En algún momento de 1954 Anne Morrow, pionera de la aviación, protagonista trágica del que fuera denominado el crimen del siglo y fundadora accidental del feminismo cotidiano, decidió marcharse unos días a la playa. Buscaba, como había buscado de manera constante desde que decidiera casarse con Charles Lindbergh y, por tanto, con todo el pueblo americano, la distancia de un mundo que creía saber de ella más que ella misma y la tranquilidad suficiente como para mirar hacia adentro y encontrar una voz propia con la que rellenar esas lagunas. De un tiempo a esa parte había llevado dos vidas paralelas que cada vez le costaba más reconciliar. La primera aparentemente libre e indiscutiblemente aventurera, guiada por los mapas de navegación y la dirección incansable de su marido, que aparecía en portada de todos los periódicos nacionales e internacionales. La segunda rodeada de hijos, labores domésticas y compromisos sociales que la apartaban de su tiempo de escritura alejándola del único lugar donde se sentía de verdad ella misma y que, siendo el mero reflejo del arquetipo más común de la madre y ama de casa de la primera mitad de siglo, parecía no importarle a nadie.
Durante esos días en la playa reflexionó sobre el asunto y, paseando sola entre telinas y argonautas, decidió llenar las ausencias con palabras. De esas charlas consigo misma nació Regalo del mar que, publicado en 1955, se mantuvo en los primeros puestos de la lista de los libros más vendidos de Estados Unidos durante cuarenta y siete semanas consecutivas y se convirtió, sin proponérselo, en un manifiesto del feminismo doméstico, en una reivindicación del derecho de la mujer a un espacio propio en el que desarrollar su creatividad y en el libro de cabecera que, durante años, toda ama de casa norteamericana tuvo sobre su mesita de noche.
Si de algo había sabido siempre Anne era de ausencias. Debido a la carrera diplomática de su padre pasó los primeros años de su vida viajando, lo que la convirtió en una adolescente retraída y de ojos tristes que, a modo de jovencita victoriana tardía, se refugiaba antes en sus diarios que en compañeras de su edad, con las que no llegaba a intimar. Se licenció en Filosofía y Letras en el Smith College en una época en la que preocupación por la educación de la mujer era poco más que un tema de conversación sin importancia durante una charla de cóctel. En 1927, cuando Anne volvió a casa durante las vacaciones de Navidad, la verdadera preocupación de sus padres continuaba siendo la búsqueda de un marido para su hija. Su padre, entonces embajador de Estados Unidos en México, invitó a un joven a pasar las fiestas en casa. El joven no era otro que Charles Lindbergh, piloto elevado a la categoría de héroe internacional tras haber completado con éxito la primera ruta sin escalas entre Nueva York y París, recientemente recibido por el rey Jorge en Londres y nombrado coronel por el mismo presidente Coolidge. La razón oficial de su visita era el intento de relajar las tensiones crecientes entre México y su vecino del norte mediante una serie de actos públicos a los que Charles acudiría en calidad de invitado de honor. La oficiosa, la apuesta de futuro de un padre acostumbrado a cerrar acuerdos con beneficios bilaterales y una obviedad ya puesta de manifiesto por otra autora un siglo antes «es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa».
El acuerdo no pareció desagradar a Charles que, apuntando maneras sobre las futuras ideas que le harían perder el favor del pueblo americano y convertirse, años más tarde, en el antagonista indiscutible de La conjura contra América de Philip Roth, durante aquellos días escribiría: «Mi mujer ideal procede de una familia sana. Habiendo sido criado en una granja de animales, soy plenamente consciente de la importancia de la herencia». Charles buscaba una mujer con la que poder compartir su pasión por la aviación. Anne buscaba un hombre —cualquier hombre— que cubriera la vacante romántica que había descrito en sus cuadernos infantiles. En 1929, entendiendo cada uno el amor a su manera, contrajeron matrimonio para entusiasmo de una sociedad estadounidense que, necesitada una nobleza a la que no pagar impuestos pero a la que rendir tributo, les otorgó el título de Primera Pareja de los Cielos. El fanatismo y acoso que Charles había despertado a partir de su primer viaje llegó a su máximo durante la luna de miel de la pareja. O eso creyeron entonces.
Tras pasar unos meses viajando por Asia en los que Anne hizo suyo el sueño de Charles de tripular aviones, se establecieron en Nueva Jersey. Los felices años veinte habían terminado. El crack del 29 había dado paso a la Gran Depresión y que los Lindbergh continuaran paseando entre portadas, sonriendo ajenos a la realidad cotidiana de la nación, transformó la admiración maravillada de muchos en la envidia enquistada de unos pocos. Comenzaron a recibir amenazas. Como en los más sencillos y terroríficos cuentos para niños, durante la noche del 1 de marzo de 1932 su hijo Charles Jr. fue secuestrado con una escalera de mano colocada en la ventana de su dormitorio. La investigación sobre el secuestro, que pronto se convirtió en homicidio, y su juicio posterior, se convirtieron en una desgracia narrada por fascículos en los que el sensacionalismo alcanzó niveles que no volvería a lograr hasta sesenta años después, durante el juicio de O. J. Simpson. En la puerta de los juzgados, a los que cada día acudían cientos de curiosos, se vendieron perritos calientes, fotografías del pequeño Charles y réplicas de la escalera de madera que se había utilizado en el secuestro.
Sobrepasados por la atención pública, la ausencia de límites de la prensa y las amenazas al resto de sus hijos, los Lindbergh decidieron trasladarse a Europa. De allí volverían años más tarde con algunos souvenirs. Charles con una medalla al mérito en la aviación entregada por el mismo Göering, algunas ideas filonazis y varios discursos aislacionistas que, en plena antesala del estallido de la Segunda Guerra Mundial, darían lugar al germen del America First rescatado décadas más tarde por Trump y a la caída del gran héroe americano. Anne con un hueco en el corazón que las últimas expediciones no habían conseguido llenar y que, tiempo más tarde, ocuparía Antoine de Saint Exupéry con quien, aunque casado con Consuelo Suncín —personificación de la rosa caprichosa de El Principito— tuvo una aventura que terminaría en 1943, meses antes su desaparición en el Mediterráneo.
La siguiente década estaría marcada por el distanciamiento de los Lindbergh. Reconciliado con el pueblo americano desde que decidiera dejar a un lado su idea de que EEUU no debía entrar en guerra y participara en distintas victorias aéreas para el bando aliado, Charles volvía a consolidarse como el héroe americano de su juventud, esta vez debido a la publicación de sus memorias El Espíritu de San Louise y a que la adaptación al cine de estas había estado protagonizada por James Stewart —con permiso de Tom Hanks— epítome del Hombre Bueno del cine americano. Mientras tanto Anne, cuya vida diaria había pasado a estar dominada por la educación del resto de sus hijos, la nostalgia de Antoine y las ausencias repetidas de Charles debido a sus viajes en solitario a Europa, pasaba los días admirando la capacidad de los hombres en general y de su marido en particular para trazar una línea recta entre una idea y un objetivo y caminarla sin necesidad de dar rodeos o hacer paradas en el camino para preparar sándwiches o acudir a reuniones de la Asociación de Padres. Desencantada con su nueva vida doméstica, en lucha constante entre su labor de madre y esposa y su oficio de escritora, en Regalo del mar, Anne escribiría:
Anhelo encontrarme en paz conmigo misma […] Me refiero a llevar una vida sencilla, a elegir una concha que podamos transportar con facilidad […] ¡Qué número circense ejecutamos las mujeres cada día de nuestra vida! A nuestro lado, la actuación de un trapecista es solo un juego de niños. […] Nuestro modelo vital es esencialmente circular. Debemos mantenernos abiertas a todos los puntos de la brújula —esposo, hijos, amigos, hogar, comunidad— extendiéndonos, exponiéndonos. El conflicto es cómo permanecer íntegra entre las múltiples distracciones de la vida. Cómo conservar el equilibrio sin importar qué fuerzas centrífugas tienden a hacérnoslo perder. No hay respuestas, tan solo conchas de mar.
Regalo del mar es una referencia continua al deseo de Anne de crear un hogar de concha, de cangrejo ermitaño, con el que poder abstraerse de unas obligaciones que, como mujer, le eran inherentes y en el que poder vivir para siempre. Es el inicio de un feminismo introspectivo e intimista que, lejos de abogar por las manifestaciones grandilocuentes al que ya entonces nos tenía acostumbrados, defendía la necesidad de una revolución doméstica consistente en el derecho de la mujer a dejar a un lado las tareas cotidianas para poder desarrollar su propia creatividad —víctima silenciada durante siglos— y buscar «la libertad para el desarrollo de la mente, el corazón y talento». Es la declaración de quien, testigo hastiado de un contexto rodeado de excesos emocionales, ha descubierto los beneficios de un retiro minimalista. Una explicación razonable a la asiduidad de multitud de mujeres a la iglesia que, entendía, era de los pocos espacios propios de reflexión que las mujeres de su época podían encontrar aprobados por la comunidad. Es un intento de armisticio de dos manifestaciones de la personalidad femenina —la pública y la privada— desarrolladas de forma paralela y en continuo conflicto. La llamada de socorro de una mujer que, incluso sabiéndose en una posición privilegiada en comparación con sus coetáneas, identifica en su vida diaria obstáculos extrapolables a los de cualquier ama de casa y defiende la búsqueda de una realidad diaria «libre del yugo de la telina que, a pesar de su hermosura, de que sus dos mitades idénticas encajan perfectamente creando una jaula hermética, representa un mundo cerrado cuyos límites es necesario rebasar».
A pesar de describir un contexto aparentemente alejado del nuestro, la lectura actual de Regalo del mar no resulta en absoluto anacrónica. Si bien la línea que marca la eterna dicotomía —ahora profesional y personal— de la mujer, ha ido perdiendo color, no es menos cierto su sobreocupación de la vida diaria, la ansiedad provocada por la ausencia de tiempo y los problemas para conciliar cualquier interés artístico o humanista con la suma de nuestras obligaciones más prácticas continúan siendo asignaturas pendientes que, lejos de resolverse para las mujeres, se han extendido también a la realidad cotidiana masculina. Es probable que hoy, entre sus obligaciones cotidianas, Charles tampoco hubiera encontrado tiempo para escribir un Pulitzer.
En el epílogo que se publicó con la reedición conmemorativa de los veinte años de la publicación de su regalo del mar, Anne Morrow, viuda y madre de unos hijos ya adultos, se preguntó qué tendría que ofrecer un libro como el suyo a las mujeres de las generaciones venideras y escribió:
¿Son felices? O debería decir, más felices que las de mi generación. Sin vacilar podría responder que son más honestas, más valerosas al enfrentarse a sí mismas y a sus propias vidas, más decididas acerca de lo que quieren hacer y más eficientes a la hora de conseguir sus objetivos.
Es cierto que, quizá debido a la sobreexposición de esta generación, visualizamos nuestras metas de forma más clara y afirmamos de manera más contundente nuestra intención de conseguirlas. Si somos o no más eficientes a la hora de conseguir resultados es algo que deberemos juzgar en los próximos años. La pregunta sobre si eso nos ha traído o no más felicidad, como pueden observar, continúa sin respuesta.
Estupendo artículo sobre un personaje del que no tenía ni idea. Si de su marido, claro. Gracias.
Siempre me ha gustado la vida de mujeres excepcionales y Anne Morrow, está claro qe lo era. Me ha encantado. Gracias por aportar tus conocimientos y estudios para qe se conozca.
PIFESA- CADIZ
Tampoco yo sabia nada de esta extraordinaria mujer. Gracias por el descubrimiento.
Vaya María, genial el artículo, en la forma y en el fondo. Interesantísimo conocer este lado del personaje.