Ciencias Cine y TV

En este momento estás apareciendo como extra en un episodio de Rick y Morty y no lo sabes

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Rick and Morty, 2013. Imagen: Adult Swim / Netflix.

Quién dijo que la ciencia es cara. Para hacer ciencia solo hace falta un garaje, un niño de catorce años y un portal intergaláctico. Y la mente más brillante de los infinitos universos paralelos que están aquí ahora mismo, aunque no nos demos cuenta. El chaval es Morty Smith, el cerebro ultrasónico es el de su abuelo Rick Sánchez, y juntos son Rick y Morty, la serie animada de ciencia ficción más bizarra, descabellada, inquietante, bestia y descacharrante de los últimos años, la ficción que te fríe los sesos y te los hace comer después, la animación más ácida de la galaxia, creada por Justin Roiland y Dan Harmon, dos cabezas radicalmente hiperproductivas, generosas, dislocadas, merecedoras de una dimensión propia por la cara.

La serie empieza, ya desde el primer minuto del episodio piloto, sin la menor intención de presentar a los personajes. De hecho, todos los episodios arrancan así, a saco, sin vaselina. Con Rick Sánchez, un científico alcohólico retirado, un psicópata amante de la farra y la bulla cósmica, saliendo de su agujero, que es el garaje de la casa de su hija, donde vive, para obligar a su nieto, Morty (un nene a quien le falta una hora de horno) a que le ayude en una misión en un universo paralelo, mientras en la realidad de su casa se desarrolla otra trama más anodina pero no menos rara.

Estas misiones, o aventuras, como Rick las llama, nunca son sencillas, nunca tienen mucho sentido y suelen ser lo más parecido a un viaje alucinógeno que se haya visto jamás en la tele. Las aventuras o, más bien, las pesadillas lisérgicas van desde robar un isótopo a una banda de alienígenas que viven en un planeta a lo Mad Max a visitar un spa extraterrestre donde les borran los malos recuerdos, pasando por la transformación de Rick en un pepinillo para escaquearse de una sesión de terapia familiar, o la invocación de los Meeseeks, unos geniecillos de los deseos bastante panolis con muy bajo nivel de estrés. Empiezan así y acaban con el regreso, la vuelta a casa, trayendo cualquier chorrada de otra dimensión o el recurrente cristal intergaláctico que Rick consume de forma habitual (por la nariz). O no trayendo nada. Da igual. Qué más da de qué van los episodios, quizás lo mejor de la serie es que cada secuencia de cada capítulo es tan referencial y tan densa en claves que daría para hacer una serie entera (ese flash de Morty enterrando a Santa Claus con un tiro en la cabeza es de antología).

Toda la serie es como un monstruoso holograma, reproducible con cualquier fracción. A veces parece que los guionistas (Justin Roiland y Dan Harmon) recurrieran a duplicados de sí mismos que vivieran en otra dimensión, otro tema recurrente en la serie, este de la multiplicidad de versiones de uno mismo en universos paralelos. Porque Rick y Morty no solo visitan otras dimensiones, sino que se encuentran con otros Ricks y otros Mortys por todas partes, una y otra vez, o viven vicariamente otras vidas como en el estupendo «Roy Playing» de la segunda temporada. Siempre hay otro universo, siempre hay «otro yo» por ahí, recuerda lo que los guionistas te están diciendo todo el tiempo: tienes otra oportunidad. Pero da lo mismo porque vas a cagarla en todas y cada una de las ocasiones, y bien a fondo. Esta viene a ser la moraleja de la serie, el eje de las galaxias: nada cambia. Quizás por eso hay tantas escenas de la familia, que son Rick, Morty, sus padres, Jerry (un tonto a las tres) y Beth (una cirujana de caballos), y Summer (una teenager más espabilada que su hermano Morty), sentados frente a la tele viendo realities uno detrás de otro, viendo las vidas de los demás, todas más aburridas que una castaña. Hay tantos programas de realities (y realities dentro de realities) en Rick y Morty como universos paralelos, todos muy malos, muy chungos, muy descerebrados.

Las referencias a la realidad de aquí, a la nuestra, son continuas también. Si no andas despistado, puedes dar con comentarios de ciencia pura y dura, como en el episodio de los gatos de Schrödinger, o en el de la inyección de oxitocina de Summer, o el episodio del testículo gigante sobre el principio de Heisenberg. Pero ¿de qué son la mayoría de los referentes en Rick y Morty, sino de ficción de género? La purga, Cronenberg, Doctor Who, Los cazafantasmas. En definitiva, hacer un maratón de Rick y Morty si has tenido una semana regulera te puede dejar con la sensación de centrifugado instantáneo de la realidad, como si esta existencia de aquí estuviera a un paso de otra realidad fantástica, un pasito que nos hace dudar seriamente de todo lo que nos rodea (¿no será nuestra dimensión un gran glitch dentro de un programa de simulación mientras pagamos el IRPF?) y que da que pensar sobre la salud mental de los creadores de la serie, el adicto al tequila Justin Roiland, y Dan Harmon, quien hace tiempo declaró que padecía Asperger a todo trapo y reconoció su «abuso de sustancias», lo que quiera que eso sea.  

Todo empezó cuando Roiland, un avispado pelirrojo de un pueblito de California se plantó en Los Ángeles para trabajar como actor de comedia. Muy pronto Sarah Silverman lo descubrió y lo fichó para su programa de Comedy Central, donde apareció en varias ocasiones como «Blonde Craig». Por entonces Roiland también trabajaba para Channel 101, donde en 2005 creó House of Cosbys, una serie de animación en la que un tal Mitchel se inventaba una máquina para clonar a Bill Cosby, su comediante favorito. Roiland, como era de esperar, recibió una demanda judicial de los abogados de Bill Cosby (a quienes no les debe faltar trabajo ahora, por cierto) y tuvo que suspender la serie. Como se encontró sin nada que hacer y más cabreado que una mona, y eso para alguien como Justin Roiland debe ser algo que le motiva mucho, se inventó Doc and Marty, un corto de animación muy poco apto para menores en el que un científico en bata le dice a un niño que si quiere que le baje la cometa del árbol, pues que le chupe las nueces. El científico y el niño, Doc y Marty, eran dos copias de los protas de Regreso al futuro. Para evitar más líos judiciales llamó al corto Doc and Mharti y lo presentó en el festival de cine de Channel 101 del 2006. En el corto, las voces de Doc y Mharti las hizo el mismo Roiland, a quien ya reconocemos por poner voces en Gravity Falls o en Adventure Land. Por ahí circula un vídeo de Roiland grabando las voces de Rick en el estudio, para lo que se bebe hasta tres tequilas y que sea lo que Dios quiera (por cierto, en la versión inglesa original de Rick y Morty hemos tenido el enorme gusto de oír las voces de Danny Trejo o Susan Sarandon o ¡Werner Herzog!). El caso es que el corto de Doc and Mharti, que era de una animación bastante cutre y fea, le gustó mucho a Dan Harmon, y así fue como empezó la leyenda.

Dan Harmon, quien también había trabajado como guionista en el show de Sarah Silverman, era para entonces uno de los cofundadores de Channel 101. Había escrito ya algunos guiones para cine (como Monster House) y era el creador de Community, para la NBC, una serie protagonizada por la estupenda Gillian Jacobs, basada en su propia experiencia en la universidad. Community funcionó muy bien hasta que Harmon empezó a tener una bronca detrás de otra con los de Sony —que producían la serie— y Sony acabó echándolo del programa, en 2012 (aunque luego volvió, un par de años después). Para entonces ya estaba grabando su propio podcast, Harmontown, que aún rula, en el que los invitados juegan en directo a Dragones y mazmorras o Shadowrun o cualquier otro juego de rol, y del que se hizo un documental con el mismo nombre. También estaba ya trabajando (madre mía, qué capacidad de trabajo la de los guionistas) en Adult Swim, la filial de animación para adultos de Cartoon Network, cuando comenzó a colaborar con Justin Roiland. A Harmon le había gustado mucho el corto de Doc and Mharti, así que decidieron crear el episodio piloto de Rick and Morty basado en este, o, más bien, en lo que sería una versión algo dulcificada del corto.

Harmon escribió el episodio piloto con la misma técnica con la que ha creado todos sus otros guiones (y que, por cierto, han aplicado otros guionistas como Vince Gilligan en Breaking Bad), un método que se le ocurrió cuando estaba atascado escribiendo un guion, allá por los noventa. Lo llama «el ciclo del relato». El ciclo del relato viene a ser una versión muy particular de la teoría del monomito de Joseph Campbell, que él resume así: un personaje se encuentra en su zona de confort, su medio familiar. Quiere algo. Para conseguir su objetivo entra en un entorno nuevo y desconocido. Se adapta a este entorno. Resuelve una serie de situaciones conflictivas que le hacen pagar un alto precio hasta que consigue lo que buscaba. Vuelve a la situación original. Ha cambiado por la experiencia. Tal como explica Harmon, la diferencia entre un guion para cine y otro para series es que para el primero tienes que escribir y resolver una historia en noventa minutos, mientras que para una serie lo que quieres es que el espectador vuelva a por más cada semana, por eso el protagonista tiene que volver al punto de partida al final de cada episodio, tal como ocurre en Rick and Morty. Y, si bien es cierto que apenas hay cambios en Rick (quizás porque lleva muchos años saltando de dimensión en dimensión y viendo lo feo que es siempre todo, y de ahí su cinismo, y su aburrimiento, y su tristeza, que la tiene), sí vemos cambios en su hija Beth y, sobre todo, en Morty, en Morty sí es muy evidente el arco dramático (ay, el arco de triunfo por el que hacemos pasar a nuestros personajes), que le lleva de la ingenuidad de los primeros episodios a la mala baba al final de la última temporada y a la rebelión contra Rick.

Aunque tres temporadas después siguen llevándose bien. La última vez que los hemos visto juntos ha sido nada menos que en la gala de entrega de los Premios Emmy 2018, en la que presentaron el premio al mejor reality, cómo no, muy monos, de chaqueta y pajarita. Al rato, el premio a la mejor serie de animación se lo llevaron ellos, lo que ha supuesto la renovación de la serie para setenta episodios más que no veremos hasta finales de 2019 (poco después vimos al equipo de animación explicando que cada episodio lleva seis meses de trabajo, a un ritmo bastante enloquecedor). Así que hasta entonces no vamos a verlos, aunque seguro que van a estar por aquí, en esta realidad, de alguna manera. De hecho, ya se han colado en nuestra dimensión más de una vez. En un episodio, Rick le confiesa a Morty que lo único que le hace levantarse por las mañanas es volver a probar otra vez en su vida la salsa Szechuan que McDonald’s sacó en el 98 como promo de la peli Mulan. Al día siguiente de la emisión del episodio fue tal la demanda de los fans vía Twitter y Facebook que McDonald’s tuvo que sacar la salsa de nuevo, un solo día, en febrero de este año, agotándose enseguida, con peleas en los restaurantes por conseguir un sobre de mezcla de salsa barbacoa y teriyaki bastante infumable.

Aunque quizás lo que de verdad ha acabado de rizar el rizo y de abrir el portal intergaláctico ocurrió el pasado verano, cuando Farook Ali Khan, un profesor universitario, envió a una serie de revistas científicas y académicas un artículo que tituló: «Nuevas herramientas para combatir los parásitos intergalácticos y su transmisibilidad en el planeta Zyrgion». El artículo, que era una parodia bastante evidente de un episodio de Rick and Morty, firmado para más recochineo por una tal Beth Smith, describía una teoría para neutralizar a estos parásitos usando imanes. Pues bien. Tres de estas revistas científicas, de farmacia, microbiología y ciencia biológica aplicada, acabaron publicando el artículo. Seguro que Rick se rio un buen rato. Y luego cambió de canal.

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4 Comentarios

  1. Risas garantizadas con Rick y Morty, amén de una leve inquietud existencial derivada de exponerse a hipótesis peregrinas sobre multiuniversos… Buen artículo; habría que puntualizar que las revistas que publicaron lo del planeta Zyrgion no son publicaciones científicas, aunque pretendan hacerse pasar por ellas. Carecen de revisión por pares y publican cualquier cosa mediante pago.

  2. Señor dinero

    Pues que entonces me paguen, quiero mi dinero!

  3. rick and burro

    Serie totalmente infravalorada y a la vez sobrevalorada por el humor tonto y socarron que te pega en la cara. Esa primera capa de humor simple eclipsa un transfondo filosófico que mucha gente no (quiere) ve(r). Justo ahora mismo hay un artículo en El país discutiendo sobre las mejores series y el autor la describe RandM como «No hay nada que aprender ni conclusiones que sacar». Alguien que ha visto la serie (con un mínimo de atención) entiende el tratamiento de la familia, del nihilismo… Por no hablar de toda la ciencia ficción que acumula. Aunque el quitarle valor a los dibujos animados es algo constante. Bojack Horseman también prodría ser para niños según algunos. Archer es la única que considero que es más plana y con un objetivo puramente lúdico (sobre todo para el protagonista) sin pretensiones.

    • Pues no sé de dónde seas (supongo que de España) pero aquí en Latinoamérica la serie es conocida justamente por tener fans muy molestos que proclaman que es la obra más compleja que haya existido en la televisión y que sólo los más inteligentes pueden disfrutarla, lo que ha dado lugar a muchos memes, pero de lo que nadie duda es de que la serie sí tiene mucho contenido.

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