Según una de mis abuelas, mi cuarta palabra fue «tocadiscos». Primero dije «agua». Luego, «mamá» y «papá». Y ella siempre contaba que un día de tantos en que me estaba cuidando en casa mientras mis padres trabajaban señalé al plato y lo nombré, mal que bien, reclamando aquello a lo que me había acostumbrado sin remedio: música. Siempre. Así que no puedo recordar cuál fue realmente el primer álbum al que puse atención. Pero en mi relato personal, en lo que me cuento a mí mismo cuando quiero definir mi identidad, ese disco es y será el Ziggy Stardust.
Me veo a mí mismo en la sala de estar, ya con once o doce años, acercándome al equipo con una pila de CD (el Ziggy, los cuatro primeros de Led Zeppelin, el rojo y el azul de los Beatles, el Flashpoint de los Rolling Stones, el Tea for the Tillerman), un viejo sillón con ruedas y unos auriculares, sentándome, dándole al play y dejando que «Five Years» comience a un volumen muy por encima de lo recomendable. Sin pensar nada. Solo alucinando, siguiendo el crescendo, esperando ese minuto 2:45 en que la voz de Bowie casi se convierte en un grito. «Soul Love» me parecía indecentemente relajada, y dejaba pasar su saxo y su tono Marc Bolan sin querer dejarme seducir por ellos. Hasta que Ronson la cortaba en seco y empezaba la que para mí sigue siendo la mejor canción de Bowie. «Moonage Daydream» es algo tan alucinante que puede sonar en cualquier momento, en cualquier contexto. A partir de ahí, todo fluía, hasta los organillos forzados y los ecos excesivos, o la para mí fuera de lugar «Sufragette City», hasta ese maravilloso contrapunto final en forma de suicidio. Yo tenía once años o doce años y no entendía nada de nada. Pero joder, cómo sonaba aquello.
No sé si nos hemos dado cuenta de que The Martian y Guardians of the Galaxy son la misma película sin serlo. Dos tíos que todos querríamos ser, mitad nerd, mitad superhéroe cool, la lían en el espacio mientras escuchan música a todo volumen. El Ziggy es la cuerda que los mantiene unidos. El uso que Scott y Gunn hacen de las canciones en sus películas capta, posiblemente sin quererlo, una de las mil facetas que tenía Bowie. Una que nos llegó a muchos que nos pasamos la adolescencia leyendo a Asimov, a Clarke, a Bradbury, a Lem. Solos, claro, porque las leyes de la probabilidad garantizan que solo haya uno o como mucho dos de estos elementos en cada clase de cada instituto. En David Bowie estaba esa sensación de aventura constante, de novedad inevitable, de última frontera que encontrábamos en los relatos de ciencia ficción. Sin eludir la tragedia ni la amargura. Pero haciendo que todo brillase, dándole un toque de riffs, rayos pintados en la cara, glam swag. Lou Reed y Philip K. Dick haciendo un disco juntos. El Ziggy era una síntesis perfecta de nuestras obsesiones, tan buena que dolía pensar que era cierta.
«Life on Mars» era un tanto obscena, por explícita en sus aspiraciones de fantasía. «Space Oddity» estaba hecha para alguien más. De hecho, para todos los demás. No me reconcilié con ellas hasta que se me pasó la tontería adolescente de no querer escuchar lo que todos los demás apreciaban. C.R.A.Z.Y. es una pequeña y modesta joya cinematográfica del Quebec. Zac Beaulieu es un chaval que descubre su homosexualidad y, al mismo tiempo, la homofobia propia de un hogar conservador (y de todo su entorno) en los años setenta. En una escena que resume la película, Zac está en su cuarto escuchando «Space Oddity» y cantándola a pleno pulmón, con un rayo pintado en la cara al estilo de la portada del Aladdin Sane. «Now it’s time to leave the capsule if you dare», canta Bowie. En la pared de su habitación hay una imagen gigante de la Tierra vista desde la Luna. Y el paralelismo sobre la exploración es tan obvio como efectivo. Desde ese instante escucho la canción a menudo, y siempre de otra manera.
Algo similar me sucedió con «Heroes». Probablemente la canción más escuchada y reproducida de Bowie, junto a «Under Pressure». Se grabó en 1977, dos años después de «Hero», del grupo alemán Neu!, pioneros de todo lo que se podía ser pionero en aquel entonces. El título es un homenaje: Bowie, Brian Eno y el productor Tony Visconti la compusieron y grabaron en Berlín. El resultado es grandilocuente y denso aunque superficial. No es del todo exagerado afirmar que sin «Heroes» cosas como Muse no habrían existido jamás. Estéticamente es casi lo contrario de cualquier pieza del Ziggy, que resulta ligero pero al mismo tiempo profundo por intrincado. Por eso nunca le presté demasiada atención. Hasta que me encontré con el concierto de 1987. Bowie tocó en Berlín, con el Muro como fondo. En una entrevista con Performing Songwriter, Bowie relataba el momento en que tocó «Heroes». Miles de personas escuchaban al otro lado del Muro, el mismo al que se refiere la letra:
I, I can remember
Standing, by the wall
And the guns, shot above our heads
And we kissed, as though nothing could fall
And the shame, was on the other side
Oh we can beat them, forever and ever
Then we could be heroes, just for one day.
Bowie cuenta cómo podía oír el corear del público de Berlín del Este. Y remata: «I’d never done anything like that in my life, and I guess I never will again». Sencillamente, no hay manera de volver a escuchar la canción (mucho menos la grabación original de aquel concierto) sin recordar 1987. La canción no está muy inspirada, ni siquiera es particularmente original. En realidad, va de un par de amantes que se besaban junto al Muro y que no eran sino el propio Visconti y su amante Antonia Maaß. Pero, como suele pasar con los himnos, es reinterpretada por la época y quien la habita. Así que ahora «Heroes» es un canto a la heroicidad de quien no puede serlo en ese instante.
En un momento dado casi todos nos olvidamos de David Bowie. Yo también. Como dejé de leer ciencia ficción. Pero hace un par de años estaba en una fiesta en casa de unos amigos de amigos, de esas de «habláis de música y no la escucháis», como dice el Tote King. En un momento dado unas palmas, desacompasadas primero, unidas a un sintetizador después, salían de los altavoces. Me llamó ligeramente la atención porque escuchaba algo que mi cerebro no era capaz de procesar demasiado bien. Los ritmos encajaban pero no. Después, un discreto piano. Y a los tres minutos, la voz imposible de olvidar del Ziggy pasada por el tamiz de las décadas. Me separé del grupo y me acerqué al altavoz. Era un remix, claro. Pero era Bowie. Había oído que tenía un disco nuevo, pero aquello no era lo que esperaba de una vieja gloria. En el minuto cinco la arritmia desaparece (en realidad, las palmas vienen de la pieza «Clapping Music» del compositor Steve Reich) y James Murphy, el productor encargado del remix, deja que el adictivo fraseo de Bowie lo llene todo. La cosa sigue hasta el minuto ocho, en que entran las palmas de nuevo, mucho más disciplinadas y discretas en un segundo plano, y la cosa muere con elegancia a los diez minutos de haber nacido. Sin previo aviso, un tío que sacó su primer disco en 1967 era lo más perfectamente moderno que había oído esa noche, esa semana y casi ese año. El remix formaba parte de una reedición de su nuevo disco, The Next Day (2013), así que había sido escogido por el propio autor. Para qué dejarse llevar por lo fácil. Para qué desfallecer. Para qué dejar de explorar.
Su último álbum, Blackstar, salió solo unos días antes de su muerte.
Poco después de aquella fiesta decidí que ya era hora de volver a leer a Stanislaw Lem.
Tengo que decir que soy un aficionado a la música desde pequeño y que, incomprensiblemente, llegué a Bowie bastante tarde (nací en el 69)…al cumplir los 40 aproximadamente…en ese momento tenía gran bagaje musical, pero os juro y perjuro que descubrí meses y meses de pura satisfacción (y sorpresa) sonora. Ahora forma parte de la BSO de mi vida.
A estas alturas, la sensación de escuchar por vez primera Ziggy Stardust es una de las cosas que más envidia le pueden dar a uno. Y Moonage daydream es la mejor canción que existe, pero no solo por DB, sino también por el inmenso Mick Ronson…
Es muy dificil quedarte con una sola canción de Bowie, pero Moonage Daydream es una de mis preferidas sin lugar a dudas y no me canso de escucharla y ver ese concierto de los 70 con ese riff insuperable de Mick Ronson.
Pocos pueden presentar tal cantidad de discos y canciones memorables como este señor. «Moonage daydream» de las mejores. «Stay» con Earl Slick y Carlos Alomar una de mis favoritas.
Yo el primero que escuché fue Space Oddity porque en la enciclopedia de un amigo ponía que se trataba del mejor álbum de música moderna de la historia. Quedé fascinado. Después salió el Black Tie… Y después me puse a investigar más y más. Daría lo que fuera por perder mi memoria musical y empezar de nuevo. Que pudiera!
Gracias por el artículo, Jorge.
Estaba leyéndolo tan a gusto y a punto de ponerme el Ziggy para saborearlo una vez más cuando de repente me llega al tímpano la señal del parte diciendo que ha fallecido el grandísimo Dr. John. Goodspeed Mr. Rebennack.
En fin, bueno, quería comentar que yo soy de los tardíos también con respecto a Bowie, tan tardío que lo primero que escuché fue un recopilatorio que bajé el mismo día que falleció. Hasta ahí había escuchado algo pero nunca le dediqué tiempo la verdad, y lo que me estaba perdiendo.
El resultado de aquello es que de la siguiente feria de música que pasó por la ciudad volví a casa con el vinilo del Ziggy Stardust. Me dejó clueco y, por supuesto, deseando hacerme con más discos suyos. Ahora ya, junto a él están el Space Oddity, el Aladdin Sane y el Hunky Dory más el cd recopilatorio que en su día bajé. Y la cosa irá aumentando.
Se duplicó la o brrr ;)
Nadie ha descrito mejor las etapas de su vida que David Bowie. ¿Cómo? Con la absoluta y maravillosa variedad que se aprecia en su discografía. Qué evolución, qué artista. En The Rise And Fall… yo también soy muy de Moonage Daydream, es un cañonazo de cuidado. Pero sin duda, mi versión favorita es la que aparece en el directo del Ziggy Stardust Soundtrack. Qué calidad. Y Ronson, ay Mick Ronson. Uno se pregunta por qué no siguieron juntos, a la vez que mira el resto de la carrera y entiende totalmente el por qué de esa decisión.
Y concuerdo totalmente con «Stay», mi tema favorito de «Station To Station» que, pasan los años, y me sigo preguntando si realmente no es mi álbum favorito de Bowie. Porque, señores, la entrada del álbum con el tema homónimo es una burrada se mire por donde se mire.
David, hijo, que te echo de menos.
Los discos de Bowie se escucharán cuando tengamos que abandonar la Tierra para siempre. Stanislaw Lew, que regresó de las estrellas, definió un mundo sin alicientes, donde todo era diversión y temor a partes iguales (Retorno de las estrellas). No creo que en esa sociedad encajaran bien las canciones de nuestro cantante. Siempre me gustó, desde que la escuché por primera vez Ashes to ashes, y Lady Grinning Soul, aparte de muchísimas otras. El Station to station, enterito.