Existe un principio no escrito en el arte: los ejercicios de nostalgia suelen salir mal. Lo que fue especial, lo fue por un conjunto de circunstancias imposible de repetir. Pero los principios están también para que existan las excepciones. Y Deadwood, la película, es una bendita excepción. Más de diez años han pasado desde la cancelación repentina de una de las mejores series que se hayan emitido por la pequeña pantalla. Y, milagro, ahora nos encontramos con un ejercicio de nostalgia que ha salido bien, aunque nos hace sentir más nostálgicos de lo que hubiésemos querido, porque nos ha recordado que nuestra nostalgia estaba justificada.
No, la película Deadwood no está al nivel de los viejos episodios. Pero eso era imposible; han pasado trece años. La película Deadwood es todo lo que, poniéndonos realistas, podía aspirar a ser: una despedida digna, emotiva, bonita y bien hecha. ¿Cabe ser benévolo con ella? Después de todo lo que pasó con esta serie, desde luego.
Entre 1999 y 2008, la HBO redefinió por completo el concepto de qué puede hacerse, cómo puede hacerse y hasta dónde puede hacerse en una serie dramática de televisión. Eran los días en que la prensa usaba la frase «no diga televisión, diga HBO», que no sé si fue inventada por el departamento de publicidad de la propia emisora (o no), pero que nadie discutía porque se ajustaba por completo a la realidad. En las últimas dos décadas, las variantes más comerciales del espectáculo han ido a peor —música o cine—, pero las series han dado un considerable salto de calidad. Y eso es producto, nadie con dos dedos de frente lo discute, de aquella década mágica en la que una cadena de cable, hasta entonces mejor conocida por sus retransmisiones deportivas, estableció un nuevo paradigma.
De las varias series memorables que HBO produjo en aquella época, hubo tres que aspiraron a la perfección. The Sopranos estuvo a punto de conseguirla, de no ser porque la muerte de la grandiosa Nancy Marchand cercenó bien pronto el que iba a ser su arco dramático central, la relación entre el neurótico mafioso Tony Soprano y su no menos neurótica madre, Livia. Con todo, The Sopranos aguantó fantásticamente bien el golpe y, si se quedó sin la perfección, no se quedó sin la grandeza. Más suerte tuvo The Wire, prevista también de antemano como un todo; sus cinco temporadas fluyeron como la seda y la convirtieron en la que es, para mi gusto, la serie más redonda que haya tenido el placer de contemplar.
Deadwood, la tercera de las obras maestras de HBO, fue un caso aparte. Duró tres temporadas, que fueron absolutamente fabulosas, pero no consiguió una popularidad que justificase, al menos de cara a los ejecutivos de la cadena, los elevados costes de producción. También hubo cuestiones empresariales que serían largas de contar y que solo se fueron desvelando, con cuentagotas, a lo largo del tiempo. La cuestión es que fue cancelada por sorpresa; el que resultaría ser su penúltimo capítulo era magnífico, pero el último supuso un cierre en falso que dejó a todos un amargo sabor de boca. Siempre tuve la sensación de que la serie daba para dos temporadas más de alta calidad, porque no se habían notado claros signos de declive. Si usted nunca ha visto las tres temporadas originales, sepa que debería hacerlo cuanto antes. Juego de tronos o Breaking Bad están muy bien, pero esto era otro nivel. Muchas veces he leído que Deadwood es la mejor serie wéstern de la historia, y no, es más que eso: es una de las mejores series de la historia en cualquier género. En los primeros episodios de su primer año ya ofrecía momentos de intensidad que otras series no alcanzan —cuando los alcanzan— a finales de una temporada. Supongo que en HBO han tenido tiempo de arrepentirse por aquella cancelación, que fue la principal mancha de la cadena durante unos años que solo pueden calificarse de mágicos.
El creador de Deadwood, David Milch, rehusó la opción de escribir una temporada de cierre con la mitad de duración que las anteriores. Aceptó escribir un par de episodios especiales, pero nunca se llevaron a cabo. El reparto al completo se mostró lógicamente disgustado al conocer que la serie no continuaba. No solo por perder su trabajo; como han dicho a lo largo de los años todos los actores implicados, sentían que con Deadwood estaban haciendo algo único. De hecho, todos se ofrecieron desde el principio a rodar los especiales, o bien una película que cerrase de manera digna una serie que había sido tristemente mutilada. Los rumores sobre la posible película circularon durante años. Cuando hace poco le preguntaron al actor Timothy Olyphant, protagonista de la serie (si es que en esa serie coral había un protagonista), sobre cómo ha sido posible, después de más de una década, reunir al grueso de aquel reparto, respondió con una seriedad poco característica en él: «Estábamos todos disponibles. Realmente no hay mucho más misterio que ese. El guion era bueno, así que ha sucedido». Una manera diplomática de ocultar lo que todos sabíamos desde hace mucho: que todos los involucrados estaban deseando hacer esto porque profesan un más que comprensible amor hacia la serie. El propio Olyphant, que alcanzó mucha más popularidad con la entretenida Justified que con Deadwood, ha hablado siempre de esta última como hablaría cualquiera de una querida novia de juventud que murió de forma temprana.
Viendo la película que se acaba de estrenar, que como digo no es perfecta, ese amor se percibe con claridad. Todo el reparto está visiblemente entregado a su trabajo y, a juzgar por el aspecto visual, todo el equipo técnico ha aplicado la misma dedicación. Ahí están Ian McShane como el malhablado Al Swearengen, Molly Parker como Alma Ellsworth, Paula Malcomson como Trixie, Gerald McRaney como George Hearst, Kim Dickens como Joanie, etcétera,. Por desgracia, no está nuestro querido Richardson. El carismático actor que interpretaba a ese maravilloso personaje, Ralph Richeson, falleció en 2015. Lo sé, no hay justicia en este mundo.
Quien más me ha sorprendido es Olyphant; nunca me gustó mucho en la antigua Deadwood. No me entiendan mal, el tipo me cae extraordinariamente bien; de entre los actores anglosajones no especializados en comedia es el más divertido, con olímpica diferencia sobre el resto, y sus entrevistas son literalmente espectaculares (no sé por qué Olyphant no se ha dedicado a la comedia stand up: sería increíblemente bueno en ello). Pero no era el mejor intérprete del mundo. En esta película, sin embargo, está enorme y por momentos incluso sublime. De hecho, aquí está la que quizá sea la mejor secuencia de su carrera, una escena breve que —nunca pensé que diría esto de Olyphant— verdaderamente pone los pelos de punta.
Lo dicho, todo en su sitio. Hasta la fotografía nos retrotrae a aquel mundo, y la imagen tiene la misma relación de aspecto en la pantalla como la que se usaba por aquellos años. El propio David Milch, a quien diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer al mismo tiempo que empezaba a trabajar en este guion, se ha tomado esta película casi como un testamento; eso también se nota. Lo que vemos ahora no es exactamente igual a que lo que vimos en aquellas tres temporadas, faltan cosas, hay carencias, pero no hay nada fuera de sitio. Para que me entiendan: cuando se resucita un mundo de ficción tan complejo y característico como el de aquella legendaria ciudad, hay muchas, muchísimas cosas que podrían salir mal. Hay muchas cosas que podrían habernos chocado o habernos parecido artificiales. Sin embargo, durante las dos horas que dura este tardío canto del cisne, quizá se echen a faltar algunos aspectos, pero eso era de esperar. Lo sorprendente es que, entre lo que sí hay, nada parece fuera de lugar. Ha sido, literalmente, una resurrección. Cierto, puede parecer inverosímil que personajes que habían abandonado la ciudad regresen todos a la vez a ella después de diez años, pero es que no podía cerrarse la historia de otra manera. Lo que no hubiera tenido sentido es despedir ese mundo en otras localizaciones que no sean el sucio y destartalado poblado de Dakota del Sur.
También es cierto que el argumento de esta película es simple. Quizá incluso mecánico. No se partía de cero, no es una nueva historia, sino un colofón. Pero, por encima de todo, Milch ha respetado el espíritu de su propio trabajo. Por ejemplo, ha escrito sus característicos diálogos más propios de un teatro antiguo que de un wéstern televisivo, con esa combinación tan particular entre orfebrería shakesperiana y expresiones procaces. Lo que Deadwood necesitaba a estas alturas no era un cierre argumental, sino un cierre poético y elegante. Ese aspecto, Milch lo ha bordado. Ha demostrado una exquisita sensibilidad a la hora de hacer algo tan difícil como clausurar todo un inmenso mundo en algo menos de ciento veinte minutos. Piensen en la cantidad de secuelas y reinicios que han salido mal; es complicado no fastidiarlo con los retornos. Un escritor ha de tener algo especial para conseguir que semejante viaje al pasado no nos parezca un viaje absurdo.
¿Es la película Deadwood tan buena como lo fue la serie? No. ¿Es perfecta como película aislada? No. Sus defectos son evidentes y fáciles de señalar. Pero piensen en lo difícil de sacar adelante algo como esto, que no es una película al uso. Es, literalmente, un último episodio, solo que tiene lugar diez años más tarde de lo previsto (diez años en la ficción; en la realidad han sido trece años de retraso). Creo que huelga decir que esta película es para quien haya visto antes la serie y entienda el trasfondo. A quien no haya visto la serie, le puede parecer un aceptable, pero algo simple y difuso, wéstern de dos horas sin mucho que contar. Para el antiguo espectador de Deadwood, sin embargo, es una despedida emotiva. Es como mirar una fotografía: no se la entiende igual sin conocer la historia que hay detrás. Esta película es justo eso: una última fotografía de un universo que creíamos perdido para siempre. Quienes estamos familiarizados con ese universo vemos mucho más que una fotografía. Como cuando alguien visita su lugar de nacimiento después de muchos años. Cada rincón y cada rostro tiene un significado propio.
Así que insisto, quien no haya visto la serie, sepa que esto es un episodio final y no otra cosa. Eso sí, que se ponga con la primera temporada cuanto antes porque se está perdiendo una verdadera obra de arte. Quien sí haya visto las tres temporadas de Deadwood, que pierda el miedo a quedar horriblemente decepcionado: era ya imposible un colofón perfecto, no era sensato pedirlo a estas alturas, pero se nos ha dado el colofón todo lo bueno que era posible. Y, en cuanto a tono, el colofón que necesitábamos. No para atar cabos, no para cerrar argumentos, sino para asistir al digno funeral de aquella serie que nos dejó a medias. Eso sí, uno se queda con ánimo de eso, de funeral. Lo peor de todo esto es saber que no habrá más episodios convencionales de Deadwood. No es que no nos hubiésemos hecho a la idea, desde luego, pero asomarnos durante un rato a las embarradas y cochambrosas calles de la ciudad que pisaron Wild Bill Hickok, Calamity Jane o Wyatt Earp nos recuerda lo realmente especial que era toda aquella mugre.
Deadwood ha muerto —por fin, con un entierro digno—; larga vida a Deadwood.
Amén a todo.
Volver a disfrutar de Al Swearengen, por última vez, es como volver de un sueño maravilloso… Al terminar la película, se me queda una extraña sensación de irrealidad, de pertenencia y, sobre todo, de nostalgia. Deadwood me marcó a fuego, ha sido una experiencia vital en mi vida y, si realmente venimos del barro, yo me aferro al lodo hediondo de las Black Hills. Es cierto que es imposible condensar en cien minutos largos de metraje lo que se hizo en 3 temporadas sublimes, pero David Milch ha sido FIEL a su historia, a sus personajes, a su estilo, a esa tensión magníficamente sostenida que inmortalizan los mejores momentos de la serie, solo al alcance de unos pocos elegidos. Sin duda, es una película hecha para los fans, para los que ya conocían el sucio y depravado universo de Deadwood, y los guiños autorreferenciales se suceden casi a cada minuto. Sin embargo, la muerte en 2015 de Ralph Richeson- el inclasificable Richardson, y la ausencia de Titus Welliver- Silas Adams, me dejan cierta sensación de vacío, un vacío que se agiganta y se hace insoportable al no contar con la presencia del grandísimo y brillante Powers Boothe- Cy Tolliver, fallecido en 2017. Sin el carisma de Al, Cy era el antagonista perfecto, una pieza indispensable en el devenir de este pueblo fronterizo de Dakota del Sur. Puedes recuperar los decorados, a la mayoría de esos actores y actrices que formaron un elenco casi perfecto, incluso puedes recuperar la esencia shakesperiana que desapareció hace 13 años. Pero lo que nunca se podrá recuperar es el tiempo. Ralph Richeson, Powers Boothe, descansen en paz.
Larga vida a Deadwood.
Me vi los primeros episodios y al final la dejé. Lentitud exasperante, tramas que avanzaban a rastras, capítulos en los que apenas pasaba nada, personajes cargantes como el de Calamity Jane… El diseño de producción y la puesta en escena, eso sí, de diez, una ambientación incontestable, nunca el duro oeste fue tan duro y tan real.
Pero no dejaba de ser la historia de un mafioso y todos los personajes que pululan alrededor. O eso concluí entonces, tal vez precipitadamente, no digo que no. Me pareció vestir a un muñeco ya visto con una ropa distinta. No fue suficiente.
Sí, a mí me pasa lo mismo con las series lentas pero tengo un sistema de invención propia que consiste en unos muelles adheridos a las zapatillas. Cuando la cosa se pone muy, muy lenta, o sea cuando dos están hablando más de treinta segundos sin que se maten entre sí, empiezo a pegar unos botes tremendos en el suelo y así la cosa ya se hace más movidilla. También tengo una peonza gigante que empieza a girar cuando montas sobre ella agarrándote a un manillar de mi invención, a la que le das cuatro o cinco meneos de cadera y con eso, puedes ver Doce hombres sin piedad sin caer muerto, en serio! Sí, la verdad es que Deadwood no dejaba de ser la historia de un mafioso, la que era buena que te cagas y con un tema original fue Cowboys y Aliens y es que yo creo que los guionistas deberían esforzarse por encontrar temas jamás vistos ni imaginados siquiera por mente humana. Eso molaría!
Bravo. ¿Se te ha pasado así el berrinche de comprobar que lo que te gusta a tí no le gusta a todo el mundo o aún sigues con la pataleta?
¿…?
En España hasta donde se y pregunté durante mucho tiempo en Fnac solo se editaron en DVD las dos primeras temporadas.
Caigo aquí de nuevo después de buscar información sobre Show me a hero, otra espina que me he sacado.
Desde esa llamada segunda época dorada de la televisión que Jotdown es referente cuando quiero saber más sobre una serie.
Ha pasado un año desde que vi por fin la tercera temporada y ese emotivo broche final.
Lagrimones me saltan al recordar a esos personajes, como si pienso en los de The Wire.
Lentas dicen algunos…
Gustos hay para todos los colores.
También hay quien no lo tiene.
Yo tuve la misma impresión cuando comencé la primera temporada… pero la segunda es mucho peor. El diseño de producción, la ambientación y todo lo demás estará super cuidado, pero cuando por mucho que te esfuerces no consigues que te interesen ni los personajes, ni la historia – el único que tenía algo de carisma, aparte del tabernero, era Wild Bill Hickock y moría al tercer o cuarto episodio – se hace imposible seguir viéndola.
A mí la segunda temporada de Deadwood me recuerda a la parodia de los Simpsons sobre la nueva trilogía de Star Wars: horas y horas de debate parlamentario sobre los aranceles a la importación de guano. La segunda la acabé a pura fuerza de voluntad, porque la serie tenía críticas muy positivas, pero si Ian McShane dijo que juego de tronos era solo «tetas y dragones» Deadwood es lo mismo, pero sin dragones.
Pues yo tampoco pude pasar del cuarto episodio. Para gustos, colores.
Gran serie. A ver si sacan la tercera temporada en dvd.
Por desgracia, tampoco está Cy Tolliver. El carismático actor que interpretaba a ese maravilloso personaje, Powers Boothe, falleció en 2017. Y este artículo se ha olvidado de citarlo. Lo sé, no hay justicia en el mundo.
Esque Don Emilio tie muchas cosas en que pensar y no pue estar a todas, Ramón.
La he visto hoy. Emotivo final para una serie sublime que se merecía al menos cinco temporadas, pero me ha sabido a poco.
Qué pedazo de actor Ian McShane, cómo llena la pantalla. Solo con asomarse a su balcón ya eclipsa a los demás actores con su presencia y carisma.
No fue una serie que me agradara demasiado. No me suelo interesar por las series de época. Me pareció fabulosa la interpretación de Keith Carradine, al que mataron muy pronto, dejando el peso del dramón sobre Olyphant, un niño bonito quien siempre me ha parecido que no llega a creerse los personajes que interpreta [en Justified, por ejemplo, me parece más convincente «Shane», el salvaje Walton Goggins]… Sin embargo, admiro su literatura. Es siempre un placer leerle, aunque uno no esté de acuerdo con su gusto. Ve el mundo con los ojos de un niño.
Enhorabuena.