accesoria. Quizás sea esta una de las razones: miren donde miren, los italianos en casa ven algo magnífico. Cualquier aldea de los Prealpes tiene una iglesia barroca incrustada entre sus cuatro casas. Creo, por lo demás, innecesario hacer un elenco de las obras de arte italianas: al fin y al cabo, incluso en Jot Down el espacio para escribir es finito, así que elijan sus obras o puntos favoritos. Pongamos Florencia, donde un viajero francés cualquiera enferma, literalmente, de goce artístico. Un lugar demasiado bello para que lo soporten los mortales. ¿Qué sensibilidad desarrolla alguien nacido allí, para quien lo sublime es, simplemente, la plaza de su barrio? ¿Cómo puede no ser elegante alguien que aprende a posar viendo cuadros de Caravaggio?

Pero creo que la clave de que el italiano enamore se encuentra en el amor mismo. Mejor dicho, en su comprensión del amor. Que no es sino la del alma humana: llena de deseos violentos e impulsos contradictorios, pero necesitada al fin y al cabo de una mirada benévola. Lejos de los clichés políticamente correctos del pop tradicional, la canción romántica italiana es un gran ejemplo de esta lucidez afectiva. Mi admirado Ernesto Filardi escribió un artículo titulado «Diez canciones románticas italianas cuyos protagonistas deberían hacérselo mirar» y yo aprovecho la coyuntura para defender lo contrario. Porque el amor, con todos sus pasos, es de todo menos correcto. Incluso cuando es bueno y mejora radicalmente la vida de los interesados, los enamorados deben aprender a encajar sentimientos que escandalizan nuestra ética moralista. Está el amor correcto, que defendemos sin matices, y luego las contradicciones con las que nos encontramos al mirar nuestra relación concreta. Los italianos lo saben también, la diferencia es que, culturalmente, no se escandalizan de ello. E incluso al hablar de los aspectos más aceptables del enamoramiento y desamor, tienen la capacidad de dar en el clavo. Pondré algunos ejemplos para que puedan poner banda sonora a esta lectura:

«Amandoti» – escuchen la versión de CCCP, bajo ningún concepto lo que hizo Gianna Nannini con ella. En la letra, la contradicción de los amores que agotan las propias fuerzas.

Amarti m’affatica
mi svuota dentro
Qualcosa che assomiglia
a ridere nel pianto.
Amarti m’affatica
mi da’ malinconia.
Che vuoi far ci è la vita,
E’ la vita, la mia.

Amarte me fatiga,
me vacía por dentro.
Algo que se parece
a reír en el llanto.
Amarte me fatiga,
me da melancolía.
Qué le voy a hacer, es la vida,
es la vida, la mía.

«Via con me» – Paolo Conte. Es difícil rechazar esta invitación, que acepta la historia afectiva del corazón de la mujer cortejada. Aunque en la última estrofa empiezo a dudar: Paolo, ¿de qué hombres hablas exactamente?

Via, via, vieni via di qui,
niente più ti lega a questi luoghi,
ne anche questi fiori azzurri…
via, via, ne anche questo tempo grigio
pieno di musiche
e di uomini che ti sono piaciuti…
(…)
Via, via, vieni via con me,
entra in questo amore buio,
pieno di uomini…
via, entra e fatti un bagno caldo,
c’è un accappatoio azzurro,
fuori piove un mondo freddo…
—-
Ven, ven, vámonos de aquí,
ya nada te une a estos lugares,
tampoco estas flores azules…
Ven, ven, tampoco este tiempo gris
lleno de música
y de hombres que te han gustado.
(…)
Ven, ven, vámonos de aquí,
entra en este amor oscuro,
lleno de hombres…
ven, entra a darte un baño caliente,
hay un albornoz celeste
fuera llueve un mundo frío…

«La canzone del sole» – Lucio Battisti. El chaval que vuelve a ver a su amor de verano y la encuentra cambiada. Ahora es una mujer. Y él aún es claro y transparente, como el mar que conocieron juntos.

Dove sei stata
cosa hai fatto mai?
una donna, donna, dimmi
cosa vuol dir sono
una donna ormai?
ma quante braccia
ti hanno stretto tu lo sai
per diventar quel che sei
che importa tanto
tu non me lo dirai
pur troppo.
(…)
Oh mare nero, oh mare nero,
oh mare ne..
tu eri chiaro e trasparente
come me…

¿Dónde has estado, qué has hecho?
Una mujer, mujer… dime,
¿qué quiere decir
«ya soy una mujer»?
Pero ¿cuántos brazos
te han estrechado, solo tú lo sabes,
para convertirte en lo que eres?
qué más da, total
no me lo dirás,
por desgracia.
(…)
Oh mar negro, oh mar negro,
oh mar negro,
tú eras claro y transparente como yo…

«L’orgia» – Giorgio Gaber. En su genialidad, Gaber describe el hastío del sexo cuando el sexo hastía.

Ero lì in un’orgia, facevo qualche cosa,
ma non mi ricordavo una serata così noiosa.
—No, mi creda, mi diverto molto.
Sono solo un po’ di soggezione,
però mica le dispiace
se accendo la televisione?

Estaba ahí, en una orgía, algo hacía,
pero no recordaba una velada tan aburrida.
—No, créame, me divierto mucho.
Solo estoy un poco cortado,
pero ¿no le importará
que encienda la televisión?

Como verán, hay tanto donde elegir para explicar por qué un varón italiano triunfa en el corazón extranjero. Dejo muchos puntos de la lista en mi borrador porque, por muy exhaustiva que fuera, sé que no terminaría de dar con la clave. Quién sabe qué es lo que no consigo describir, se trata de algo que creía perdido, un atractivo profundamente humano, una cualidad perteneciente al pasado o a algunas películas. Algo que al verlo en un hombre, o al oírlo, despierta en la mujer el atávico deseo de escaparse al fin del mundo, fundar una familia y escribir un libro a cuatro manos: todo a la vez. Y él solo ha dicho «Ciao, bella».


(1) «Buenos días, ¿cómo puedo ayudar a una mujer tan guapa?»

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5 Comentarios

  1. Me ha gustado mucho, enhorabuena.

    Con lo del «embarazo creciente» no he podido evitar pensar que ese sería mi superpoder favorito: fecundación por contacto visual (ahorrándome tedioso sexo con desconocidas).

    https://gfycat.com/validglumhen

  2. Oh, per favore! No sei visuta come me 7 anni al bell paese! No todos son iguales, no todos enamoran, no todos tienen clase y muchos son de una vulgaridad espantosa y un machismo exacerbado. Si, muchos otros son muy cultos, cariñosos, trasparentes, como los catalanes o los vascos o un andaluz con carrera. Me case con uno y tengo un hijo el máximo del atractivo, Italo argentino… en fin mucho estereotipo en tu nota.

  3. Giancarlo Rodrigheci

    Si lo mismo que os encanta porque os lo hace o dice un italiano, os lo hace un español normal y corriente, como mínimo lo miráis con displicencia; si aún no se ha ido, le llamáis pesado; si intenta disculparse, amenazáis con denunciarlo por acoso.

    Feminismo a la carta: cuando interesa y con quien interesa.

    • Felicidades. En dos breves párrafos ha escrito algo más acertado, apropiado y urgente que la autora en un largo y edulcorado artículo.

      Ahora le llamarán machista, claro.

  4. Auguri per la cotta, signora bella! Sono contento per Lei. Creo que a los italianos es difícil superarlos cuando le cantan al amor, o a la mamma. Hay uno que, además de ser un bel maschio, escribió esta maravilla: Preghiera a un Dio eventuale. La vedi lí in fondo quella / piccola gazza che indugia / beata sulla siepe di alloro? /Paff, le basta un semplice colpo / dell’ala per lasciarsi alle spalle / tutto il peso del mondo. / Sollevata da vincoli e obblighi / finalmente adesso é nuda, libera, / sola: la piccola gazza que vola. Ti chiedo, eventuale Signore / e Creatore: non potresti una volta / soltanto cercare di fare altrettanto / con me, liberando il mio gracile corpo / dal peso dei suoi mille fantasmi? / In fondo ti piace creare, innovare, / E allora, pensa che bello: / vedere un mattino di maggio / del tutto inattesa, un’umana / creatura che vola. Sollevata / da vincoli e obblighi -finalmente / anche essa nuda libera sola. Franco Marcoaldi. Divertidísima lectura

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