La capital japonesa ya no llama la atención por su tecnología, pero sigue siendo una ciudad futurista: es la vanguardia del mundo al que vamos.
Nunca había visto la globalización tan claramente como aquí. Tokio resulta extrañamente familiar para un europeo. No es Madrid, ni Londres, ni Estocolmo, pero tampoco es realmente extranjera. Esa es la mayor sorpresa que me he llevado en la capital japonesa: descubrir que muchas cosas son idénticas al otro lado del mundo.
Los japoneses llevan las mismas Nike que triunfan en Madrid. El mismo modelo, ese blanco y negro, que se inventó para correr y sentir el suelo en los pies, pero que unos jóvenes de Seúl, Londres o San Francisco convirtieron en una moda global.
Los adolescentes también llevan pantalones rotos. Y aunque los escaparates de Harajuku son imponentes, lo cierto es que protegen las marcas que conocemos (Adidas, Muji, Levi’s, Zara).
Hay hasta un barrio hipster, Shimokitazawa.
Hace dos décadas Japón se asociaba con las nuevas tecnologías, pero ahora los japoneses miran con asombro los mismos teléfonos que nosotros. Hacen cola para comprar un iPhone idéntico al que puede comprarse mi padre en un pueblito de Alicante.
Pensaba todo esto mirando el cruce de Shibuya, ese paso de cebra bullicioso que es la imagen icónica de Tokio. El sitio más característico de la ciudad es un lugar globalizado: es tradición asomarse al cruce desde un Starbucks, café en mano, y entre los neones de la plaza destaca un cartel de Netflix. El mismo que hay en la Puerta del Sol en Madrid y probablemente en Times Square.
Entré en una librería sin entender nada… pero el libro más vendido resultó ser de una norteamericana que ofrece consejos de «crecimiento personal, satisfacción y éxito».
Con los japoneses compartimos hasta la nostalgia infantil. En las tiendas retro de Tokio venden videojuegos y figuritas que reconoceréis: muñecos de Dragon Ball, Transformers, Game Boys, cartuchos de Super Nintendo y consolas antiguas que funcionan. Encontré un Mega-CD que llevaba veinte años conservado en su caja. También pagué cien yenes para echar una partida al Street Fighter II, que es la máquina recreativa de mi infancia, y de la de muchos japoneses.
Más que diferente, Tokio me pareció adelantado. Como si estuviese anticipando el mundo global al que nos dirigimos.
La ciudad es una mezcla de costumbres locales y novedades (aparentemente) venidas de Occidente. Hay bares de ramen por todas partes, pero también muchos cafés para llevar. Es evidente la influencia de Estados Unidos, porque abundan las hamburguesas y las mochilas The North Face. Pero es simplista pensar que Tokio es una ciudad sometida o entregada a la imitación.
Tokio está tomando cosas prestadas, pero selectivamente, y al mismo tiempo está inventando. En Tokio —como en Londres, Berlín o Bogotá— se está conformando una cultura global. Nos puede gustar más o menos, pero las capitales prósperas de medio mundo están definiendo una forma de vida particular. Por eso Tokio, Estocolmo y Madrid se parecen cada vez más. La gente allí tiene hábitos que se alejan de los que solían ser (y de los que todavía son en otros lugares). Esa nueva cultura compartida debe mucho a Estados Unidos, pero no tanto como solemos pensar. Estados Unidos era un país de barrios residenciales, viviendas unifamiliares y grandes almacenes a los que se accede en coche. Las ciudades de las que hablo son entornos urbanos, cosmopolitas, amigables para el peatón. Las capitales globales, en muchos aspectos, son más europeas que otra cosa.
Esas ciudades están tejiendo un mundo compartido. En Oslo, París y Tokio la gente viste parecido, toma café caminando, queda para almorzar o ir de compras, cena en restaurantes de sushi, a veces bebe vino y lee en los parques. La gente camina deprisa, se mueve en metro y (cada vez más) en bicicleta. Entre ellos se esconden los ganadores inconscientes de la globalización. Escuchan música parecida, aunque ecléctica, usan Spotify, Netflix, Instagram. Ven las mismas series, compran las mismas cosas, viajan a los mismos destinos y tienen preocupaciones parecidas: pagan demasiado por casas pequeñas y se preguntan cómo conciliar el trabajo y su familia.
No creo, en definitiva, que Tokio esté absorbiendo una cultura ajena. Creo que las ciudades están definiendo una cultura híbrida.
Esto puede gustarnos o no. Mucha gente siente que la modernidad está destruyendo el mundo tradicional. Y es verdad que el mundo está haciéndose más homogéneo y, en ese sentido, aunque quizás solo en ese, también más pobre. Así lo creen muchos progresistas, lo que no deja de ser una paradoja.
Pero yo tiendo a ser comprensivo con la globalización. Para empezar, creo que exageramos su novedad. Asumimos que el pasado era un lugar inmutable hasta que llegó la modernidad a destruirlo. Pero no es verdad. Las sociedades humanas llevan milenios convergiendo. Cuando Colón llegó a América, allí nadie había visto un caballo, ni animales de ese tamaño (los jinetes españoles debían parecerles guerreros que montaban dragones). Pero trescientos años después la historia era diferente, como demuestran las películas del Oeste: los caballos se convirtieron en parte de la cultura de Estados Unidos y sus pueblos indígenas. Las sociedades humanas se han mezclado desde siempre.
Tampoco creo que tomar cosas de otras culturas sea negativo. ¿Deberíamos impedir que la gente reemplace una costumbre local por una extranjera? Me cuesta creerlo. No encuentro razones para decirle a alguien que no puede copiar. Si a los españoles les divierte celebrar Halloween y a los japoneses casarse en «iglesias», aunque no crean en ningún dios, me parece todo bien. Y si quieren tomar café además de té o hacerse hipsters, adelante también.
Me recuerdo de niño fascinado con unos dibujos japoneses. Por la razón misteriosa que sea, Dragon Ball entusiasmó a una generación de chavales de Girona, Ourense y Alicante. Si entonces me hubiesen dicho que no debía ver esos dibujos, porque eran extranjeros y ajenos a mi tradición, me hubiese parecido una injusticia. Si me lo dijesen ahora, me parecería además una malísima idea.
Recuerdo la primera vez que vi «Akira», ya sabes, el thriller futurista postapocalíptico, y sentir…en ese momento, una especial, y muy imaginativa, fascinación por Japón y todo lo que tuviera que ver con, no ya el país del sol naciente, sino con el país en el que, para mí, había nacido el futuro…
A esa película se le añadieron los trenes magnéticos y toda esa tecnología que hoy, como bien dices, puede tener casi cualquier ciudadano del mundo.
Hoy lo veo como un país al que visitar, ojalá algún día, pero un país más.
Me ha gustado tu pequeño artículo.
Cuando viajé Japón lo que más me sorprendió no es lo que se parece a Occidente, sino lo que no se parece. Que en modernidad iguala o supera a Occidente ya lo sabía. También sabía que hasta hace poco allí no ha existido el arte, la música, la ciencia, la arquitectura… tal como las entendemos nosotros, pero cuando estás allí no deja de ser chocante. Viajar por Europa consiste en ver catedrales, monumentos, museos de pintura, escultura, historia, arquitectura de todas las épocas, restos arqueológicos… Recorrer una ciudad europea es como leer un libro de historia, que a menudo va desde la antigüedad griega y romana hasta la actualidad. Pues bien, en Japón no hay nada de eso. Hay pocas cosas que tengan más de un siglo de antigüedad. Hay más arte en una pequeña ciudad italiana que en todo Japón. El Museo Nacional de Tokio, se supone que el más importante del país, es poco más que un museo de artesanía. Cuando planifiqué el viaje tenía previsto visitar varias grandes ciudades, pero desistí cuando me di cuenta de que todas son muy similares. Por supuesto, Japón es un lugar fascinante, pero por motivos totalmente distintos por los que lo es Europa.
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El problema con la globalización
Es parte economico y parte cultural . En cuanto a la economía el desmantelamiento del estado de bienestar con el cierre de una fábrica en Detroit o Hamburgo y su apertura en filipinas o México es un problema porque no es que exista un reparto más equitativo de recursos es que dónde se destruye tejido productivo y social no se recrea en otra parte. Allí donde un obrero pierde seguro médico pensión etc en El otro lado del mundo se come un poco más se compra un celular o una bicicleta . Lo cual es muy bueno para quien vivía en la miseria pero no se acerca ni remotamente a la prosperidad pérdida en El otro lado del mundo.
Las que ganan son las élites trasnacionales que pueden pauperizar las condiciones de trabajo en dónde se les de la gana .
Alguien cree por un momento que dos mil millones de asiático podrán vivir en El futuro como un obrero alemán o estadounidense del siglo xx?
No es desarrollo es otra cosa.
Segundo la meritocracia y competitividad agudizaran los conflictos de manera despiadada al abandonar los sistemas tradicionales que eran amortiguadores de conflictos creando legiones de perdedores de la globalización desde jóvenes del primer mundo a los cuales se les retiro «la escalera de ascenso» porque sus títulos valen poco hasta los desheredados del quinto mundo que no pueden ni soñar con competir.
Tercero la parte «cultural » de la globalización , ese contacto global está poniendo a velocidad de tweet a culturas que no tienen absolutamente nada que ver con las otras que no comparten ni valores (los valores de unos son aberraciones para el otro) ni respeto por la vida humana o libertad , por no mencionar cosas como la libertad de credo sexual o siquiera el mínimo respeto por la orientación sexual o identidad de género . Todo esto sumado al traslado rápido de millones de personas a sociedades con culturas que desprecian en El mejor de los casos y odian en El peor es el caldo de cultivo de lo que pasa en Paris Bruselas.
La ingenuidad optimista sobre la globalización me hace acordar a cuando se mando el primer telegrama transatlántico y se afirmó que ahora que existía esa comunicación no habrían más guerras.
Todo lo contrario mayor cantidad de información no significa mayor comprensión. Ni aceptación siquiera tolerancia
En lo que conozco Tokyo, algo me dice que sus apreciaciones y visiones son tan acertadas y profundas como las que en 2013 apuntaban los atentados contra la ecología de Benidorm frente a la, por ejemplo, totalmente descatalogada y cursi Altea. En fin, para qué le daré al buscador….