Se cumplen cincuenta años de la publicación del primer LP de Pau Riba (Palma de Mallorca, 1948), el mítico Dioptría (1969-1970), un disco (doble) complejo, versátil y elocuente compuesto y grabado en estado gracia por una especie de geniecillo prematuro (Riba contaba entonces con tan solo veintiún años) capaz de moverse como pez en el agua entre lo pastoral y el surrealismo, entre la crítica social y la psicodelia.
Adalid de la contracultura en España, tras el (polémico) éxito de su debut, Riba se trasladó varios años a Formentera, donde abrazó los principios de la utopía hippie (de la que fue pionero), en la que sigue creyendo por más que los tiempos hayan cambiado, por más que su música haya evolucionado hacia otros derroteros.
Repasando el contexto en el que se gestó un álbum tan importante como Dioptría, comprenderemos mejor las motivaciones vitales de uno de los músicos más singulares e inclasificables que ha tenido este país.
Con motivo de su 50 aniversario se reedita en vinilo, de forma esplendorosa, tu primer LP, Dioptría, que para muchos sigue siendo uno de los mejores discos grabados en España. ¿No crees que estaba demasiado olvidado?
Olvidado no creo que estuviera, porque periódicamente había ido saliendo en las listas esas que hacen las revistas de música como el mejor disco hecho en Catalunya, e incluso, como dices, uno de los mejores de España. Más olvidado estaba yo, porque cuando voy a comprar al mercado o algo así y me para la gente me suelen decir: «Hombre, Pau, ¿cómo estás? Ya no cantas, ¿no? ¿Te has retirado?», y les tengo que responder que no, que yo sigo ahí con mis cosas y tal, y la respuesta siempre es: «Ah, bueno, es que como hace tiempo que no sales en televisión» [risas]. Estas cosas son así. Si uno no está «en campaña», como yo digo, todo el día ahí dale que te pego, la gente se olvida de ti. Pero siempre están los expertos, los que están al quite, los que están al loro, que toda la vida han valorado Dioptría y lo han tenido en buena consideración.
Pero me da la sensación de que, en España, tenemos todavía serios problemas con la consideración artística o cultural de nuestro patrimonio musical más reciente, también respecto a su conservación. Nos sigue costando mucho apreciar como parte de nuestra cultura sonidos que no se relacionan estrictamente con lo folclórico, como si el lenguaje del rock fuera algo totalmente ajeno a nuestra cultura, cuando, no sé si estás de acuerdo, se trata ya de un lenguaje universal.
Sí, pero no creo que sea tanto un problema de España como un problema generacional. Dioptría es un disco que pertenece a un movimiento mundial importantísimo como fue la revolución que hicieron los jóvenes en los años sesenta. Hasta entonces, hasta que llegó mi generación, todo era «Sí, papá», porque si decías «No, papá» te caía un sopapo. Todo el mundo tenía entonces que creerse lo que le decían y cumplir con ello. Gracias a la revolución de los años sesenta cambiaron las tornas, porque fue justo cuando nosotros empezamos a decir: «Que te calles, papá, que tú no entiendes nada». Los dos grandes elementos que «empoderaron» a la juventud de entonces fueron, por un lado, el rock and roll (y toda su industria), que digamos fue un elemento exclusivísimo de la gente joven, porque los bailes que se hacían entonces no los soportaban ya los mayores, eran acrobacia pura, del mismo modo que tampoco aguantaban el sonido de las guitarras eléctricas, aquello les repelía; y luego, el LSD, el ácido: en una sociedad como la nuestra, drogada hasta los topes de alcohol, café y tabaco, todos estimulantes físicos, el dar con un psicotrópico, con una droga que te cambiaba el cerebro y no el cuerpo, fue igualmente toda una revolución.
El rock and roll así llamado fue la respuesta que dio la generación anterior a la mía a la bomba de Hiroshima. El mundo se quedó paralizado, pero la juventud dijo: «Aquí no ha pasado nada, todo el mundo a bailar» [risas]. Luego, el rock and roll perdió el «roll», se convirtió en «rock» a secas, gracias entre otras cosas al entintado del LSD. La misma música se volvió una cosa mucho más heavy, con esos solos que duraban una hora y media, con aquellas proyecciones psicodélicas… De ahí viene el Dioptría, no viene de otro sitio.
Tú pertenecías a una familia catalana muy tradicional. ¿Cómo entras en contacto con esa revolución psicodélica?
En las fiestas a las que iba con quince años ya escuchaba a gente como Cliff Richards y los Shadows, que formaron parte de la primera generación del rock, aunque eran todavía muy light, pero enseguida llegaron los Beatles y los Rolling Stones, que eran las dos caras de la misma moneda, y ahí empezamos todos a concienciarnos, digamos, a darnos cuenta de que estaba pasando algo. Luego, lo del hippismo y tal, a pesar de lo que digan los historiadores, de que si aquello fue un movimiento que fracasó y no sé qué y pasan por él como de puntillas, déjate de hostias: el hippismo estuvo en portada diez años seguidos, así que te tenías que enterar de lo que estaba pasando por huevos. Se hablaba además de aquel movimiento con magnificencia. Me acuerdo de que cuando nos llegó la noticia de que Robert Wyatt, el de los Soft Machine, se había tirado por la ventana, a los pocos días estaba toda la juventud haciendo lo mismo [risas]. La revolución de los sesenta estaba todos los putos días en los medios, y no nos quedó otra que decir: «Bueno, pues habrá que probar esto». Por eso me fui a Formentera, porque sabía que allí había hippies y que tenían ácido. Fuimos exclusivamente a vivir la experiencia, no hubo otro motivo. Te hablo de la primera vez que fui, en el verano de 1969. Fue además justo después de grabar el primer disco del Dioptría y antes de grabar el segundo, de ahí el cambio de sonido tan grande que hay entre una grabación y otra, la primera más cañera, con esas guitarras eléctricas, y la segunda más acústica, más hippie.
Los «miopes» a los que indirectamente les dedicas el disco, ¿quiénes eran?
[Risas]. Con lo de las «dioptrías» lo que quería era decirle a la sociedad que no se estaba enterando de nada, que no veía lo que estaba pasando en sus narices. En el primer disco, además, estaba mi pelea con la familia clásica, con aquella «célula fundamental de la sociedad», como nos decían que era la familia en las clases de Formación del Espíritu Nacional, donde nos hablaban de la familia como institución, del respeto que debíamos tenerle a los padres y tal, y nosotros, como te decía, estábamos precisamente cambiando eso. Mis primeras canciones iban todas dirigidas contra la línea de flotación de la familia tradicional. Se daba el caso de que en mi familia había muchas mujeres. Estaba mi madre, tenía dos tías abuelas… Si te fijas, en el primer disco del Dioptría todas las canciones están dedicadas a una mujer. Estaba así pensado, era una cosa consciente, pero con el tiempo me he dado cuenta de que en mis letras, supongo que por culpa del machismo carpetovetónico que llevaba en los genes, me dio por culparlas más a ellas por no rebelarse contra el sistema que a los «machos» que las sometían.
¿Cómo consigues que una casa de discos te deje debutar con un LP doble?
A los dieciocho años no es que lo hubiera hecho ya todo, pero dicho sí [risas]. En 1968 me publicaron un libro que se llamó Cançons i poemes, y ahí ya había muchas de las letras que luego usé para el Dioptría. Tenía un capazo lleno de canciones, tenía tanto material escrito que quise empezar con un LP doble. ¿Por qué me dejaron? Porque yo era entonces grafista. Había estudiado eso. Cuando me publicaron mi primer single, «Taxista», en 1967, yo mismo me hice la portada, y al jefe de la discográfica le gustó mucho y empezó a encargarme cosas para su sello, Concèntric. Le hice portadas a Enric Vidal, Lluis Llach, Guillermina Motta, Maria del Mar Bonet, la del disco que salió de aquel festival que se llamó Folk 2 también era mía… Digamos que entonces, para cuando propuse grabar un disco doble, yo era como de la casa y por eso me dieron luz verde al proyecto. Solo cuando vieron lo que estaba costando aquello me empezaron a poner pegas [risas], y al final no me dejaron sacar el disco como yo quería. Me dejaron sacar primero uno, en 1969, eso sí, con una carpeta doble, dejando el hueco para que, cuando saliera el segundo, previsto para el año siguiente, se pudiera meter ahí, en la misma portada. La compañía usó este diseño como reclamo comercial, pensando en que todo el mundo se compraría el segundo nada más que porque ya tenía la carpeta al haberse comprado el primero. Esta historia se le ocurrió al señor Ermengol Passola, que era el dueño del sello, pero no funcionó tan bien como él creía [risas].
En el primer disco de Dioptría se incluyó un texto tuyo un tanto polémico, hasta el punto de que la discográfica se vio obligada a meter una especie de réplica desentendiéndose de lo que tú decías. ¿Qué pasó ahí exactamente?
Sí, eso fue idea también del señor Passola. Yo incluí en el disco un texto, escrito en tono poético, en el que decía algo así como «me voy de aquí [de Catalunya], esto es una mierda», y daba una serie de razones. Y el tipo este, que era muy catalanista, me dijo que eso no podía ser, así que incluyó él una nota donde hizo una especie de defensa del país, de la cultura catalana, y en plan paternalista vino a decir que, en fin, yo era todavía un adolescente, que no me enteraba de las cosas, que ya se me pasaría… ¡Ya ves! [risas]. Aquello fue muy surrealista. Yo reconozco que, artísticamente hablando, soy muy surrealista, pero lo de este señor fue… ¡Me superó con creces! [risas]. Lo normal hubiera sido meter un parrafito en mi texto diciendo que las opiniones del artista no se corresponden con las de la casa discográfica, y ya está. Pero no, el tío se puso en plan activista de la cultura catalana y terminó ahí tratando de enmendarme la plana, yo luego le respondí… En fin.
¿El disco, cuando salió, tuvo repercusión? ¿Dirías que fue un éxito?
Sí, aquí en Catalunya sí. Date cuenta de que aquí la cultura europea llegaba, lo que pasaba en Europa lo sabíamos al instante. La cultura hippie americana llegó un poco más tarde, no te digo que no, pero el disco se percibió desde el primer momento como algo musicalmente muy auténtico. Se daba además la circunstancia de que mi abuelo era Carles Riba, un poeta que se significó mucho durante el franquismo y que estuvo en primera línea de la aristocracia intelectual de Catalunya. Y, claro, que el nieto le saliese haciendo eso, «rompiéndolo todo», «haciendo ruido», «música que no se entiende», que es lo que me decían, pues llamó mucho la atención en el entorno, la verdad. A parte, hubo un periodista que me publicó una entrevista en la que el titular era: «Mi abuelo era un fascista». Yo no dije eso así, las cosas como son. El tío me preguntó sobre la burguesía catalana y yo le dije que eran todos unos fascistas, y luego me dijo que qué pasaba con mi abuelo que al fin y al cabo formaba parte de esa burguesía catalana, y yo le dije que sí, que era verdad, y el tío compuso el titular como le dio la gana, claro. Mi abuelo, de todos modos, ya había muerto, murió cuando yo tenía once años, pero, la verdad, siempre me llevé bien con él.
Has hablado antes de las diferencias de sonido entre un Dioptría y otro. En el primero te haces acompañar por el grupo Om, que es clave para ese sonido tan potente, cercano en ocasiones al rock ácido californiano. ¿Fue ese un sonido buscado por ti?
Aquí hay que romper una lanza por los músicos que tocaron conmigo en aquel disco, sobre todo Toti Soler, Jordi Sabatés y Romà Escalas. El primer distorsionador de guitarra que yo vi en mi vida fue el de Toti, que había ido a Inglaterra a comprárselo. Y luego estaba Jordi, claro, que era un gran pianista. Tanto Toti como Jordi venían del grupo Pic-Nic. Romà, que tocó la flauta en el disco, es hoy día musicólogo, y fue director del Museo de la Música de Barcelona. Al batería y al bajista, a Josep Polo y a Doro de Montaberry (que, por cierto, también venía de Pic-Nic), no los he vuelto a ver, la verdad, no sé qué ha sido de sus vidas, pero en el disco cumplieron.
Om fue un grupo que Toti montó tras la disolución de Pic-Nic para acompañar a cantautores, no tenían en principio intención de ser un grupo autónomo o de sacar discos propios, sino que solo querían, eso, ser una banda de acompañamiento. Yo los descubrí gracias a que le hice una portada a Maria del Mar Bonet. Y escuchando el single «Si Véns Prest / Jo Em Donaria A Qui Em Volgués», donde cantaba ella acompañada por Om, me quedé… Acostumbrado como estaba a escuchar el folclore con flautitas y con la guitarra ringo-ringo, ringo-rango, coño, aquello era otra cosa, tenía un sonido muy europeo. Así que fui a hablar con Toti y le dije: «Yo quiero esto, pero más rockero» [risas]. Y cumplió, vaya si cumplió. Con ese distorsionador… ¡Waaaaaang! [grita].
Con esa sensibilidad tan rockera, ¿qué opinión te merecía la música que se hacía entonces desde la Nova Cançó?
A ver, aquí hay que contextualizar. Hay que tener muy en cuenta que estábamos todavía en pleno franquismo y que Franco había prohibido la lengua y la cultura catalana. Estaba el tío ahí jodiendo la marrana con la lengua del imperio y su cultura militar y, claro, lo de la Nova Canço en Catalunya, que era más bien una imitación de la chanson francesa, porque al principio todos imitaban a Jacques Brel o Charles Aznavour, fue una estrategia deliberada para contrarrestar todo aquello. Aunque se prohibía hablar en catalán no se atrevieron a prohibir cantar, más bien porque pensaron que era inútil. No podías prohibirle a un señor que cantara en su lengua materna mientras se duchaba, ¿no? [risas]. Se trataba, precisamente, de reivindicar lo nuestro a través de las canciones. No es que estuviéramos agarrándonos a una cosa para dar por culo, es que esa era nuestra cultura, y no nos dejaban ser como nosotros queríamos. Yo nunca hubiera cantado en castellano, porque además hubiese cantado mal, hubiese hablado mal, no era mi lengua materna.
Pero, curiosamente, fuiste uno de los primeros en irte de Catalunya.
Bueno, cuidado, que Formentera forma parte de Catalunya, ¿eh? [risas]. Hay que tener en cuenta también que yo soy mallorquín y de Barcelona me fui porque me hice hippie y queríamos probar el ácido y en Formentera, como te conté antes, había de las dos cosas. Fuimos primero quince días, entre un disco y otro del Dioptría, hasta que nos echaron. Nos pilló aquella gran redada que se hizo en la isla, por la que te quitaban el pasaporte y no te lo devolvían hasta que no les demostrabas que te habías comprado el billete de vuelta. Fue así como nos terminaron echando, claro. Pero a mí aquello me gustó mucho, y ya volví luego a quedarme a vivir unos cuantos años.
¿No se podía ser hippie de verdad en Barcelona?
La utopía hippie reivindicaba eso de volver a la naturaleza, rechazaba el cemento armado, en aquellos momentos también la industrialización, las máquinas, los coches… De todo eso solo podías huir yéndote de casa, rechazando a la familia. En la portada de mi primer single, «Taxista», se me ve una chapa pegada en la suela de los zapatos que dice: «Boys leave home». Era una chapa real que había en la época, que daba resonancia a un hecho: los jóvenes en los sesenta comenzaron a abandonar el hogar paterno, tuvieran o no recursos. Yo entonces pensé que teníamos que montar una comuna. Encontramos una torre arriba en el Tibidabo, la alquilé y monté allí una pequeña comuna con el Sisa, la Tita Soler, que es la hermana del Toti… Allí acabó metido todo el mundo. Me acuerdo de un día que me llamó Gualberto. Se había celebrado un festival de música progresiva en el Salón Iris. Era un festival organizado por Oriol Regàs, que fue quien contrató a los Smash. Me llamó Gualberto y me dijo: «Oye, Pau, que no tenemos donde dormir», y yo les dije: «Venid a mi casa», pensando que se iban a venir los del grupo y poco más. Y cuando me di cuenta tenía la casa llena de sevillanos. Aquello era una piara de gente. Se habían puesto a dar saltos por las camas, a pelearse con las almohadas, estaba todo lleno de plumas por ahí volando… el Silvio, el Mane… estaban todos. Me saquearon el huerto. El Silvio de hecho me chorizó una pasta que tenía yo en la mesilla de noche, y eso ya me cabreó. Me puse serio, me puse a gritar y tal, y cuando volvió el tío por la noche, le fui a echar la bronca, y me dijo: «Tío, no te pongas así, que te he cogido el dinero pero ha sido para comprar ácido solo» [risas]. En aquella comuna pasó de todo. Allí en el garaje estuvimos, por ejemplo, ensayando el Dioptría.
Lo que pasó con aquella comuna, y que de alguna forma nos empujó a irnos definitivamente de Barcelona, fue que, como buenos hippies, vivíamos con los colchones por el suelo, con los muebles arrinconados y tal, y al dueño de la torre aquello no le gustaba mucho. Ocurrió entonces que con motivo de la celebración del juicio de Burgos hubo en España una especie de estado de semiexcepción, quedando anulados muchos preceptos legales, y nuestro casero aprovechó aquello para presentarse allí con dos furgones de la policía acusándonos de drogotas y no sé qué más. Nosotros nos negamos a irnos, pero nos sentamos en el suelo pacíficamente por si nos querían sacar de allí a rastras, cosa que hicieron. Para justificar el arresto se pusieron a inspeccionar toda la casa, pero no encontraron nada. Se llevaron de hecho unos botes con especias que teníamos en la cocina, pensando que aquello era marihuana [risas]. Luego encontraron un libro que yo tenía que me había traído una amiga de Alemania, que se llamaba Pueblo que canta no muere, que contenía canciones contra el franquismo. Había una letra que decía «La mujer de Franco es una puta», y cosas así [risas]. Y cuando ya nos metieron en la prisión, uno de los guardias cogió el libro y empezó a leérmelo en alto y a gritarme: «¿Esto es lo que tú cantas?». Eso fue la noche de fin de año, ¿eh? Estaban todos allí borrachos. A mí me pelaron al dos. Me peló además un preso, un hijoputa que mientras me pasaba la navaja por la cabeza me decía: «Yo estoy aquí porque degollé a mi mujer» [risas]. Cuando ya nos llevaron ante el juez y le contamos todo lo que había pasado, el tío nos dijo: «Esta gente es gilipollas, son pa matarlos. Anda, irse pa casa ya». Pero el fin de año lo pasamos en la cárcel. ¿Y por qué? Pues porque al dueño de la torre le dio por ahí, no fue otra cosa. No es que hubiera una persecución en Barcelona contra los hippies ni nada parecido, como he leído por algún sitio. Fue una cosa puntual. Sí es cierto que cuando salimos de la cárcel, sin nada más que la ropa puesta y con mi mujer embarazada volvimos a la torre, que aunque estaba cerrada por orden gubernativa nosotros sabíamos cómo entrar, cogimos nuestras cosas más preciadas y nos piramos de Barcelona. Era enero de 1971. Nos fuimos a Formentera, alquilamos una casa tradicional que no tenía ni luz, y allí estuvimos viviendo cuatro años. Mis dos primeros hijos nacieron allí, sin nada, a pelo. Los parieron en mis manos, vamos.
Los Super-8 que rodó Joaquim Jordà durante vuestra estancia son fascinantes.
Joaquim Jordà fue como mi segundo padre. Cuando me fui de casa la primera vez me estuve quedando en la suya algún tiempo. Al instalarnos en Formentera nos vino a ver. Le acababan de regalar una cámara de Super-8 y quería hacer una película en la que Jesucristo se mosqueaba, lo mandaba todo a la mierda y se iba a Ibiza de juerga. Pusimos a mi mujer, la Mercé Pastor, a hacer de virgen. Esos Super-8 los rodó todos Joaquim, pero luego se perdieron. Al final resultó que los tenía su novia, pero los había donado a la Filmoteca, así que tuvimos que pagar para conseguirlos. En fin, un lío, pero al final los conseguimos y se pudo hacer aquel documental que firmó Isaki Lacuesta y que incluimos en la reedición del 40 aniversario del disco Jo, la Donya i el Gripau. Aquí tengo que hablar del arte de mi actual mujer, Memi March, que es la que produjo aquella reedición, así como el documental, y es quien se ha hecho cargo también de la última reedición remasterizada del Dioptría. Es un coco para estas cosas.
De Jo, la Donya y el Gripau se podría decir que fue el primer unplugged grabado en España.
Como me había hecho hippie, quería ser coherente con la utopía, así que le dije a la discográfica que mi siguiente disco lo quería grabar in situ, en mi casa, en el campo, en Formentera. La primera respuesta fue: «¿A dónde vas, tío?» [risas]. Me decían que cómo íbamos a grabarlo, si el poste de electricidad más cercano a mi casa estaba a dos kilómetros. Pero Jordá me dijo que los cineastas, cuando rodaban en exteriores, utilizaban unos equipos que permitían grabar la voz de los actores en directo, los famosos Nagra. Le conté esta historia al de la discográfica, para que viera que ya no tenía excusas, y me dijo: «Bueno, vale, pero durante la grabación tiene que haber una persona de la casa, de nuestra confianza, para controlarte». Sabes a quién me enviaron, ¿no? ¡A Mario Pacheco! [risas]. Fue como meter al zorro en el gallinero.
Hace no mucho, Sabino Méndez me descubrió el disco Brossa D’Ahir, de Pep Laguarda, que creo debe bastante a Jo, la Donya i el Gripau. Tengo entendido que de algún modo participaste también en esa grabación.
Bueno, yo lo único que hice en ese disco fue poner a Pep en contacto con Daevid Allen, el de los Gong, que fue quien lo produjo. A Allen lo conocía yo porque me había producido antes el disco Licors. Ese fue un disco que yo empecé a grabar en Madrid, en los estudios Kirios, por mediación de Gonzalo García-Pelayo. Fue él quien nos invitó a un festival en Las Ventas, pero cuando llegamos se había suspendido. Como no llevábamos un duro encima, Gonzalo nos dijo: «Os doy las llaves de un piso de un amigo mío y os quedáis ahí, y ya aprovechamos y grabamos un disco». Nosotros encantados, claro, pero la cosa es que no teníamos nada preparado, por eso cuando nos metimos en el estudio nos pusimos a grabar la canción «Licors», que era una cosa que no había que ensayar mucho [risas]. En aquellos estudios teníamos dieciséis pistas. Nosotros que veníamos de grabar el Dioptría con cuatro, como los Beatles, empezamos a grabar aquello y, cuando habíamos montado solo las bases, llegó Gonzalo y nos dijo: «Se acabó, ya no hay más dinero. Lleváis aquí no sé cuántos días y no habéis grabado nada. En la sala de al lado tengo a unos cubanos que en una tarde me han grabado tres discos» [risas]. Claro, cómo iba a comparar, si nosotros estábamos ahí componiendo en el estudio y tal, y lo de los otro sería pim-pam-pum… Total, que nos cortó el rollo, nos tuvimos que volver a Barcelona, y a tomar por culo. Al cabo de los años, en una fiesta de esas que hacían los de Popular 1, conocí a Daevid Allen. Nos pusimos a hablar, le conté que tenía una cosa medio hecha, y ya me llevó a su casa y allí terminamos de grabar el disco.
Pensaba que a Daevid Allen lo habías conocido antes, en Mallorca.
No, porque yo estuve todo el tiempo en Formentera y él estaba en Mallorca, en Deià, con Kevin Ayers y el historiador ese, Robert Graves, cuyos hijos también tocaban en un grupo. Allí tenían una pequeña colonia hippie, pero que yo no conocí hasta que no fui a grabar el disco. Cuando Pep Laguarda se enteró me llamó y me dijo que él quería también trabajar con Daevid Allen. Le di el teléfono y ya se pusieron ellos de acuerdo. El Allen estaba encantado, claro, con eso de cobrar por grabar discos en su casa [risas].
¿Sigues fiel a los principios de la utopía hippie?
Tengo fama de ser ya el único que aún cree en dichos principios, sí, que defiende y acepta la etiqueta de hippie como propia. Es puro convencimiento. Date cuenta de que los hippies primero se hicieron yuppies. Y luego vinieron los punkies, que eran unos mata-hippies. Los hippies no lo hemos tenido fácil para subsistir. Aun así, yo he evolucionado. Ahora me considero transhumanista. Me apasiona todo lo que tiene que ver con la ciencia y la técnica, y estoy convencido de que las máquinas nos van a suceder. Nuestros hijos, en cuanto a especie, serán máquinas. Yo he vivido ajeno mucho tiempo a ellas, pero en la medida en que la civilización es el resultado de nuestra capacidad de razonar y de usar las manos para fabricar utensilios hay que reconocer que estos utensilios, por muy sofisticados que sean, se han convertido ya en parte de la naturaleza. La ciencia está ya capacitada para concederle a la maquina la posibilidad de razonar. Hablamos ya de inteligencia artificial, pero de momento lo que hemos visto no es más que big data, robots capaces de almacenar millones de respuestas dotados con la capacidad necesaria para buscar la correcta de la forma más rápida. Pero se está buscando la manera de que piensen por su cuenta…
[Nos interrumpen unos señores para felicitar a Pau Riba por el 50 aniversario de Dioptría]
¿Sabes? Esta gente que me ha saludado me ha recordado una cosa… Hace unos años di un concierto en un sitio al aire libre donde el público estuvo todo el tiempo concentrado, mirándome, con la boca medio abierta, media sonrisilla incluso… Yo estaba alucinado, pensando todo el rato: «¡Qué público! Así da gusto». Y en una de estas, paro para hacer un descanso y oigo que hace todo el mundo: «Oooooooh, no». Y, joder, es que mientras cantaba tenía a unas arañas tejiéndome una telaraña enorme en la cabeza, y con los focos y tal se formaban ahí unos colores, aquello estaba siendo espectacular, claro… [risas].
Me defendías antes los principios de la utopía hippie, pero tú mismo has confesado en alguna ocasión que la experiencia en Formentera te dejó exhausto.
Sí, es cierto, porque todo termina cansando. ¡Incluso el paraíso termina cansando! Mientras duró aquello, con el embarazo de mi mujer, el criarlos allí y tal, fue todo muy intenso. Pero llegó un momento en que ella me dejó, se enrolló con otro tío y se fue, y yo ya lo que quería era meterme en El Corte Inglés, quedarme atrapado en una aglomeración, meterme en un atasco con el coche… [risas]. Me fui de hecho a Valencia buscando músicos de rock, gente que hiciera ruido, porque en Barcelona estaba todo el mundo con el rollo del rock laietano, buscando las raíces y tal y la madre que los parió. Yo quería trogloditismo, pero en Barcelona me decía la gente que eso no lo podía hacer en catalán, que no pegaba. Y yo les decía que cómo que no, que en catalán, en chino y en lo que hiciera falta.
Es cierto que los discos que grabas a tu vuelta de Formentera son mucho más rockeros, más duros, más oscuros. Pienso en el Electroccid Àccid Alquimístic Xoc y en el ya comentado Licors…
Sí, eso es buscado. El irme no solo a Valencia a buscar músicos sino a Madrid a grabar para el sello Gong fue una consecuencia directa de mi hartazgo de Formentera. A Valencia fui por Carlos Pastor, el amigo de Mariscal, y gracias a él entré en contacto con Eduardo Bort, que ya había grabado su primer disco con García-Pelayo para el sello Gong. No recuerdo ahora bien si fue esa la conexión, la verdad, pero creo que sí, que yo entré en contacto con Gonzalo por Eduardo. A Bort lo vi hace unos días, no lo había visto desde entonces. Había leído que había estado enfermo. No sabía ni si vivía.
Tu famosa actuación en la mítica primera edición del Canet Rock se comentó mucho en su momento. Me gustaría preguntarte, no obstante, por el previo. Me consta que ya llegasteis al concierto algo perjudicados. ¿De dónde veníais?
No me acuerdo bien de donde veníamos, pero sé que fuimos directamente desde Madrid. Nos llevó Javier García-Pelayo, el hermano de Gonzalo, que era entonces nuestro road manager. Me acuerdo de que paramos en un parador a hacer noche. Nos habíamos tomado unos tripillos y tal, no teníamos sueño, y como estaba todo oscuro, no había bares ni nada, nos volvimos al parador y nos quedamos en el recinto de la piscina, hasta que se nos hizo de día. Fuimos entonces a buscar los bañadores y tal, y al cabo de un rato, estando yo en un lado de la piscina y Javier en el otro, apareció un payo con su toalla, se sentó en el borde, se cogió la pierna, se la quitó y se tiró al agua. Yo, que todavía estaba alucinando con el tripi, me quedé… Me eché al agua también, fui a buscar a Javier, y le dije: «¿Has visto lo que ha hecho ese tío?». Y Javier cogió y me dijo: «La ciencia avanza una barbaridad», y se quitó un ojo [risas]. Y yo ya… porque, claro, no sabía que Javier tenía un ojo de cristal, me había fijado que tenía el ojo un poco raro, pero pensé que era algo estrábico, yo qué sé… Total, que nos pusimos ahí a jugar al ping-pong con el ojo, se nos cayó al césped, estuvimos ahí un rato buscándolo… [risas]. Uno de los tripis más raros que he tenido en mi vida, porque lo peor es que todo lo que estaba pasando era verdad. Imagínate cuando llegué a Canet… [risas].
Allí en Canet te hizo Ángel Casas una entrevista de lo más simbólica. No sé si recuerdas que te preguntó si pensabas que tu música le hacía algún bien a la cultura catalana y tú le dijiste que sí, que por supuesto, porque tu música tenía el propósito de destruir la cultura catalana. ¿Crees que has conseguido ya tu propósito?
Bueno, juzga tú mismo [dice señalando con la mano a nuestro alrededor]. Esta jodida la cosa, ¿eh? Es duro y difícil destrozar esto [risas].
Interesante entrevista. Pero por favor si pones Catalunya, pon también Espanya ..o todo ny o todo ñ…coherencia por favorrr. : p
Y, ¿cuándo soñó este señor que en Cataluña se prohibía hablar catalán? Lo digo porque soy de su edad, he vivido en Barcelona toda la vida y nunca vi semejante cosa. Debió ser un alucine de algún trippi chungo.
Hombre, se podía hablar entre particulares, familia y cosas así, pero en medios de expresión públicos, radio, periódicos, televisión, no se podía. Claro que poco a poco, se fue abriendo el puño y paulatinamente, se fue normalizando la situación. Quizá por eso o porque tú tenías la cabeza metida en el culo, no te habías percatado de lo anterior, Albert…
Y ahora, para contrarrestar esa injusticia, pues se hace lo mismo pero al contrario. El español prohibido en ruedas de prensa, los periodistas de habla española humillados cuando se les da 10 minutos al final para contestarles si tienen suerte.
Catanazis!!!!!
Esto ya lo decía el ABC hace 10 años. Y ahí estamos. Pareceis don Erre que erre.
A ver, que tampoco es tan difícil… el que haya mucha gente en Cataluña que se ha negado a aprender el idioma de Cataluña no convierte al catalán en algo diferente a «el idioma de Cataluña». Y si pensamos en bilinguismo parece evidente que la segunda opción sería un idioma que te valga para algo. Vamos, el ingles… Y a mi la chica que me limpia la casa, cuando la pago, siempre me da las gracias en catalán. Lo que hable luego en su casa la verdad es que me la suda…
» La chica que limpia mi casa».
» Cuando le pago , me da las gracias en catalán».
» Me suda lo que hablé en su casa».
Ese es el sueño de un fascista. Que le hablen a él en catalán , porque le paga a una «charnega». Una actitud de respeto al señorito.
Luego que hablé lo que quiera ( se entiende que español) , pero en su casa. Eso » me la suda» , machismo ultramontano.
No señor, muchas personas aprenden catalán en la escuela como debe ser. Español , no , lengua de charnegos que está prohibido enseñar.
Un complejo de inferioridad que se cubre con autoritarismo. Mentes enfermas .
Este tipo cada vez se parece más al Doctor Zaius.
Yo lo veo más como un hobbit del Montseny!!
Hola,
¿Por que desde hace poco tiempo las entrevistas son mas cortas?.
Me encantaban lo largas que eran antes. Se podia profundizar mas.
Saludos,
Quienes conocimos bien, pero que bien, a este señor, sabemos que tiene tanto de hippie como una lagartija del Cap de Creus, o quizá no tanto.
En fin, que por entonces conocimos muchos como él, y por suerte solo los colgados y colgadas les seguían la corriente.
En vaya berenjenales os metéis entrevistando a este tipo de personajes!
Por sus obras los conocereis y Riba con su «DIOPTRIA» y Sisa con su «QUALSEVOL NIT POT SORTIR EL SOL», son -entre muchas otras- dos puntales de toda una generación de la que estoy muy contento de pertenecer aúnque sea un poco mas joven. Y aún que exteriormente no lo parezca sigo siendo un hippi marinero con un proyecto viajero, no para irme a buscar porque nuncame perdí. Y esta entrevista me ha gustado un ou! Pero me gustó mas la publicada en forma de libro hace tres o cuatro veranos…
Pau riba fue un hippy auténtico.ha sido coherente toda su vida con esa forma de vivir y de pensar,cosa que no se ve mucho últimamente por aquí.lo admiro por eso más que por su música,que también.