El pasado 1 de noviembre entró en vigor una nueva normativa de la federación de atletismo (IAAF-International Association of Athletics Federations) por la que se limitan los niveles de testosterona permisibles en las deportistas mujeres de cara a poder participar en algunos eventos deportivos (como las pruebas de pista entre 400 metros y la milla en competiciones internacionales).
La norma tiene ciertos tintes de ir dirigida a regular la actividad de dos deportistas particulares, pues las pruebas que se han restringido no parecen ser las que experimentalmente más se ven afectadas por los altos niveles de testosterona. Pero quizá lo más relevante es que la nueva normativa pone el dedo en la llaga en uno de los aspectos previsiblemente más relevantes, en un futuro próximo, en el deporte femenino: las atletas trans.
El primer impulso ante esta situación es pensar que las mujeres con niveles de testosterona elevados, ya sean trans o mujeres con trastornos en el desarrollo sexual, en tanto que son mujeres, debieran poder participar en las mismas pruebas que las mujeres cis. No es sensato obligarlas a participar en pruebas masculinas, o inventar la extravagante categoría «intersex», o forzarlas a tratarse hormonalmente para poder participar en las categorías femeninas (con las implicaciones para su salud que esto podría tener). Sin embargo, en una segunda instancia, nos podemos plantear qué ocurriría con el deporte femenino en caso de que empezasen a aparecer muchas atletas trans. ¿Tendrán las mujeres cis alguna oportunidad compitiendo contra chicas trans? Esta pregunta es pertinente porque no hay que perder la perspectiva de que las pruebas separadas por sexos aparecieron con la idea (aunque hoy día quizá no necesaria) de fomentar la participación de las mujeres en los deportes de élite (y, finalmente, en todas sus categorías), porque su fuerza, velocidad y resistencia tienden a ser menores que las de los hombres (el 90 % de las veces que escojamos al azar a un hombre y una mujer adultos de la misma edad, él tendrá más fuerza que ella).
¿Cómo regularían ustedes una situación en la que un número elevado de deportistas varones de nivel medio-alto optasen por competir como mujeres trans (sobre todo, si no buscamos ninguna modificación fisiológica para que una persona sea reconocida como mujer)? Aunque la clasificación ya no se hace atendiendo solamente a si los atletas tienen cromosomas XX o XY, ¿tendremos que discutir otras categorías nuevas, que requieran mayor implementación tecnológica, para que las mujeres cis puedan seguir compitiendo con unas posibilidades razonables de vencer? ¿Habrá debate sobre qué es lo que significa tener igualdad de condiciones en aspectos innatos de las personas?
Esperemos que no llegue la sangre al río. Pero, si llega, no se preocupen, que ya nos pondremos a ello. Para que nuestro debate sea informado, no solo ideológico, es necesario indagar en qué medida una deportista con altos niveles de testosterona tiene ventajas físicas. Hay pruebas contrapuestas. Por un lado, tenemos los escandalosos casos de las deportistas de Europa del este que entre los años cincuenta y ochenta fueron dopadas a nivel institucional con diversos esteroides con efectos anabolizantes (moléculas sintéticas que remedan los efectos de la testosterona) para mejorar sus resultados en las más variadas disciplinas olímpicas (con horribles consecuencias para ellas, infertilidad, trastornos de personalidad, cáncer prematuro…). Por otro lado, la testosterona y los esteroides con efectos anabolizantes son elementos dopantes porque incrementan la masa muscular, los niveles de hemoglobina en sangre, etc. Así que, a priori, aunque con agravantes para la salud en aquellas personas a las que se les administra a niveles tóxicos, un nivel alto de testosterona, independientemente del origen de esta, mejora las capacidades físicas.
Y, aún más, presentar un nivel bajo cuando has tenido niveles altos buena parte de tu vida no implica un descenso inmediato de estas capacidades. Los hombres, que normalmente presentan niveles de testosterona unas diez veces superiores a las mujeres, no pierden su mayor proporción de masa muscular inmediatamente cuando, por razones clínicas, sufren una orquiectomía total (pierden ambos testículos). Sin embargo, una interesante investigadora canadiense y corredora aficionada de larga distancia, Harper, ha llevado a cabo estudios con mujeres trans que practican deporte después de someterse a una intervención de cambio de sexo. Harper observa que estas mujeres (cuyos niveles de testosterona descienden tras la operación, entre otras consecuencias) quedan más o menos en la misma posición en la categoría femenina. Es decir, su rendimiento bajaba aproximadamente un 6 % en dos años, pero la categoría que tenían en hombres es la equivalente que ahora tienen en las pruebas de mujeres. Estos estudios son minoritarios además de que solo se ha observado en las pruebas de aficionados. Y no son suficientes para hacer cambiar de opinión a la federación de atletismo y a sus médicos, que consideran que niveles elevados de testosterona siguen confiriendo una ventaja adicional a quienes los presentan.
Entonces, está claro que la testosterona tiene un efecto de mejora de capacidades físicas importantes para competir, aunque están un poco menos claros los límites de cuándo se pierde esa ventaja. Pero, además, las deportistas afectadas por esta normativa, y muchas otras personas informadas, aducen que no se investigan otras posibles ventajas biológicas en los participantes, esas que confieren más velocidad de reacción, piernas más largas, mayor concentración de hemoglobina, etc. ¿Por qué fijarse entonces solamente en la testosterona? ¿Por qué solamente un límite superior y no uno inferior también, como en otras disciplinas? ¿Por qué solo hay restricciones para las mujeres con trastornos en el desarrollo y mujeres trans pero no para los hombres trans?
Para entender por qué la federación tiene tanto interés en la testosterona, hay que hablar un poco del papel de las hormonas sexuales en nuestras vidas. Respecto a las otras dudas, tendremos que esperar a que la IAAF nos las resuelva.
Las hormonas sexuales (testosterona, estrógenos, estradiol) son un grupo de moléculas derivadas del colesterol que tienen importancia en funciones reproductivas de los mamíferos. Aunque todas ellas aparecen en ambos sexos, la testosterona es más abundante en machos, y los estrógenos y progesterona son más abundantes en hembras. Estas hormonas son importantes para cumplir diferentes funciones. Por un lado, en los adultos, son las responsables de que se generen los gametos en cada sexo. Por otro lado, son una señal que emite el cuerpo cuando pasamos del estado infantil al adulto (en el que dejamos de crecer y nos preparamos para reproducirnos). Las distintas modificaciones que se producen en la adolescencia en hombres y mujeres tienen que ver con un cambio radical en los niveles de estas hormonas. Y, además de que todos empezamos a fabricar gametos (a tener poluciones nocturnas y a menstruar), también se modifican los caracteres sexuales secundarios. Los caracteres secundarios son variaciones, tanto físicas como en el comportamiento, que son típicas de machos y hembras en las diferentes especies animales (incluida la nuestra). A esta función de las hormonas sexuales se la llama función organizadora. Por supuesto, el rango de variación típica de caracteres secundarios de macho y hembra es un continuo entre un estado y otro, pero con la mayor parte de los individuos de la especie en uno de los extremos.
Hay diversas características que presentan dimorfismo sexual en la especie humana (que son distintas entre machos y hembras): los pechos, las caderas, las barbas… Y, entre las características que presentan dimorfismo sexual relacionadas con el deporte, encontramos una mayor proporción de masa muscular, mayor fuerza muscular, más hemoglobina en sangre, mayor masa ósea, etc. La testosterona en niveles altos induce, en las personas que la presentan durante la adolescencia, la expresión de ciertos genes que dan lugar a esas diferencias. Estos mismos genes los tienen las personas con testosterona baja, pero su expresión no es inducida, o lo es en menor medida. Y lo contrario ocurre con los estrógenos. Es decir, presentar testosterona alta no afecta a uno o dos genes del individuo, sino a muchos. Y, por tanto, a muchas características. Produce un cambio generalizado, y va mucho más allá de una sola diferencia física favorecedora (como los ejemplos no considerados actualmente que las personas afectadas por esta normativa aducían que no se investigan: unas piernas más largas, mayor capacidad pulmonar…).
Además, subir los niveles de testosterona en cualquier persona produce unos ciertos cambios en las características en que esta hormona influye (por eso tienen sentido los anabolizantes como dopantes, porque incrementan de manera efectiva, por ejemplo, la masa muscular). Sin embargo, poco puede hacer un adulto para hacer crecer sus piernas. Es decir, que tiene bastante lógica que sea la testosterona, y no otra molécula o característica, el principal foco de interés cuando se quieren acotar las ventajas biológicas en los deportistas.
Pero algo importante a resaltar, en mi opinión, que atañe a esta normativa es que los experimentos en roedores nos indican que el marco temporal en que las distintas estructuras del cuerpo responden a las hormonas sexuales es limitado, en torno a la adolescencia. Aunque no es sencillo extrapolar los resultados de los efectos en ratones a humanos, los estudios en el desarrollo humano parecen indicar que este marco temporal también es importante para nosotros. De modo que una alta testosterona en ese periodo produce cambios mayores que si se aplica alta testosterona en adultos y, además, parecen cambios más permanentes en la morfología de los individuos. Es por eso que reducir los niveles de testosterona en un adulto de manera drástica no conduce a una regresión completa en esos caracteres a su estado anterior (preadolescente). Y por mucho que queramos equilibrar los niveles de testosterona de todos los competidores adultos, las diferencias debidas a esta hormona por su impacto en el desarrollo, seguirán estando ahí.
Al hilo de toda esta información sobre el papel que tiene la testosterona en el desempeño de los individuos, creo que es relevante hacer una reflexión sobre lo que creo que significa el deporte. La invención del deporte es en cierto modo la consecuencia de un fenómeno mucho más antiguo, común tanto a los animales como a los seres humanos. Este fenómeno se conoce como el juego. Durante el juego, los individuos jóvenes evalúan sus capacidades, sin que signifique graves consecuencias para ellos, y en este proceso mejoran su rendimiento. Rendimiento que les será útil en su vida adulta. El deporte lo que ha hecho es introducir reglas formales en este comportamiento innato del juego, creando un marco institucional en torno a él que aporta sus beneficios al mundo adulto.
Durante el siglo XX, fuimos descubriendo que ciertos tipos de físico y perfiles hormonales son mejores en algunos deportes que en otros. Las personas con mayor peso son mejores luchadores, la gente con un tren superior mayor tiene más ventajas para llegar a ser grandes nadadores, los corredores de larga distancia tienden a ser delgados y fibrosos. En otras palabras, algunos tipos de cuerpo tienen una ventaja, casi podría decirse que injusta, sobre otros. El hecho de que tener un físico confiera ventajas parece haber creado históricamente desincentivos para que otros compitan. Y por ello, desde el principio del deporte, nuestra respuesta ha sido diversificar. Separamos a los hombres de las mujeres, creamos categorías de peso en los deportes de lucha y empezamos a competir en una mayor variedad de deportes. Así, los incentivos para competir y mejorar se democratizaron y se acercaron a un mayor número de personas. Aunque no pudieras ser el mejor a nivel global, aún tendrías un incentivo para mejorar dentro de tu categoría. Incluso personas con déficits físicos severos pueden hacerlo.
Lo que la biología moderna nos enseña es que nuestras categorías han sido algo insuficientes, más cuanto más nos especializamos al conocer estas ventajas. El rendimiento está determinado no solo por factores visibles obvios (altura, peso, etc.), sino también por factores ocultos como en este caso son los niveles hormonales. La respuesta adecuada a este problema, yo creo, sería crear nuevas categorías, que combinen muchos índices como el nivel de hormonas, la altura y los rasgos genéticos en un único índice que luego podemos dividir en categorías. Así, dentro de cada categoría, podríamos tener un campo de juego más nivelado y «justo», que es lo que también busca la federación de atletismo.
Pero es importante recordar que la justicia en un sentido de equidad no es el objetivo principal de las competiciones atléticas, la estimulación de la mejora y el desarrollo humano lo ha sido históricamente. Exigir algún tipo de honradez en los deportes (creando clases de peso o regulando el dopaje) es solo una herramienta que motiva a un mayor número de personas a participar en el proceso de autodesarrollo. Por lo tanto, sería muy razonable crear nuevas categorías —como sucede con las clases de peso— con la testosterona, porque eso estimula más el desarrollo humano en el deporte. Pero forzar a la gente a reducir sus capacidades físicas, en mi opinión, no es ético ni obedece a los objetivos históricos del deporte: una superación humana en el rendimiento (aunque esto último obviamente podría cambiar, si es lo que la sociedad busca).
Todo lo expuesto, tanto el papel de la testosterona en el rendimiento físico como la creación de incentivos para el deporte, claro, está lejos de resolver el dilema que representa decidirse a restringir a determinadas personas, por sus características biológicas innatas, su participación en unas u otras pruebas deportivas. ¿Qué ha de prevalecer, el derecho de unas deportistas a participar con su identidad o el de otras deportistas a la competencia en una relativa, y aún por definir, igualdad de condiciones? ¿Este derecho se verá alterado cada vez que encontremos nuevos factores que no sean comunes en una categoría determinada e impliquen una ventaja significativa en los atletas de otra categoría? ¿Empezaremos a tener en cuenta el factor ambiental también, las subvenciones, el entorno familiar en el que se desarrolló la persona? El límite, por supuesto, lo tendrá que decidir la sociedad. De momento, y para el atletismo, la polémica está servida.
Referencias:
«IAAF Introduces new eligibility regulations for female classification» (2018). IAAF Athletics.
Brown, A. (2018), «Questions remain over IAAF Differences of Sex Development Regulations». The Sports Integrity Initiative.
Berenbaum, S. A., & Beltz, A. M. (2011), «Sexual differentiation of human behavior: effects of prenatal and pubertal organizational hormones». Frontiers in neuroendocrinology, 32(2), 183-200.
Williams, T. M., & Carroll, S. B. (2009). «Genetic and molecular insights into the development and evolution of sexual dimorphism». Nature Reviews Genetics, 10(11), 797.
Herpin, A., & Schartl, M. (2015). «Plasticity of gene‐regulatory networks controlling sex determination: of masters, slaves, usual suspects, newcomers, and usurpators». EMBO reports, 16(10), 1260-1274.
Jones, B. A., Arcelus, J., Bouman, W. P., & Haycraft, E. (2017). «Sport and transgender people: A systematic review of the literature relating to sport participation and competitive sport policies». Sports Medicine, 47(4), 701-716.
» La respuesta adecuada a este problema, yo creo, sería crear nuevas categorías, que combinen muchos índices como el nivel de hormonas, la altura y los rasgos genéticos en un único índice que luego podemos dividir en categorías»
Personalmente, crear más categorías no tiene sentido y mucho menos por altura o rasgos genéticos. Los JJOO deberían durar 3 meses o eliminar diferentes deportes, y todo para ver más veces la misma prueba. Luego, el término «justo» en la competición no hay cabida, en lo que a capacidades se refiere. La gente de raza negra físicamente es superior por lo general que el resto de razas, pero la natación es su punto débil. ¿Hacemos categorías discriminando por la raza? Insisto, el término de justicia en ese contexto va en contra del término competitividad. Estamos hablando de los mejores del mundo en una actividad.
En cuanto al tema principal del artículo, no le veo una solución clara sinceramente. Quizás esperar un tiempo adecuado hasta que el nivel de hormonas se estabilice y el cuerpo se adapte a todo el proceso de cambio de sexo.
Yo pondria la linea a nivel de cromosomas. Si tienes dos X , femenino.
Punto final
XX y XXY femenio
XY masculino
Y el que quiera cambiarse de sexo,que se cambie que a nadie le ponen una pistola. Es una decision libre. Pero que no joda al resto del mundo por sus decisiones.
Yo no puedo jugar en la NBA, mido 1,77 y empece a jugar a los 14 y no voy dandole por culo a los hermanos Hernangomez porque su ADN es mejor y sus padres eran jugadores profesionales.
El mundo no es justo.