Amaba al Gran Hermano. George Owell, 1984.
La primera frase de una novela se escribe para el lector. La última es la que escritor guarda solo para él. Sin la responsabilidad de que alguien siga leyendo. Sin el peso de la seducción.
THIS IS NOT A EXIT. Escribió Bret Easton Ellis al final de American Psycho. No sospechaba entonces lo mucho que le costaría salir de ahí.
Terminal. Escribió John Barth en El fin del camino. Era, desde el título, la mejor forma de acabar.
Hay autores que llevan una palabra encerrada, que desean soltar como una bomba antes del último punto. Como un mecanismo de relojería que resuena al mismo tiempo que la novela avanza sobre el teclado. Una palabra que necesita ser escupida. La tenía dentro, como un reto antiguo que alguna vez tendría que cumplir, Richard Brautigan cuando escribió La pesca de la trucha en América. Mayonesa. Sí. Una vieja aspiración.
Aunque, a veces, no se puede ni llegar a ese punto final. Sucede —o, mejor, no sucede— en Una mujer infortunada. Quedan diez líneas por escribir en esta página y he decidido no usar la última. Se la dejaré a la vida de alguna otra persona. Espero que haga mejor uso del que hubiera hecho yo. Pero de verdad lo he intentado. Después, un agradecimiento en cursiva, a los fabricantes del bolígrafo y de la libreta. Y una conclusión, «Ifigenia, papá ha vuelto de Troya». Brautigan no había completado esa última línea que quedaba huérfana. Se suicidó en su casa de California, frente a una ventana por la que se veía el Pacífico. Encontraron su cuerpo un mes después. Su cadáver estaba en avanzado estado de descomposición.
¿Qué fue lo último que leyó antes de volarse la cabeza?
John Singer Sargent murió mientras dormía a los sesenta y nueve años. Junto a él tenía un libro de Voltaire. No se puede confirmar dónde se quedó antes del sueño. Como no se puede saber si Shelley estaba leyendo el libro de Sófocles que guardaba en el bolsillo cuando se ahogó. ¿Llegó Freud al último capítulo de su Balzac cuando murió? Es el libro más adecuado que puedo leer en este momento ya que trata del empequeñecimiento y la inanición.
La última línea que nos espera. Que no necesariamente coincide con la última que imaginó el escritor. La última línea que escribe un poeta. O la que se le atribuye en un papel desgastado. Y este sol de la infancia.
No habéis venido aquí a leer. O esto sería el Paraíso. La Muerte, siempre tan explícita. Como en un cuadro de Brueghel, el Viejo.
Vorbis se levantó, y después de un momento de vacilación, siguió a Brutha a través del desierto. La muerte los vio alejarse. Así acabó Terry Pratchett Dioses menores. Con su personaje favorito. Ella.
AT LAST, SIR TERRY, WE MUST WALK TOGETHER. Escribió su amigo Rob Wilkins, en su cuenta de Twitter el día que Pratchett falleció.
Hay escritores que quieren que nos vayamos todos en la última página. Se queda en silencio el teclado. Y el lector. Y el libro acaba cuando alguien se marcha.
Comprendí que todo era inútil. Era como si me despidiera de una estatua. Transcurrió un momento, salí y abandoné el hospital. Y volví al hotel bajo la lluvia. El adiós de Hemingway en Adiós a las armas.
De vuelta a casa, caminó hacia los árboles, se internó en las sombras, y dejó atrás el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo que se doblaba. Truman Capote para terminar A Sangre fría.
John Updike. Corre, Conejo. Ah, corre. Corre.
A veces el autor tiene que llevarse a su personaje para poder salvarle. Así libera Joseph Heller a su protagonista en Trampa 22. El cuchillo pasó a escasos milímetros de Yossarian, que a continuación se marchó.
El final de Mary Shelley para Frankenstein: las olas lo alejaron, y muy pronto se perdió de vista en la oscuridad y la distancia.
El final de Bram Stoker para Drácula: más tarde comprenderá que unos hombres la amaron tanto que se atrevieron a todo por ella.
Quizá lo que entendía Sylvia Plath en el último de sus diarios era aquello que había sospechado desde el principio. Sobre el amor de los hombres. Sobre el amor de un hombre en particular. Deseo cosas que al final me aniquilarán, había anotado casi una década antes. Pero nunca sabremos qué escribió antes de suicidarse. Su último diario fue destruido por Ted Hughes.
Como los diarios de Philip Larkin. Veinticinco volúmenes que mantuvo durante más de medio siglo. Cumpliendo su testamento, su albacea los hizo desparecer. Quizá leyó la última frase. Quizá no.
En sus diarios, escritos en clave, Samuel Pepys apuntó que había visto Macbeth nueve veces. También escribió que se sentía culpable por su adicción al teatro. Era un experto en el espinoso asunto de cómo las coronas cambian de cabeza y cómo las lealtades se mueven con ellas. No es de extrañar que la tragedia escocesa le fascinara.
Lady Macbeth ha muerto. El bosque de Birnam se mueve como vaticinaron las brujas. Macduff presenta ante Malcolm la cabeza de Macbeth. Os damos gracias a todos y cada uno de vosotros, y a Scone os invitamos para la ceremonia de la coronación. Entre el público, tres mujeres extrañas sonríen. El Rey ha muerto. Viva el Rey.
No puedo resistir leer ni una sola línea de poesía. Lo he intentado últimamente con Shakespeare y lo he encontrado tan intolerablemente aburrido que me ha producido náuseas. Charles Darwin certificando el final de Shakespeare.
¿Escribió realmente Mozart una partitura para La tempestad? ¿Estaba la última línea del pentagrama en su imaginación? ¿Está la ópera fantasma solo en la nuestra?
Liberadme de mis ataduras; hacedlo con vuestras propias manos. Próspero rindiéndose antes de que caiga el telón.
Como un mago al que se cae la tramoya.
Estoy tan contenta de estar de nuevo en casa. John Waters no era el único niño que hubiera preferido que L. Frank Baum dejara a Dorothy en Oz.
Sudsudoeste, Sur, Sudeste, Este. No es la invocación de Dorothy a las brujas sobre el camino de baldosas amarillas. Es el vuelo del helicóptero al final de Un mundo feliz.
El autor que te dice que has empezado a leer un libro, también te avisa cuando llegas al final. Un momentito, estoy a punto de acabar Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino.
O te advierte de que el texto ha acabado cuando aún quedan letras por delante. Se quiebran las frases y se quiebra él. Francis Scott Fitzgerald en El Crack-Up.
… Y entonces me rompí como un plato viejo en cuanto oí las noticias.
Ese es el auténtico final de este relato. Lo que habría de hacer tendría que apoyarse en lo que se suele llamar «abismo del tiempo».
Finales ambiguos. Finales en anacoluto. Como si el escritor no quisiera despedir todavía al lector. O como si le dejara a él la última palabra. Como ese fundido a negro con el que Jonathan Safran Foer decide terminar Todo está iluminado.
En la casa todos duermen excepto yo. Escribo esto ante la luz de la televisión, y lamento que resulte difícil de leer, Sasha, pero me tiembla mucho la mano. No es por debilidad que ahora, mientras todos dormís, voy a ir al cuarto de baño, ni tampoco porque no pueda resistirlo. ¿Me comprendes? Voy a caminar sin hacer ruido, voy a abrir la puerta a oscuras y voy a
Todo está iluminado. O no.
David Foster Wallace, iluminado por Wittgenstein, mientras escribía su tesis doctoral en Literatura Inglesa. Se convertiría en su primera novela, La escoba del sistema, que también acaba sin acabar.
Puedes confiar en mí —dice R. V., contemplando la mano de ella— soy un hombre de
Y esta historia sobre las palabras termina sin la palabra palabra.
Virgilio tardó once años en componer la Eneida. 9896 versos en hexámetro dactílico. El último: vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras. Y la vida, exhalando un gemido, huye rebelde a la región de las sombras. Dice la tradición que antes de que Virgilio se adentrara en la sombra de la muerte pidió quemar su poema. Porque estaba incompleto.
El Ulises de Joyce tiene 260 430 palabras. La última es «sí».
Finales que afirman frente a historias que se cierran con una interrogación. ¿Hay alguna pregunta?, escribió Margaret Atwood en El cuento de la criada.
Doble tirabuzón. Colocar al final una pregunta con una onomatopeya. Los pájaros trinaban. Un pájaro le dijo a Billy Pilgrim: «¿Pío-pío-pi?». Kurt Vonnegut, Matadero Cinco. Poo-tee-weet?
Esas ocasiones en las que el autor decide cerrar el círculo y termina la novela con la frase que le da título. O quizá elige el título por la frase con la que corona la novela. Edipa se acomodó en la silla y se puso a esperar la subasta del lote 49.
Triple tirabuzón. Acabar la novela con la palabra que le da título que es además la palabra con la que el escritor ha comenzado su historia. Lolita.
La idea de Nabokov de que Cervantes tendría que haber rematado las aventuras de Alonso Quijano con un duelo entre el Quijote verdadero y el de Avellaneda. Aunque Cervantes prefiere hacer lo que aconsejaba Cicerón: irse antes de que la obra empiece a ser aburrida, hacer desaparecer a su personaje cuando recupera el juicio.
Ya estaba curado. La naranja mecánica. Sí, Anthony. Sí.
No sé una puta mierda. Eso debe de significar que por fin estoy cuerda. Y este es un momento excelente para empezar a volverme loca de nuevo. La epopeya alquímica-lisérgica de Daniel Pearse en Introitus Lapidis acaba con segundo cuaderno de notas de Jennifer Raine. Y acaba también con Daniel capturado por el diamante que ha buscado a lo largo de más de quinientas páginas. Lo explica Thomas Pynchon en el prólogo de la novela de Dodge. Como explica también que la última y principal regla de la magia es guardar silencio.
¿Es el mismo silencio del que habla Salinger al final de El guardián entre el centeno? No hables con nadie de nada. Si lo haces, empezarás a perder a todo el mundo. Quizá fue lo único que pasó por alto David Chapman, que después de asesinar a Lennon declaró con desatada incontinencia ante la policía. «Estoy seguro de que gran parte de mí es Holden Caulfield, que es el protagonista de este libro. Otra parte más pequeña de mí debe de ser el Diablo». También habló durante horas con un equipo psiquiátrico. Y con Dios. Fue Su voz la que le ordenó que se declarara culpable en el juicio. Amén.
La última palabra de la Biblia.
No le puedes enseñar nada a Dios. El club de la lucha, Chuck Palahniuk.
Siempre hay una ultima vez para todo. Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando. Arthur C. Clarke en Los nueve mil millones de nombres de Dios.
Aunque a veces las estrellas no se apagan. Y el final viene cargado con una luz que nace directamente de la oscuridad. Esa luz que Alejando Dumas pone en el último capítulo de El conde de Montecristo. Toda la sabiduría humana se puede resumir en dos palabras: confiar y esperar.
Que es lo que Margaret Mitchell le concede a Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó.
El portazo de Nora.
Finales que en realidad son otro principio. Finales que parecen fulminar al personaje. La muerte en falso de Sherlock Holmes en las cataratas de Reichenbach.
¿Cómo terminaban las ciento diez obras perdidas de Sófocles? De no haber desaparecido, ¿habría llevado Shelley alguna de ellas en el bolsillo el día que se ahogó?
Señora, todas las historias, si continúan lo suficiente, acaban en la muerte. Dijo Hemingway.
La quiero y ese es el fin y el principio de todo. Scott sobre Zelda en una carta a un amigo.
Y lo era. Lo había escrito para despedir a Gatsby. Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado.
Esa es la frase que se puede leer sobre la lápida de Scott y Zelda en el cementerio de St. Mary en Rockville. El mismo cementerio donde un cura le negó sepultura a Fitzgerald por ser un alcohólico que no abrazaba la fe con la regularidad debida. El mismo cementerio donde su hija consiguió que los restos de sus padres fueran trasladados tres décadas después. Esta vez, el arzobispo de la diócesis era un lector fiel. Sobre el mármol bajo el que yacen, la única frase que podía acompañarles para la eternidad.
So we beat on, boats against the current, borne back, ceaselessly into the past.
Eso es un final.
Era la primera muestra de dinero Joe Chip que veía. Intuyó con un escalofrío que encontraría más en sus bolsillos. Aquello era sólo el comienzo. (Ubik, de PKD.) El comienzo…, la palabra «comienzo» fue la última palabra. En un bucle, sería, más o menos, como el espacio que corresponde a la unión del final con el comienzo,¿o es la del comienzo con el final? Debió arder el estadounidense hasta que puso el último punto a su magnífica novela. ¿Arder? Sí, arder: debes arder para llegar a la cuadratura del círculo. ¿O es la circularidad del cuadrado?
Este artículo podría ser visto como la mayor colección de spoilers de la historia.
Todo lo que empieza tiene un final, a menos que aceptemos, con el Dr. Manhattan, que nada acaba. Nada termina jamás.
Punto final.
La primera frase de un libro quiere seducir al lector, cierto; pero la ultima también. Con la primera intentas convencerlo de que siga leyendo. Con la última intentas convencerlo de que ha valido la pena. Y de que lea tu siguiente libro.
Marta, sería una pasada tener una lista de libros recomendados de tu parte!! te animarías??? :)