Arte y Letras Filosofía

Psychoshop

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El retrato de Dorian Gray (1945). Imagen: MGM.

Photoshop solo es el primer paso. La posibilidad de pasar a limpio la propia imagen mediante un embellecedor informático no tiene por qué limitarse al físico, y no lo hará. Dentro de poco habrá a disposición de cualquiera que tenga acceso a un ordenador un programa de embellecimiento del alma —al que, por analogía, podríamos llamar Psychoshop— que funcionará más o menos así: empezará recopilando todas tus huellas digitales, sobre todo las frases (tuits, correos, sms, conversaciones grabadas…), a las que incorporará la información, real o ficticia, que quieras suministrarle, y con todo ello elaborará un esbozo de tu alma virtual, a la que podrás añadir las características y habilidades que desees. Por ejemplo, podrás decirle a Psychoshop: «Quiero conversar con la ironía de Oscar Wilde y citar a Shakespeare con frecuencia». A partir de ese momento, cada vez que escribas o grabes un mensaje, y del mismo modo que el corrector automático subraya las faltas de ortografía, Psychoshop te mostrará una versión de tus frases mejorada y enriquecida que podrás utilizar total o parcialmente. Con el tiempo, el programa se adaptará a tus deseos y necesidades de forma tan precisa que confiarás plenamente en él y dejarás que cree y envíe mensajes sin ni siquiera molestarte en supervisarlos, y la red empezará a poblarse de diálogos de fantasmas.

Puede parecer un término recién acuñado, pero Psychoshop es el título de una novela que Alfred Bester (el autor de El hombre demolido, uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción) empezó poco antes de morir, en 1987, y que fue terminada por Roger Zelazny. En la novela de Bester-Zelazny, Psychoshop no es un programa sino una tienda, pero la idea es básicamente la misma, pues en ese establecimiento se pueden comprar todo tipo de complementos y maquillajes para embellecer o enmascarar el espíritu.

Y en 1968, cuando internet y las redes sociales no eran ni siquiera futuribles, el dramaturgo y novelista británico Michael Frayn publicó Una vida muy privada, una lúcida sátira que anticipa la alarmante sustitución de las relaciones personales directas por sus sucedáneos electrónicos. En un futuro cercano, las clases adineradas rehúyen el contacto físico y se refugian en casas-búnker individuales en las que las ventanas han sido sustituidas por pantallas. Las partes pudendas ya no son los genitales, sino los ojos, siempre ocultos tras unas gafas ahumadas que solo se quitan en la más estricta —e infrecuente— intimidad.

Cincuenta años después de su publicación, la novela de Frayn no solo ha dejado de ser ciencia ficción, sino que en algunos aspectos incluso ha sido superada por los acontecimientos. La evitación del encuentro directo y la modificación/ocultación de la propia imagen —tanto física como psíquica— ya no es solo un perverso lujo de los ricos, sino una tendencia cada vez más generalizada y de consecuencias difíciles de prever en toda su amplitud.

La función 24

En cierta ocasión le preguntaron a François Mauriac quién habría querido ser, y contestó: Moi même, mais réussi. No me gustaría ser otro, sino la mejor versión de mí mismo; y, sobre todo, no me gustaría que otro fuera la mejor versión de mí mismo, un temor antiguo e insidioso plasmado de forma especialmente perturbadora en el mito del Doppelgänger.

En su Morfología del cuento, Vladimir Propp lleva a cabo un minucioso análisis formal de los cuentos maravillosos tradicionales, a partir de la idea seminal —embrión del estructuralismo— de que no son los temas ni los personajes concretos lo más relevante de los cuentos, sino las funciones que cumplen dichos personajes; funciones que se repiten en todos los cuentos y siempre en el mismo orden, y de las que Propp identificó treinta y una.

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El doctor Frankenstein (1931). Imagen: Universal Pictures.

En la medida en que esos «pequeños mitos», como los denomina Lévi-Strauss, que son los cuentos maravillosos reflejan aspiraciones y conflictos básicos, no es extraño que las principales funciones señaladas por Propp aparezcan de manera recurrente en todo tipo de relatos, tanto ficticios como verídicos, y muy concretamente en ese gran relato que es la historia de las sociedades humanas. Y en este sentido resulta especialmente significativa la función 24 de la clasificación de Propp, denominada Pretensiones engañosas: «Un falso héroe reivindica para sí pretensiones engañosas», atribuyéndose los méritos del verdadero héroe e intentando someterlo, desprestigiarlo o destruirlo.

El falso héroe de los cuentos maravillosos tradicionales se prolonga en el Doppelgänger de la literatura romántica —el doble oscuro que usurpa el lugar del protagonista y a menudo busca su ruina—, que reaparece con fuerza en la ciencia ficción terrorífica y distópica: clones, replicantes, androides, alienígenas metamorfoseados en humanos… Del mismo modo que la crisis de Wall Street propició el auge del cine de terror y el clima de desasosiego de la Alemania prenazi fue el caldo de cultivo del cine expresionista, la actual crisis socioeconómica explica la extraordinaria popularidad de símbolos como el zombi, el robot exterminador o el simio subversivo, que expresan la rebelión de la naturaleza ultrajada y de la tecnología pervertida, así como el descerebramiento y el canibalismo de una sociedad que diríase abocada a la autodestrucción.

Como nos recuerda Frankenstein, los peores monstruos son los que llevamos dentro y engendramos nosotros mismos a nuestra imagen y semejanza (no es casual que se designe a la criatura del doctor Frankenstein con el nombre de su creador), y el Doppelgänger que viene también lo crearemos nosotros, cada uno el suyo y juntos el de todos. Aunque tal vez no sea un demonio, sino un ángel de la guarda. O ambas cosas (al fin y al cabo, un demonio es un ángel caído).

Podemos imaginar dos versiones del Doppelgänger virtual, una «fuerte» y otra «débil», que tal vez no sean posibilidades alternativas sino etapas sucesivas de un mismo proceso. En su versión fuerte, nuestro doble digital tendría voluntad propia —o funcionaría como si la tuviera, lo que a efectos prácticos vendría a ser lo mismo— y nos dirigiría con la firmeza de un superego —nunca mejor dicho— insobornable. En su versión débil, el gemelo electrónico se limitaría a sugerirnos, con la impersonalidad de un GPS, el camino a seguir en cada momento; pero lo haría con tal solvencia y conocimiento de causa que sería muy difícil —y tal vez insensato— no hacerle caso. Con el tiempo, miles de millones de Doppelgänger individuales podrían integrarse en una superinteligencia de enjambre depositaria de los conocimientos, aspiraciones y temores de toda la humanidad, y capaz, por ende, de administrar sus recursos mejor que cualquier gobierno.

A mediados del siglo pasado, Arthur C. Clarke dijo que, si inventáramos máquinas inteligentes, sería lo último que nos dejarían inventar. Y Asimov replicó que el único peligro de las máquinas inteligentes era que no llegaran a tiempo de salvarnos de nosotros mismos. Puede que los dos tuvieran razón.

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6 Comentarios

  1. Rafael Perez Sanchez

    Muy bueno el articulo. A ver cuando nos ponen el Photoshop en los genes. Un saludo desde Catalunya, desde los tiempos de la revista STAR, finales de los 70´as que no sabia de ti ¿Y Luis Vigil ? Grandes eruditos de la ciencia ficción. Gracias a JotDown. Yo también sigo, sigo con arte e ilustración «online» ¡ Que la suerte te acompañe !

  2. Gracias, LRPS. Tiempos heroicos, aquellos. Vigil, ya octogenario, sigue dando guerra desde La Floresta. Y hace poco perdimos a Domingo Santos. Te buscaré en la red.

  3. Es inquietante el futuro, Carlo. A menudo tengo la impresión de que, entre tanto frenesí por los medios de comunicación y los avances tecnológicos nos encaminamos insensata y alegremente a algo desconocido confiando en el mañana. Años atrás leí a un profesor italiano, un tal Schiavone o Schiavoni, que hablaba de un inminente cambio o salto antropológico. Por la categoria supuse que se refería a una menor diferenciación entre los géneros, pero ahora resulta que podemos dejar de ser humanos. Brr. Espero que sea cierta y eterna esa afirmación que dice que las máquinas jamás podrán generar emociones. Gracias por la escalofriante y detallada lectura, pero me parece que te seguiré leyendo solo en tu rincón matematico donde no acierto una, pero por lo menos no salgo tan abatido. Scherzo.

    • Tal vez te refieras a Aldo Schiavone. Y gracias a ti, Eduardo, por tus asiduos comentarios. El problema no es tanto que las máquinas empiecen a generar emociones, como que los humanos dejemos de generarlas. La realidad virtual es un buen complemento, pero un mal sucedáneo.

  4. Liliana López

    Tremendo. Mas café por favor. Estas máquinas son sustitutos de las emociones a través de sus funciones. A ver cómo nos vamos haciendo el hábito de llorar o enojarnos con Alexa y Siri porque por ahora parece que solo exudan felicidad por solo 42€ . Gracias Carlo.

  5. Gracias a ti, Liliana. Llevamos un siglo enfadándonos con nuestros automóviles, así que ya estamos entrenados.

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