«Déjalo ya, tu hijo Ibrahim va a morir». Probablemente no cabe más desesperanza en ocho palabras, pero Kadiatu no quiso escuchar a aquel vecino. Siguió rezando porque una madre nunca pierde el aliento si se trata de la vida de un hijo. Jamás. Aunque la ciencia diga que no, aunque los médicos tuerzan el gesto al evaluar sus posibilidades de sobrevivir, aunque a tu niño de dieciocho meses se le haya metido en las entrañas el virus más letal en la peor crisis de ébola conocida.
Esta es la historia de un milagro con la camiseta de Neymar. De un niño sierraleonés con ojos negros en forma de almendra y mofletes regordetes que bailó un vals con la guadaña y luego se puso a jugar. De un chaval que corretea por la zona más contagiosa del centro de tratamiento de ébola en Kissy, a las afueras de Freetown, y da saltitos con una camiseta corta del 11 del Barça que le descubre el pañal.
De un niño que debería estar muerto y no lo está.
No es un trilerismo literario, Ibrahim es un milagro de verdad. La crisis de ébola más brutal de todos los tiempos, que arrasó Liberia, Guinea y Sierra Leona con 13 323 muertos y más de 28 000 infectados, tenía en esas fechas un 62 % de mortalidad. Si te tocaba la dicha, el enfermo se consumía entre vómitos y diarrea en solo veintiún días. Eso los adultos. Entre los infectados menores de cinco años, las posibilidades de supervivencia eran aún más bajas. Menos de uno de cada diez. Ibrahim escupió en la cara de esos pronósticos y además lo hizo solo: como sus padres no estaban infectados y no podían entrar a la zona de tratamiento, el chaval padeció toda la enfermedad sin ningún familiar a su lado.
Bueno, no es exactamente así. Solo no. Tuvo dos ángeles de la guarda: Núria y Yealie.
La primera vez que vi a Ibrahim, daba pasitos inestables entre las camas de otros infectados y cubos rojos de basura. Al final del pasillo apareció Núria. Llevaba el traje de protección amarillo y blanco, guantes ajustados con cintas en las muñecas y unas gafas de plástico que le cubrían la cara. Tenía una pinta de astronauta horrorosa. Cuando la vio, a Ibrahim se le iluminaron los ojos. Corrió torpemente hacia ella y se lanzó a sus brazos.
Núria Carrera, doctora catalana de Médicos Sin Fronteras, fue una de las que echó valor y generosidad por aquel chaval. Porque había que echarle mucho de las dos cosas. Como cuando Ibrahim se arrastraba por el suelo, embadurnado en su propio vómito y heces, a punto de entrar en shock por la deshidratación, y decidió ponerle una vía. Sin el más mínimo margen de error. Cero. Un pinchazo equivocado, apenas un rasguño, suponía contagiarse de ébola. Pese a ser consciente del riesgo, no lo dudó.
Núria supo que aquel niño se iba a salvar el día que lo escuchó llorar.
—Ibrahim solo lloró el primer día, pero después estaba tan mal que ni siquiera tenía fuerzas; hasta que un día volvió a llorar y pensé: «Vuelve a ser un niño normal».
Ibrahim sobrevivió porque es un renacuajo valiente, pero también por la bondad de Yealie, una mujer también enferma de ébola que se convirtió en su protectora.
Hay que estar hecha de muy buena pasta y tener mucho coraje para ser como Yealie. Ella estaba embarazada de ocho meses cuando se infectó y la internaron en el mismo centro. Pronto perdió a su bebé y casi muere por las hemorragias, la fiebre y la debilidad. En ese contexto de supervivencia esencial, donde cada gota de energía es crucial para aferrarse a la vida, aquella mujer sacó fuerzas para cuidar a Ibrahim. Ni siquiera conocía a aquel niño, pero desde el primer día lo protegió, lo acunó por las noches y lo consoló cuando llamaba a mamá. Nadie más podía hacerlo.
Cuando le dieron de alta, Ibrahim salió por la puerta con los ojos muy abiertos y cara de incredulidad. Con esa mirada tímida, casi encogida, que ponen los niños cuando se topan con demasiados adultos a la vez. Más de veinte personas se habían congregado en la puerta de salida del centro para recibirle. Su madre lloraba. Yealie también lloraba.
Y Núria tenía razón: vuelve a ser un niño normal.
Que bella historia de amor. Y que bien la ha escrito usted. Amor a un niño.
Cuando se trata de un niño, o una madre condenada que no duda en donar amor, los dramas son aún más estremecedores. Solo le pido un favor: no conozco los términos y prácticas médicas en esas situaciones de crisis por una enfermedad tan letal, pero no llego a comprender qué significa «…decidió ponerle una vía…» Perdone usted mi ignorancia. Muchísimas gracias por una historia con un final feliz.