La Biblia, el libro más famoso del mundo, un bestseller que goza de un tirón por el que Ken Follet o Dan Brown venderían a sus respectivas madres envasadas al vacío en papel de regalo. La escritura más trascendental de la historia, el volumen que dormita en los cajones de todas mesillas de los moteles roñosos de Estados Unidos, el trabajo literario más citado, una publicación que deja en ridículo a El secreto o El alquimista a la hora de acumular fanboys chalados. Objeto de culto, de sesudos estudios por parte de los intelectuales, de críticas, de malinterpretaciones y de adoración en el sentido más literal de la palabra. Algunos la consideran la guía para la vida definitiva, otros un libro de instrucciones, otros tantos la mejor obra de ciencia ficción jamás escrita y otros tontos la novela seminal de toda la moda zombi. Su repercusión ha sido tan tremenda como para que la propia palabra «biblia» se convirtiese en un vocablo utilizado para designar a aquellos libros que se jactan de concentrar todo el saber de una materia concreta.
La Biblia lidera el top de taquilla librero de todos los tiempos, vendiendo cien millones de copias al año y acumulando más de cinco mil millones de ejemplares despachados a lo largo de la historia. Es un texto que debe considerarse como el más importante e influyente de la literatura, sea uno creyente o no: cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta, el primer libro completo y fabricado en masa (unas ciento ochenta copias) que produjo aquella máquina fue la Biblia, convirtiéndose de ese modo en la obra que detonaría la mayor revolución editorial de todos los tiempos. Y que el primer volumen impreso fuese concretamente una biblia no tenía nada de casualidad. Porque Gutenberg era un caballero muy religioso con lo suyo, y aquel invento revolucionario había nacido con la intención personal de extender la palabra de Dios de la manera más eficaz posible.
La primera edición impresa de la Biblia también evidenciaba que aquel texto no era un manuscrito invariable, sino uno sujeto a diferentes interpretaciones y traducciones según el credo del editor y, sobre todo, del público al que iba destinado. Porque lo que imprimió Gutenberg fue la versión Vulgata, una traducción al latín de las escrituras de la Biblia hebrea y de la Biblia griega (o Biblia septuaginta) realizada por un san Jerónimo que se inspiró en las maneras de la Biblia parisina. El caso es que, a lo largo de la historia, se han publicado diferentes versiones de las escrituras sagradas dependiendo del canon bíblico al que aquellas estuviesen adscritas (las versiones católicas de la Biblia albergan siete libros más que las protestantes, libros que los primeros etiquetan como «deuterocanónicos» y los segundos consideran «apócrifos»), y también dependiendo de la traducción realizada. Por eso mismo, existe una Biblia del oso (protestante, con traducción de Casiodoro de Reina y luciendo oso en portada), una Biblia del cántaro (una corrección de la anterior por Cipriano de Valera con un cántaro en su cubierta), una Reina-Valera con numerosas revisiones, una Vetus latina (traducida del griego allá por el siglo II y que tuvo cierto tirón hasta el siglo V), una Biblia del rey Jacobo (la popular traducción al inglés de 1611 conocida como «King James»), un Diaglotón enfático, una Biblia de Ginebra (una vetusta traducción al inglés de 1539), y un gritón de versiones más.
Y lo cierto es que repasar la historia de las diferentes biblias oficiales se antoja tan laborioso como coñazo, porque supone entrar en tecnicismos y revisar varios siglos de gente cambiando comas, removiendo versículos y estudiando los recovecos de traducciones de unos textos que a su vez eran traducciones de otros textos. Y eso no es tan divertido como hablar de las otras biblias oficiales, aquellas que pervirtieron el legado de Gutenberg deslizando una errata entre las páginas para liarla bien gorda.
Las otras biblias
Equivocarse es de humanos y la biblia, pese a lo que pueden pensar algunas criaturas, ha sido redactada, editada e impresa por humanos. Lo hermoso del asunto es que la propia naturaleza sacrosanta del texto ha propiciado que las erratas se volviesen tan juguetonas como para ser capaces de pervertirlo todo modificando tan solo una palabra.
La primera Biblia completa en inglés se imprimió en 1535 en (supuestamente) la ciudad de Amberes con una traducción firmada por el sacerdote católico Miles Coverdale. Se trataba de un volumen conocido popularmente con cierta guasa como «La Biblia de los bichos», porque en el quinto salmo del versículo 91 aquella edición se marcaba un espléndido «Thou shall not nede to be afrayed for eny bugges by night» («No estarás afligido por ningún bicho durante las noches»). Coverdale, un tío que ya tenía cara de bicho, se había encargado de completar personalmente la traducción iniciada por su colega William Tyndale después de que aquel fuese incapaz de rematarla por culpa de unas cuantas movidas que en realidad acabaron rematándolo a él: Tyndale fue estrangulado y quemado en un palo en medio de una plaza de Vilvoorde (Bélgica) después de dedicarle algún desplante al rey Enrique VIII de Inglaterra.
Sea como fuere, el «bugges» que se le había colado a Coverdale causaba gracia pero probablemente no tenía mucho de insecto, porque pese a parecer un error desafortunado era simplemente una palabra del idioma anglosajón más añejo, una «bugge» que a veces se utilizaba como sinónimo de «fantasma» o «espectro que atormenta». Otras biblias en inglés no hacían mención alguna a lo de plantarle cara a las chinches nocturnas (la Biblia del rey Jacobo escribía en su lugar un «No estarás afligido por ningún bicho durante las noches»), y por eso las posteriores revisiones de Coverdale sustituyeron la palabreja por un más adecuado «terrour». En 1549, otra edición (mal) revisada de aquella misma edición se ganaría el apodo «La Biblia de la melaza» al colar un fabuloso «¿No hay melaza en Galaad?» («Is there no tryacle in Gilead?») en el lugar donde debería de ir un «¿No hay bálsamo en Galaad?».
En 1549, el teólogo anglicano Edmund Becke se encargó de adecentar una edición de la biblia que anunció como «sincera y puramente traducida al inglés con notable atención y diligencia». Lo jodido del asunto es que el propio Becke no solo alteró las traducciones existentes recuperando erratas que estaban presentes en la edición de Tyndale (y ya habían sido corregidas por otros editores) sino que añadió, en la Primera epístola de Pedro, una nota al pie donde recomendaba a los varones azotar a sus esposas si estas no cumplían sus labores: «Hay que tomarla como una ayudante necesaria y no como una esclava o una sierva. Y si ella no es obediente y sana hasta donde debe, se anima a golpear la furia de Dios en ella para que así pueda ser obligada a aprender su deber y hacerlo». Lo infame del asunto ha provocado que la edición con el consejo cavernícola en su interior haya sido etiquetada como la «Biblia de los maltratadores».
La segunda edición de la Biblia de Ginebra publicada en 1562 aseguraba en Lucas 21 que «Dios condena a la viuda pobre» en lugar de «Dios encomienda a la viuda pobre». El mismo ejemplar también convertía a Daniel el profeta en «David» y se marcaba un gag de Monty Python de manera involuntaria a la altura de Mateo 5:9 al afirmar «Blessed are the placemakers: for they shall be called the children of God» («Bienaventurados los creadores de lugares porque ellos serán llamados los hijos de Dios») donde debería decir «Blessed are the peacemakers: for they shall be called the children of God» («Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados los hijos de Dios»). Un desliz tipográfico que le otorgó al manuscrito la denominación de «Place-maker’s Bible». En 1579, la versión de Ginebra se convirtió en la primera biblia impresa en Escocia, una tierra donde por aquella época existía cierta ley que obligaba a toda familia a tener una copia en casa. Pero el estreno editorial llegó con un patinazo incluido que la transformó en «la Biblia de los calzones»: en el Génesis 3:7 se relataba como «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron calzones» cuando lo ideal (y más acertado) hubiera sido traducir la prenda para tapar las vergüenzas como «delantales». En 1598, a unos cuantos feligreses se les escaparon risillas al descubrir en otra copia de los santos libros recién producida que algún despistado había escrito «Jesus Church» en lugar de «Jesus Christ» en la Primera epístola de Juan.
Cierta versión del volumen en la variante rey Jacobo se ganaría el apodo de «Biblia de los impresores» en 1612 al asegurar que «Los impresores me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras» donde debería decir «Príncipes me han perseguido sin causa, pero mi corazón tuvo temor de tus palabras» (Salmo 119:161). El gazapo era obvio, alguien había trastabillado con las palabras y planchado un «Printers» en lugar de «Princes». En 1613, otra King James se ganaría el apodo de «Biblia de Judas» al sustituir a Jesucristo por el apóstol traicionero en Mateo 26:36 sin pedir permiso: «Entonces llegó Judas con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro». La «Biblia “Más mar”» de 1641, coló en el Apocalipsis 21:1 un «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y hubo más mar» en lugar de «…y el mar ya no existía más». En 1653, la «Biblia de los injustos» se hizo popular al asegurar «¿No sabéis que los injustos heredarán el Reino de Dios?» (Corintios 6:9). Una edición de 1716 convirtió el «Yo les perdonaré su iniquidad y nunca más me acordaré de sus pecados» del Jeremías 31-34 en un «…y me acordaré más de sus pecados», la culpa la tenía el «sin no more» inglés que había sido sustituido accidentalmente por un traicionero «sin on more».
Diversión con biblias
Hay unas cuantas publicaciones de la Biblia que incluyen una jugarreta causada por una «coma blasfema» desaparecida, un signo ortográfico cabroncete que se ausentaba de Lucas 23:32 sentenciando que Jesús «También llevaba con él a otros dos maleantes» en vez de «También llevaba con él a otros dos, maleantes». La «Biblia del vinagre» (1717) era una traducción inglesa que titulaba el capítulo «La parábola de la viña» de Lucas 20 como «La parábola del vinagre». La «Biblia de los tontos» (1763) exhibía en el Salmo 14:1 un cuestionable «Dice el tonto en su corazón: hay Dios», un error tan garrafal como para que los responsables de la publicación fuesen castigados con una multa gorda y obligados a quemar en una pila todas las copias. El Deuteronomio 24:3 de la «Biblia caníbal» se cascaba un «Si el último marido se la come… [a su mujer]» en lugar de «Si el último marido la odia…». La «Biblia del asesino» colocaba, en boca de Judas, la palabra «asesinos» en vez de «murmuradores» (un equívoco entre el «murders» y el «murmurers» en inglés). En 1793, en una tirada de la Biblia Douay-Reims, la traducción al inglés del texto en latín por parte de un colegio al servicio de la Iglesia católica, algún despistado sustituyó la palabra «reses» («beeves») por «abejas» («bees») provocando una escena curiosa en el tercer capítulo del Levítico: «Las ofrendas de paz deberán de ser abejas, ovejas, corderos y cabras».
La «Biblia de los leones», es un texto de 1804 donde se podía leer «Pero tú no edificarás la casa, sino tu hijo que saldrá de los leones» en donde debería de haberse escrito «…que saldrá de tus lomos». La «Biblia de los Peces erguidos» sustituía «pescadores» («fishers») por «peces» («fishes») construyendo una escena cómica: «Y junto a él estarán los peces, y desde En-gadi hasta En-eglaim será su tendedero de redes». La «Biblia “Oídos para oídos”» lucía un «El que tenga oídos para oídos, que oiga» al olvidarse de colocar una hache en un «hear» («oír») que mutaba a «ear» («oído»). La «Biblia Odia-mujeres» sustituía por error la palabra «life» por «wife» construyendo un redundante « Si un hombre viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y esposa, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también a su propia esposa, no puede ser mi discípulo». La «Biblia de la familia numerosa» colocó un «¿Tengo que dar a luz y no parar de dar a luz?» en vez del original «¿Cómo iba yo a impedir el nacimiento si soy yo quien hace dar a luz?». La «Biblia de los camellos de Rebeca» se hacía la picha un lío al cambiar «doncellas» («damsels») por «camellos» («camels») y fabricar así una estampa bastante graciosa: «Rebeca se levantó con sus camellos y, montadas en los camellos, siguieron al hombre». En 1966, la primera edición de The Jerusalem Bible producida por Darton, Longman & Todd coló un «Paga por la paz» («Pay for peace») en donde debería lucir un «Reza por la paz» («Pray for peace»).
La «Biblia para quedarse» de 1805 nació por culpa de un añadido inesperado: durante el proceso de corrección, uno de los encargados escribió un «Para quedarse» en el margen a modo de respuesta ante la pregunta de si una coma del texto debía ser retirada. Y más tarde, algún torpe con pocas luces añadió aquel apunte al libro en la epístola a los gálatas 4:29 «Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu para quedarse, así también ahora». En 1944, una letra dañada en la imprenta provocó que una «n» se transformase en «l» y aquello hizo que cierta impresión en inglés de la biblia mutase uno de sus textos (al convertir «own» en «owl») hacia algo muy curioso: «Así se adornaban en tiempos antiguos las santas mujeres que esperaban en Dios, cada una sumisa a su esposo-búho». Los ejemplares de aquella remesa serían apodados como las «Biblias búho».
The Wicked Bible
De entre todas las biblias con erratas, la más famosa probablemente sea la conocida en el mundo anglosajón como Wicked Bible, también denominada «Biblia del adúltero» o «Biblia del pecador». Una versión de la Biblia del rey Jacobo publicada en Londres durante 1631 cuya inmensa popularidad se debe a que en dicho texto se puede leer una variante poco conocida del uno de los diez mandamientos: un rotundo «Cometerás adulterio» («Thou shalt commit adultery» en el original) que estaba ahí porque a alguien se le olvidó poner el «no» fundamental en la frasecita. La errata no sería descubierta hasta un año después de la publicación del ejemplar, pero lo más curioso es que aquel perverso mandamiento no era el único gazapo presente en la edición: en el mismo libro, en el Deuteronomio 5:24, en lugar de «El señor nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su grandeza» («The lord our God has shown us his glory and greatness») se leía un bastante inapropiado «El señor nuestro Dios nos ha mostrado su gloria y su gran culazo» («The lord our God has shown us his glory and great-asse»). Aunque lo cierto es que, en la época de publicación del libro, la palabra «asse» en realidad se interpretaba solamente como un insulto despectivo similar a «burro», y no como una referencia al culete. Pero hagamos como si nada y no dejemos que eso nos quite la ilusión en la actualidad.
Diana Severance, directora del Museo Bíblico Dunham en la Universidad Bautista de Houston, declaró que en el caso de aquella Wicked Bible más que meteduras de pata era evidente que se trataba de putadillas gamberras: «Si solo hubiera sido un error, como dejar de lado el «no» en el Éxodo 20:14, podría considerarse un accidente. Pero lo de el «gran culazo» en el Deuteronomio 5:24 sugiere que algo más estaba sucediendo ahí».
La mayoría de copias de la innoble Wicked Bible fueron quemadas por orden de un Carlos I de Inglaterra muy encabronado con el asunto que castigó severamente a los responsables de la edición (hay quien sospecha que las erratas fueron un sabotaje premeditado por parte de ciertos enemigos de los quienes imprimieron el texto). Hoy en día, tan solo quedan en circulación unos once ejemplares originales de esa biblia infame, textos que contienen el error del mandamiento invitando al adulterio pero no el del «great-asse». Una de las escasas copias forma parte de la colección de la Biblioteca Pública de Nueva York aunque raramente se expone a los visitantes, la British Library tiene también otra en su catálogo y la Biblioteca de la Universidad de Cambridge exhibió hace unos años un tomo con la errata a la vista durante el cuarto centenario de la King James Bible. Y actualmente, cuando uno de los tomos que todavía campan por el mundo sale a la venta, se cotiza a precios demenciales: en 2008 se vendió un ejemplar por 89 500 dólares, y en 2015 otro fue adquirido durante una subasta por 31 250 libras. Todo un pastón para poder tener en casa unas Sagradas Escrituras que te animan a abrazar el espíritu swinger, no está mal.
La más flagrante mala traducción de la Biblia, como apuntó George Steiner en su magnífico y imprescindible «Despues de Babel», libro que a todos los escritores les debería de interesar, es la palabra «vírgen» para describir a María madre de Diós…
Según Steiner, la misma palabra en griego admite igualmente «doncella» como traducción….
…lo cual tiene mucho más sentido, y en todo caso, es una traducción mucho más elegante y acertada y feliz: pues una doncella es también una virgin, claro está, pero el enfasis en la «virginidad», un aspecto puramente biológico, por encima de las otras calidades de una «doncella» – juventud, belleza, inocencia etc – resulta chabacano y sesgado y en una palabra, zafio…
Que la madre de Jesus fuese una «doncella» que concebió Jesus de forma inmaculada se lee mucho mejor….
Quien sabe si, con otra traducción, con la más acertada, toda la represión de los instintos sexuales de parte de la Iglesia habría sido menor…
Y cuantos dolores de cabez sigue traendo lo de:
Ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος, καὶ ὁ λόγος ἦν πρὸς τὸν θεόν, καὶ θεός ἦν ὁ λόγος.
Que se traduce en español como
«En en principio era el Verbo, y El Verbo era con Dios, y Dios era el Verbo…»
Pero en inglés
«En un principio era la Palabra (the word) y la Palabra era. Y la Palabra estaba con Dios…»
Y según Erasmus:
«En un princpio era la Conversacion, y la Conversación era Dios etc»… la conversación no ya la palabra o el verbo…
En fin… ¿que exactamente es el «logos» griego que es el princpio de todo?»
Esa tal vez es la pregunta fundamental de toda la cultura Occidental….
Nadie habla de estas cuestiones hoy en dia me parece, pero han obsesionado los sabios durante siglos y siglos. Estamos en otra época, es claro. Ahora no hay sabios…
Y si, todo el canón de literatura occidental es inconcebible sin la Biblia. Es un grandisimo libro y ha dado montones de titulos y temas a muchisimos libros… sin pensarlo, Juan Benet, Hemingway, Faulkner, Scot Fitzgerald…
Usted ha detallado errores que llevan, en este caso, a la sonrisa, normales en toda traducción de volúmenes como lo es la Biblia, pero los hay aquellos que ponen serios problemas a los hermenéutas del Vaticano. Del hebraísta Erri De Luca recuerdo el que más me asombró: según este intelectual de renombre, en la condena de la mujer por parte de Dios se tendría que cambiar la traducción del hebreo de «dolor» por «esfuerzo» porque era evidente el error. De esta manera el versículo Gen 3 16 quedaría «Alla donna disse: Moltiplicheró i tuoi sforzi (dolori) e le tue gravidanze, con sforzo (dolore) partorirai figli. Verso tuo marito sarà il tuo istinto, ma egli ti dominerá». Sin medias tintas, pero se entiende la elección de ese vocablo si volvemos la mirada a aquellos tiempos. Vaya a saber qué diría el autor o los autores si hubiesen sabido que llegaría un mundial de fútbol femenino. Gracias por la lectura.