Arte y Letras

Radiografía del trol a través de los tiempos

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Míralos, dijo la madre trol. No encontrarás troles más bellos a este lado de la luna. John Bauer (1915).

Grimas y leyendas

El origen de la palabra «trol» es algo difuso. Su versión castellanizada ha perdido una ele por el camino del original «troll» del nórdico antiguo, una lengua germánica utilizada por los escandinavos cuando los vikingos eran algo más que una serie de televisión protagonizada por gente con barbacas, trencitas y peinados canis. Aquel «troll» ártico parecía ser una derivación del sustantivo neutro «trullen» del lenguaje protogermánico, una palabra que los lingüistas no tienen del todo claro de dónde ha salido.

En el caso de los troles escandinavos las raíces se encuentran firmemente plantadas en los mundos fantásticos, y la propia palabra «troll» (o «tröll») adquiere diferentes significados dependiendo de a qué historia mitológica uno se asome. Porque según el texto consultado el término puede referirse tanto a un hombre lobo, como a un demonio e incluso a un jotun, siendo este último a su vez un vocablo capaz de englobar a gigantes pero también a criaturas increíblemente feas o a deidades de diversa naturaleza entre las que se encuentran Skaði o Gerðr.

Algunos textos redactados en nórdico antiguo definen al trol como una «criatura gigante que no pertenece a la raza humana, un monstruo de espíritu maligno». El islandés Snorri Sturluson, en su Edda prosaica (una especie de greatest hits de la poética mitológica), mencionaba la que se había considerado como una de las primeras apariciones del gen trol en la historia: el encuentro, allá por el siglo IX, entre el poeta Bragi Boddason y una trol fémina donde la segunda se presentaba como devoradora de soles, fangirl de profetisas, succionadora de energía de gigantes y guardiana de los nafjarðar. Una definición que te dejaba un poco igual porque aquello no tenía ni puto sentido y en el fondo nadie acababa de ponerse de acuerdo sobre la traducción ideal de la lírica en nórdico antiguo.

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Trol de mar. Theodor Kittelsen.

En el ecosistema de las fábulas nórdicas, los troles comenzaron a colarse en los cuentos adoptando la forma de seres longevos, fuertes, agresivos, que gustaban de devorar de un bocado tanto rocas como señores desprevenidos y cuya piel se convertía en piedra cuando era salpicada por la luz del sol. En algunos casos estos seres poseían cola y eran capaces de cambiar de forma a voluntad para transformarse en perros, gatos o incluso troncos de árboles caídos. A los troles los espantaban los rayos (como consecuencia de haber sido históricamente hostigados por Thor y su martillo), el hierro y todo lo que tuviese relación con el cristianismo, desde los crucifijos hasta la palabra «Jesús».  Actualmente, hay quien incluso justifica la escasa presencia de troles en la sociedad por culpa de tanto rayo certero como tenemos hoy en día y tanta iglesia agitando las campanas.

Los troles más pequeños (una versión reducida conocida como bjergtrolde o bjergfolk en Dinamarca y como troldfolk o tulls en Noruega) solían refugiarse en familia entre las montañas o en los túmulos funerarios. Residencias donde ejercían con maña labores de granja y desde las cuales organizaban excursiones hasta los pueblos cercanos para saquear casas (eran capaces de hacerse invisibles a voluntad), secuestrar a personas para esclavizarlas, putear en general e incluso intercambiar a sus retoños por bebés humanos. Pero era posible tenerlos más o menos contentos con ofrendas ocasionales que ayudaban a que se les pasase un poco la tontería. Durante las noches de luna llena y algunas otras fiestas de guardar, el troldfolk montaba farras a las que estaban invitados otros seres mágicos y se ponía fino pimplando brebajes elaborados por brujas.

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El chico y el trol de piedra. John Bauer.

Inicialmente, Escandinavia poseía la exclusividad total del trol como figura del imaginario popular, pero tanto la palabra como la criatura comenzaron a invadir tierras ajenas tras la traducción al inglés de Norske Folkeeventyr (Cuentos populares noruegos), una recopilación de leyendas realizada por el folclorista Peter Christen Asbjørnsen.

Entre los cuentos repescados por Asbjørnsen uno de los más populares resultó ser «Askeladden som kappåt med trollet»El chico que retó a comer a un trol»). Una historia donde un padre enviaba a sus tres hijos al bosque para recoger madera y estos se topaban durante la excursión con un amenazante trol agreste. El más joven de los chavales lograba engañar al monstruo, un ser de pocas luces y muchas miopías, al retarle a un concurso de fuerza y dejarle boquiabierto haciéndole creer que era capaz de extraer jugo de una piedra aplastándola entre sus propias manitas. En realidad, lo que el niño estrujó ante la mirada del trol fue un queso que su madre le había incluido en la mochila para merendar. El trol acababa invitando al pequeñuelo a comer gachas en su casa y, una vez sentados a la mesa, el niño lograba engañarlo de nuevo simulando que poseía buen saque ante los platos a base de deslizar la comida en su zurrón. El trol sentenció que estaba impresionado ante aquella manera demencial de zampar y el chico sugirió que se hiciese un agujero en el estómago, añadiendo que tampoco dolía tanto, para dejar hueco y seguir disfrutando del jale. La criatura lo consideró lógico y se perforó la panza, palmándola de manera horrible ante un niño que ni siquiera se había movido de su silla y estaba dispuesto a saquear la casa del trol en busca de oro con el que pagar las deudas familiares.

Sobre los terrenos del mundo real, los troles se convirtieron en inspiración para bautizar ubicaciones en los mapas: el nombre de la urbe sueca Trollhättan se traduce literalmente como «La capucha del trol», porque los mitos del lugar aseguraban que los troles estaban cómodamente afincados entre cavernas de las islas del río Göhta. Y Trollstigen (traducido como «La escalera del trol») es una carretera, ubicada al este de Noruega, de más de cien kilómetros que trepan zigzagueantes por una enorme montaña.

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Troes de las raíces. John Bauer.

Con el tiempo el saber popular ha acabado dictaminando más o menos que los «troles» mitológicos probablemente tiene la misma pinta que aquellos cabrones que perseguían al protagonista de David el gnomo para merendárselo. Aunque existen unas cuantas excepciones pop, entre las que destacan los Moomins, esa familia adorable y achuchable de pálidos troles escandinavos.

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Con la leyenda bien arraigada no hacía falta demasiado para que los troles comenzasen a meter la pierna en el mundo del arte. El noruego Theodor Kittelsen le pilló rápidamente cariño a lo de colorear fantasías al encargarse de ilustrar el tomo Norske folkeeventyr (Cuentos populares noruegos), y entre el bestiario nacido de sus brochazos destacaron especialmente las siluetas de un bonito puñado de troles: el Trol del mar (1887), la montaña literal que era el Trol del bosque (1906), el pensativo Trol que se pregunta su edad (1911) o El trol en Karl Johansgate (1914) que se paseaba por la calle más importante de Oslo acojonando al personal. En el parque de atracciones de Hunderfossen, al este de Noruega y entre montañas rusas, artefactos jugueteros, castillos y gnomos, se erige la estatua gigante de un trol que parece haberse escapado de un cuadro de Kittelsen.

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Portada de Norske folkeeventyr, Trol que se pregunta su edad, Trol del bosque y El trol en Karl Johansgate. Theodor Kittelsen.

John Bauer también agarró la fama gracias a seres de leyenda, entre los que se encontraban unos cuantos troles. Él fue el encargado de convertirlos en acuarelas para que se paseasen por la serie de ocho libros Bland tomtar och troll (Entre gnomos y troles). Y suyas son las maravillosas Mírales, dijo la madre trol. No encontrarás troles más bellos a este lado de la luna (1915), Troles de las raíces (1917), La madre trol busca esposa (1915), El chico que nunca tenía miedo (1912), El rey de la colina (1909) o El chico y el trol de piedra (1910) entre muchos otros.

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Portada de Bland tomtar och troll, La madre trol busca esposa, El rey de la colina, El chico que nunca tenía miedo. John Bauer.

«En el salón del rey de la montaña» es una de esas composiciones musicales que todo el mundo conoce pero pocos saben de dónde ha salido o cómo se llama. Se trata de una partitura compuesta por Edvard Grieg para acompañar a la obra Peer Gynt de Henrik Ibsen. Y, más concretamente, se trata del fragmento que se utiliza como música incidental (y muy dinámica, pues acompaña perfectamente la acción) para embellecer una escena donde el protagonista escapa por una gruta perseguido por un ejército de troles. No fue el único idilio musical que Grieg mantuvo con estos seres porque el hombre también se encargó de firmar «La marcha de los troles».

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Un gigantesco trol en el parque de atracciones de Hunderfossen. Imagen: hunderfossen.no.

En los mundos de J. R. R. Tolkien, la raza trol había sido criada por Morgoth, el señor oscuro anteriormente conocido como Melkor. Un villano que, celoso de los ents, fabricó a los troles como criaturas humanoides gigantescas, despiadadas y de coeficiente intelectual tan roñoso como para que les costase aprender un idioma más allá de farfullar cuatro cosas en la Lengua Negra o en la jerga orca. Sus troles eran monstruos de tres a cinco metros, de verdosa piel pétrea, personalidad macarra y gustos culinarios bastante centrados en comerse a la gente. Pero también venían equipados con un problema de serie, porque al haber sido creados mediante un sortilegio efectuado en la oscuridad eran extremadamente vulnerables a la luz: bajo los rayos de sol, la coraza de su piel crecía hacia adentro y aquellos camorristas de la Tierra Media se convertían en piedra. En El hobbit, Bilbo Bolsón, Gandalf y la compañía de enanos se tropezaban con una acampada de tres troles (William, Bert y Tom), pero el mago gris lograba confundirlos tirando de ventriloquía hasta que el amanecer los pillaba desprevenidos y los convertía en estatuas. Por las páginas de Tolkien se presentaban, o eran mencionados, varios tipos de troles: troles de las cavernas, troles de las nieves, troles de las colinas, troles de las montañas y los Olog-hai, un linaje fabricado por Sauron a base de un tunning mágico que los convertía en troles 2.0, monstruos más inteligentes, más ágiles y a los que no les afectaba la luz del sol. Cuando Peter Jackson trasladó el universo de Tolkien al mundo cinematográfico se tomó la libertad de idear nuevos troles como los Guldur Olog-hai y los troles de las montañas nubladas, unos gigantes del tamaño de una torre que lucían mucho en pantalla durante la Batalla de los Cinco Ejércitos.

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El hobbit: la Batalla de los Cinco Eércitos. Imagen: Warner Bros. Pictures.

El trol moderno

Las nuevas tecnologías han sido capaces de incubar un nuevo concepto de trol mucho menos mágico y mucho más cabrón que sus primos nórdicos. El trol acuñado en internet nació a finales de los ochenta, entre los canales de la redes Usenet y BBS, donde se utilizaba la expresión «trolling for newbies» para referirse al acto de tender trampas a los novatos recién llegados a los grupos de noticias y foros de opinión. En inglés, el verbo to troll hace referencia a la pesca a la cacea, esa variante basada en arrastrar el aparejo por las aguas para que los pececillos corran detrás en busca del cebo en movimiento. Como la palabra también encajaba estupendamente con la naturaleza canalla de los seres mitológicos, aquel término lo tuvo fácil para comenzar a solidificar lo que sería el «trol de internet» actual. O lo que es lo mismo: una palabra con la que definir a la persona que, aprovechando el anonimato de la red, se dedica a putear a otros usuarios, provocándolos, azuzándolos, puteándolos con bromas o tendiendo cebos para reírse de ellos. La naturaleza humana es lo que tiene, que por lo general resulta ser mucho más cabrona que las historias de fantasía.

En Estados unidos, durante el septiembre de 2008, un chaval de dieciocho años llamado Carlos Ramírez pasaba una noche tonta procastinando sus labores y garabateando chorradillas en el Paint de Windows. Poco antes de irse a la cama decidió compartir su última creación, seis viñetas bromeando sobre trolear en ese nido de chalados que es 4chan, y la subió a su página personal de devianART, un espacio ideado para compartir ilustraciones con el mundo. Añadió al post un pequeño apunte explicando que la jeta de boca socarrona dibujada en su tebeo era un intento de emular al Rape Rodent, un retrato de Super Ratón con expresión bellaca que nunca llegó a convertirse en meme a pesar de aspirar a ello. La coña del asunto radicaba en que aquel Rape Rodent también era un dibujo parido por el propio Ramírez, pero firmado con un apodo distinto.

A la mañana siguiente, el eminente artista descubrió que a su pequeño cómic en Paint le estaban brotando patas. «Al principio no tenía intención de compartirlo. Luego lo colgué yo mismo en 4chan y me fui a la cama. Cuando me desperté vi que lo habían reposteado en varios hilos distintos». Creyendo que la cosa se quedaría en eso, Ramírez se alejó durante un tiempo de internet para descubrir a la vuelta que aquel monigote con gesto sonriente se había convertido en un meme absurdamente exitoso. Uno que las masas adoraban y habían bautizado como trollface. La fama del careto había sobrepasado a la de las viñetas que lo vieron nacer, otros usuarios habían recortado aquel rostro de sonrisa perturbadora y comenzado a pegarlo en todo tipo de foros, páginas web, imágenes y vídeos acompañado de frases que referenciaban el acto de trolear o simplemente apuntaban la presencia de un trol en el lugar. Ramírez decidió ocultar a la familia sus logros virtuales, hasta que su hermana pequeña se chivó a sus progenitores y su madre, sorprendentemente orgullosa del éxito del chico, estampó el grafiti de una trollface en las paredes exteriores de la vivienda familiar. Algo que a su padre, por otro lado, no le hizo ni puta gracia.

Con el secreto revelado a sus seres queridos, Ramírez se encaminó hacia la oficina de derechos de autor y registró aquel careto grotesco como una creación propia. La ocurrencia funcionó mejor de los esperado y durante los meses posteriores el chaval comenzó a cobrar cheques de más de diez mil dólares en calidad de derechos de autor gracias a todos aquellos medios que pagaban para utilizar oficialmente la trollface. En 2015, Ramírez echó cuentas y concluyó que el garabato le había proporcionado más de cien mil dólares a su monedero. Aquella trollface llegó a aparecer en videojuegos como Mortal Kombat X, Zeno Clash, Minecraft, Trollface Quest o Meme Run, series como Black Mirror y lugares tan ilustres como una camiseta vestida por la barriga de Adam Sandler. A día de hoy, su propio autor sigue sin tener claro por qué aquella tontería gozó de tanta gloria: «Ni idea. Puede que porque es simple y fácilmente reconocible a varios tamaños, no lo sé. Fue un dibujo impulsivo, nada intencional, yo no soy un diseñador gráfico. Sí que hago algunas cosillas, pero eso ni siquiera está bien dibujado, definitivamente no es uno de mis mejores trabajos».

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Trollface en Black Mirror. Imagen: Netflix.

Cuando internet se apalancó definitivamente en la vida cotidiana de la sociedad lo hizo acarreando sobre el lomo su jerga y sus modos. La idea del trol de internet se trasladó al mundo real gracias tanto a aquellos que habían sido criados entre foros virtuales como a las chavaladas que consumían el contenido defecado por los youtubers de moda. El verbo «trolear» no tardó en invadir el argot callejero para designar lo que hasta entonces habían sido jugarretas o bromas pesadas.

Ejemplos de este nuevo tipo de trol contemporáneo son gente como aquella mente perversa a la que se le ocurrió camuflar cebollas como manzanas caramelizadas, el genio que tirando de una caja y una cámara de fotos se disfrazó de radar de tráfico, el chaval que sustituyó la foto de Jesús en casa de sus padres por una de Ewan McGregor como Obi-Wan Kenobi en la saga Star Wars, la persona que instaló una tumba falsa (con esqueleto incluido) bajo el porche de su casa para asustar a los inquilinos del futuro, Alec Baldwin luciendo una gorra con un «Make America Great Again» escrito en ruso, el listo que le hizo esto al mapa de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, la chica que llevó una foto de Danny Devito a tamaño real a su fiesta de graduación y el Danny DeVito que llevó una foto a tamaño real de dicha zagala al bar de su serie televisiva, las chaladuras públicas perpetradas por la tropa de Jackass, los que son amigos de portar pancartas jocosas a los eventos, o la existencia de Shia LaBeouf así en general.

En 1978, Mark Gubin se subió al tejado de su casa armado con una brocha y un bote de pintura blanca para escribir sobre el techo un enorme «BIENVENIDOS A CLEVELAND» que pudiesen leer desde las alturas todos los pasajeros de los vuelos destinados a aterrizar en el Mitchell International Airport, ubicado en las cercanías. El detalle importante de este acto es que la casa de Gubin está emplazada en la ciudad de Milwaukee, en el estado de Wisconsin, a setecientos kilómetros de Cleveland. En 2015, un usuario de Reddit descubrió la ocurrencia de Gubin y el hombre se convirtió en noticia de nuevo como ejemplo de una troleada fabulosa que cualquiera puede confirmar tirando de Google Maps. «No hay ningún propósito detrás de esto más allá de crear el caos, algo en lo que resulta que soy bastante bueno», aclaró unos cuantos años atrás Gubin, un fotógrafo jubilado, al periódico local. «Es tan solo una broma, por pura diversión. Vivir en el mundo no es fácil, es mejor que trates de divertirte».

Cuando la chanza se hizo popular, un caballero de Cleveland invitó a Gubin a su casa para que le decorase el techo con un «BIENVENIDOS A MILWAUKEE», pero el ideólogo del aquel gigantesco felpudo de bienvenida declinó amablemente la propuesta. Y un vuelo de la compañía Northwest Airlines que efectuaba el trayecto de Denver a Cleveland tuvo que tranquilizar por megafonía a su pasajeros cuando los viajeros, tras ver pasar por debajo la casa de Gubin, supusieron que el piloto se estaba saltando alegremente la parada. En realidad tan solo habían sobrevolado la morada de un trol.

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Imagen: Google Maps.

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4 Comments

  1. Agustín Serrano Serrano

    Muy buen artículo.

  2. The Lady of Shalott

    Genial este artículo!!

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