¿Quién decide?

¿Quién decide la verdad?

Pero existe la verdad, y la verdad  (Lionel Hutz)

¿Se ha preguntado usted si quiere conocer la verdad sobre el mundo que le rodea o si, por el contrario, prefiere contemplar el mundo desde su propia ideología, confiando en que ninguna información disonante le fuerce a atravesar el mal trago de tener que cambiar de perspectiva? Las herramientas para perseguir la verdad o para huir de ella son las tecnologías cibernéticas que van a cambiar el mundo. Que ya lo están cambiando.

Tecnologías de las que puede hacer uso el poder, pero que también están al alcance de nuestra mano. Al igual que con todo cambio histórico, puede verse el vaso medio lleno o medio vacío; el diálogo entre Antonio Escohotado y Marta Peirano es una buena muestra de ello.

Se puede ser optimista como Escohotado y señalar que las nuevas tecnologías facilitan el intercambio de ideas y el acceso constante a cantidades ingentes de información: «Ya no tenemos que ir de biblioteca en biblioteca, pidiendo tomos polvorientos que a veces ni siquiera tenían.» La información ya no proviene únicamente del poder y Escohotado afirma que eso nos hace más libres; él dice pasar muchas horas diarias frente a la pantalla del ordenador investigando y estudiando, ampliando su visión del mundo y poniendo a prueba sus propias ideas.

También se puede ser pesimista como Peirano y recordar que esas mismas tecnologías facilitan la despersonalización y el control basado en los impulsos y necesidades del individuo: «Hay empresas cuyo principal objetivo es que los usuarios pasen el mayor tiempo posible mirando el móvil, lo cual no se consigue contando cosas importantes, sino entreteniéndoles con estrategias idénticas a las de las máquinas tragaperras».

Detrás de estas dos posturas tan diferentes está la cuestión de la verdad, uno de los asuntos más discutidos de nuestro tiempo. ¿Quién encubre la verdad, mediante qué procedimientos y para qué fines? Este debate, no obstante, también incluye un asunto delicado: la elección que los ciudadanos hacemos sobre el uso de nuestra libertad individual, nuestro tiempo y nuestra mente. ¿Demuestran nuestras actitudes cotidianas que deseamos conocer la verdad de las cosas o, por el contrario, demuestran que preferimos la comodidad del engaño? ¿Podemos siempre culpar a quienes nos manipulan desde arriba o debemos a veces culparnos también a nosotros mismos? La respuesta puede no ser todo lo confortable que quisiéramos.

La ideología —«Creer antes de ver», define Escohotado— nunca contiene la verdad porque es un autoengaño. El remedio para ese autoengaño es el estudio; cuanto más conocemos una cosa, más se derrumban nuestras preconcepciones sobre ella. Internet facilita ese estudio, pero también facilita, afirma Peirano, que ya no exista una propaganda única y fácilmente reconocible, sino muchas propagandas distintas: «Una propaganda distinta para grupos distintos de personas; pueden ser propagandas contradictorias entre sí, porque unos las ven, pero otros no.»

No cabe duda de que los poderes manipulan la información, pero también deberíamos recordarnos que cuando cada cual siente que tiene completa seguridad sobre una idea, hay otra persona que siente exactamente la misma seguridad sobre la idea contraria.

¿Cómo distinguir quién tiene la razón? El presente diálogo puede darnos pistas sobre el camino a seguir.

 

 

 

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