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21 de enero de 2016. El cantante Nacho Vegas se disponía a celebrar una actuación en el Palau de Barcelona dentro del Festival Millenni. Es una serie de conciertos de grandes estrellas (Siempre Así, Macaco, Supersubmarina, el Orfeón Donostiarra…) patrocinado, entre otras entidades, por el Banco de Sabadell, que en los últimos tiempos ha desarrollado una peculiar campaña publicitaria con famosos del deporte, las finanzas y la cultura para remozar la imagen que tenemos las personas que no somos nada de eso sobre conceptos como los bancos y el dinero. Minutos antes de comenzar el concierto, este se vio peligrar al descubrir sus patrocinadores que el carismático artista iba a proyectar un vídeo en el que, imitando los spots del Sabadell, lanzaba un duro mensaje contra los abusos de estas entidades y defendía al colectivo de la PAH. Porque Nacho ha mutado de artista indie afligido por los fantasmas del rock en cantautor comprometido con los problemas sociales. Ahora lo mismo canta con el fondo de la célebre frase que decoraba la guitarra de Woody Guthrie («This machine kills fascists») que adapta a la situación española «Love me, I´m a Liberal», de Phil Ochs. Entre tanto vaivén estético, los fans esperamos no verle grabando un disco en directo como el gran cantante texano, ni que luzca retratado en la portada como en una viñeta de acción, con el traje de lamé que llevó en sus últimos y amargos días y disparando una metralleta Thompson.
Los titulares hablaron de «troleo a la banca», que imagino será la nueva forma de designar una «acción de protesta» o «acción directa», gestos provocadores que utilizan el humor y lo absurdo, ejercidos por colectivos artísticos. La canción de Phil Ochs, el venenoso panfleto contra la doble moral norteamericana ya la había interpretado Jello Biafra, un especialista en estos terrenos, fundador de The Dead Kennedys, grupo de punk cuyo repertorio estaba repleto de críticas mordaces a la política y la sociedad. Pero su acción ha ido más allá de lo musical: son décadas militando en política-humor, desde que se presentó a alcalde por San Francisco en el 79 con una campaña de publicidad desconcertante que lo dejó en un honroso cuarto puesto, ante el estupor de la prensa y los rivales «profesionales». Otro músico conocido por sus bromas contra las figuras de la escena pop y la política es Mojo Nixon, militante de los Libertarios, un partido de excéntricos de más allá del lado republicano.
Hay músicos que han hecho de su carrera una protesta social, no solo en los habituales conciertos solidarios y las campañas más o menos concienciadas, sino implicados en gestos de más riesgo. Desde Fela Kuti a Pussy Riot, es larga la lista de intérpretes que han luchado de forma abierta contra un Gobierno o el sistema, muchas veces pagando con la cárcel o directamente con su vida (Víctor Jara). Entre el compromiso directo y lo que se conoce como apoliticismo, la supuesta no implicación del artista con los problemas de su tiempo, que nunca es tal, pues esa distancia ya es una postura política, existe una corriente nacida en la universidad y la clase burguesa que lleva desde los años cincuenta del siglo XX enfrentándose al capitalismo occidental con actos cómicos y sorprendentes. Estas organizaciones nacen en la contracultura norteamericana, que salta del underground a un frente de bromistas organizados. Lo propician las ideas de la izquierda americana de la década de los treinta, la generación beat, los libros de Herbert Marcuse y Wilhelm Reich, un cóctel de anarquismo, maoísmo y taoísmo, la revolución sexual y el consumo de drogas. Todo como reacción a las medidas del Gobierno en lo relacionado con la guerra de Vietnam, que marcó al país tras el asesinato de Kennedy. Irónicamente, el presidente Lyndon B. Johnson, principal objeto de las iras de la contracultura, fue un político que empleó numerosos recursos para solucionar problemas de pobreza, racismo y falta de escolarización. Pero la guerra oscureció tanto el idílico movimiento hippie como las buenas intenciones.
En San Francisco, un grupo de actores y estudiantes de Berkeley forman los Diggers, la comuna que pretende traer al mundo contemporáneo la utopía de los campesinos ingleses del siglo XVII de colectivizar la propiedad: durante un par de años ofrecieron albergue, comida y ropa gratis. También se propusieron regalar ácido y evitar la futura gentrificación de Haight-Ashbury. En 1964, los Merry Pranksters, la comuna pre-hippie más famosa del mundo, iban a bordo de un autobús conducido por Neal Cassady (el legendario coprotagonista de En el camino de Kerouac) y el escritor Ken Kesey, acompañados por un grupo de estudiantes, actores, poetas beat, moteros y hasta un grupo musical, The Warlocks, futuros Grateful Dead. La misión era desandar la ruta emprendida por los pioneros, en un intento de subvertir la realidad con el consumo de ácido y delirantes teatrillos. Algunos autores como Robert Stone, Tom Wolfe (Ponche de ácido lisérgico) y Hunter S. Thompson (Los ángeles del infierno: una extraña y terrible saga) documentaron la experiencia.
Pero no podemos olvidar a los precursores de los artistas rebeldes y provocadores: el movimiento futurista, primer grupo de estetas airados que defendían una nueva sociedad inspirada en el culto a la tecnología y la ruptura total con la tradición. Además de fundar un partido político que pronto sería asimilado por el partido fascista, los futuristas se hicieron célebres, entre otras cosas, por sus coloridos desfiles y por diseñar una colección de trajes de caballero para ir a la guerra que lamentablemente no utilizaron cuando muchos de sus componentes se apuntaron a la campaña de Abisinia. Pese a estar en el extremo ideológico, la estética y los agresivos panfletos del futurismo tenían muchos puntos en común con la imagen del constructivismo ruso. Poco después, en los cafés de Zurich, un grupo de refugiados, muy lejos de estas actitudes grandilocuentes, formaban el primer colectivo de guerrilla cultural: dadá. Sus representantes renunciaban a los principios del arte, a los principios filosóficos y a toda lógica, porque tras un trauma como la Primera Guerra Mundial todo era susceptible de ser cuestionado. Por eso exhibían como arte objetos sacados de la basura, escribían poemas absurdos y montaban collages con recortes de periódicos. En 1920, la policía cerraba sus exposiciones mientras aullaban en el Cabaret Voltaire. Esta postura fue fundamental para el arte y para el devenir de la cultura posterior. Por último, el movimiento situacionista, colectivo de izquierda nacido a finales de los años cincuenta y muy aficionado al happening gamberro (derivas, boicots callejeros, la psicogeografía como método para entender la realidad…) y las consecuencias más extremas del surrealismo, desde el accionismo vienés al art brut, fue otro de los precedentes directos de la contracultura norteamericana y estos grupos de activismo radical.
Ha nacido un hombre nuevo que fumaba hierba mientras asediaba el Pentágono… el marxista alucinógeno, el bolchevique psicodélico… No se encontraba cómodo en el SDS* y no era hijo de las flores hippies ni intelectual universitario… Un freak guerrillero por la calle, un vagabundo con el fusil al hombro.
Jerry Rubin, Do It!
(*Estudiantes por una sociedad democrática).
Los primeros fueron los Yippies! (Partido Internacional de la Juventud) y su movimiento apocalíptico, que pretendía aplicar las ideas anárquicas de la nueva izquierda norteamericana. Vestidos de negro, las caras pintadas y utilizando seudónimos de la cultura pop, los yippies fueron una invención en 1967 de Anita Hoffman y Jerry Rubin, entre otros. Sembraron el escándalo entre los políticos con sus performances, siendo los primeros gamberros conscientes de la importancia de controlar y diversificar sus apariciones en los medios de comunicación. Estaban perfectamente pertrechados de propaganda pop: el logo, una ametralladora cruzada con una pipa de hachís, banderines, chapas y eslóganes que más tarde copiarían algunas multinacionales del consumo en un juego mucho más irónico. Sin ir más lejos, el título del libro de las memorias yippies de Rubin, Do It! (1970), fue convertido en el imperativo más famoso de un gigante de la ropa deportiva. Los yippies lo mismo invadían Disneylandia que el edificio de la Bolsa y lanzaban monedas a los brokers, o elegían un cerdo como mascota en la Convención Demócrata de Chicago, donde sustituyeron a los camareros por mujeres desnudas. Incluso se personaron disfrazados de Papá Noel en el Comité de Actividades Antinorteamericanas. Su acción más recordada fue dentro de los actos de protesta contra la guerra de Vietnam en marzo del 67: tras la actuación de Phil Ochs, Jerry Rubin dirigió a un grupo de yippies que meditaron para hacer levitar el Pentágono y contrarrestar la maldad que había dentro. Grupos como The Fugs comulgaban con esta guerrilla surreal a ritmo de poesía beat, consumo de drogas y crítica política.
Los yippies fueron aliados del partido de los Panteras Negras, la organización para la defensa de los derechos civiles de los hombres y las mujeres negras, un capítulo fundamental de la lucha por la emancipación, que protagonizó hechos como el juicio en 1968 a los «Siete de Chicago» por organizar los disturbios de la popular Convención Demócrata. Entre ellos se encontraban Abbie Hoffman, Jerry Rubin y Bobby Seale, uno de los fundadores del partido. Fue un escandaloso proceso donde los acusados se presentaban disfrazados con togas y pelucas de juez, los policías llegaron a atar y amordazar a Seale por insultar al tribunal y una multitud protestaba en la calle. En octubre de ese año, el mundo veía en televisión las Olimpiadas de México. Los ganadores de las medallas de oro y plata en los 200 metros de atletismo fueron los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos. Al subir al podio, ambos iban descalzos, con calcetines negros. Cuando comenzó a sonar el himno de Estados Unidos, los dos agacharon la cabeza y levantaron el puño envuelto en un guante negro, como muestra del poder negro y en solidaridad con la situación de pobreza y desigualdad. Esta acción de protesta fue aclamada por los asistentes. El Comité Olímpico los expulsó del equipo por mezclar el deporte con la política. No pertenecían a los Panteras Negras.
La comuna musical de Detroit, MC5, estuvo muy unida a los Panteras Blancas. Cada concierto comenzaba con un discurso de John Sinclair, el poeta-manager del grupo, quien fue objeto de una sonadísima condena a diez años de cárcel por posesión de dos porros de marihuana que finalmente fue revocada. Mientras músicos como John Lennon le dedicaron canciones de apoyo, otros como Pete Townsend quizá no entendieron bien la broma de Abbie Hoffman de interrumpir el concierto de los Who en Woodstock para protestar a gritos contra la decisión de encarcelar a Sinclair, y casi le clava la guitarra en la cabeza. Panteras Blancas también hubo en Inglaterra, alrededor de Michael Moorcock y el grupo Hawkwind, quienes protagonizaron varios incidentes en el Festival de la Isla de Wight del 70.
Los neoyorquinos Black Mask comenzaron en el 67 como un grupo de «arte revolucionario» y concluyeron que sus «acciones» habían de radicalizarse si no querían caer en la seriedad de los demás artistas. Poco después, el colectivo del pintor Ben Morea pasó a llamarse de una forma más difícil de mencionar en los medios, pero con más gracia: Up Against The Wall Motherfuckers, y comenzaron las demostraciones de «sabotaje poético», como repartir panfletos de una exposición de arte entre los sintecho de la ciudad, quienes invadieron las instalaciones y provocaron el caos. Junto a ellos, las integrantes de W.I.T.C.H., grupos de feministas guerrilleras que se concentraban en la calle vestidas de brujas para lanzar «maldiciones» y conjuros contra el Chase Manhattan Bank de Wall Street. En Londres, King Mob, una escisión del movimiento situacionista, repitió la célebre acción de Black Mask del Papá Noel falso que «regalaba» juguetes en unos grandes almacenes. Dice la leyenda que Malcolm McLaren estaba entre ellos y tomó buena nota de las divertidas consignas «caos y anarquía» para un par de grupos de rock de los que se convertiría en manager años después. A los New York Dolls los puso en el escenario vestidos de cuero rojo con una hoz y un martillo gigante detrás. El efecto, más que choque sociopolítico, provocó la risa. Sin embargo, lo de colocar a los Sex Pistols en un barco por el Támesis como burla del jubileo de la reina Isabel se convirtió en un escándalo mundial. El punk estaba activado con las pretensiones de los grupos de acción directa y hay numerosos ejemplos de músicos en la década de los setenta que llevaron al extremo la ideología de las comunas, las performances escandalosas y una actitud beligerante contra lo establecido, desde Crass a Throbbing Gristle.
En la Europa de los sesenta, además de agitación política, también proliferó el activismo cultural. Bajo las directrices del situacionismo, los franceses Enragés protagonizaron la ocupación de la Universidad de la Sorbona con la distribución de cientos de pasquines que intentaban desactivar la información oficial. En Holanda nacieron los célebres Provos, un grupo de anarquistas que luchó por la legalización de la marihuana y la circulación en bicicleta, mientras pintaban de blanco las fachadas de los edificios oficiales y difundían noticias falsas para confundir a la policía.
La provocación estética no ha tenido tantos seguidores en España. Salvo excepciones, como el Colectivo Zaj, el primer grupo de músicos y artistas que desafió a la España de los años sesenta con sus happenings y conciertos insólitos inspirados en John Cage, o, más reciente, el grupo de poetas y músicos Accidents Polipoètics, aquí hemos sido más de organizaciones al estilo de los Weathermen Underground, universitarios de Chicago que tomaron su nombre de una canción de Bob Dylan y decidieron pasar del activisimo cultural al terrorismo, pero no del de broma. Protagonizaron una acción de telefilm, ayudando a escapar de la cárcel a Timothy Leary, y dejaron bombas en bancos y grandes empresas. Muy similares en postulados fueron los ingleses Angry Brigade, grupo anarquista que salió en los periódicos nacionales por haber ametrallado la fachada de la embajada española de Londres en 1970 en protesta por el proceso de Burgos.
En los últimos treinta años y dentro del movimiento antiglobalización, entre mimos, juegos de malabares y carreras delante de los antidisturbios, han proliferado colectivos que utilizan el humor y la sorpresa para ofrecer un discurso contra la hegemonía del poder político y el arte: por ejemplo, cambiar el nombre de señales, pintar grafitis y dibujos enigmáticos en la calle, organizar exposiciones de arte en un vagón de metro, grabar virales… Pese a ser un movimiento minoritario y cada vez más de riesgo, en 2012, tras los incidentes entre manifestantes y policías en Barcelona, aparecieron Los Reflectantes, un grupo que presentaba su alternativa para salir a la calle acompañado de un globo hinchable de gran tamaño (es una iniciativa del grupo Tools For Actions, que diseña piezas gigantes de vinilo para acudir a las manifestaciones). En una ocasión el líder de los Yes Men se presentó en el Parlamento Europeo para mostrar su solución definitiva contra las guerras: los activistas aparecieron dentro de unas enormes esferas de plástico, señalando con este traje ridículo la farsa de las negociaciones y los acuerdos de los países. Eso es lo que pretende el activismo pacífico de la comunicación: mostrar las contradicciones y la crueldad de la sociedad del espectáculo, siendo por un día los sujetos de esa sociedad y no sus meros objetos-marionetas.