Alfred Newman demostró desde muy temprana edad que lo suyo era el virtuosismo musical. Con ocho años el chaval ya era un pianista excelso, a los trece dominaba por completo la obra de gente como Frédéric Chopin, Felix Mendelssohn, Franz Litz o Richard Warner y se embarcaba en pequeñas giras donde se anunciaba como «El maravilloso niño pianista». A los quince comenzó a ejercer de director de orquesta tras ser educado en el oficio por el experimentado músico William Merrigan Daly, y a los diecinueve aterrizó en Broadway para encargarse de comandar musicales bajo su batuta. En dicho circuito teatral dirigió con éxito numerosos espectáculos durante toda una década, hasta que en 1930 se aventuró en terreno cinematográfico al aceptar la invitación del compositor Irving Berlin para colaborar pilotando la banda sonora de la película Arriesgándolo todo (para alcanzar la luna). Berlin y el director de aquella película acabaron a malas, con la mayoría de temas compuestos por el primero descartados de la banda sonora, pero la participación de Newman quedó reflejada en los créditos y aquello supuso el comienzo de una prolífica carrera como director y compositor en Hollywood del otrora maravilloso niño pianista.
A lo largo de los siguientes cuarenta años Newman firmó la orquestación de más de doscientas películas, entre las que se encontraban Luces de la ciudad y Tiempos modernos de Charlie Chaplin, Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle! de John Ford, Eva al desnudo de Joseph L. Mankiewicz, La historia más grande jamás contada, El rey y yo, El signo del zorro, El diario de Anna Frank de George Stevens, De ilusión también se vive, Tin pan alley o Aeropuerto. También colaboró por puro altruismo echando una mano a colegas del gremio en otro número indeterminado de bandas sonoras sin recibir (ni solicitar) crédito alguno. En su carrera fue nominado cuarenta y tres veces al Óscar, de las cuales se llevo el galardón a casa en nueve ocasiones, una hazaña que ningún otro compositor ha logrado igualar. Está históricamente reconocido como una de las figuras más importantes del séptimo arte, y junto a Max Steiner y Dimitri Tiomkin suele ser mencionado como uno de los padrinos de la música en el cine.
Pero, a pesar de lo extenso, opulento y espectacular de su currículo, el trabajo más popular, exitoso y recordado de Newman es una fanfarria de veintipocos segundos. Una pieza con redobles y trompetas que desde hace décadas vive acomodada en la memoria de millones de espectadores tras haber resonado en cientos de películas. Un corte musical que cualquier lector de este texto también tiene instalado en la memoria: la fanfarria que acompaña al logo de 20th Century Fox.
Historia de una fanfarria (y un monolito)
En 1933 a Newman se le encargó la tarea de componer una cabecera musical llamativa para acompañar a un logo de la 20th Century Pictures Inc. diseñado por Emil Kosa Jr, un animador de efectos especiales que tenía buena mano para la técnica del matte painting y la persona que sería responsable de estampar los restos de la estatua de la libertad en la tremenda escena final de El planeta de los simios. Para crear el logotipo requerido, Kosa dibujó un monumento futurista y art déco, recortado contra un cielo nocturno y con las palabras «20th Century Pictures Inc» talladas sobre su superficie. Una construcción erguida entre nueve focos que escudriñaban el cielo, dos situados en primer plano, otros dos estáticos y cinco más meneándose en el fondo de la escena. Y una secuencia que se ensambló tirando de animación clásica y diversos dibujos pincelados sobre varias capas de cristal. Newman compuso una fanfarria grandilocuente para ensalzar lo glorioso de aquellas imágenes, en la Twentieth quedaron encantados con el trabajo de ambos y desde entonces aquella escena y aquellas trompetas encabezarían todas las películas del estudio.
La fanfarria original de Newman y el logotipo de Kosa.
En 1935, Kosa volvería a agarrar los pinceles y encarar la ilustración para sustituir el «Pictures Inc» del monolito por un «Fox» tras la fusión acontecida por aquellos años entre las compañías 20th Century Pictures y Fox. Aprovechando la actualización del dibujo, Newman elaboró una nueva versión de la fanfarria, la melodía que acabaría convirtiéndose en una de las piezas más famosas y reconocibles de la historia.
El remake corporativo de Newman y Kosa.
Un puñado de años más tarde, en 1953, al artista Rocky Longo de Pacific Title y Art Studio se le asignó el trabajo de rehacer el logotipo para adaptarlo a los tiempos modernos. El resultado fue una nueva versión de la ilustración idéntica en espíritu a la original de Kosa, pero con modificaciones evidentes a la vista: la imagen era más clara, un par de focos luminosos habían sido eliminados de la escena y el número «0» estaba inclinado adoptando una posición extraña. Esto último no era un error de dibujo sino una formalidad técnica a modo de apaño: aquel logo remozado estaba destinado a proyectarse como entradilla de las películas rodadas en el novedoso formato CinemaScope. Y la perspectiva de la cifra había sido modificada de aquel modo para que el monolito no apareciese desproporcionado en la nueva relación de aspecto de la pantalla. Alfred Newman también metió mano de nuevo en el asunto musical aprovechando la revisión de la secuencia, lo hizo añadiendo a su fanfarria trompetera una coda de seis segundos de violines que servirían para telonear a todos los futuros estrenos en CinemaScope.
Pero en el 67 la industria cinematográfica decidiría enterrar el CinemaScope y el logo recuperaría la tonada original de 1935 (aunque algunas películas de los sesenta también utilizaron otra versión de la pieza elaborada por Nelson Riddle). Hasta que diez años más tarde los jedi aterrizaron en el planeta reclamando las trompetas del CinemaScope.
A George Lucas le molaba muchísimo la descartada fanfarria del 53 y el monumento con el cero torcido que la acompañaba. Tanto como para obligar al estudio a resucitarla para utilizarla en 1977 a modo de cabecera para La guerra de las galaxias. John Williams también estaba metido en el ajo y compuso conscientemente la intro musical de Star Wars en la misma escala (Si bemol mayor) que las trompetas de Newman, para que de ese modo la música fluyera de manera natural entre el logotipo y las galaxias muy muy lejanas. La ocurrencia funcionó bastante bien y, en 1980, a Williams se le colocó al mando de la London Symphony Orchestra para grabar una nueva versión de la fanfarria que debutaría en El Imperio contraataca. Aquella fusión entre el logotipo y las galaxias de Lucas fue tan completa como para que algunos discos oficiales de la banda sonora editados por Sony incluyeran el opening del logo de la Twentieth. Y los espectadores no tardaron en asimilar la entradilla como parte del conjunto galáctico: en 2015 The Walt Disney Company publicó las versiones digitales de las entregas de Star Wars sin la cabecera con la fanfarria, y recibió una lluvia de mierda y quejas por parte de los más fanáticos de la saga.
En el 81, Longo repintó de nuevo el logo enderezando la cifra torcida y la composición musical fue reorquestada una vez más. Aunque la revisión más espectacular no llegaría hasta el año 1994, cuando la cortinilla recibiría un ostentoso lavado de cara a base del todopoderoso CGI. El logotipo de mediados de los noventa se presentó como una animación por ordenador de veintiún segundos donde la cámara sobrevolaba el monumento de la 20th Century Fox hasta ubicarse en la posición clásica de la estampa. Una escena que aprovechó para esconder detalles y huevos de pascua en su escaso metraje: la animación contenía un pedazo del paisaje de LA, era posible ver el letrero de «HOLLYWOOD» plantado en el monte Lee y algunas tiendas del decorado lejano estaban bautizadas con nombres de ejecutivos de la Fox como Rupert Murdoch o Peter Chernin. Aquella cabecera computer generated se presentó en sociedad por primera vez acompañando al estreno de las Mentiras arriesgadas de James Cameron.
La cabecera a mediados de los noventa. Sí señor, efectos especiales, yé, yé, yé.
En 1997, la ya famosísima fanfarria musical de acompañamiento sería regrabada de nuevo por la persona más adecuada para hacerlo: David Newman, el hijo del compositor original Alfred Newman. En 2009, la compañía de animación Blue Sky Studios (los papás de la saga Ice Age) se encargarían de rehacer la animación inicial tirando de un CGI más pulido, sacudiéndole el polvo para dejarlo todo más brillante y presentándola oficialmente en los cines como prólogo de otra producción de James Cameron, el peñazo aquel llamado Avatar.
Updated version.
La efigie estampada y sus variantes no lo han tenido difícil para asentarse como la imagen más popular de la empresa. Y también como un icono de opulencia cuyo concepto sería imitado con frecuencia: en 1969, el elepé II de Led zeppelin incluía en su interior la ilustración de un dirigible en un monolito y alumbrado por varios focos.
Mutaciones
Lo llamativo del trabajo de Newman y Kosa estableció aquella entradilla corporativa en el subconsciente colectivo como una cabecera natural del séptimo arte. Por eso mismo existen tantas producciones amateurs que se dedican a fusilar sin vergüenza alguna la secuencia animada de la Twentieth. Porque se tiene la impresión de que cualquier producto audiovisual necesita arrancar entre redobles, focos y letras talladas en un monolito para ser considerado una verdadera película.
Pero las mutaciones más divertidas del logo son sus variantes oficiales, aquellas a las que dio el visto bueno la propia compañía. Perversiones de la cabecera (y en algunos casos de la fanfarria) que animaban la entrada a la película: La túnica sagrada (la primera película en CinemaScope de la compañía) colocó un telón tras el monolito original. Una mujer de cuidado se atrevió a emplazar a Tony Randall junto al logo toqueteando instrumentos al ritmo de la melodía y comentando los posteriores títulos de crédito. Ella y sus maridos tiñó la secuencia de rosa en honor al personaje de Gene Kelly. Aquellos chalados en sus locos cacharros a pesar de ser una producción de los años sesenta se vistió con una cortina de teatro y la cabecera en blanco y negro de los años treinta, o el vintage de la época. Dos hombres y un destino pintó la efigie con tonos sepia y El jovencito Frankenstein en blanco y negro para hacer juego con la película. En la maravillosa The Rocky Horror Picture Show la fanfarria era interpretada tirando de piano y descaro. La última locura de Mel Brooks colocó una variante pop del logo en un cartel dentro de la propia película.
En Los locos de Cannonball la pieza de Newman era interrumpida por una persecución de dibujos animados donde un Ferrari escapaba, subiéndose al logo del la 20th, de un coche de policía que no dejaba de estrellarse contra los focos de los alrededores.
Intro animada de Los locos de Cannonball.
La revancha de los novatos homenajeó a Star Wars imitando el truco de recuperar el opening del CinemaScope. Para Eduardo Manostijeras Tim Burton ideó una de las variantes de la cabecera bien maja, e hilada con el film, al situar el monolito bajo una nevada copiosa. Los blancos no la saben meter le insufló tonos funkys y raperos a la melodía original. Y en las diferentes entregas de la saga X-Men se convirtió en costumbre el mantener iluminada la letra «X» de la palabra «Fox» cuando el logo se fundía a negro.
Moulin Rouge presentaba al monolito tallado y a la fanfarria a lo grande: en un teatro, entre cortinas rojas y con un director de ceremonias dándolo todo sobre las tablas. El remake de Burton de El planeta de los simios situó el monumento corporativo frente a un fondo espacial. Kabrat y el molino del diablo soltó un montón de cuervos a aletear por la escena .Minority Report remojó la secuencia en un filtro acuático. En La Liga de los Hombres Extraordinarios el logo se transformó en un edificio del decorado, en la edición en DVD de Daredevil se visualizó como un objeto observado a través de los sentidos del superhéroe protagonista, en El día de mañana apareció rodeado por una tormenta y en La jungla 4.0 los focos luminosos que lo rodeaban sufrían un apagón repentino. Los pases de la versión 3D de Ice Age 3: el origen de los dinosaurios mostraron el monumento con el nombre del estudio tallado en roca y emplazado sobre un escenario nevado y volcánico.
Las diferentes entregas de El diario de Greg garabatearon el logo sobre papel. Perdida de David Fincher sustituyó trompetas por música malrollera, Rio 2 por una marchosa samba brasileira, La guerra del planeta de los simios por tambores tribales y Bohemian Rhapsody interpretó la melodía tirando de guitarra eléctrica. Prometheus bañó el logotipo en tonos azules, El reino de los cielos en ocres amarillentos y Cómo Stelka recuperó la marcha en colores anaranjados. En la futurista Alita: ángel de combate el texto «20th Century Fox» se transformaba de repente en un «26th CenturyFox». Y Carlitos y Snoopy: la película de Peanuts ofreció una fabulosa variante de aquella intro, una donde el travelling de la cámara revelaba que el personaje de Schroeder estaba interpretando la pieza de Newman en su piano de juguete.
Menciones especiales
Entre todas las mutaciones existentes de la cabecera existen dos que merecen una mención aparte por lo extraordinario de su puesta en escena. La primera de ellas es la ideada para aquel accidente que fue Alien 3. Es cierto que hasta el propio director, David Fincher, reniega de su participación en la tercera entrega de la saga Alien por culpa de las presiones que sufrió y lo mucho que le ataron en corto desde el estudio. Pero eso no quita que el hombre se permitiera esconder una ocurrencia maravillosa en la fanfarria que antecedía al film: sentar al espectador ante el logotipo clásico, esa melodía escuchada millones de veces, e inyectarle mal rollo en el cuerpo a través de la música de una cabecera que debería de ser una mera formalidad. En la pantalla, la composición de Newman se desarrollaba con normalidad hasta que, de manera inesperada, las notas comenzaban a alargarse evitando aterrizar en el desenlace clásico. Aquello convertía la celebración inicial en una escena de suspense que mantenía en tensión a la audiencia hasta que la imagen se había fundido a negro por completo. Era un modo fabuloso de establecer el tono desde el principio y preparar el cuerpo del público para lo que vendría a continuación.
La otra gran introducción de la 20th Century Fox es la de Los Simpson: la película. Y lo es por una razón incontestable: porque en ella sale Ralph Wiggun cantando.
La fanfarria para Los Simpson. Incontestable.
No comentáis la última variación… La de Queen en Bohemian Rapsody
¡Ele la grasia! Otro que lee como yo en diagoná!