Algo malo va a pasar.
El año 1996 fue particularmente bueno para las brujas en pantalla: se estrenaron Sabrina, cosas de brujas; Las brujas de Salem y Jóvenes y brujas. En esta última, un fenómeno de pornoterror adolescente, cuatro chicas escogían qué hacer con sus poderes: mejorar su aspecto físico, desfigurar a una abusona, hacer que el chico guapo se enamorase de ella, vengarse de este mismo chico. La cosa salió mal, claro. Porque en eso consiste el terror: en que algo (o todo) salga mal.
Por entonces, Kristen Roupenian (Massachusets, 1982) tenía catorce años. Leía a Stephen King y a Shirley Jackson, y se sentía tan rara como el resto críos que devoran novelas de terror creyendo estar muy solos en esto. No lo ha dicho, pero también le encandiló la película. Ella iba para médico, lo de escribir era una distracción de ratos libres. Años después, el fruto de ese esparcimiento —y de un máster en escritura creativa— se convertiría en un adelanto de más de un millón de dólares, un éxito viral y una acuerdo para la adaptación en HBO.
Si Rouperian no le suena, quizá lo haga «Cat Person», su relato del New Yorker que a finales de 2017 reventó todas las cifras de la viralidad (no solo literaria), y a punto estuvo de destronar a «La Lotería». Con Harvey Weinstein recién subido al cadalso, el #MeToo precipitó una explosión de testimonios de mujeres, relatos íntimos sobre el acoso y los abusos sexuales que habían callado. Las denuncias se incorporaron a la conversación global. Pero entre todo ese marasmo de historias, fue «Cat Person» (o «Un tipo con gatos», como se ha traducido al español) el que logró accionar un resorte singular entre los lectores de ambos sexos. Lo que avivó no era la habitual solidaridad ante una agresión, ni piedad por la víctima y asco por el villano. El encuentro de los ficticios Margot y Robert discurría por las mil y una aristas del consentimiento sexual, esa zona gris en la que delimitar lo bueno y lo malo resulta especialmente absurdo. Poco queda que no se haya dicho ya: en siete mil palabras Rouperian capturó las dinámicas del ligoteo y comunicación virtual, del mal entendimiento y peor sexo, de las relaciones torcidas y consentidas. Lo mejor: que era impúdico a rabiar. Lo peor: que estaba lleno de matices.
Lo que siguió fue más revuelo que escándalo. Visceral, eso sí. Muchas mujeres sintieron la experiencia demasiado reconocible para no colgarle lo de «colectiva». Y catártica. ¿Quién no ha sentido cierta repulsión por el tipo con el que se dispone a acostarse? Pero abortar la misión después de todo lo que se ha hecho para llegar hasta ahí sería «como devolver a la cocina el plato que tú misma has pedido en el restaurante», se dice la protagonista de la historia. También fue una lectura estimulante para ellos, cuyas reacciones se recopilaron en cuentas paródicas (Men react Cat Person) y algún que otro columnista histérico tecleó muy fuerte contra la autora. Quienes consideraban que el ficticio personaje masculino del relato había sido agraviado por una narración de parte, remedaron la pretendida injusticia reescribiendo su versión de los hechos.
Por su parte, Rouperian concedió una entrevista al New Yorker y se distanció del incendio causado haciendo un moonwalk. Dio un poco igual. Acabó en la portada del Sunday Times cuando tras una basurienta indagación airearon que tenía novia. No novio. El periódico lo vendió como el desenmascaramiento de la autoridad número uno de la heterosexualidad-millennial-post-MeToo en la que se había erigido a Roupenian. Sin pedirlo. Con un texto escrito al calor de la marcha de las mujeres contra Trump y servido en la actualidad adyacente del MeToo. Algo iba, efectivamente, a salir mal.
Casi dos años después de todo aquello, se ha publicado Lo estás deseando (Anagrama), una antología de relatos de la autora, un debut literario de los que se esperan con los adjetivos en alto y las fajas en ristre: o one hit wonder de manual, o bombazo literario de la era del MeToo. Pues ni lo uno, ni lo otro.
La colección de relatos es, como cualquiera que se precie, irregular. El compendio reúne textos de la Roupenian anterior a «Cat Person» (que también se incluye) cuando aún pensaba que su futuro no consistiría en escribir libros, sino en escribir sobre libros. De cuando esto no iba en serio. Pero también, y estos son los más jugosos, de la talentosa escritora que maduró después: la que aprovecha la atención generada para tratar no de replicar la fórmula, sino ir unos pasos más allá.
Con la misma desenvoltura que en su relato viral usó para hablar de esa realidad tan incómoda como narcisista (que a veces a las mujeres no les excita el hombre, sino la idea de excitarle) la autora vuelve a la carga para hablar de sentimientos perversos. Penosos. Los de una madre a la que repugna algo o mucho su propia hija, de las niñas que ansían cosas horribles o de las parejas que juguetean en dinámicas sádicas. «Sardinas en lata», «Look at your game, girl» y «Chico Malo», respectivamente. Algunas tienen hechuras de fábula, otras de pesadilla erótica. Pero todos están anudados por esa sensación difusa e indigerible: algo va a salir mal.
No nos referimos a un plot twist más o menos anticipable. Ni a un giro en forma de moraleja oscura. Roupenian habla, directa o indirectamente, del odio. «Es posible aumentar, refractar, dirigirlo», dice en uno de los relatos. Ella escoge hacerlo de una forma resbaladiza. En Lo estás deseando se odia con una especie de saña hermosa. A otros, a ti mismo, a todo en particular. A veces media lo sobrenatural, otras no precisan efectismo para ser macabros. En este sentido, la malicia grotesca de Roupenian la emparenta con narradoras contemporáneas como Carmen María Machado: cuentos chiflados, morbosos y acerados. Ambas ostentan la custodia compartida de una maldad crónica muy particular. Tan sexual y violenta como sería la reunión de esas chicas que en los noventa veían un trasunto de Jóvenes y brujas y que veinte años después Roupenian reimagina en «El chico de la piscina», cara a cara con su húmeda fantasía.
Puestos en conjunto, los personajes de los doce relatos podrían salir de un freak show de tres rombos: hombres con erecciones entre cuchillos imaginados, princesas abrazadas a rótulas podridas, hechiceras sobrevenidas u oficinistas con ensueños de despedazar a dentelladas. Desollan, profanan, desangran y estrangulan. Pero ya saben lo que ocurre: lo aterrador, lo genuinamente aterrador, nunca está en la superficie. De ahí las descripciones escasas, de ahí las psicologías chungas. Incluso cuando tropieza (se le escapa alguna que otra metáfora de poner los ojos en blanco, reconozcámoslo) no pierde el rumbo: Roupenian nos apela a ti y a mi. Y es venenosa.
Dicen los que saben que en esencia, Lo estás deseando se zambulle en los roles de género, los misterios del deseo y el desconcierto de los seres humanos contemporáneos. No les faltará razón. Pero obvian algo: Roupenian también es compasiva con las relaciones torcidas, desiguales. Porque de eso va la cosa, del desequilibrio. Del débil contra el poderoso, no del villano contra la heroína. Es astuta en el planteamiento: si se nos da la oportunidad todos invertiríamos papeles y no sería un intercambio amable. En su universo moral, como en la realidad, nadie es intachable. Hay buenos tipos como Ted o arpías entregadas a ese sobreanálisis del amor tan femenino. Pero todos tratan de metabolizar el odio. El rechazo. La frustración. Y eso es lo que cohesiona las doce historias macabras: los hombres rechazados por las mujeres odian a las mujeres, las mujeres rechazadas por los hombres se odian a sí mismas.
Una certeza ligera como una pluma pero rígida como una tabla.
«El amor engendra monstruos», se tatúa uno de sus personajes. Roupenian sabe lo que perversamente queremos que suceda: que algo salga mal.