Se acabó, o sea: tocotó. Hasta aquí hemos llegado. Ocho temporadas, setenta y tres capítulos, tres días, seis horas y cuarenta y siete minutos de Juego de tronos, que se dice pronto. Ocho años han pasado desde el estreno de la serie en 2011, veintitrés desde el lanzamiento del primer libro de la Canción de hielo y fuego en 1996 y casi treinta (año arriba, año abajo) desde que George R. R. Martin comenzó a imaginar la saga de fantasía que acabaría cautivando a los televidentes del mundo entero. ¿Quiere saber lo mejor? Que Martin, entonces un autor poco conocido, mal pagado y todavía menos premiado, se puso a escribirla huyendo de la televisión. Venía de que se cancelasen, uno tras otro, todos los programas de los que había sido guionista. Una saga épica, se dijo entonces. Un ciclo, una epopeya, algo intrínsecamente literario. Algo con mapa y con árboles genealógicos. Bum. Qué contarle a usted que usted no sepa. Juego de tronos es la serie más cara, más vista (legal y ilegalmente, las dos cosas), más premiada y más distribuida (en ciento setenta y tres países de ciento noventa y cinco que tiene el mundo) de la historia de la televisión. La historia de una niña insignificante, por la que nadie daba un duro, que acabará conquistando el mundo y que al final, cuando nada más le queda por conquistar, elegirá prenderle fuego. Considérelo si se cuenta usted entre los que temen que Martin no escriba Sueño de primavera, el esperadísimo tomo final de la Canción de hielo y fuego. Lo escribirá, vaya que sí. Otra cosa es que después coja el manuscrito, lo meta un bidón y le prenda fuego.
Juego de tronos ha terminado y es tradición en esta casa dedicarle un gran repaso a la última temporada de la magna obra de David Benioff y D. B. Weiss. Habrá dos entregas, como siempre: en esta repasaremos los siete grandes errores y en la de mañana los siete grandes aciertos de la temporada. Advertencia a descontentos, farfulleros y otros hijos de la Harpía: aquí insistiremos en el cómo, no en el qué. No nos vamos a parar demasiado en quién debió matar a quién, quién debió sobrevivir a qué y quién debió o no debió volverse tarumba al final. Eso son decisiones narrativas, materia de opinión. Y opiniones, como pasa con los culos, todo el mundo tiene una. Aquí nos centraremos en la ejecución: qué se hizo bien, qué se hizo mal y qué se hizo regulín regulán. ¿Estamos? Estamos. Ah, y otra cosa: SPOILERS, todos los del mundo y más, a partir de ya. Si no ha visto las ocho temporadas de Juego de tronos, a) enhorabuena, ojalá un biopic sobre usted, y b) vuelva usted mañana. Como dijo Varys, y lo dijo, el que avisa no es traidor.
1. La batalla de Invernalia *sad trombone effect*
Poco podemos decirle sobre la batalla de Invernalia que no se haya dicho ya: que no se veía un carajo, solo para empezar; que las tácticas militares que siguieron los héroes eran fundamentalmente el ataque al castillo de Playmobil; que los espectros hicieron brecha y se colaron hasta la cocina pero allí, mira tú por dónde, apenas murieron personajes protagonistas; etcétera. Quizá se cuente usted entre los quintacolumnistas súbitos, los youtubers furibundos y los profetas vueltadetódicos que califican la batalla de desastre, blasfemia y ofensa a la bandera; nosotros no llegamos a tanto, sentimos decepcionarle. De hecho, en nuestra próxima pieza, repasando los aciertos de la temporada, señalaremos algunos que tuvieron lugar en el tercer episodio. Eso sí, no podemos completar una revisión sin comentar que la batalla fue, en general, floja.
Poquita cosa, entiéndame. Escasa, por usar un adjetivo más preciso. Dirá usted que había zombis a cholón; bueno, pues más tenía que haber. Dirá que hasta caían del cielo; bueno, pues más tenían que haber caído. Dirá que había un gigante; pues eso, uno solo y nada más. Dirá que han calificado esta batalla, coja aire, como EL MAYOR ESPECTÁCULO EN LA HISTORIA DE LA TELEVISIÓN *truenos*. Mire, entre usted y yo: los hay por ahí con el gatillo fácil para los superlativos. Le pongo un ejemplo, a ver si usted me entiende: Guerra Mundial Z. Que como película es mala y como adaptación debería ser punible por ley, estamos de acuerdo, pero convendrá conmigo que las mareas de muertos vivientes vertiéndose sobre las murallas y anegando las calles de Jerusalén fueron purita gloria cinematográfica. Palabra clave: verterse. A lo bestia, a lo burro, como un tsunami. Como hacían también los muertos de Juego de tronos en la batalla de Casa Austera, sin ir más lejos, cuando se tiraban por el barranco. ¿Por qué no vimos eso, si lo habíamos visto ya, y esta vez era todo igual, solo que más? ¿Se ha parado a pensar cuántos enteros integran supuestamente este ejército de espectros? Apunte: como poco, todos los miembros que vimos en Casa Austera y todos los que ha sumado hasta llegar a Invernalia. Una porción significativa de toda la población del veinticinco por ciento superior del mapa de Poniente. ¿A usted le pareció, de verdad, que vimos semejante cantidad de gente?
Eso en el plano de las cantidades, de las cualidades mejor ni hablar. Los dragones fueron sumidos en la inoperancia, sin más. Motivo: había una nube o no sé qué. Melisandre, otra que tal baila. Superpoder: encender leña. Pues vale. Sabe R’llhor que no la íbamos a ver, por desgracia, trotando y lanzando hechizos como una hechicera de Warhammer, pero qué se yo: esta mujer es capaz de engendrar demonios, digo yo que uno o dos habrían venido bien. Y los caminantes blancos, esa es otra. ¿Dónde estaban los caminantes blancos? Se lo digo yo: juntitos de la manita sin hacer virtualmente nada. Es que ni una carga de caballería-zombi, hija de mi vida, ni una triste persecución a galope al estilo Nazgûl. Mamuts, huargos y otras cabalgaduras, apaga y vámonos. Ni las arañas de hielo que mencionaba la vieja Nana y que George R. R. Martin sacó en un tweet como diciendo «que viene, que viene, ts, ts». ¿Sabe usted lo peor? Que le han preguntado por esto a David Benioff y D. B. Weiss, por las arañas de los caminantes blancos en la mitología de la Canción de hielo y fuego, y dicen, y cito, que «quedan bien en una caratula de un disco de heavy metal» pero que en pantalla ya no tanto. Eat shit, Peter Jackson. Esto, los mismos señores que la temporada anterior nos hicieron comer un oso 1) polar 2) gigante 3) zombi 4) en llamas. Tócate las narices.
Floja, insistimos. Y lo peor es que lo fue calculadamente, no por error. Esa contención con la que se ejecutó la batalla de Invernalia, tan meticulosa, tiene que ver con aquello a lo que dedicamos el siguiente punto: el establecimiento del Rey de la Noche y los caminantes blancos como una amenaza menor respecto a Cersei y la reubicación de su enfrentamiento a media temporada, fuera del clímax de Juego de tronos. Adivine qué: ese fue el auténtico error.
2. El orden de factores sí altera el producto
Al arrancar esta temporada nuestros héroes se enfrentan a dos villanos, uno al sur y el otro al norte. Uno es un déspota que mata a capricho y se aferra obsesivamente al poder; el otro es todo eso y además cabalga un dragón-zombi, comanda legiones de muertos vivientes y en su agenda figuran goals como desencadenar un invierno perpetuo sobre la tierra y condenar a la raza humana a la extinción. Si Juego de tronos fuese una partida de ajedrez los buenos serían las fichas blancas, los malos serían las negras y luego habría una pala excavadora circulando hacia el tablero a cien kilómetros por hora. Que al final no gane la pala forma parte de las convenciones heroicas de los cuentos, por supuesto; pero decirse que aquella no es el enemigo mayor de todos es una conclusión lunática.
Y sin embargo eso es precisamente lo que han hecho Benioff y Weiss al matar al Rey de la Noche a mitad de temporada: desposeer de su estatus al gran villano y convertirlo improvisadamente en un villano secundario. Hay que elegir a quien le damos la gran batalla final, debieron decirse en algún momento: al Rey de la Noche o a Cersei. Así, pum, salomónicamente. Decidieron que sería para Cersei (solo aparentemente; al final sabríamos que la auténtica villana en aquel choque sería Daenerys) y que harían a sus personajes caracterizar verbalmente el primer combate como «la gran guerra» y el otro como «la última guerra». Como diciendo: no, si admitimos su jerarquía desigual, solo les hemos cambiado el orden. Meec, error. Esto es ficción: el orden es la jerarquía. En los cuentos no rige la propiedad conmutativa, el orden de factores sí altera el producto. En la sintaxis la ubicación confiere significado: el villano que llegue al clímax es el villano primario. Da igual que al final Daenerys acabe como una regadera y se erija sorpresivamente en archienemiga: el problema es que el villano ulterior no sea quien vino siéndolo durante los ocho años que nos preceden. Los dos villanos debieron neutralizarse siguiendo el orden natural (primero el menor, Cersei y/o Daenerys; finalmente el mayor, el Rey de la Noche) o hacer que ambos confluyeran en una única amenaza final. ¿Cómo? Madre mía, será por fórmulas. Lo más tradicional, como recordábamos en este artículo con predicciones sobre esta temporada, es que el villano menor sucumba por sí mismo o sea neutralizado por el villano mayor antes del desenlace. Denethor se tiró Minas Tirith abajo, por ejemplo. Molly Weasley acabó con Bellatrix Lestrange. A Dennis Nedry se lo comía un dilofosaurio.
¿Era difícil conciliar al villano primario y al villano secundario de Juego de tronos? Lo era, en particular porque su ubicación geográfica limitaba mucho su convergencia literal. ¿Era acaso un problema singular de Juego de tronos? Al contrario, esto es muy común en el género fantástico. En parte, porque no hay que buscarle solución, la solución viene inscrita en la propia lógica de la fantasía: el villano paranormal > el villano humano, punto pelota. ¿Es acaso un crimen imperdonable quebrantar de esta forma las convenciones del género? No. Lo grave de este caso es que han violado la promesa implícita que estos señores le hicieron a usted. Matar al Rey de la Noche a media temporada constituye una violación de la propia lógica interna de los Tronos: el crescendo. Winter is coming, nos dijeron hace ocho temporadas. Winter is coming, repitieron incansables mientras el invierno, en efecto, se acercaba poco a poco. Los héroes mermaban, las criaturas avanzaban, las batallas eran cada vez más crudas y todo lo que ocurría al sur perdía relevancia hasta el punto, recuerde, de decretarse una tregua e interrumpir la propia guerra de los héroes contra Cersei al final de la temporada pasada. «Solo hay una guerra que importe», decía Jon entonces. Ocho años, ocho, llevan Weiss y Benioff construyendo deliberadamente un crescendo que vehiculaba el pacto narrativo y les habilitaba para incurrir en infracciones (como abandonar tramas a medias e imprimir velocidades muy distintas a su narración, entre algunas de las más comunes en Juego de tronos) porque todo se amnistiaba hasta completar esa solución definitiva, ese apogeo que aguardaba al final, ese choque entre los vivos y los muertos que se definió implícita y explícitamente como auténtico destino del viaje. Al final, cinco minutos antes, han decretado que mira, que mejor no. Y seguramente, ahora que todo ha acabado, esta decisión se recordará como el gran error de Juego de tronos.
3. Qué Targaryen loco ni qué niño muerto
Poco tenemos que reprocharle a la batalla de Desembarco del Rey, la verdad. Tuvo todo lo que no tuvo Invernalia: hipérbole, delirio, una verdadera escala monumental. Mucho menos al capítulo final, que fue una cosa bárbara. Aplauso, plas, plas, plas. Eso ya lo glosamos mañana. Aquí un solamente detallito y solo porque constituye la guinda a una triste inercia que venimos viendo en las últimas temporadas de Juego de tronos: los niños muertos.
Los niños muertos y toda su parafernalia, entiéndame. Ese bebé lastimero que llora inconsolablemente, ese fistro de madre abnegada, ese hombre ante la barbacoa de miembros churruscados que antes era su hijo. Violines, slow motion, coros de voces blancas. Y el caballito de madera que hace las veces de peluche en llamas en el mundo de los Tronos, eso que no falte. Qué drama, jademivida. Faltaron solo los zooms y una manada de cachorritos de golden retriever en llamas. Problema: la pena no se puede someter a partitura. Problema peor: se puede, pero no se debe. En eso radica la diferencia entre un drama y un melodrama. Problema peor todavía: esto es algo que no se hacía en los Tronos cuando los Tronos eran los Tronos. Y que entonces se vivía como una rareza y un acierto felicísimo. Aquí la gente moría y vivía y a usted nadie le decía si tenía que darle pena, alegría o absolutamente igual. Es usted mayorcita, era el mensaje implícito; usted sabrá. ¿Sabe quién decapitó a un inocente en el primerísimo capítulo de esta serie? Ned Stark. ¿Sabe quien salvó las vidas de miles al urdir la Boda Roja? Tywin Lannister. Y de las masas anónimas, en fin, mejor ni hablar. Al menos dos veces más hemos asistido a la devastación de Desembarco del Rey (durante la batalla del Aguasnegras y la destrucción del septo de Baelor) y en ninguna, que yo recuerde, nos aporrearon con una pancarta que dice ESTO DA PENA. Por no hablar de todos los otros reinos, fortalezas y ciudades-Estado por los que hemos pasado. Periodismo de datos: en las ocho temporadas de Juego de tronos hemos visto en pantalla más de tres mil quinientas muertes. Casi doscientas corresponden a personajes protagónicos y con frase hasta que la gente que hacía esta web se aburrió de contarlas al final de la sexta temporada. ¿Y ahora, AHORA dan pena?
Que sí, Weiss, Benioff: los edificios derrumbándose no bastan, de alguna manera hay que caracterizar el drama humano que está montando Daenerys. Que sí: matar inocentes no está bien. Pero, coño, que con una secuencia o dos bastaba. Que me lo estáis gritando al oído con un altavoz. Que no es un documental, son extras correteando en llamas que luego los apagan con extintor y les dan un bocadillo. Relajaos un poco. ¿Y si quiero yo, eh, sentir empatía con Daenerys? ¿Y si esto no es, ni más ni menos, lo que corresponde a una khaleesi del Mar de Hierba, a la Anastasia Romanov de una dinastía centenaria cuya familia fue masacrada? ¿Y si esto no es, en suma, mucho peor que algunas cosas que sí han hecho nuestros virtuosísimos protagonistas ya no en el background, sino en pantalla? Jon sentenció un niño a la horca, os recuerdo, y ejecutó él mismo la sentencia. Jaime tú le invitas a tu casa y él tira a un hijo tuyo por la ventana. Catelyn le rajó el cuello a Joyeuse Frey, de quince años, que ya me dirás tú qué culpa tenía de nada. ¿Por qué estos niños de ahora son diferentes de aquellos? ¿Es acaso que las faenas que le hicieron a Catelyn o a Jon son peores que las que ha sufrido Daenerys a manos de la conga interminable de traidores, indeseables y ratas de alcantarilla que integran el elenco de personajes de Juego de tronos? Cuesta imaginarlo y, sin embargo, no me estáis permitiendo que sienta afinidad con el personaje. Setenta y tres capítulos tuvo esta serie y en el número setenta y dos, pum, bautismo en masa: #teamJon por decreto ley. Pues mirad, no. No me da la gana.
4. La calamidad rubia
Y después que eso, ensañamiento. Daenerys no pasó por Maquiavelo, ni siquiera por Calígula. De cero a Hitler, pum, directamente. Ay, con el último capítulo de Juego de tronos no se puede uno pelear: fue estupendo, pura magia. Pero qué mal sabor de boca dejó la atropellada transformación de Daenerys en la Reina de Corazones.
Allá por 2011 Martin, Weiss y Benioff cogieron dos leyes narrativas bien gordas, las transgredieron y anunciaron implícitamente que aquellas dos transgresiones serían, de hecho, el propio tema de su serie. Una era la mortandad de los héroes; la otra, que los héroes y los villanos intercambiaban su signo. Rebobine ahora, volvamos a 2019, y respóndame a esta pregunta: ¿le dio a usted penita la muerte de Theon allí arriba, en el bosque de dioses de Invernalia, en el tercer capítulo de esta temporada? A nosotros mucha. ¿Sabe por qué? Porque lo suyo sí fue una transformación de verdad, para cuando murió le habíamos perdonado ya las perrerías. ¿Le emocionó cuando Sansa dio señales de tener nervio, por fin, hace dos temporadas? Lo mismo: fruto solamente de la machaconería infatigable de los showrunners, que poquito a poquito, paso a paso, año tras año, lograron convencerle a usted de que había lobos dentro de aquella bobalicona. ¿Piensa usted que eso es acaso genio, el resultado de un afanoso proyecto intelectual al alcance solo de unas mentes privilegiadas? Lamentamos disentir: es tiempo y nada más. Y tiempo es precisamente lo que nos ha sobrado: ocho años llevamos mamando la teta capitolina de HBO. Ocho años han tomado las transformaciones de Sansa, Theon, Arya y Jaime, por citar solo las más significativas.
Se puede hacer en menos, claro está. Cuatro años. Dos. Uno, qué se yo. Pero no en dos minutos, nos tendrá que perdonar. Que tuvieron una realización prodigiosa y Emilia Clarke se ganó un carretillo de Emmys, pero fueron dos minutos lo que tardó Daenerys en volverse tarumba en el quinto episodio de esta temporada. Y después de eso, en el sexto y último, ya no quedaba Daenerys, solamente un espantajo. A usted me dirijo, sucio realista de los Stark, asqueroso miembro de las huestes #teamJon: míreme a los ojos y dígame sinceramente que no le chirrió aquella Daenerys que vimos en el salón del trono, pobre hija mía, que le faltaba solamente dar vueltas de campana y darle la mano al mismo dos veces. Y el asunto ese del «despertar del dragón», la metáfora de la monedita que decía Varys, eso ni me lo nombre: son dispositivos verbales, excusas baratas. Era una gran idea que Daenerys se convirtiera en villana, un Targaryen sembrando la devastación siempre constituye un magnífico espectáculo, la decisión como tal es valiente e impecable; pero un cambio así necesitaba tiempo. Si no lo tienes, estupendo; entonces todo esto tenía que haber comenzado antes.
5. La buena mala
Y ahora, con su permiso, una contradicción, que siempre es algo muy sano.
El orfeón de papagayos que le hacemos el caldo gordo a los Tronos llevamos ocho años repitiendo que sus personajes son «complejos», que «evolucionan» y que tienen «profundidad». Lo acabamos de hacer aquí, no le digo más. Es una forma asquerosa y doctrinaria muy popular de valorar la calidad de los personajes de una película o una serie de televisión: hacerlo en la medida en que parezcan personas de verdad. Su psique lo es todo, nos decimos. Y de su psique solo importa que atraviese los mismos estados que la psique humana, nos decimos después. Personajes = personas. En pintura hace tiempo que aprendimos que si la verosimilitud fuese la medida de todo no tendríamos el Guernica de Picasso ni El beso de Klimt, pero con la ficción seguimos anclados en Rembrandt.
Consejo: no nos haga mucho caso. Este naturalismo radical que exigimos a los personajes en nuestra era no es siempre lo más deseable. Las autoridades, por ejemplo, deben tener un dedito o dos de profundidad, nada más. Imagine que Yoda o que el Oráculo de Matrix, que están ahí para hacernos conocer información incuestionable sobre el mundo donde acontece la narración, dudasen, se contradijesen, cambiasen de parecer y tuviesen, en suma, tribulaciones humanas. Pasa parecido con los villanos. Si un villano da signos de obedecer motivaciones distintas de la pura villanía entonces ese villano no es realmente un villano, es un ser humano lastrado por la imperfección, como usted y como yo. Es un personaje profundo, complejo, evolutivo, sí; pero es un personaje que no mueve debidamente la animadversión del espectador y que no cumple bien su función. Es un mal personaje.
Hace años esa era Cersei: un manojo de miedos, ambición, compasión y crueldad, entre otros atributos contradictorios. Un ser intelectual, político y sexual, una reconstrucción veraz y convincente de un ser humano. No era un mal personaje, Dios me libre; ocurre que aquello funcionaba precisamente porque Cersei no era el villano, o no el gran villano de Juego de tronos. Eche la vista atrás: el villano entonces era Joffrey y Cersei lo contenía, de hecho, para que no cometiera tropelías peores. Cersei abandonó la periferia moral del cuento y accedió al puesto de comandante en el polo antagonista de la historia después de morir su hijo mayor. Ya no era ese personaje desbordante y enriquecido de las primeras temporadas, era simplemente un señor Burns acompañado por su preceptivo Smithers. Como Sansón, perdió la fuerza con el pelo. ¡Caricato!, bramaron entonces muchos. ¡Desdibujo!, repitieron otros a coro. ¡Cersei ya no gusta!, vinieron a decir. Y sí, claro, pero mire, con perdón: nos ha jodido mayo. Es la mala, ahora sí que sí. No te puede gustar. Si te gusta (si te gusta de verdad) entonces no es verdaderamente mala. Es, disculpe el juego de palabras, una mal mala.
Y a una buena mala, una mala de verdad, como lo era la Cersei tardía, lo peor que se le puede hacer es lo que le han hecho a ella: redimirla patateramente y mal en sus últimos diez minutos de vida. Un tic que ya le hemos criticado a Weiss y Benioff y que en este caso es, o nos lo parece a nosotros, particularmente flagrante. La leona de los Lannister, la figura que ejercía simultáneamente de reina y rey y alfil y caballo y torre a su lado del tablero, reducida al tembleque, la inoperancia física y el lloro con moco. Y ese cobardísimo correteo, tiquitiquitiqui, con el que sorteó a los hermanos Clegane cuando ambos se disponían a darse su anticipadísima ensalada de hostias. No compro, lo siento de verdad. Primero, no hacía falta; Cersei ya practicó la cabalidad, la compasión y otras virtudes en otra era de Juego de tronos, cuando le correspondía. Y, segundo, es indigno del personaje. Cersei era poderosa, temperamental hasta la temeridad y más burra que un arado: dejad que lo sea, Weiss, Benioff. Dadle su apoteosis operística. Cersei bramando al cielo, poco menos, en lo alto de la Fortaleza Roja mientras Daenerys reduce el castillo a cenizas. Un King Kong furioso encaramado a su rascacielos, un Saruman que solo va a bajar de su torre apuñalado por la espalda. O un final simbólico, algo contenido pero retórico al estilo de Maegor I, apodado «el Cruel», que murió atravesado por las propias espadas del trono. El tramo final del delirio, cuando no se acepta ya la propia realidad. El final que tuvieron Viserys Targaryen, Joffrey Baratheon, Ramsay Bolton, el mismísimo Rey de la Noche y hasta Daenerys Targaryen. No era mucho pedir.
6. Sus vidas son los ríos que van a dar en la mar, que son los plot holes
Y seguidamente nos ocuparemos del último punto, el que pone final a esta revisión de la octava temporada de Juego de tronos, pero antes echemos un vistazo a esa gran fosa común que son los plot holes. Pedimos un minuto de silencio por todos los personajes que, sin morir a lo largo de esta temporada, han muerto realmente más que los que sí lo han hecho:
Ilyn Payne. Profesión: verdugo. La cosa tiene mandanga: Juego de tronos ha acabado y el único miembro de la lista de Arya que ha quedado sin despachar, por hache o por be, ha sido quien decapitó literalmente a Ned Stark. Si querían hacerle a Sean Bean un feo peor que matarlo, enhorabuena: lo han logrado.
Kinvara. Profesión: gran sacerdotisa del templo rojo de Volantis, persona chunga en general. Nunca sabremos cuáles fueron las palabras que salieron del fuego cuando Varys fue castrado y por extensión nunca sabremos nada más de esa parcela del background que llegó a insinuarse que sería determinante en Juego de tronos. Kinvara conocía esos detalles pero Kinvara apareció una sola vez y luego nunca más se supo.
Quaithe de la Sombra. Profesión: hechicera, domadora de sombras, tattoo artist. Lo mismo: en su única aparición, Quaithe parecía conocer de antemano que Jorah acabaría atravesando la antigua Valyria y contrayendo la psoriagris, y encima bastante antes de que ocurriera. ¿Cómo? Ah, misterio.
Illyrio Mopatis. Profesión: urdir complots, chupar del bote, sus mamandurrias. No es que sea una ausencia grave: a diferencia de lo que ocurre en los libros, las apariciones de Mopatis han sido muy escasas en Juego de tronos. Hay quien dice que si Ian McNiece hubiese conservado el papel otro gallo habría cantado.
Tycho Nestoris. Profesión: trabaja en la Sareb. Es un señor muy coñazo, estamos de acuerdo, pero el representante del Banco de Hierro de Braavos es quizá es el único de este recuento que tenía que haber salido en la octava temporada. ¿O cree usted acaso que la monstruosa deuda contraída por la corona de Poniente durante el reinado de Cersei queda conmutada con la coronación de un nuevo rey?
Daario Naharis. Profesión: asesino pero poco, amante bandido. Lo dejamos como representante del poder Targaryen en Mereen. ¿Es ahora Mereen una colonia dependiente de los seis reinos? ¿Ha vuelto el esclavismo, por el contrario, a la Bahía de los Esclavos? Si uno dedica un epílogo a hablar de los desafíos políticos que depara el futuro, ¿no son estos los detalles que deberían aclararse?
Meera Reed. Profesión: salvar a Bran y por extensión a Poniente y por extensión a la propia raza humana. Recompensa: ninguna. Ni un cargo, ni un puestito, es que ni participar en su coronación. Y mira que había gente en el concilio aquel, hija de mi vida. Faltaba Elrond.
Jaqen H’ghar. Profesión: ninja mágico o algo así. ¿Nos despedimos de él? Sí. ¿Sonó a verdadera despedida? No. ¿Hacía falta siquiera contratar al mismo actor para hacer aparecer al personaje en la octava temporada? No. ¿Entonces? Entonces nada. Es que ni el caramelito de la teoría Jaqen H’ghar = Syrio Forel. Anda que no habría quedado bonito.
7. Bran I el Roto, y tan roto
Todos tenemos amigos de esos que llaman solo cuando necesitan algo, seguro que usted también. ¿Sabe lo que le digo, verdad? Estupendo. Hablemos de Bran.
O, lo que es lo mismo, hablemos del Rey de la Noche. En los libros originales no existe el Rey de la Noche (existe un «Rey de la Noche» pero es una figura legendaria que no toma parte en el curso de la acción). «Los Otros», como se los denomina en las novelas, son una masa imprecisa de muertos vivientes y caminantes blancos sin una figura que ejerza su liderazgo. Da igual que cuentes con vidriagón o acero valirio, así solo los matas uno a uno. Pretender detenerlos es como querer detener el agua asestándole puñaladas. Por eso David Benioff y D. B. Weiss introdujeron al Rey de la Noche en su adaptación televisiva: es una abeja reina, un dispositivo que permite desactivar al ejército de espectros. Y luego nos ofrecieron estampas (cómo fue creado él, cómo creaba él a sus caminantes blancos, cómo los caminantes creaban sus propios espectros) que al final han servido para naturalizar su destrucción: con esa daga que le clava Arya se desata una reacción en cadena al estilo muerte de Sauron. No es particularmente original, puede tener un cierto efecto de anticlímax, pero innegablemente se comprende. Bran era la otra parte de este mecanismo: el cebo. Para matar al Rey de la Noche y desactivar al propio ejército de los muertos necesitarían un cuello de botella, un lugar preciso por el que la criatura tendría que pasar sí o sí y hacerlo desprovisto de su cabalgadura monstruosa, Viserion. Eso se nos confirmó solo un capítulo antes de que llegase a ocurrir, que no es lo ideal, pero también pudo comprenderse.
El problema con Bran lo conoce usted bien, lleva ya un par de años siendo uno de las disfunciones más agudas de Juego de tronos. Weiss y Benioff han ido más allá con Bran y al hacerlo han forzado el mecanismo que ellos mismos nos vendieron. A medida que convenía, aprovecharon su omnisciencia para revelar información que nada tenía que ver con el arco sobrenatural y el Rey de la Noche, en particular el asunto de la verdadera identidad de Jon. Y lo peor, la verdadera pirueta, es que luego le pusieron en mute de nuevo cuando lo encontraron conveniente. Cuando hubo que matar a Meñique en la temporada pasada, Bran habla y aporta la prueba definitiva en su contra; pero como Jaime no podía morir en esta antes del clímax (vete tú a saber por qué, pero el hecho es que no podía), entonces Bran no habla y nadie le ahorca en el mismo momento en el que pone un pie en Invernalia. A Daenerys le dice que el Rey de la Noche ha resucitado a Viserion (noticias frescas, esto los espectadores ya lo conocíamos) y sin embargo no dice nada acerca de la ubicación precisa del villano y su ejército (para que esa información, que todavía desconocíamos, dependiera entonces de la incursión de Ed el Penas, Beric Dondarrion y Thormund Matagigantes en la fortaleza de los Umber); etcétera. No es nuevo, esto mismo ya lo criticábamos en la temporada anterior, pero es ahora cuando la reviste verdadera gravedad.
En parte, y solo en parte, Weiss y Benioff han logrado naturalizar la conducta de Bran y su manera de inmiscuirse donde nadie le ha llamado, y es justo decir que lo han hecho con un golpe de efecto magistral. «Estabas exactamente donde debías estar», le dice a Jon en el muelle de la Fortaleza Roja. Todo en esa escena (el texto, la realización, la interpretación de los actores, la ubicación de la propia escena al final) canta por los cuatro costados a iceberg de Hemingway: algo gigantesco que se crea en el espacio en off de la narración invocándolo solamente con un apunte brevísimo. Sugiere que sí: Bran, tal y como lleva especulándose desde hace años, ha intercedido en el pasado de Juego de tronos. Ha aprovechado su poder para terciar en todo aquello que hemos visto en los últimos ocho años, y seguramente más atrás, para que los hechos condujesen al momento final en el que su hermana Arya aparece en el bosque de dioses de Invernalia armada con un puñal de acero valirio y facultada con la destreza necesaria para acuchillar al Rey de la Noche. Eso sí: de que esto sea o no sea «canon», olvídese. Es un recurso literario que se ha puesto en funcionamiento, esta vez, en una historia en pantalla. El iceberg no obedece a ese criterio. Nadie lo va a confirmar.
Sin embargo, a Bran lo han hecho rey. ¿Será Bran el Roto un buen rey en los seis reinos? Indudablemente. ¿Sienta bien un poco de calorcito al final, después de todo el frío que hemos pasado? Mucho. ¿Comporta una simetría resultona que Bran suceda en el trono a la mujer que lo arrojó por una ventana? Sí. Pero narrativamente no es, ni mucho menos, una solución; al contrario, es un embrollo que no lo parece porque aparece cuando queda solamente medio minuto de cuento. Problema número uno de todos los que plantea: si Bran ha reconducido los hechos hasta este punto, parece que se ha convertido a sí mismo en rey. Como ocurre con Dios según el viejo razonamiento (o Dios no es todopoderoso o Dios no es bondadoso; ambas cosas a la vez son incompatibles), Bran o es rey o es un héroe, pero las dos cosas no pueden ser. ¿Lleva solución este entuerto? No lo lleva, es una paradoja. Se la tiene que comer usted, ñam ñam, con cucharita. Weiss y Benioff crearon un autómata con un propósito específico, le dieron cuerda y lo echaron a andar. Después de completar su tarea, sin embargo, olvidaron desactivarlo de tanto que les gustaba y el autómata hizo lo que hacen los de su clase en estos casos: coronarse rey del mundo. No es la primera vez que pasa.
(Y hasta aquí nuestras críticas a la temporada; en este otro artículo cantaremos las alabanzas. Le esperamos).
Efectivamente, no importa cómo acabe una serie porque eso es una decisión de los padres de la criatura. Te puede gustar más o menos, pero si se presenta con coherencia y un poco de lógica, pues perfecto.
El problema de esta temporada ha sido ese, que ha saltado por los aires toda la lógica. Es muy triste ver personajes que con dos líneas de guión como toda justificación se convierten en lo contrario de lo que eran… y las prisas, ¿tanto costaba hacer cuatro o cinco episodios más para desarrollar un poco la idea?
Una pena de final un buen artículo, no se puede pedir todo ;)
Bueno, si, vale, bastante de acuerdo con el análisis de lo malo. Seguramente tambien estaré de acuerdo con el análisis de lo bueno, conociendoos…..
En lo que no estoy de acuerdo es en lo de la Nancy Rubia. A esta se la veía venir de lejos, vamos hombre! cada vez más empachada y más embriagada de poder y de si misma. Nena caprichosa + le matan a los hijos, resultado: loca de remate. A mi no me pilló por sorpresa, es más, lo esperaba desde hace un par de temporadas.
¡ DRACARYS !
Habría molado un final como el del vídeo de Thriller, con Bran sonriendo malefico y los ojos azules.
Me ha gustado mucho el artículo, muchísimo. Lleno de verdades y de «sacasonrisas» sobre una serie que, para bien o para no tanto, ha hecho historia.
Felicidades.
Sólo apuntar que el problema de la oscuridad en el capítulo 3 puede arreglarse cambiando la calibración de color de la pantalla (ojo, no subiendo el brillo). Lo mismo en otros casos similares. Me llama la atención que tanta gente se haya dedicado a escribir indignada en la red sobre el asunto en lugar de buscar una solución, porque sería un motivo menos para no disfrutar del capítulo (dentro de lo que cabe).
Por lo demás buen artículo, gracias! Esperando el siguiente.
Muy divertido como siempre, gracias. A mí esta temporada me ha parecido la más ridícula de todas las temporadas, el capítulo final el más ridículo de todos los capítulos y la parte de la elección del nuevo rey la situación más ridícula de todas las situaciones ridículas. Y mira que ha habido unas cuantas.
Tengo curiosidad por ver cómo explicáis mañana lo del «capítulo final, que fue una cosa bárbara. Aplauso, plas, plas, plas.» Porque después de 8 temporadas explicando la lucha de poderes, estrategias y vicisitudes para alcanzar el trono, ahora resulta que solo bastaba que se reunieran unos cuantos en un picnic y dejaran que un prisionero eligiera. ¡En cinco minutos!
No importa que la mitad de los votantes fueran de la misma familia, ni que a la otra mitad ni los presentaran y fueran mudos. Elegimos a éste porque a la gente le gustan las historias y si no te gusta, pues te independizas en su cara, que para algo eres su hermana. Y todos contentos.
No hay por dónde coger ese episodio. Es tan ridículo todo que hasta tener que explicar por qué es ridículo suena ridículo.
Plas plas plas.
Por otro lado, el artículo genial, como siempre.
¿Y qué me dices que después de ocho temporadas hablando de unir los Siete Reinos, que los Siete Reinos p’arriba, que si los Siete Reinos p’abajo, en el pic-nic ése del que hablas —en el que, por cierto, muchos allí sólo se representaban a sí mismos y decidían el destino de los Dichosos Siete—, en el último instante, una dice, oye, que no, que no me integro y los demás, no sólo no le dicen nada sino que queda como Rey de los Seis Reinos (vivan los Seis Reinos, unamos por fin los Seis Reinos bajo un solo Soberano) el hermano de la que no se integra y miembro de la casa gobernante del único territorio fuera de la Unión… Y nadie dice ni Pamplona, todos encantados. Se ve que había prisa por ir recogiendo.
De hecho la situación de los «seis reinos » es de lo peor: monarquía electiva y gobernada por un rey de una dinastía extranjera. Parece Polonia en la época de antes del reparto entre las tres potencias. Un desastre, vamos.
Sólo apuntar que el problema de la oscuridad en el capítulo 3 puede arreglarse cambiando la calibración de color de la pantalla (ojo, no subiendo el brillo). Lo mismo en otros casos similares. Me llama la atención que tanta gente se haya dedicado a escribir indignada en la red sobre el asunto en lugar de buscar una solución, porque sería un motivo menos para no disfrutar del capítulo, dentro de lo que cabe.
Por lo demás buen artículo, gracias! Esperando el siguiente.
Y esto de la oscuridad que dice usted que tiene arreglo, ¿se podría aplicar a las series producidas por Netflix? ¿Es que nadie se ha dado cuenta de las tinieblas y los tonos sepia-oro que invaden todo el metraje? Momentos hay, en que a los actores solo se les ven el blanco de los ojos y los dientes. También cuando alguien gasta barba de una semana, los pelillos le brillan como pepitas de oro con el reflejo del sol. Esto es curioso porque cuando lo he comentado con algunas personas, no muchas, me miran escépticos como si estuviera delirando y me gustaría que si alguien aquí ha notado algo, me diera ánimos porque creo que desde «El Jinete Pálido», no tenía que ver la televisión con linterna…
Muy divertido el artículo sobre «Juego de Tronos».
Lo gracioso (o no) es que la gente se queda con que no esperaban que fuese Bran the Broken, pero no recaban en lo que mencionas, ¿no pudo hacer nada para evitar la masacre y, por tanto, no es tan responsable como Dany?
Pero bueno, supongo que la moraleja es que la rueda se ha roto (con ella debajo) y que los siet, ahora seis y un asociados, ya no estan bajo una dinastia tendente a la degeneracion. No hay que darle muchas vueltas, para todo lo demas, lo hizo un mago.
Peor ending que lo que tuvo Lost.
JAJAJAJA, NO.
De acuerdo en todo salvo en el 3er punto. Me remito a Tyrion:
My father was an evil man. My sister was an evil woman.
Pile up all the bodies of all the people they ever killed, there still won’t be half as many as our beautiful queen slaughtered in a single day.
Si aún así se siente simpatía por el personaje en ese momento (es decir, cuando tras las campanas, con la ciudad rendida, decide cometer un genocidio), aparte de raro, entiendo que pueda ser por lo visto durante la serie pero no por la causa Targaryen.
Familia masacrada? Si la serie se emplaza 17 años del inicio de la 1a temporada tendríamos a un Rey inestable, una guerra iniciada por lo que todos creen es un rapto y, también, por el asesinato (por fuego, oh sorpresa!) de Rickard Stark. Guerra que Robert y aliados ganan (sin genocidios), obteniendo el Trono de igual forma que los Targaryen miles de años antes: por derecho de Conquista. Y le añadimos a Aerys queriendo quemarlo todo (gracias Jaime, puto héroe).
Por supuesto que el asesinato de los hijos de Raeghar es una atrocidad y que desde el punto de vista de Danny es la legítima y su causa mola pero el padecer Targaryen durante la Rebelión de Robert son de pura guerra. Como lo eran los del asalto de Desembarco por parte de Danny. Hasta que suenan las campanas. Ahí ya no hay justificación alguna. Es una genocida.
Otro tema es que, tal y como dices, ese paso de épica candidata a Fuhrer sea muy abrupto. En eso 100% de acuerdo.
El problema no es que «aún» se sienta simpatía, el problema es que te han forzado a odiarla con comportamientos y giros de personalidad que no tienen nada que ver con lo mostrado en 8 años.
Ya que toda la escenificación es un melodrama como bien se escribe en el artículo. Si nos paramos a analizar el personaje de Danaerys, habría tenido sentido que se cargara a todos los nobles que han apoyado a Cersei, como han mostrado anteriormente, la chica no sufre al liberar al débil de la mano del tirano/esclavista/noble. Quemar el castillo no está fuera de lugar, pero cebarse con los pobres e indefensos… es que no tiene ningún sentido
Encima como bien dicen enseñando a los niños quemados, a la madre ayudando a Arya mientras muere… dejandote bien claro a quien tienes que odiar…esto no era Juego de Tronos.
Encima por si acaso alguien duda, pongamos un discurso Hitleriano en lengua barbárica y encima vestida totalmente de negro y con maquillaje oscuro. Así ya nadie puede dudar que Jon pase del «She is my queen…» al beso con puñal.
Crucifico 163 amos en Meereen de manera arbitraria. Algunos de ellos contrarios a la esclavitud.
Quemo vivos a los Tarly. Quemo a otro amo de meereen de manera arbitraria para llevar un mensaje a los hijos de la arpía…
Y lo peor de todo ella que no toleraba la deslealtad le pidió a Jon que fuera desleal a su sangre…
Daenerys tenía muchos pecados y firmo su sentencia cuándo abogando por la libertad del mundo Jon le pregunta qué pasará con aquellos que no saben que lo que les llevamos es bueno… Y ella le responde no tendrán elección. Ahí es cuando Jon sabe que no puede salvarla hasta ese momento el pensamiento de Jon es buscar la redención.
Daenerys no cambia de la noche ala mañana Daenerys lleva mucho tiempo creyendo que el poder y la lealtad del pueblo se obtiene solo por la fuerza.
Soy el único que vió una semejanza entre las escenas de Arya en King’s Landing y las filmaciones de las personas que huían del polvo de las Torres Gemelas? Supongo que se trataba de pintar a Dany como alguien peor que Osama Bin Laden. Así estaría justificado que el buen Jon de las nieves se cargue a su reina. Lo que sí me chirría es que solo bastó un dragón y una reina loca para devastar una ciudad erizada de ballestas gigantes, cuando la misma reina hasta hace un par de semanas tenía 3 dragones y la ciudad no tenía artillería antiaérea.
No eres el único. Fue parte de la transformación llena de matices de pasar de ser Daenerys la salvadora de la humanidad en un capítulo a Osama Bin Laden la terrorista genocida en el siguiente y a Hitler la principal amenaza de la humanidad en el siguiente.
Personalmente añadiría un momento que debía ser clave y que se desaprovecha totalmente, y es Jon montando al dragón.
En el fondo la oportunidad principal de que Jon sea un Targaryen, es que es capaz de montar a un dragón, que no es moco de pavo. Esto debería haber sido como mínimo uno de los momentos más espectaculares de la serie y poder aportar el cambio en una batalla cercana a la derrota. En vez de ello, Jon se monta en el dragón casi sin introducción en el primer capítulo, para dar un paseo y encima suelta: «ahora como voy a montar en caballo otra vez?» (Encima le hacen montar a caballo otra vez, matando así a su dragón…).
En el fondo si te paras a pensar, que Jon sea Aegon no aporta nada de nada, excepto la «locura» de Danaerys, que como se ha comentado, esta totalmente fuera de lugar.
Pues si, hay tantas cosas. En los libros se juega con la posibilidad de que el mismo Tyrion sea Targaryen (el padre le dice, no eres mi hijo lo cual podría ser literal), y luego está el Aegon Targaryen que se sacó Varys de matute que en la serie directamente omitieron… ambas, en especial lo de Tyrion hubiera dado mucho juego, pero si ni siquiera aprovecharon lo de Jon…. para que darle más vueltas. Que potencial desaprovechado con cuatro batallas marranas.
Totalmente de acuerdo. Yo fantaseaba con la posibilidad de que Daenerys ejecutaba a Tyrion Drogon mediante; y al ser Targaryen no le hacía nada el fuego, perdonándole luego la vida por ser de la dinastía.
A mi el final la verdad me parece en general bueno y tiene sentido, sobre todo hasta el minuto 40. Pero está claro que ha habido unas prisas tremendas por apresurarse a acabarlo…y es que 6 horas para rematar tanto, más toda la presión del mundo ha hecho descuidar la esencia de Juego de Tronos.
Lo de Daenerys no tiene perdón de R´hllor!. Juro que en mi inocente corazón albergaba la esperanza de que Dany lo destruiría todo y se haría con La Fortaleza Roja, y entonces, en el último momento diría «¿ves ese amasijo de hierros que parece la expo secuendaria del MoMA?, pues Drogon, ale, Dracarys… y a tomar por saco ya con todo. Jon, mira cómo chorrea guapi. Solo faltaba que yo me haya recorrido medio mundo acompañada por una horda de tíos que desayunan corazón de caballo para que llegues tú ahora a quitarme el puesto por un quítame allá esas pajas y no se qué de una visión de tu hermano y que si no ardes… Vamos hombre».
Y mira, pasar pasó, pero no como yo esperaba.
Ahora no puedo esperar a ver el spin off de JdT sobre la dura vida de los arquitectos de Poniente que tuvieron que llenar de rampas para inválidos todo Desembarco del rey. Esa va a ser buena.
Tolkien (y Martin se pone de pie cuando se le menciona) deja bien claro que el poder corrompe. Y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Que levante la mano el que teniendo un dragón (ya no digo tenido tres) no pone a dos o tres tocapelotas a la parrilla todos los días. Y empezando por los tocapelotas, continúas con los que te han mirado mal.
Que las cosas se podrían haber hecho con más calma, con más evolución? Vale. Pero tampoco lo han hecho tan mal.
Y Jon está donde estaba desde el principio. Siempre fue un desclasado. Y nunca supo nada de nada.
Creo que desde Tolkien (y sin Tolkien no hay Martin, como el mismo dice) todos teníamos claro que el poder corrompe. Y el poder absoluto, corrompe absolutamente. Que levante la mano el que teniendo un dragón (ya si tienes tres, una horda de bárbaros a caballo y un ejército de esclavos inmunes al dolor, ni hablamos), no pone todos los días dos o tres tocapelotas a la parrilla. Y si tienes un mal día, fríes a cualquiera que te mire mal o se interponga en la venganza que llevas rumiando y trabajándote (y mira que no llevaba tierra tragada la chiquilla) durante años. ¿Que hubo que darle más tiempo al desenlace? Pues vale. ¿Que no daba la talla para ser la reina? Pues vale también.El que lleva manejando los hilos mucho tiempo es el enano.
Y Jon en su sitio. El pobre siempre fue un declasado que nunca supo nada de nada.
Por cierto, que Tyrion se cubre de gloria proponiendo una monarquía electiva como garantía de estabilidad por encima de una hereditaria. La Hispania visigoda – 35 reyes en tres siglos – o la crisis romana del siglo III son lo que pasa con este modelo. Que el rey se constipa o le constipan y tenemos festival. Tyrion se entontece en esta temporada.
Y le cortaba la cabeza, por ser otro aspirante al trono.
La serie:
Soy de la opinión de que, si uno se pone en plan crítico, no hay ni una sola serie o peli que resista. Y menos sí es de la magnitud de esta.
Por eso, prefiero verlo desde la perspectiva del entretenimiento y, vista así, esta serie ha hecho historia: nos ha tenido a todos pegados al sillón y nos ha hecho disfrutar como enanos como no se ha visto en años.
Hala, 10 en filmaffinity.
Dicho esto, el artículo:
Además de estar bastante de acuerdo con casi todo, me he meao de risa :’D
Antológica la analógica de la pala excavadora.
Enhorabuena.
Mi opinión sobre la «transmutación» de Daenerys, seguramente lo mejor de la última temporada. Los Targaryen van a pares, unos malos malísimos y otros, pues bueno, «normales». Todos pensábamos que el malo malísimo era el hermanito que acabó con la corona de plomo fundido. Pero ah, amigo! la mecánica cuántica tiene sus cosicas, y los Targaryen son como partículas entrelazadas. Desde el momento en el que se sabe que Jon Snow es un Targaryen, y bueno bueno de verdad, la pobre de Danaerys no tiene más remedio que girar su «spin» como marcan lar reglas cuánticas. Mirad si nó en qué momento empieza su transformación. Además, qué cojones, con el temita de Jon, ella ya sabía que el legítimo propietario del trono era él, y ella se iba a quedar con un mojón. Así que se dijo: «ni pa tí ni pa mí, Juanito, vas a reinar sobre un montón de ceniza. Que te aproveche, majo».
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