Se llamaba el Pun, por «Punichuquín», que significa Puerta de Oriente. Allí el aire es fino, con ese punto gélido de la montaña. Paisaje verde, multitud de cauces que bajan borboteantes desde el volcán Chiles, un monstruo de más de cuatro mil quinientos metros que se encuentra unos kilómetros al occidente de nuestro pueblo. Que ya no se llama Pun, sino El Carmelo, porque los misioneros carmelitas se empeñaron en que era mejor su nombre recién llegado que ese tan feo con siglos de antigüedad. Y lo cambiaron, vaya. Hace cuatro días, como quien dice, en 1955.
Es allí donde nació, treinta y ocho años más tarde, Richard Carapaz. No le busquen antecedentes al campeón de este Giro de Italia 2019… pertenece a la estirpe de los pioneros, de los descubridores. El primero de su país disputando un Giro, una Vuelta, el primero en ganar etapa en Italia, en vestirse con la maglia rosa. Aquel a quien nadie esperaba. El que siempre estuvo donde tenía que estar, atacando mientras el resto echaba cuentas, sumas, restas, raíces cuadradas basándose en fuerzas que no eran y amenazas que no existían. El que supo, después, conservar la ventaja. Hasta Verona.
Sin tragedia, esta vez.
Bill Murray vestido de ciclista
Pintaba bien el Giro. La italiana es una carrera vigorosa, fresca, con un punto desenfadado, a ratos caótico, a ratos solamente majestuoso, consciente de un pasado mítico que no duda en explotar a la mínima ocasión. Como Italia, vamos. El único sitio donde los ciclistas rozan con sus rodillas iglesias barrocas perdidas en cualquier pueblo de la Toscana sin quejarse. O quejándose poco. El Giro es el Giro, y hay que quererlo así. Con sus gelati, sus cambios de tiempo, su sol primaveral, sus tempestades en las montañas, sus noches larguísimas cuando se llega a alguna población un poco grande. Cuesta poco enamorarse de esta prueba, vamos.
En 2019, además, contaba con participación de campanillas. Se fue cayendo poco a poco, como veremos, pero de primeras epataba. Ya son varios los grandes nombres que dejan al Tour de Francia como un imposible, una quimera secuestrada por el dominio del Sky (en Italia corrieron como Ineos, su nuevo patrocinador) a la que se acude, sí, pero con pocas expectativas y menos ganas. Al menos de boquilla. Entonces las miradas se vuelven hacia Italia, porque la Vuelta queda al final de temporada, y ya para entonces a ver cómo de alto vuela cada uno. Por eso este año el Giro contaba en su star(t)list con los mejores vueltómanos del momento (disculpen las tres o cuatro excepciones). Tom Dumoulin, Simon Yates, Egan Bernal, Vincenzo Nibali, Primož Roglič, Miguel Ángel López, Mikel Landa. Añadan un nutrido grupo de «guadianas montados en bici» (Zakarin, Majka, Mollema, Pozzovivo, Chaves) y toda la Italia libera e redenta sobre dos ruedas (que siempre aparece especialmente motivada en estos saraos) y tendrán los ingredientes para una tormenta perfecta. Una que no se dio, por cierto, se lo vamos adelantando. Porque el asunto se nos ha quedado un poco soso al final.
Y eso que no empezó mal. En Bolonia, nada menos, que ya es estilo. El Santuario della Madonna di San Luca, una sinfonía de curvas anaranjadas que se alza sobre verde bosque y marrón historia. Allí, en un puñado de kilómetros contra el crono, Primož Roglič dio la primera exhibición de la prueba. Seguramente la más anunciada de todas, pero no por ello menos impactante.
Hace ocho años Primož Roglič era saltador de esquí. Uno de los buenos, campeón del mundo juvenil, con victorias en la Copa Continental. Vivía muy cerca del trampolín de Planica, que es como hacerlo enfrente de Wembley o el Madison Square Garden, para que se hagan ustedes una idea. Precisamente allí sufrió un accidente de esos que los ves y no sabes cómo ha podido salir indemne el tipo. Peccata minuta para estos deportistas, acostumbrados a los golpes. Fue así, tras una fractura, que Roglič cogió la bicicleta para ayudarse con la rehabilitación. Ya nunca se separó de ella. Dejó su antigua disciplina y se convirtió en el ciclista exótico de pasado extraño. Ahora ha tornado en realidad. Su historia le complementa, pero no es lo único que ofrece. También gana.
Pero en nuestro Giro la primera semana, más descafeinada de lo habitual, tuvo otros dos elementos de interés: las retiradas de algunos favoritos y la aparición fulgurante del Bill Murray ciclista.
Por caída se tuvo que quedar en casa Egan Bernal, el joven talento colombiano de Ineos que llevaba toda la primavera opositando a ganador en Italia. Rotura de clavícula, dijeron, aunque a la semana el mozo andaba otra vez en la carretera destrozando récords privados. Cosas veredes. Por caída, también, se marchó Tom Dumoulin, otro de los grandes contendientes. Este apretó los dientes y logró terminar la etapa cuarta, aunque con la rodilla izquierda supurando sangre. Al día siguiente se borró. Uno menos, y van dos. Sensación de psicosis.
En aquel paso peligroso, entre la lluvia y el asfalto deslizante, perdieron tiempo otros de los llamados a hacer cosas. Entre ellos Bill Murray.
Bill Murray es Mikel Landa, un ciclista alavés de ojos tristes, media sonrisa y un látigo (cuando quiere) en la lengua. Uno de esos que siempre parece poder hacer más de lo que hace, principalmente porque destila tanta clase, tiene tal facilidad en su terreno natural (la escalada) que convierte cada carrera en una exhibición de los «¿y si?».
Porque Mikel Landa vive en el día de la marmota. En la Gran Vuelta de la marmota, más bien, pero ustedes me entienden. Siempre se cae (o le tiran). Siempre le sale un compañero por el córner para quien debe trabajar (a puñados, desde Aru hasta Froome). Siempre maneja las mejores piernas del pelotón pero está atado por intereses de equipo, o por ambiciones ajenas, o por circunstancias de carrera. Observados estos elementos uno a uno, de manera individual y a lo largo de los años (prácticamente) todos son ciertos. Concatenados empiezan a mostrar una tendencia que no puede ser casual.
En Frascati, mientras su equipier Richard Carapaz ganaba la etapa (una anécdota, pensaban muchos) Landa acumulaba más pérdidas. Desastroso contra el crono, cortado en los cortes, caído en las caídas. La suma de segundos transmutados en minutos empezaba a pesarle. Después de la contrarreloj de San Marino (nueva exhibición de Primož Roglič, nuevo naufragio de Landa) la cosa empezó a ponerse imposible. Solo que Mikel tiene un cierto trasfondo de épica, de uno contra todos, de preso en su propio personaje. Un camina o revienta, lo que casi siempre termina en revienta, por otra parte. Pero eso, que nadie se atreva a enterrarlo. Por si acaso.
Ah, en San Marino patinaba también de forma llamativa Simon Yates. «Si fuera mis rivales ahora mismo estaría cagado», dijo después de firmar un gran prólogo. Fue la única vez que destacó en la carrera que estuvo a punto de ganar un año antes. Es el problema de los bocachanclas: cuando no tienen fuerza quedan fatal.
(Pero a mí me encantan, oigan).
Decíamos en 1997
El Giro de 1997 fue casi clandestino en España. Si su cuñado le dice que recuerda dónde estaba mientras veía los hachazos de Rubiera camino de Falzes seguramente le esté mintiendo. No, en 1997 nos enterábamos de cómo iba la carrera italiana por el Teletexto, que era como internet pero en plan más rústico, con solo cuatro colores y sin porno.
O tempora, o mores.
Aquel 1997 un corredor venido del este (Pavel Tonkov) había empezado como un avión, domeñando la cronometrada que terminaba en San Marino y llevando una maglia rosa que amenazaba no quitarse hasta el final de la carrera. Varios favoritos debieron abandonar por caídas (el más llamativo fue Marco Pantani, a quien se le cruzó un gato negro en la carretera…literalmente), y todo parecía jugarse entre dos hombres: Tonkov y Leblanc.
La etapa decisiva fue la que terminaba en Cervinia. Aquel día un segunda espada saltó desde lejos. Su nombre era Ivan Gotti y tenía como victoria más importante una etapa en la edición anterior del Giro. Leblanc y Tonkov dejaron hacer, cruzaron miradas, midieron sus nervios. Tira tú, no, tira tú, ¿no querrás que yo haga todo el trabajo?, pues anda que yo. Ese tono, ustedes saben. El caso es que Gotti llegó con casi dos minutos de ventaja sobre los importantes y se vistió de rosa. Lo malo vino más tarde, cuando todos se dieron cuenta de su error: aquel tipo caminaba como el que más. Ni siquiera el Mortirolo sirvió para devolver las cosas a su sitio. Imposible. Acabó ganando su primer Giro ante un atribulado Tonkov, que no sabía muy bien lo que había pasado.
La decimocuarta jornada del Giro 2019 tuvo ese regusto noventero. La familiaridad de lo ya visto. De saber lo que está ocurriendo. Richard Carapaz, ciclista relativamente gris que había ganado una etapa el año antes, salta a unos kilómetros de la cima de San Marco, un coloso asfaltado casi a los pies del Mont Blanc. Por detrás Roglič, maglia rosa (al menos maglia rosa virtual, porque la real la llevaba su compatriota Jan Polanc), y Nibali, quizá el gran favorito, empiezan a jugar a los nervios. El ecuatoriano no se lo piensa y aprieta con todas sus fuerzas, sabedor de la enorme oportunidad que se le presenta. ¿Consecuencia? Casi dos minutos en meta, victoria de etapa y liderato. Tranquilos, pensaban, aun quedan otras etapas. La del Mortirolo, por ejemplo. Me imagino a Tonkov en casa, rumiando sinsabores pasados. Y a Gotti, claro, sonriendo levemente…
Antes de eso las primeras montañas habían clarificado en asunto. El debut vino en Montoso, camino de Pinerolo, en lo que se pretendía un homenaje a Coppi y acabó siendo algo mucho más descafeinado. Porque ya no hay maillot Bianchi, ni Buzzatti escribiendo, ni Bartali es el viento Bóreas, ni siquiera los uomos se quedan solos al comando durante cientos de kilómetros. Otra época.
Allí, en Montoso digo, atacó Landa, y con él se fue Miguel Ángel López. El colombiano es un ciclista enigmático, desesperante, ciclotímico….en definitiva, alguien a quien se puede amar sin miedo a que te tachen de mainstream. Coge todas las caídas, mete las ruedas en los baches, sería capaz de pinchar aunque rodase por un tapete donde se juega al snooker. Además no sabe medir sus fuerzas, ataca para luego descolgarse, se queda en los descensos, esprinta cuando no toca y acaba provocando reacciones en cadena cuyo primer damnificado suele ser él. Por si fuese poco el sainete, un espectador le tiró al suelo en la última etapa de montaña de este Giro y López, ni corto ni perezoso, le propinó cuatro buenas hostias mientras decidía si subirse otra vez a la bicicleta o dedicarse de forma definitiva a la apicultura ecológica…
Pero todo eso no lo sabíamos en Montoso, y estuvo bien su empeño. Como lo estuvo al día siguiente el ataque, otra vez, de Mikel Landa. El de Murguía quería hacernos creer que sí, que es posible, puedes mirarme a los ojos y ver que no te miento. A orillas del Lago Serrù, en la carretera del Nivolet, Landa masticaba otro cachito de renta sobre sus rivales. Le han dejado irse, decían algunos. ¿Quiénes? Pues quienes van a ser. Los importantes. Los dos capos. Roglic y Nibali.
Ilusos.
Al día siguiente Carapaz ataca en San Marco y termina el Giro de Italia. Ni Landa puede seguir entrando en emboscadas locas, ni los supuestos jefazos tienen, a la postre, tanto gas. Más bien son ellos los que penan tras la rueda del ecuatoriano.
Sospecho que Nibali tardó poco en darse cuenta de su enorme error. Un día, concretamente, cuando comprendió que su enemigo (su único enemigo) se llamaba Richard Carapaz y le sacaba un par de minutos. A esa certeza contribuyó decisivamente Primož Roglič. O, más bien, el equipo de Primož Roglič. Veamos. Queda una veintena de kilómetros para terminar la jornada y los ciclistas están subiendo y bajando por esas carreteras estrechas, escarpadas, que se cuelgan de la montaña sobre el Lago di Como disfrazándose de acantilados marinos. Una delicia para los sentidos, también una tortura para las piernas, pueden creerme. Pues bien, allí pinchó Roglič. Ningún problema demasiado grave, si no fuese porque su coche no está. Y no está. Y no llega. En realidad el incidente les ha pillado meando en una cuneta (les juro que es cierto), así que no pueden atender a su líder. Sí, señor, bien jugado. Y llega a un río / la bebe el pastor / la beben las vaquitas / riega los campos / mi agüita amarilla. Etcétera. Que luego Roglič, llevando la bici de un compañero, se estazase mientras bajaba el último passo era más o menos lo esperable teniendo en cuenta el estado de crispación que llevaba.
Por delante Nibali lanza un ataque para ganar el Giro de Italia, y Carapaz lo sofoca como quien sopla, fiu, una cerilla. El siciliano empieza a comprender.
Pero bueno…tiene experiencia, tiene fondo, tiene equipo. Y tiene la etapa del Gavia y el Mortirolo. Allí se jugará la carrera…
Esperando a Godot
Solo que Italia es caprichosa en primavera (no… Italia es caprichosa también en primavera) y a veces, coqueta, se empolva de blanco la faz como si estuviese en una fiesta barroca. Y así no hay quien ande en bici, señores.
El Gavia no se pudo subir. Ningún reproche a la organización: a la hora prevista para su ascenso una cellisca imponente se cierne sobre la zona. Los días anteriores el paso permanecía cerrado y muros de hasta diez metros de nieve marcaban, amenazantes, la senda. No, pasar hubiera sido una temeridad.
Solo que sin Gavia la etapa se nos quedaba en bien poquito. Porque el recorrido alternativo… pues oigan, tampoco daba para demasiado. Dos puertecillos simpáticos, pero lejos del monstruo helado. Así que, por arte de birlibirloque, todo quedaba reducido a la subida del Mortirolo. Nibali, a estas alturas, juraba en dialecto meridional.
Sin razones, veremos. Nos hemos pasado toda la última semana esperando a Godot para descubrir, al final, que Godot habla con acento sudamericano y tiene sonrisa tímida. Y que ya había llegado.
Porque en el Mortirolo todo quedaba más o menos diáfano. Carapaz controla sin problemas. Y, por si hiciera falta, tiene ahí a Landa, que se mueve entre dos aguas: buscar una relativamente cercana plaza de pódium o cubrir las espaldas de su líder. Y, puestos a proteger, también estaba Antonio Pedrero. Y Andrey Amador un poco más adelante, en la escapada. El equipo Movistar, muchas veces criticado por lo poco que propone en las carreras, ha bordado el Giro de Italia. Por completo. Ni un solo error y muchos más aciertos de los que se pueden enumerar aquí.
Así que hasta Verona (precioso y atípico final, con los ciclistas entrando en la majestuosa Arena) nos pasamos unos días a la espera de algo que no llegó nunca. Que, de hecho, intuíamos que podía no llegar. El ataque de Nibali, el todo o nada desde Mesina. Ya les digo, razonando un poco aquello era imposible. Sí, Nibali es zorro, es perro viejo, sabe aprovechar cualquier resquicio, la más mínima debilidad. Pero, siendo honestos, iba menos que Carapaz. Y, quizá, menos que Landa. Y su equipo era peor equipo que el de la maglia rosa.
Así que, al final… nada. Ni siquiera en el tappone del último sábado, donde su subía el monstruoso Manghen. Allí, casi en la cima, Nibali y Roglič se volvieron a quedar. Ya no jugaban al ratón y al gato… era, sencillamente, que no podían seguir el ritmo de los mejores. Y esos eran Carapaz, Landa y el ciclotímico López. Al final todos se reagruparon y el grupo fue pastoreado lentamente durante unas horas, antes de volver a acelerarse al final, ver las hostias de Miguel Ángel López al espectador, y contemplar cómo Pello Bilbao ganaba la etapa al sprint sobre Landa. Era su segundo triunfo. Gran premio.
Al final la crono quedaba solo para pequeños detalles. Si Mikel Landa podría mantener el pódium ante Roglič. Si el esloveno sería capaz de ganar su tercera etapa. Dos o tres toques cosméticos en el top ten. Y poco más, la verdad. Las respuestas son conocidas: la etapa la ganó Chad Haga porque Roglič tenía el piloto de gasolina encendido desde hace unos días… pero su actuación le bastó para descabalgar a Landa del pódium. Por un puñado de segundos, otra vez, como en el Tour hace un par de años. Marmota de los cojones. Ya está, c´est fini. Tanto para tan poco.
Ha sido un Giro raro. Poco espectacular a ratos, manteniendo una tensión artificial en pos de algo que nunca acabó llegando. Esa jornada heroica. Ese ataque a la desesperada. No ayuda, tampoco, el (por ahora) escaso carisma de su ganador, un Richard Carapaz que se ha mostrado intratable en la carretera pero nada exagerado ante los micrófonos. Sin duda para triunfar en ciclismo es más importante lo primero, claro, pero a veces se agradece tanto un poco de lo segundo…
Qué más da. Todo quedó allí, en Italia. Las lágrimas de Dumoulin. Las bravatas de Yates. La cara hastiada de Bill Murray anunciando que, sí, la puta marmota asoma el morro también hoy. El director de Roglič mingitando con un gemido de satisfacción mientras contempla la dulce estampa del lago di Como. Godot, al que ni se le intuye. Todo ello se perderá como lágrimas en la lluvia (no sé si alguien usó antes esta expresión, pero es buena…)
Larga vida al Giro, amigos.
Dos cosillas, las dos de Carapaz. La primera, se nos ha olvidado hablar de la etapa 13. Siempre se habla sobre el ataque de Landa ese día, pero Carapaz llegó a sólo 13 segundos de Landa y sacó más de un minuto a Roglic y Nibali. Ese día ya demostró que era el más fuerte del Giro. La segunda es más personal. Entre un bocazas como Landa (insultando a Yates), otro bocazas como Yates (asegurando prácticamente que ganaba el Giro antes de salir) y Carapaz, me quedo con Carapaz. ¿Es soso? Bueno, ha ganado el Giro siendo el mejor, sin una falta de respeto a nadie y ayudando a su compañero a conseguir el podium (aunque no lo lograse al final). ¿Escaso carisma? El carisma no es decir payasadas, es que nadie te tosa y todos te teman. Carisma también es quitar de un empujón a tu compañero subiendo el último puerto del Giro y decirle «ponte a rueda que tiro yo» Y la última semana del Giro fue de miedo total a un ciclista superior por parte del resto de rivales. Siempre me han llamado la atención esas personas que no se quejan, no echan culpas a nadie y no necesitan alzar la voz para ser respetados.
Y oye, qué bonito es ver a Movistar cuando Unzúe está por ahí y no se acerca…
Magnífica crónica. Y una cosa sobre el carisma… carisma el de Indurain, que solo hablaba encima de la bicicleta.
Cada uno tiene su personalidad. A carapaz se le ve un tio mas bien timido y buen chaval. Indurain era de hablar poco o nada. Superlopez es un malasostias impredecible (el tipo de ciclista que normalmente da mas espectaculo). No hay mejor o peor, no TIENEN que ser asi o asa…
Y Dumoulin? Porque al pobre siempre le pasa algo tambien… Y luego si palma, a pesar de heroicidades, siempre tiene la humildad de decir: y que quieres que te diga? pues he perdido porque no iba tan fuerte como el que ha ganado. <- 10
Yates si es claramente un bocachancla pero no creo que se pueda clasificar a Mikel Landa como tal.
Ponte un poco en su papel…
Hubo un momento que nibali y nosequien mas hicieron un intento de ataque subiendo un puerto en una de las ultimas etapas y landa estaba como para atacar, irse con ellos y dejarles tirados… se puso de pie, dio dos pedaladas fuertes y alguien le debio decir por el pinganillo: ni de coña, chaval.
Al final no fue, se quedo con carapaz y los otros se rajaron. Me pregunto que habria pasado si en ese momento no hubiera tenido pilas en el pinganillo, supongo que el tambien se lo pregunta… pero seguro que no habria ganado Carapaz, por eso no lo hizo.
Ahora habra que ver que pasa cuando no tenga que ayudar a nadie, estara a la altura? Realmente sera capaz de pegar tanta paliza en la montaña como para recuperar lo que le cae en las contrarelojes? Yo soy fan y creo que puede, pero ya veremos…
Tampoco creo que le interese rebelarse en el tour contra Nairo, aunque los dos se vayan a ir del equipo. Tendra que hacer una Carapazada y simplemente ganar antes! Claro que si! Bien jugao Richar!
Yo vengo del MTB, a mi esto del ciclismo deporte de equipo… pues si, si puedes ayudas, pero al final es un deporte individual y esa es la gracia. Estan quitando mucho espectaculo con esta tecnica de "todo el equipo para uno, pobre de aquel que se salga de la fila." Ojala dupliquen el numero de equipos y dividan los ciclistas por equipo por la mitad, seria muchisimo mas espectacular.
En cuanto al comentario sobre el Yates, fue una locura como lo saco de quicio la prensa. Eso traducio al ingles es que no lo entienden… Al final lo que paso fue:
1.- hubo una montonera al final (en llano) de una etapa, por salir de ella, yates empujo a Landa y Landa acabo perdiendo minutada
2.- al llegar a la meta, tipico periodista capullo le pregunta "que te ha pasado por que llegas tan tarde?" Landa responde: "el puto yates! esque es retrasado… que va como un loco y me ha empujado en la montonera!" (o algo asi)
3.- el periodista publica el tipico titular sensacionalista : landa llama puto retrasado a yates
4.- la prensa mundial lo traduce al ingles como "fucking yates is mentally retarted", que no suena igual en ingles que en español (de españa), desde luego
5.- landa acaba teniendo que pedir perdon publicamente
6.- yates sale todo falso diciendo que no pasa nada que lo entiende "jeje"
y donde esta la disculpa de yates por haberle empujado en la montonera???? al final el que queda mal es Landa cuando el malo de la pelicula es yates.
Moraleja: no hables con un periodista como hablarias con un colega.
Moraleja 2: en la proxima montonera saca los codos
El unico consuelo es que con todo y eso Landa ha acabado no solo recuperando esos minutos sino haciendo 4º bastante por delante de Yates.
Como me gustaria ver este año una escapada Landa y Rigo metiendo minutada a todos en el Tourmalet!